viernes, 1 de julio de 2011

La recuperación de la acción política.

Las diversas consecuencias que produjo el abandono y denigración de la acción política como método de militancia y transformación de la realidad y el análisis del nuevo contexto de recuperación de ésta en favor de una mayor democratización de las estructuras políticas, económicas y sociales.

Durante la época histórica específica que va desde el golpe de Estado de marzo de 1976 con su época de horror, de terror, muerte, desapariciones y apropiaciones, hasta fines del 2001 con el colapso manifiesto de las formas de hacer política del régimen neoliberal argentino, con la caída de De la Rúa y los siete presidentes en una semana, con los saqueos y la tremenda crisis social pero también política y económica, con la caída de bruces de los grandes paradigmas venidos desde los centros globales del poder, con el surgir y el nuevo protagonismo de los actores y sujetos políticos venidos desde la cultura popular y sus nuevas formas de lucha como el propio movimiento de los piqueteros, durante esa época digo, los sectores y grupos dominantes, que podríamos caracterizar como cierto establishment cívico y militar de tipo nacional pero que responde a los intereses foráneos de las grandes corporaciones globales, por lo mismo, por esa concepción de la política y del desarrollo, renunció históricamente a la soberanía nacional. Es decir, al mismo tiempo que denigraba y aplastaba los intereses y la soberanía nacional, militaba contra la soberanía popular porque precisamente ésta es la base central sobre la que se fundamentan los intereses y la soberanía e independencia nacional. De ese modo, los grupos nacionales dominantes reprimieron la soberanía, los valores populares y la propia cultura del trabajo a partir de la destrucción de gran parte del sistema productivo en favor de las grandes corporaciones, devastaron la industria nacional, endeudaron al país en términos impresionantes para financiar la evasión de capitales, dilapidaron el patrimonio de todos (en especial a partir de la liquidación de las empresas públicas), redujeron la inversión y finalmente deterioraron los salarios reales de los trabajadores que se convirtieron en moneda de cambio y de ajustes en favor de los intereses de la acumulación privada de capitales.
Según el momento histórico en que nos encontráramos, prevalecían diferentes modos de regímenes políticos que reivindican múltiples y diversas formas de degradación de la soberanía nacional y del bienestar de los propios trabajadores. También es cierto que con la llegada de Alfonsín se produjo la recuperación de la democracia en términos políticos pero también es cierto que ese régimen democrático en su accionar real, en especial cuando se trató de la defensa de la soberanía popular, de la defensa de los intereses de los trabajadores y en conscuencia de la defensa de la propia soberanía nacional, se mostró como altamente ineficiente por la formalidad y abstracción de los derechos y reivindicaciones de los ciudadanos en relación con los intereses y derechos del poder real que descansan en las grandes corporaciones. En otras palabras, puede decirse que existía un régimen político democrático en lo formal pero las decisiones de mayor trascendencia, decisiones políticas y económicas que definen por ejemplo un modo de crecimiento y de desarrollo nacional, eran definidas e instrumentadas en la práctica por la lógica del Consenso de Washington a través de los programas de ajuste impuestos por actores globales que nada tenían que decir sobre los intereses nacionales como el propio Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Fue la época donde prevalecerá la economía por sobre la política, o mejor aún, donde la acción política, militante y comprometida con la idea de soberanía nacional, será reemplazada por nuevas formas de hacer política más ligadas con la adminsitración, el gerenciamiento privado, que insiste en conceptos de eficiencia y eficacia que nada tienen que ver con el bienestar de las mayorías, y con falsas presunciones de objetividad, imparcialidad y racionalidad de las decisiones adoptadas. Así, mientras nos alternábamos entre las dictaduras militares y las democracias de baja intensidad, que fueron fuertemente formales, abstractas y viciadas de origen (no olvidemos que el peronismo estuvo proscrito durante buena parte de la historia nacional), el poder real siempre perteneció al establishment. El requisito fundamental para que ese desastre fuera posible, es decir, la denigración y la supresión de la política en términos de acción política de redención de la soberanía nacional en favor de las nuevas maneras de administración y de gobierno, fue posible a partir de la imposición del neoliberalismo militante primero a través de la desaparición masiva de personas, de la prohibición total de la militancia, del fraude que significó la proscripción del peronismo y luego, en una segunda etapa, a través de formas más refinadas de control social. En ese contexto, el intenso proceso de pérdida de la soberanía nacional, que tuvo lugar en los años '90, consolidó el predominio de las transnacionales en el ámbito de la economía argentina mientras la política, siempre en el sentido de acción política transformadora, desaparece bastardeada por los nuevos dogmas y verdades de la racionalidad de los sectores dominantes que reivindican, de ahora en más, el predominio de la visión de mundo de las transnacionales.
Simplemente, la nueva concentración económica que tuvo lugar en esos años produjo que los nuevos actores, las transnacionales y los grupos que los representan, se hicieran en la práctica con un considerable poderío económico y de veto sobre el funcionamiento y la lógica del sector público que además deben su origen, monopólico y extranjerizado, a la inserción del país en un tipo de capitalismo que es periférico, es decir, estructuralmente dependiente de los grandes centros globales de poder, que nos imponen sus formas de vida y visión política del crecimiento y el desarrollo. A partir de ahí, esos capitales lograron incluso hacerse con crecientes porciones de la riqueza nacional afianzándose en los núcleos productivos más dinámicos del nuevo sistema económico iniciado tras el colapso de la convertibilidad y que caraterizan y delinean la inserción de nuestro país en el sistema comercial global.
De todo lo anterior deriva que en la actualidad, las transnacionales que se desenvuelven en el medio nacional tienen, en términos productivos, una suerte de doble inserción estructural. Por una parte, están todas las que se vinculan con un tipo de producción más tradicional, o sea, con la producción relacionada con ventajas comparativas estáticas, en especial las que tienen que ver con las materias primas abundantes (la agroindustria, el petróleo, la minería y ciertos commodities industriales más o menos relevantes). Por otro lado, están las más modernas, todas esas trasnacionales ligadas a la nueva fase de internacionalización de los procesos productivos que tienen que ver con la imposición de la lógica del neoliberalismo. Finalmente, consecuencia de ese tipo de inserción estructural de las transnacionales en el ámbito de la producción local y nacional, que les entrega un tremendo poder de veto y de decisión, con la correspondiente y ostensible pérdida de decisión y soberanía nacional en cuestiones estratégicas para el país por parte del sector público y de los actores populares y democráticos en general, el predominio del capital extranjero en la economía conlleva una serie de aspectos críticos adicionales que se sintetizan en el hecho de que las transnacionales, que en realidad son poco generadoras de empleo si analizamos la cuestión por unidad producida, en cuanto a sus estructuras productivas internas representan, de manera clara y manifiesta, una distribución del ingreso que es muy regresiva en términos de justicia social, de igualdad de oportunidades y de distribución de la riqueza. Es que, desde el ámbito de las formas de actuar y de producción de las transnacionales, el salario de los trabajadores, el salario real, es antes que nada un costo en el proceso de producción y en cuanto tal tiene que ajustarse en beneficio de la tasa de ganancia del capital. Entonces, en la medida que se imponen los ajustes al salario, que se acompaña de la pérdida de derechos y de conquistas históricas por las que otras generaciones dieron incluso sus vidas, se nos plantean una serie de interrogantes importantes y centrales en cuanto al poder realmente existente que oficia de conductor de un modelo de acumulación con inclusión social que nos beneficie a las mayorías y tras cuya lógica queden supeditadas incluso los intereses de las transnacionales que son parte de nuestras estructuras de producción. En otras palabras, un proceso de cambios sistémico y estructural, que así es defensor de los intereses nacionales y populares, que reivindique la soberanía nacional en base a la soberanía popular, para que perdure y se consolide en el tiempo, tiene que batallar contra el poder real, contra esas verdades y esas razones, siempre reaccionarias y conservadoras, que plantean que los salarios de los trabajadores son simplemente un costo de producción para reivindicar, muy por el contrario, que los salarios reales de los trabajadores son un factor dinamizador de la economía, de la producción y de la soberanía porque actúan sobre la demanda interna.
En otro aspecto, la notable extranjerización del sistema económico y productivo nacional expresa la ostensible debilidad del propio gran capital local que termina respondiendo, por una cuestión ideológica y cultural, a los intereses de los centros globales del poder. Se trata de un sector social que, ante su incapacidad estructural de competir con los capitales foráneos, despliega determinadas acciones y estrategias que los llevan a resignar importantes porciones de la estructura económica, comercial y productiva en un contexto de repliegue hacia ámbitos productivos ligados al procesamiento de recursos básicos relacionados con las formas más básicas y primitivas del accionar empresario que también apuesta a una política de salarios bajos como dato estructural. A partir de entonces, bajo esta concepción estratégica y del lugar subordinado que les corresponde como unidades de producción, estos sectores están incapacitados para encarar un proyecto susceptible de impulsar la industrialización del país sobre la base del desarrollo y el control de las nuevas capacidades productivas que puedan recrear y/o potenciar las ventajas dinámicas de la economía local, como mecanismo para hacer viable una sociedad más inclusiva e igualitaria. El problema es que el concepto estratégico en que se sustentan las formas de producción de estos grupos de empresarios nacionales menores, que generalmente son muy reaccionarios en términos ideológicos, supone profundizar un perfil productivo sumamente regresivo que reivindica una inserción pasiva y subordinada de nuestros países en el sistema comercial global. Por lo mismo, estos grupos son un tremendo obstáculo a la conformación de un modelo de desarrollo inclusivo y sustentable en lo económico, en lo político, en o cultural y en lo social. De allí la necesidad de avanzar en la formación de un esquema de alianzas con los sectores genuinamente consustanciados con la industrialización nacional, con el incentivo de la demanda, el ahorro interno y con la redistribución del ingreso. Esto implica asumir las numerosas y múltiples dificultades que se derivan del enfrentamiento contra los actores políticos y económicos más poderosos en términos reales y sus cuadros orgánicos para buscar reivindicar, defender e imponer, con todos los medios que generosamente nos da la democracia, un régimen nacional, popular y soberano.
No hablo de imposibles ni de utopías o bienaventuranzas, no hablo de dioses ni mucho menos de demonios sino que, en primer lugar, reivindico los diversos regímenes nacionales y populares actuales, el gobierno presidido por Cristina Fernández, reivindico la felicidad y los sueños de esta época y de esa en que los trabajadores, protagonistas y movilizados, tuvieron la posibilidad de ser felices, de soñar y constuir un proyecto de vida, de satisfacer realmente sus necesidades más básicas para luego ir por otro tipo de necesidades, tal vez de carácter más suntuarias, pero que también hacen al mejoramiento de la calidad de vida y de la felicidad de los trabajadores. Defiendo ese proceso que arrancó a mediados de los años ’40 hasta el golpe de Estado que derribó al gobierno popular del general Perón. Defiendo el proceso de cambios inaugurado a partir del 2003. En ambos procesos, no me refiero a un mito sino a un recuerdo personal o familiar. No fue ni es una metáfora sino que fue y es una realidad que existió y existe. Habíamos pasado de la economía agraria a la hegemonía del sector industrial, con una mayor justicia social, con migraciones internas, con una renovación casi total de la elite política y organización de los trabajadores. Se vivía mejor y se vive mejor a partir de la recuperación de la política como herramienta de cambios y transformaciones. Entonces, es necesario reivindicar la acción política, es decir, un arte de posibilidades de cambios en términos populares y democráticos porque la historia reciente de nuestros pueblos, en los hechos, nos muestran que la política implica la defensa de lo que se tiene o la adquisición de lo que se carece, según diferentes visiones del mundo, de cada uno y de todo el resto. El regreso de la política, en esencia, significa la defensa de la cultura popular que fundamenta la soberanía nacional.

Referencias bibliográficas.

Schoor, Martín: “Extranjerización y proyectos de país”. Publicado en Miradas al Sur de la edición del 19 de junio del 2011.
Calcagno, Eric: “El rescate de la política” Publicado en Miradas al Sur de la edición del 19 de junio del 2011.

Autor: Alfredo A. Repetto Saieg.

La decisión.

Se terminaron las especulaciones: la Presidenta buscará un nuevo mandato. El compromiso con la profundización del modelo y los desafíos pendientes. Cómo impacta esta decisión en una oposición desorientada. Mirá la galería de fotos.

1. La decisión ha sido tomada. Esta ahí despejando lo que mantenía cierto halo de misterio. Una decisión entramada con las demandas de la historia y sellada a partir de un dolor extremo que conmovió no sólo la intimidad intransferible e inviolable de quien sufrió la pérdida de su compañero de vida e ideales, sino que atravesó con una intensidad inusitada la vida popular argentina. ¿Alguien podía tener alguna duda de lo que se selló durante esas jornadas sacudidas a un mismo tiempo por la tristeza, el desasosiego y una energía que emanaba clamorosamente de la multitud que se dio cita espontáneamente en la plaza de las grandes gestas populares? ¿Podía ser otra, acaso, la decisión de quien construyó, junto a su compañero, una vida surcada de lado a lado por la política entendida como herramienta de transformación y de compromiso por un país más justo? ¿Qué otra respuesta darles a esos miles de jóvenes que se dieron cita y se juramentaron en aquellos días de duelo? Apenas el cálculo mezquino de algún opositor o la especulación afiebrada de quienes saben que la candidatura de Cristina es arrasadora respecto de las posibilidades de doblegar el proyecto iniciado en mayo de 2003, podía alucinar con un fin de juego o con una retirada a cuarteles de invierno.
Lejos de las expectativas de quienes ni siquiera han sido capaces de articular una oposición compacta y coherente, la decisión de Cristina vino a darle contundencia a lo que se esperaba. Pero también no dejó de señalar la importancia de lo inesperado y de lo enigmático en el propio movimiento de la historia, el modo como se cuela lo extraordinario rompiendo lo previamente trazado. Entre la crisis desatada alrededor de la resolución 125, pasando por cada uno de los momentos significativos de estos años, y ese acontecimiento sobrecogedor por lo insospechado y por lo que suscitó, se inscribe, también, la decisión de Cristina que, a su vez, se entrama profunda y visceralmente con la totalidad de su biografía. Una vez más la historia se ríe de los augures y de los anticipadores, se sacude de encima a los estrategas que todo lo saben y determinan como anunciadores de certezas inconmovibles y abre los senderos de un tiempo por venir que no deja de entrelazarse con el camino recorrido. Así como Néstor Kirchner llegó sin que nadie lo esperara y logró conmover desde los cimientos a un país en estado de desolación, también se fue sin anunciarlo pero sabiendo lo que dejaba al marcharse. En ese relato de Cristina de las miradas que se buscaban en cada acto y en cada intervención de cualquiera de los dos, miradas que buscaban complicidad y aprobación, está, vaya paradoja, la verdad del famoso “doble comando”, esa frase utilizada con ruindad para desmerecer la inteligencia y la capacidad superlativas de la Presidenta. Ella fue sencilla y directa: lo que había era entrelazamiento, convicciones compartidas, proyecto común, cotidianidad familiar y la eterna complicidad de la mirada amorosa. Rara la forma que ha elegido la historia argentina para seguir su derrotero por el tiempo. Ya llegarán las épocas, más distantes de tanta intensidad, para detenerse en lo complejo, a veces enigmático y siempre conmovedor de esta etapa por la que estamos atravesando y que lleva, hoy, la impronta de una pareja excepcional.
2. Cristina, su anuncio, constituye una fuente extra de impulso y de vitalidad al mismo tiempo que expone, blanco sobre negro, la pobreza de una oposición que sigue buscando una coherencia que no logra encontrar en ninguna parte y que la lleva a alquimias entre sorprendentes y ridículas de esas que avergonzarían a viejos e históricos dirigentes que ya no están entre nosotros. Pero también constituye un desafío para las propias filas del kirchnerismo allí donde se vuelve imprescindible estar a la altura de la historia y hacerlo sin caer en obsecuencias innecesarias. Cristina reclama otro tipo de lealtad, palabra siempre atravesada por las demandas, los equívocos y las interpretaciones contrapuestas de la historia en sus distintos momentos; una lealtad basada en la activa participación, en la disposición a apoyar un proyecto de transformación sin abandonar el lenguaje de la interpelación crítica, esa que se reconoce en el interior de las mejores tradiciones emancipatorias y que no se reduce al seguidismo insustancial y acrítico. Lealtad a un proyecto capaz de movilizar los recursos de la invención democrática y de internarse por los caminos, a veces desconocidos, del cambio histórico que reclama el uso activo de la inteligencia y la tozudez de la fidelidad a principios y tradiciones fundacionales de lo mejor y más memorable de la vida popular.
Cristina, su decisión tomada desde el propio 28 de octubre, allí donde un pueblo despidió a un hombre excepcional, sabe, mejor que nadie, que la lealtad nunca puede ser sinónimo de obsecuencia, siempre debe ser expresión de riesgo y atrevimiento puesto al servicio de apuntalar un proyecto que tiene como eje vertebrador a la propia Cristina. Ella supo, desde un primer momento, que la historia la reclama, que la Argentina hoy necesita de su esfuerzo porque la consolidación de su liderazgo corre paralela a la profundización del proyecto iniciado por Néstor Kirchner. Ese es su destino, el punto de inflexión que nunca hubiera querido tener que producir por la ausencia de su compañero de vida, amor y militancia. Las páginas de la historia encuentran, muchas veces, su propia y laberíntica escritura.
Su discurso, a lo largo de estos años vertiginosos, ha ido hallando los tonos y las honduras capaces de enfrentar los tremendos desafíos de una realidad inclemente a la hora de plantear dificultades y escenarios de una extrema complejidad. En ella ha habido, desde un comienzo, una intensa toma de riesgo sabiendo, como sabía, que su lugar en la escena argentina no iba a ser fácil allí donde se entrecruzarían la propia cuestión de género, la ardua problemática de la femineidad y su relación con la política y el poder (en sus dimensiones de prejuicio y de seducción), junto con la puesta en evidencia de una retórica inusualmente poderosa que nunca dejaría de provocar a sus interlocutores. Cristina mezcló lo que para un resto no menor de misoginia social parecía imposible de ser mezclado: su condición de mujer atractiva con una inteligencia filosa, decidida y portadora de un discurso que ya ha dejado una huella fundamental en la historia política argentina. El prejuicio, la dimensión cualunquista de cierta clase media que se siente dañada cuando se confronta con alguien capaz de argumentar con inteligencia y audacia, encontró su punto máximo en los meses del conflicto con la corporación agromediática que desplegó una ofensiva impiadosa allí donde buscó horadar y deslegitimar la figura, la voz y la inteligencia de Cristina.
Fueron los días del “doble comando”, de una Cristina supuestamente manejada por Néstor Kirchner, de los insultos y los agravios, de esas frases brutales y soeces que nos hicieron recordar tiempos aciagos en los que dominó el odio hacia la fragilidad de otra mujer que marcó la historia de los humildes en nuestro país. Contra ese prejuicio muchas veces transmutado en rencor tuvo que lidiar quien, pese a la legitimidad de origen que le dio un triunfo electoral contundente, siempre debió ponerse a prueba y sortear los obstáculos que el establishment nunca dejó de colocarle. Su impronta, la fuerza de su figura quedaron evidenciadas en su capacidad para doblar la apuesta en los momentos de mayor dificultad.
Decía, al comienzo, que si bien era esperable que Cristina anunciara su decisión de presentarse como candidata a la reelección, no deja de ser una noticia que, una vez más, opaca la debilidad estructural y la pobreza conceptual que viene ofreciendo la oposición para resaltar que, en la Argentina de estos días, el lugar generador de intensidad e inteligencia política proviene de la Casa Rosada. Es Cristina la gran electora, la voz de los acontecimientos decisivos y la que le lleva varios cuerpos a cualquiera de los referentes de una oposición que todavía no logra definir, más allá de candidaturas esperpénticas, proyectos de país que resulten sustentables y portadores de cierta seriedad ideológico política. Cristina, su interpelación siempre sensible y compleja, sigue definiendo la agenda de un presente atravesado por desafíos nacidos de un proyecto que, desde el año 2003, no ha dejado de conmover lo que parecía inconmovible o intocable en el país. Sigue siendo lamentable que una parte sustancial de la oposición continúe actuando el libreto escrito en las usinas de la corporación mediática al mismo tiempo que perpetúa, en su interior, la lógica despolitizadora de los años ’90. Confrontando con esa reducción de la política a lenguaje de gerenciadores y de empresarios, Cristina, como antes Néstor Kirchner, regresó, una y otra vez, al lenguaje político, a sus marcas ideológicas y al sentido de sus convicciones. Jamás, en sus innumerables intervenciones, dejó de darle forma y consistencia al núcleo político del proyecto y lo hizo buscando las palabras y los giros que pudieran encontrarse con las demandas populares. Cristina y Néstor recobraron el antiguo fondo litigioso de la política, ese que, también, le otorga su potencia y su mística.
3. Su figura, tocada por el vértigo impiadoso de la vida argentina, ese mismo que puede elevar a un dirigente político para después arrojarlo al vertedero de la historia o, como en el caso de Cristina, darle un golpe al corazón de los sentimientos en medio de su responsabilidad como Presidenta, no ha dejado de crecer recuperando el terreno perdido en los primeros tramos de su gobierno cuando una campaña inusualmente despiadada, cargada de prejuicio y hasta de un odio malsano, se descargó desde los núcleos del poder mediático buscando no sólo condicionarla sino, más grave, dejarla sin capacidad de decisión. Lejos de doblegarse y de replegarse a cuarteles de invierno como han hecho la mayoría de los gobiernos democráticos en el último medio siglo, Cristina, primero acompañada por su compañero y por una militancia en crecimiento continuo, desafió a los poderes de siempre doblando la apuesta y tomando algunas de las decisiones más trascendentes a la hora de reparar vida social, económica y cultural: del voto no positivo del ya invisible pequeño señor Cobos salió reestatizando el sistema jubilatorio, dándoles movilidad por ley a los haberes de los jubilados y pensionados y recuperando la línea aérea de bandera que había sido saqueada durante los ’90; de la compleja coyuntura electoral de junio de 2009, atravesada por la derrota en la provincia de Buenos Aires, se salió redoblando el esfuerzo que finalmente culminó en la aprobación de la Ley de Servicios Audiovisuales y en la extraordinaria decisión de implementar la Asignación Universal por Hijo que cambió el mapa de la exclusión en el país abriendo con potencia el camino de la reparación de los sectores más dañados. Junto con eso continuó la política de derechos humanos, las investigaciones por Papel Prensa, la consolidación de la Unasur, el fortalecimiento del modelo económico en medio de la más severa crisis de las economías centrales desde los años ’30, la apuesta por el trabajo cooperativo, la consolidación de las paritarias y de los salarios en contraposición con los brutales planes de ajuste que se vienen implementando en varios países europeos. Le dio forma también a un acontecimiento político-cultural de impensadas consecuencias cuando logró capturar, alrededor de los festejos del Bicentenario, la trama profunda de un relato de la historia capaz de interpelar con potencia inusitada a una gran parte de la sociedad. Luego siguió la aprobación de la Ley de Matrimonio Civil Igualitario que supuso doblegar al poder del prejuicio anidado en la jerarquía de la Iglesia Católica.
Difícil imaginar otro tramo de la historia nacional tan cargado de acontecimientos y decisiones trascendentes y atravesados, todos ellos, por ese parteaguas que fue la muerte inesperada de Néstor Kirchner. Una escena de tragedia griega que ni el más fantasioso e inverosímil relato de ficción hubiera podido imaginar. Una conmoción como no se recordaba en décadas; una despedida tumultuosa y multitudinaria que mostró la esencial falsedad del relato de la corporación mediática y que consolidó los lazos profundos entre Cristina y su pueblo haciendo añicos la lógica del prejuicio y la mentira que, desde marzo de 2008, había sido prolijamente desplegada por quienes, al saberse su candidatura en 2007, intentaron condicionar desde un principio su gobierno. Cristina fue tenaz a la hora de romper esos muros que buscaban asfixiarla. Fue más tenaz en las horas y los días del duelo para reduplicar el esfuerzo que le exigía una Argentina siempre inquieta y desafiante. Su tenacidad vuelve a manifestarse al hacer pública su decisión de someterse, una vez más, a la voluntad popular.

Fuente: Por Foster, Ricardo. Publicado en revista Veintitrés de la edición del 28 de junio del 2011.

viernes, 24 de junio de 2011

Kirchnerismo: La construcción de un fenómeno generacional

La articulación de las demandas sociales transformó la “normalidad” institucional. Los nuevos actores, entre el apoyo y la crítica, abrieron las puertas al cambio. Aquí, un aporte para un debate central.

El kirchnerismo como proceso político –abierto, dinámico y fluctuante– es interesante en la medida que su marca de origen es la de haber transgredido la reproducción del orden instaurado por el terror en 1975 y que se consolidó durante la década del noventa a través de gobiernos que funcionaron como correa de transmisión de las asimetrías internacionales, amplificándolas a escala nacional.
¿Dónde residió y reside la condición de posibilidad para la transgresión y la transformación de la ‘normalidad’ institucional? En la construcción de una relación diferente con las organizaciones y movimientos del campo popular que subsistieron, o surgieron, a lo largo de dos décadas, como las organizaciones de derechos humanos, las resistencias sindicales expresadas en el MTA, la creación de una central alternativa, las organizaciones de trabajadores desocupados, los movimientos de empresas recuperadas, los procesos de autogestión territorial, las luchas gremiales de base y las asambleas.
Cada vez que esa vinculación adquirió espesor también se trocó el sentido de la relación entre el Gobierno y las diversas fracciones de los sectores dominantes. Una fuerza que no se originó en dos personas –Néstor y Cristina–, ilusión que suele proliferar en relatos obsecuentes; pero también en aquellos interesados, que quieren así caracterizar una supuesta fragilidad del proyecto en gestación.
Mirar de frente. En esa relación es tan importante que la Casa Rosada no mire con la nuca la Plaza de Mayo –para decirlo como Néstor Kirchner–, como que las organizaciones del campo popular logren una síntesis entre el apoyo y la crítica, entre la comprensión de las temporalidades y contradicciones de la política y las reivindicaciones. Los mejores momentos y las mejores políticas del kirchnerismo surgieron cuando reconocieron en la organización del campo popular el potencial de fuerza para el cambio social; al tiempo que, aceptando el vaivén propio de una relación compleja, co-construyeron la resultante capaz de un más extenso campo de posibles.
Una primera resultante, constituida en marca subjetiva persistente, ocurre el 24 de marzo de 2004 en la Esma. Allí, la política institucional conectó con la larga y ejemplar lucha de los movimientos de derechos humanos. En forma simultánea, como contracara, el Gobierno Nacional inscribía en los pliegues del campo estatal la refutación de la teoría de los dos demonios, usufructuando la determinación colectiva para impulsar una transformación profunda en las Fuerzas Armadas.
Otras resultantes dieron lugar a la ley de medios, que logró modificar la institucionalidad que amparaba una estructura mediática concentrada y monocorde que silenciaba activamente voces, sujetos, perspectivas y geografías de nuestro país. Una ley que también es consecuencia de receptividades parlamentarias, ya que fue corregida y enriquecida en base a la crítica fundada de partidos opositores.
La asignación universal por hijo logró densidad popular a raíz de la práctica sindical de la CTA, que convergió con otras organizaciones en una consulta popular que diseminó el debate. Diversos partidos políticos la impulsaron también desde el Parlamento y, podríamos decir, que fue puesta en vigencia en forma tardía dada la acuciante realidad que padecían vastos sectores. Sin embargo, la importancia de esta política –que debe terminar de universalizarse y amerita una más amplia discusión sobre montos y financiamiento– es innegable porque revierte el contenido del asistencialismo focalizado del neoliberalismo que sometía a degradantes engranajes de clientelismo a los beneficiarios. Por último, la sanción del matrimonio igualitario significó el reconocimiento de una reivindicación justa y legítima de las organizaciones de la comunidad homosexual y de otras expresiones que aspiran a que el orden legal no ampute el libre desarrollo de las personas.
Se trata, en definitiva, de cuatro ilustraciones sustantivas de la cartografía resultante de la expansión de los territorios de la política: el reconocimiento y la ampliación de derechos, y la creación de institucionalidades populares.
Una relación compleja. ¿Cómo procesa el disco rígido de las elites académicas las transformaciones mencionadas? ¿Qué filtros les impiden palpar el contenido plural y democratizador? ¿Pueden tolerar la capacidad de los subalternos para crear una relación consciente y productiva con el campo gubernamental? ¿O sólo están dispuestos a elegir entre la cooptación y el comportamiento faccioso? Lógicas binarias que empobrecen nuestro oficio de investigación y, lo que es peor, contraen el presente. ¿Cuál debiera ser el carácter de la vinculación entre las fuerzas del campo popular y gobiernos como el actual? Se trata de un interrogante que ha dado lugar a discusiones apasionadas signadas, e interrumpidas, por temporalidades urgentes.
Si las organizaciones y movimientos se definen por un apoyo incondicional dilapidan fuerza de cambio. Por eso no es deseable que se transformen en “soldados” de gobiernos, una figura que, en todo caso, es consecuencia de aquellas experiencias cuya carga trágica se adhirió a las subjetividades militantes. Además, si las organizaciones y movimientos se mantienen idénticos frente a cualquier gobierno, como en un ejercicio de un contrapoder petrificado, corren el riesgo de reemplazar autonomía por automarginación del campo político, o de contribuir indirectamente al debilitamiento de los contenidos disruptivos de un gobierno.
¿Quiénes son más capaces de sustraerse a la “figura del soldado” para consolidar una relación tensa que nos permita la producción de una fuerza creadora que pueda transgredir la desigualdad y las lógicas de fractura social que aún vuelven persistente el núcleo duro del neoliberalismo? Sin duda esta respuesta es múltiple y compleja.
Generaciones. La juventud es más que una palabra cuando logra convertirse en generación. Karl Mannheim sostenía que “es fácil demostrar que la contemporaneidad cronológica (...) no basta para constituir situaciones de generación análogas. (...) No se puede hablar de una situación de generación idéntica más que en la medida en que los que entren simultáneamente en la vida participen potencialmente en acontecimientos y experiencias que crean lazos. Sólo un mismo cuadro de vida histórico-social permite que la situación definida por el nacimiento (...) se convierta en una situación sociológicamente pertinente”.
Las generaciones no son hechos naturales, son producidas por los sujetos cuando logran construir una singularidad, una diferencia. La generación se hace en medio de una densidad histórica que interpela a construir una socialidad transformada. Se hace lugar en la historia con pocos modales, rechazando los fantasmas del pasado que acechan el presente.
Ojalá las juventudes contemporáneas se animen a hacer generación, replicando menos e inventando más, evadiendo la reposición nostálgica y haciendo un uso más autónomo de las experiencias pasadas para impulsar la elaboración colectiva de un modelo de desarrollo alternativo. Sospecho, aunque esto ahora no importe, que sería el mejor homenaje a aquellas ideas.

Fuente: Abal Medina, Paula. Publicado en Miradas al Sur de la edición del 19 de junio del 2011.

Análisis político: La nueva realidad frente a las elecciones de octubre.

Los desafíos, alianzas y políticas del gobierno de Cristina Fernández frente a la inoperancia de los sectores opositores y de los grupos de poder más concentrados de cara a las elecciones de octubre.
 

Latinoamérica no se merece ser colonia de nadie. En realidad, ningún pueblo merece ser colonia ni mucho menos de un imperio centrado en actores de dominio y de control político, social, económico y cultural al nivel global. Ningún país merece ser apropiado por los intereses de países más fuertes en términos capitalistas. Ningún pueblo merece ser apropiado de buena parte de su conciencia nacional y de sus historias y crónicas, de su cultura y las formas, diversas y complejas, en que manifiestan esos valores. Ningún pueblo merece ser apropiado por el fatalismo propio del reformismo como fin último, y su consecuente realismo político, que nos plantea que es imposible sacudirse del yugo imperial. Ningún pueblo merece ser apropiado por una casta de tecnócratas que solo están al servicio de sus propios intereses postura que, al fin y al cabo, no es condenable así a simple vista, sin embargo, la condena a semejante servicio viene dado por el hecho de que esos intereses no solo son los de una minoría sino que, además, entorpecen la satisfacción de las necesidades y los intereses de las mayorías que, en el régimen democrático, se expresan de la manera más noble a través del bien común que es definido a partir de las acciones que los diversos actores y sujetos, colectivos, sociales y políticos, llevan adelante en lo que es la gestión pública de los asuntos que importan a todos. Ningún pueblo merece tampoco ser saqueado por otros, extrayendo sus riquezas que esta vez quedan al servicio de los centros globales del poder dominante.
Por lo mismo, en la medida en que nadie merece en verdad semejantes atrocidades, siempre acometidas en nombre de una democracia y de unos derechos formales y abstractos, el cambio en los términos de los gobiernos populares, en términos de democracia y de inclusión, en términos de defensa de la vida de los trabajadores, en términos de cambios estructurales, busca terminar con cada una de las imposiciones, control y dominio por la fuerza de unos y la impotencia de otros. Por eso, los regímenes de gestión popular son parte de un proyecto que es necesariamente humanista. Nuestro proyecto es un solo proyecto alimentado de distintas corrientes políticas e ideológicas mientras que, al mismo tiempo, el proyecto de los sectores opositores es no tener proyecto o, mejor aún, es el proyecto que nada nuevo puede traernos, es el neoliberalismo y sus crisis, ajustes, libre mercado y privatizaciones. Por supuesto, intentan matizarlo, tratan de esconder las consecuencias más graves de su imposición e intentan acallar la historia de los últimos años. Pero, más allá de todo eso, sabemos que el programa político de los sectores y grupos que componen la oposición política a los gobiernos populares es tremendamente conservadora porque insiste en la exclusión de los intereses de las mayorías pretendiendo de esa forma negarnos lo mejor de la historia y las riquezas de las luchas de los trabajadores. Sin embargo, no por eso la conquista del humanismo, de la inclusión de las mayorías, será un acto mecánico, es decir, no se produce por generación espontánea sino que, antes bien, se impone en la medida en que la lucha por mejores condiciones de vida se vuelve una realidad. El cambio de las estructuras del régimen con vistas a radicalizar los procesos democráticos en favor de los trabajadores así es también un acto consciente que precisa de todos nosotros porque de lo que se trata es de irrumpir contra la cultura dominante y en favor de la necesidad de la liberación de las mayorías.
La participación de las mayorías en la gestión de los asuntos públicos, a partir de los cuales se define la agenda de gobierno, es central porque el humanismo significa, ni más ni menos, que el mayor salto que la humanidad puede dar. Significa superar todos y cada uno de los sistemas de explotación para fundar un régimen político basado en relaciones sociales mucho más fraternas y para beneficio de todos. El principal escenario de la confrontación es el alma del régimen político, es decir, todas las batallas que se libran en la cultura, contra la lógica del saber de los dominantes, que es precisamente donde se desarrollan los combates principales. Es allí donde se inscribe la deformación mediática que buscan desmoralizar el campo popular para despojarlo, vía realismo político, de las razones por las que es necesaria la lucha. El campo de la cultura es el núcleo de la lucha por la primacía o el sometimiento de las urgencias de los trabajadores, en favor o a expensas de los patrones de acuerdo a cómo se desenvuelva esa misma lucha, porque se trata de sustituir el foco creador, el arte de poder de los dominantes en beneficio de un arte democrático y popular cuya génesis combate la cultura de la explotación, del egoísmo y del individualismo. Este foco de creación intenta evitar la continuidad de esa realidad que permite que algunos hombres, los dueños de los medios y factores de producción, se apropien del trabajo de otros hombres, los exploten y los esclavicen. Entonces, es éste el núcleo de la explotación y por lo tanto la matriz fundamental en las que se basa la lucha por la primacía de unos o de otros intereses, de los patrones por un lado y de los trabajadores por el otro.
Teniendo en consideración ese núcleo central que constituye la cultura nacional, ya sea de tipo dominante o popular, en el ámbito de la lucha por la primacía de unos intereses sobre otros, en el caso de Argentina, los medios masivos de comunicación y de información continúan por ello apostando, de cara a las próximas elecciones presidenciales de octubre, a esa deformación mediática y a diversas operaciones políticas que buscan desgastar al gobierno de Cristina. Así, hasta por lo menos el mes de abril del presente año, las figuras y líderes políticos que, con una gran amplitud de criterio, podríamos definir como de cierto relieve opositor depositaban su confianza en que las primeras figuras de las grandes corporaciones nacionales, que responden a los intereses de los grandes centros globales del poder, como el grupo Clarín, Techint o La Nación- liderados por hombres como Magnetto, Rocca y Saguier respectivamente- definieran las fórmulas presidenciales que se opondrían al régimen inaugurado con la llegada de Kirchner y continuado por Cristina. Clarín esperaba algún resultado positivo con la realización de las internas del peronismo, opositor y supuestamente federal y democrático, para después sumar al PRO a ese cóctel. A su vez, Techint había pactado con Sanz para abrir una puerta a la figura más potable del PRO, es decir, la diputada Gabriela Michetti. Por su parte, Saguier jugaba sus fichas por los radicales para las elecciones nacionales. Sin embargo, otra es la realidad que se impuso. Es decir, cada uno de los posibles escenarios en que sostuvieron su fe esas corporaciones se vino abajo porque no se contempló la extrema debilidad de sus candidatos ni tampoco la consistencia de las políticas populares del gobierno de Cristina y los principales referentes políticos que la acompañan.
En relación a las diversas operaciones políticas que buscan sostener en el tiempo a partir de la deformación de la realidad de la mayor parte de los trabajadores, a través de la mentira y de las múltiples tergiversaciones del momento político en que vivimos, esas corporaciones apostaban fuertemente a crear fisuras entre el gobierno y la CGT como genuina representación de la mayor parte de los trabajadores y también entre la Presidenta y el gobernador Daniel Scioli. En este ámbito también fueron parte de un gran fiasco porque no lograron crear fisuras en el kirchnerismo ni tampoco pudieron eslabonar candidaturas opositoras reales a la eficiencia de la gestión del gobierno que continúa haciendo camino al andar, siempre más y nunca menos. De una parte, el país cumple ocho años de un proceso de transformaciones que definitivamente son estructurales por el cambio en el sentido y en la lógica de la gestión pública que lograron conseguirse con esos cambios, que incluye incluso a los medios de comunicación, y cuenta con el liderazgo consolidado de la Presidenta. Por otro lado, desde los sectores y los grupos opositores al gobierno ya ni siquiera está la posibilidad de apelar a propuestas, proyectos y programas que interesen a los trabajadores que se oponen al gobierno, que además los hay y son muchos. Para ellos sólo se trata de dialogar a través de los medios de comunicación y entre ellos porque lo contrario, es decir, el debate abierto de cara a la sociedad es muy peligroso para sus intereses porque, de una o de otra manera, el régimen democrático necesita de opositores que sean responsables.
La rebeldía del cambio popular sigue estando en la iniciativa del gobierno y difícilmente la puedan asumir esos políticos otrora oficialistas, hoy en el sector de la oposición, que fueron muy eficientes y leales a los intereses de los centros globales del poder cuando desde los '90 en adelante impusieron el saqueo y ordenaron la represión al pueblo, que hastiado de tanta injusticia, se movilizó a fines de diciembre del 2001 pero que, a su vez, fueron absolutamente ineptos a la hora de gobernar. En ese contexto, es bastante interesante el análisis concreto del proceso histórico en movimiento inaugurado a partir del 2003 para entender la causalidad del kirchnerismo y su proyección de más largo plazo. En otras palabras, la clave de todo está en seguir el movimiento que acompañan pero que también protagonizan los trabajadores desde el 2003.
Surgen entonces un par de cuestiones al respecto. De cara a la crisis que estalló en el 2001, que fue el principio del fin de la hegemonía absoluta del neoliberalismo, y que expresó en el campo de la política la más increíble crisis de representación de los partidos y movimientos políticos en general, que incluye hasta hoy al propio peronismo, ¿quiénes están en condiciones de nominarse como los nuevos actores y sujetos políticos que recuperaron la confianza social y el protagonismo de la política como herramienta de cambios después de la catástrofe producida por el propio automatismo de los mercados cuyo fundamento expresa el neoliberalismo? ¿Podrían ser los radicales que giran hacia la derecha renegando de un alfonsinismo que por lo menos en lo formal es partidario de la democracia, de los derechos humanos y del régimen de bienestar? ¿Podría ser la derecha partidaria, oportunista e incluso fascista que se expresa en líderes tan impresentables como Macri o De Narváez? ¿Podría ser en todo caso esa izquierda abstracta y la progresía ubicadas en la vereda contraria al colectivo nacional y popular que tanto combatieron intelectuales como Jauretche o Hernández Arregui? Me parece que las respuestas están a la vista porque en verdad, los sectores opositores desde hace un buen tiempo, desde ese diciembre del 2001, cuando fueron repudiados por las mayorías, continúan hoy en caída libre, con sus idas y sus vueltas, con su atomización y con cada uno de los papelones a los que ya nos tienen acostumbrados. Ellos, sus matices, sus formas de pensar y sus políticas, sus ideologías y partidos políticos simplemente son parte de una patética expresión de un país en decadencia, ese país que se conformó por un régimen político claramente divorciado de los intereses y necesidades de los trabajadores. Es que, en fin, lo nuevo ya hace un buen tiempo que nació y por lo mismo no podemos ser tolerantes ni mucho menos condescendiente con ese espacio opositor que, imbuido de los peores vicios del poder mediático y de ciertos jueces que representan lo peor de la corporación judicial, cómplice estructural de las violaciones de los derechos humanos y del saqueo de los recursos naturales de los '90, intentó asaltar el Congreso después de su estéril triunfo electoral en el 2009. No son distintos de los que se amotinan en el Banco Central, de los que votaron contra la ley de medios que propone una democracia basada en mayor pluralismo, de los que se negaron a apoyar el matrimonio igualitario o la asignación universal por hijo o de los que continúan del lado de la patronal rural como peor expresión del país que se niega a morir y ceder, aunque sea mínimamente, en sus privilegios de clase.
En definitiva, lo anterior nos muestra que la lucha es imprescindible en la defensa de lo conseguido hasta hoy para después apostar todo a la radicalización de los cambios. En la medida en que así suceda, en que la lucha se vuelva la protagonista de una historia mejor, democrática y popular, este nuevo siglo será del pueblo y de la gestión de los trabajadores. Ya es tiempo de decir basta a la oligarquía que nos gobierna desde la época incluso anterior a nuestros procesos de independencia. Ya basta de los abusos y de los privilegios de una plutocracia que no cesa de acumular riquezas y que hace de nuestros regímenes políticos simples instrumentos de un mercado financiero y bursátil que responde a intereses que no tienen relación alguna con nuestras necesidades de crecimiento y de desarrollo.

Referencias bibliográficas:

Anguita, Eduardo: “La oposición y el mal uso de los medios” Publicado en Miradas al Sur de la edición del 29 de mayo del 2011.
Castro, Fidel: “Que la vida humana se preserve” Publicado en Debate Socialista de la edición del 10 y 12 de septiembre del 2010, Año 2, número 113.
“Del Bolivar de Karl Marx al marxismo bolivariano del siglo XXI” Publicado en Debate Socialista de la edición del 10 y 12 de septiembre del 2010, Año 2, número 113.
Giles, Jorge: “En la Argentina, gobiernan los indignados” Publicado en Miradas al Sur de la edición del 29 de mayo del 2011.
Reyes, Neftalí: “Fidel, un humano trascendente” Publicado en Debate Socialista de la edición del 17 y 19 de septiembre del 2010, Año 2, número 114.

Autor: Alfredo A. Repetto Saieg.