sábado, 6 de agosto de 2011

La consigna ganadora: comediantes sí, libros no.

El único roce que tuvo Del Sel con el poder fue haber sido uno de los bufos que entretenía al ex presidente Menem. Sin embargo, supo capitalizar con maestría su condición de novato.

Ante el 35,17% de los votos obtenidos en las elecciones santafesinas por el candidato del PRO, Miguel del Sel, la diva de los teléfonos, Susana Giménez, expresó su beneplácito con las siguientes palabras: “Cuando viene alguien por fuera de la política, tan puro, bueno y serio, que se ganó la guita como todo el mundo sabe… Vos sabés que yo te amo, Miguel.” Lo cierto es que, a su modo, ella había dado en el clavo. Al respecto, el sociólogo Horacio González diría: “La aparición del cómico implica un vaciamiento de la palabra política.” Y al referirse a su esquema de campaña, señaló: “Aquel falso inmediatismo entre el votante insatisfecho y el político improvisado que declara con jactancia su ‘no saber’ es un fenómeno nuevo y preocupante que hasta ahora no se había dado con esa extensión y como campo de operaciones de la nueva derecha.” Claro que tal juicio de valor no tardó en encender la polémica. “Gorila siempre fue el que se cree más inteligente que el pueblo y se enoja por el voto de la gente”, sentenció el ex titular del Comité Federal de Radiodifusión (COMFER), Julio Bárbaro, quien agregaría: “A veces, un humorista tiene una comprensión de lo popular muy superior a la de un docente, que sólo tiene a 50 personas que lo aplauden.” Dicho de otra manera: ¡Comediantes sí, libros no!
Es que la conversión misma de este personaje en líder de aquella imprecisa categoría social a la que se denomina “la gente” fue fruto casi de un chiste.
Todo empezó en la estancia tandilense La Carlota, durante la fiesta nupcial de Mauricio Macri y Juliana Awada. Ese jubileo ya de por sí parecía un gag. Fue cuando el novio sufrió un principio de asfixia mientras imitaba a Freddie Mercury, al tragarse un bigote postizo. Al rato, ya obnubilado por la mezcla de champán y clericó, le ofrecería al integrante de Midachi encabezar la lista del PRO en Santa Fe. Y lo hizo ante la sorprendida mirada de su guía espiritual, Jaime Durán Barba. Dicen que, a los pocos minutos, Mauricio se olvidó del asunto. Pero días después, al regresar de su luna de miel, el gurú ecuatoriano, quien ya había encargado una encuesta al respecto, lo abordó para informarle: “Miguelito arranca con una intención de voto del 20%.” Ello selló el destino del cómico.
A partir de aquel instante, Del Sel tuvo el coraje de adentrarse en un mundo signado por la agresividad. Sólo bastó que en su primer discurso de campaña ese hombre expresara su deseo de que “los negritos se bañen con agua caliente y dejen de manguear” para que el régimen desatara en su contra un implacable hostigamiento, iniciado con una denuncia por discriminación en el INADI. Sí, en cambio, se le podía echar en cara su falta de experiencia. Es que en sus 53 años de vida, el único roce que tuvo Del Sel con el escarpado mundo del poder fue haber sido uno de los bufos que en los ’90 solía entretener las sobremesas de su gran amigo, el ex presidente Carlos Menem. Sin embargo, Del Sel supo capitalizar con maestría su condición de novato. En este punto tuvo algo que ver el consejo del senador Carlos Reutemann, quien únicamente con una frase se convertiría en el pionero de su estrategia para conquistar el corazón de las masas. “Miguel, metele para delante; podés hacer las cosas bien o mal, hacelas bien. Vos dale tranquilo. Seguí tu intuición. Porque sos un buen tipo”, fueron sus exactas palabras.
Del Sel, quien empezó la campaña pensando en un lejano tercer lugar, llegó a la última semana peleando el segundo y, durante buena parte de la noche del 24 de julio creyó que podría ser el ganador. En tales circunstancias, siempre al borde de las lágrimas, insistía en definirse como un personaje no contaminado por la raza política. Sin embargo, las figuras que durante ese domingo acudían a su búnker –las cuales hasta entonces habían permanecido ocultas– dejaron en evidencia el verdadero lugar que Del Sel pretende ocupar. Tanto es así que en semejante desfile resaltó la presencia del candidato a vicepresidente por la UCR, Javier González Fraga; también asomó la cabeza el ex titular del Banco Central, Martín Redrado, junto a una delegación de altos dignatarios del PRO porteño, encabezada por el propio Macri y algunos integrantes de su gabinete. En tanto, desde algún lugar de Buenos Aires, Eduardo Duhalde se adjudicaba la buena labor de Del Sel como propia.
En cierto modo, al ex presidente interino le asistía la razón.
Es que –mientras el macrismo cincelaba la carrera electoral del humorista a través de una compleja ingeniería de publicidad y mercadotecnia, diestra en el arte de teñir con el aparente atributo de la simplicidad la auténtica raíz de su ideología– Duhalde no vaciló en aportar sus recursos humanos. Las huestes de los gastronómicos y de la UATRE (los gremios encabezados respectivamente por Luis Barrionuevo y Gerónimo “Momo” Venegas) brindaron a Del Sel apoyo y fiscalización, junto a otros dos colectivos que vale la pena resaltar: la Unión de Presos Políticos de la República Argentina y el Movimiento Republicano Cívico Militar. Ambas, desde luego, integradas por represores condenados por delitos de lesa humanidad. “Hay camaradas, familiares y amigos que trabajan intensamente en Santa Fe, involucrándose en la campaña de Miguel del Sel, ya que él ha asumido un compromiso concreto en relación a nuestros intereses de finalizar definitivamente con los juicios”, sostiene la llamada Circular 12, suscripta el 7 de julio por la primera de esas organizaciones.
Miguel Del Sel, al fin y al cabo un hombre agradecido, no dudó en retribuir tales gentilezas con el siguiente anuncio: “En octubre voy a votar a Duhalde”.


Fuente: Ragendorfer, Ricardo. Publicado en Tiempo Argentino de la edición del 30 de julio del 2011.

El orígen del peronismo.

El triunfo en las elecciones presidenciales del peronismo por allá a fines de la década de los '80, de la mano de Menem y luego de la crisis y del descalabro político, económico, comercial y social que significaría de ahí en más cada uno de los gobiernos con eje central en el radicalismo, que luego además significará un cambio de rumbo estructural en relación a las banderas históricas del movimiento, que de la mano de Menem jugará todas sus cartas en favor del neoliberalismo en boga, colocaron la cuestión del origen y las características del peronismo como movimiento en el foco de atención de académicos, de periodistas y de políticos que por una u otra razón se interesan en el proceso político argentino. También lo hizo, de manera mucho más profunda y radical, la aparición del kirchnerismo y su idea de transversalidad porque éste implicó múltiples transformaciones y cambios en las estructuras del régimen político que movilizaron a nuevos y viejos actores y sujetos políticos, muchos de ellos aletargados por la gran noche neoliberal, que se tradujo en un nuevo protagonismo de la política como verbo y acción transformadora. Entonces, se plantean otras preguntas acerca de la naturaleza y el origen, los valores, la ética y fundamentos de las acciones del peronismo, su capacidad política o no para adaptarse a la realidad, sus transformaciones, su lugar y su propia posibilidad de incidir en las políticas auspiciadas desde el régimen. Así, si consideramos la primera época del peronismo en el gobierno vemos que éste, por la propia profundidad de las reformas y las nuevas maneras de movilización y de participación de los sectores populares, antes totalmente ausentes y marginados de protagonismo respecto a la vida política de la Nación, logró dividir a la sociedad argentina en dos sectores hasta hoy claramente irreconciliables. Se dio de esa manera porque el peronismo, en primer lugar, es la expresión más clara y definitiva de la forma que adquiere la lucha de clases en el país, el combate contra el capital en favor de los intereses de los trabajadores que, bueno es recordarlo, son los auténticos generadores de la riqueza.
En esas circunstancias, el general Perón logró polarizar las opciones políticas como ningún otro político porque además, para los distintos actores y sectores sociales de la época, tanto para los grupos dominantes como para los descamisados, la experiencia de cambios tuvo consecuencias muy distintas de acuerdo de qué lado se estaba, a qué lado se pertenecía y a partir de qué intereses se defendían y prevalecían. Si para un importante sector de trabajadores el decenio de Perón significó mejorar sus condiciones reales de vida, esto tuvo que ver con políticas públicas relacionadas con una fuerte redistribución de los ingresos a partir de una serie de medidas, pero también tuvo que ver con la definitiva incorporación de esos sectores populares a la lucha política que de ahora en adelante, como nuevo actor y sujeto político, adquiere un rol protagónico en la defensa del bien común, de las mayorías. Por su parte, para los sectores medios y una buena parte de la intelectualidad, la experiencia de los gobiernos peronistas implicó un tremendo trauma en todos los aspectos, incluso a nivel ideológico y cultural, por la reformulación de muchos conceptos. Tanto para políticos, dirigentes e intelectuales de la izquierda tradicional argentina como para la derecha política (a excepción tal vez de algunos grupos nacionalistas), el peronismo era una prueba de que en alguna medida el proceso político y social del país ya no se adaptaría a las reglas tradicionales y estaba escapando de su control porque, en realidad, era obvio que muchos de los cambios traídos por el peronismo eran irrevocables por lo menos hasta la aparición del neoliberalismo casi medio siglo después. Para algunos se hizo patente que desde ahora existía otra Argentina, para la que la experiencia del peronismo en el gobierno, lejos de tener las constantes características demoníacas, autoritarias y fascistas que algunos sin éxito le quisieron atribuir, representó en la práctica el único camino válido de los sectores populares para obtener por primera vez en la historia su dignidad y el mejoramiento de las condiciones sociales en general. Por último, por ese mismo carácter de dignificación de los sectores y la cultura popular ahora con representación, con voz y con voto, para los patrones el peronismo era simplemente impresentable.
Así, estoy planteando que desde sus orígenes, en la práctica política, el peronismo siempre estuvo relacionado con la liberación de los sectores populares de las ataduras del capital y la soberanía nacional que esa libertad conlleva. Y esa práctica política, consecuente con determinados valores que son centrales y que lo reivindican necesariamente como movimiento de liberación, lo vuelven hacia la formulación de un régimen que es popular, nacional y soberano. Entonces, bajo la concepción del peronismo como movimiento de liberación, de libertad y de lucha por la imposición de los intereses, urgencias y necesidades de los trabajadores, estamos ante un movimiento que no solo es espontáneo y masivo, en el que los trabajadores tanto de ayer como de hoy se movilizan sino que además, esa movilización y esa espontaneidad de los trabajadores, en ese inolvidable 17 de octubre por ejemplo, hacen que Perón emerja como líder histórico. Son los trabajadores los que crean a Perón como líder y no Perón el que manejó o manipuló a los trabajadores como muchos sugieren. En este sentido, el peronismo es un movimiento histórico, es lógico y es racional políticamente, es consecuente en sus valores y popular a pesar de ciertas limitaciones ideológicas y estratégicas importantes que tienen más relación con la concreta situación de dependencia estructural de Argentina antes que otra cosa. De todas formas, nunca en la historia del país hubo un movimiento que desde su origen fuese totalmente claro en sus formulaciones. Sólo la experiencia propia, las lecciones de las derrotas y de las victorias, el fracaso relativo de sus líderes incluso, han permitido a los trabajadores, en etapas sucesivas, realizar un balance íntimo de su orientación y seleccionar las ideas y los caudillos que la lucha siempre demanda. Esto no es menor porque la acción política del peronismo en su etapa inicial, en sus orígenes y hasta hoy, es central para entender sus paradigmas y valores. Es que bajo los símbolos elementales del peronismo enormes columnas de hombres y mujeres, que antes vivían en el retraso estructural del conservadurismo y de la reacción, hicieron su ingreso triunfal en la política. La dirección que abrazaron fue históricamente correcta porque no había ninguna otra conducción política capaz de reivindicar los intereses de los trabajadores, ni ayer ni hoy.
A estas alturas, el peronismo ya no es un movimiento populista (me parece que solo es posible hablar de populismo en el caso de la derecha) sino que más bien es un movimiento popular y así sus límites son difusos porque eventualmente está capacitado para ampliarse a todos los movimientos, a todas las organizaciones y partidos o conglomerados y frentes políticos que pretenden representar a los trabajadores o de parte de ellos. De esa manera, eventualmente existen un sinnúmero de formas de organización válidas que responden en términos generales a la conducción estratégica y/o hegemónica del movimiento. Esto se refleja actualmente en una lógica de construcción frentista, es decir, en una composición política donde hay una diversidad de organizaciones con múltiples elementos y perfiles ideológicos pero que persiguen los mismos objetivos en especial en esta época histórica donde vemos florecer mil flores. Además, esta cantidad de formas organizativas tienen capacidad para analizar, plantear y disputar cómo y hacia adónde se va. Finalmente, el peronismo es resultado histórico de algunas importantes condiciones objetivas producidas en las primeras décadas del siglo XX. Es decir, es resultado de migraciones internas, del movimiento de columnas de hombres y de mujeres, de peones y campesinos que prácticamente fueron trasladados a las ciudades y convertidos de peones rurales en artesanos u obreros industriales que, de un momento para otro, adquirieron significación y protagonismo político a partir de los canales institucionales creados por el peronismo que así inaugura una nueva democracia. Fue la política continua de represión de los intereses y derechos de las mayorías bajo los gobiernos anteriores al peronismo y las severas limitaciones de funcionamiento de la democracia por esa misma fecha y el general descreimiento y escepticismo creados por toda esa experiencia de fraudes patrióticos, unidos a la ausencia de partidos realmente capaces de proporcionar una expresión genuinamente popular y adecuada a las urgencias y necesidades de los trabajadores, que los dejaron en disponibilidad para ser incorporados por el movimiento peronista que les ofreció participación, dignidad, derechos y deberes.
De lo anterior se sigue que el peronismo es un movimiento nacional y popular, con un perfil claramente programático en términos estratégicos y políticos, que tiene determinados ejes básicos de acumulación de poder desde donde convoca al conjunto de los trabajadores porque las históricas banderas de la libertad económica, de la justicia social y de la soberanía política del país, implicaron un punto de encuentro básico y definitivo para todos los que entendían que, en un país estructuralmente dependiente de los centros globales de poder como Argentina, había que consolidar el mercado interno a través de un régimen político a la altura de las circunstancias, es decir, con altos niveles de organización política del conjunto de los actores del campo popular. De ahí el creciente desarrollo de los sindicatos y las organizaciones obreras, sociales, culturales y empresarias que intentaron consolidar las condiciones materiales y culturales que hacen viable el crecimiento y el desarrollo en términos de soberanía política. Cada uno de esos sectores tiene sus capacidades, sus maneras y sus limitaciones propias, sin embargo, el esfuerzo conjunto hacen a un esquema de desarrollo nacional. De ahí se deriva el inherente carácter transversal del peronismo y de sus herederos inmediatos. El carácter transversal y frentista así no es nuevo porque es originario del peronismo. De todas maneras, lo interesante de este tiempo es que con el reverdecer de la militancia a partir del 2003, los sectores políticos críticos que se encolumnan en el peronismo se potencian tanto en calidad como en cantidad frente a la falsa opción que significó el progresismo y la izquierda tradicional en general que siempre militaron por el reformismo o la utopía política. Tampoco hay que olvidar el propio mérito. Es interesante entender también que es una nueva militancia que toma otros significados a partir de la tarea y del impulso del gobierno de Néstor Kirchner primero y de Cristina Fernández después.
A modo de conclusión, habría que decir que la columna vertebral del peronismo es, fue y será el propio peronismo, pero su motor y sostén primero siempre fueron los trabajadores. Por eso, no me parece correcto mencionar al peronismo y a los trabajadores sin pensar en el propio general Perón. Cada novedad y cada nuevo brío, las conquistas defendidas y los derechos así conquistados, cada nuevo valor y cada reivindicación introducidas en esta etapa por el kirchnerismo, como nueva etapa de transformación, nos remiten a la idea del peronismo que es la militancia de los trabajadores. Nos remite a la mística, al despertar de las generaciones más jóvenes y al volver a vivir con más compromiso, con más solidaridad y con una ética que va mucho más allá de los valores del individualismo que son inherentes al neoliberalismo y sus reacciones políticas. El kirchnerismo como heredero y continuador del peronismo y este mismo, osea, el peronismo entendido como un movimiento que es popular, que es soberano y que además es independiente y reivindica los valores y las condiciones de vida de los trabajadores, piensa y actúa en términos políticos y estratégicos ampliando horizontes a partir de la inclusión social que trae aparejada esa misma ampliación de los derechos de los trabajadores. Actúa en términos políticos revalorizando la bandera de la cultura del trabajo como motor de inclusión y de crecimiento. Respecto a la idea de transversalidad, ésta en ningún momento fracasó como sumatoria de estructuras políticas, como intento de construcción de una mayoría para el cambio porque la transversalidad, como vemos, es inherente al peronismo en tanto movimiento. Es que el peronismo ejerce una atracción natural hacia otras corrientes ideológicas y de opinión con anclaje en la representación de los intereses y de la cultura popular. En estos años, los cambios devenidos desde el kirchnerismo potenciaron esa característica. Por eso, es bueno hablar de transversalidad porque siempre estuvo presente en el peronismo. ¿No era acaso eso lo que pasaba en la década de los ’70? Entonces, el propio carácter popular del peronismo implica la apertura y la unidad de los trabajadores y sus organizaciones, es decir, la transversalidad es una variable política, ideológica y estratégica constante que nos acompaña desde siempre. No es una excepción porque es la regla. Los modos pueden ser cambiantes pero la transversalidad es permanente toda vez que los movimientos populares en general lo son precisamente porque buscan la inclusión, la participación y la movilización de todos en beneficio de la gestión democrática de los asuntos públicos.


Referencias bibliográficas:


Russo, Miguel: “Carta Abierta a Carta Abierta” Publicado en Miradas al Sur de la edición del 24 de julio del 2011.
Carlos Tomada: “El peronismo siempre fue transversal” Publicado en Miradas al Sur de la edición del 20 de marzo del 2011.
Montoya, Roberto: “Noticias del Primer Mundo” Publicado en Miradas al Sur de la edición del 24 de julio del 2011.
Ben Plotkin: “Perón y el peronismo: un ensayo bibliográfico”
Lennie, Matías: “Sobre las diferentes lecturas del peronismo”