sábado, 7 de agosto de 2010

Documento: "La gobernabilidad democrática en un contexto de desarrollo"

Todas las políticas públicas de características neoliberales, apoyadas y sustentadas ideológicamente por autores como Popper, Hajek, Friedman o Fukuyama entre tantos otros, sobreviven a pesar de la crisis del sistema comercial global, una crisis financiera y especulativa de fines del 2007 que afectó mayormente a los países centrales, los más desarrollados que, aún así, con su prepotencia y su fundamentalismo económica y político, continuaron insistiendo en políticas de desregulación, de flexibilización laboral y ajustes. Son políticas que sobreviven a pesar de que, en esta actualidad de crisis global, pero también de cambios y de ciertas oportunidades, es posible obtener importantes lecciones sobre las medidas y las políticas económicas a aplicar, incluso en estos períodos de crisis, contrastando con la experiencia de nuestros propios países, es decir, los periféricos que, desde fines del siglo XX en adelante, empezaron a aplicar políticas económicas heterodoxas que, en varios casos, derivaron en regímenes políticos más radicales, de cambios y transformaciones alternativas, como en Bolivia, Ecuador, Venezuela y, en menor medida, Argentina. (1)

Entonces, si tenemos en cuenta el desempeño económico de cada uno de estos países desde fines del siglo XX en adelante, incluido su desempeño durante la crisis global que se hizo sentir a partir del 2008, en relación a las tres décadas previas de globalización financiera, es decir, desde los años ’70, pasando por la década perdida de los ’80 hasta los ’90 de dominio neoliberal, la lección más importante al respecto es el nuevo rol determinante de las políticas públicas macroeconómicas impulsadas desde gobiernos que buscan construir regímenes políticos alternativos para enfrentar, de la mejor manera, el desafío del crecimiento y del desarrollo con inclusión social manteniendo, por ejemplo, la estabilidad financiera a través del superávit fiscal, financiero, un tipo de cambio de equilibrio desarrollista y la acumulación de reservas del Banco Central con las que se financian estos nuevos procesos de inclusión social, de crecimiento y de expansión de la producción de bienes y servicios nacionales.

Así, las múltiples políticas públicas características del nuevo modelo inclusivo, nacional y popular, en relación a la cuestión macroeconómica son las siguientes: primero, un sistema cambiario de flotación administrada porque éste combina la flexibilidad del tipo de cambio con las intervenciones discrecionales de la autoridad monetaria en el mismo mercado cambiario. En segundo lugar, la acumulación de una considerable cantidad de reservas internacionales por parte del Banco Central porque, en fin, son esas mismas reservas las que le dan vialidad al régimen político a través de la confianza de los inversores, públicos y privados, por lo que, a su vez, en cierto modo, financian el crecimiento y el desarrollo por lo menos en una primera etapa, bastante duradera en el tiempo, de transición a regímenes políticos mucho más radicales. En ese contexto de acumulación de reservas, es necesario superávit fiscal y de balanza de pagos. Por otro lado, es necesaria una política monetaria que sea activa y que se vea facilitada por la esterilización de las intervenciones oficiales en el mercado cambiario y la inexistencia de dominancia fiscal. Finalmente, el régimen político, siempre en relación a las políticas macroeconómicas básicas, es decir, que financien y den sustento político y económico a los cambios políticos, necesita plantear, defender y preservar un tipo de cambio de equilibrio desarrollista que, entre otras tantas funciones, tiene que evitar la fuerte apreciación de nuestra moneda local para defender los bienes, los productos y servicios nacionales en relación a la competencia venida desde el exterior.

Por ejemplo, cuando hablamos de las retenciones, de los subsidios, de aranceles o derechos de exportación (…) es necesario que todos los actores sociales y políticos involucrados reflexionen sobre este y otros tantos temas en los que subsiste mucha confusión porque si en realidad, en el tema de las retenciones al campo, en el caso de Argentina, o derechos de exportación y otros tributos o impuestos a los múltiples productos ligados a las materias primas, donde nuestros países tienen ventajas comparativas, se piensan solo desde el punto de vista de la distribución del ingreso, en realidad, estamos confundiendo los tantos porque lo que está en juego es, nada más y nada menos, que la estructura política, productiva y el desarrollo y crecimiento económico de nuestros pueblos. Por eso, es muy difícil llegar a un acuerdo mientras el problema se discuta en términos de distribución del ingreso. Porque, si el objetivo de las retenciones, de los derechos de aduana o de aranceles fuera simplemente aumentar la recaudación del sector público, entonces, los sectores económicos y productivos gravados por esos mismos impuestos o aranceles, podrían razonablemente preguntarse porque gravar solo su sector y, en todo caso, porque no por otros medios, por ejemplo, a través de un impuesto a las ganancias o a la tierra libre de mejoras. Lo mismo sucede si cada uno de estos instrumentos fiscales, en el caso de Argentina y concretamente en el sector agroindustrial, se piensan solo para desacoplar los precios internos de los alimentos que consume la población de los precios internacionales, manejados a través de los múltiples intercambios en el sistema comercial global, porque el mismo objetivo podría alcanzarse con los subsidios. En resumen, las retenciones, y cada uno de estos impuestos o gravámenes, para ese fin concreto perfectamente podrían ser suplantados por otros instrumentos. Sin embargo, para el único fin para el que estos impuestos son insustituibles es para establecer tipos de cambio diferenciales, que es lo realmente importante en relación a la competitividad de toda la producción nacional e interna que se encuentra sujeta a la competencia de los bienes y servicios internacionales.

Así, es necesario entender porqué es fundamental la rentabilidad de toda la producción nacional sujeta a la competencia internacional para que, en definitiva, seamos capaces de construir, a través de un proyecto político nacional, soberano y popular, un régimen político de defensa de los intereses de las mayorías, es decir, de los trabajadores como clase de trabajadores. Es fundamental esa rentabilidad por la simple razón que toda la cadena agro industrial y de la producción de materias primas en general, genera, a lo más, un tercio del empleo al interior de nuestros países por lo que, en fin, es un sistema económico y productivo inviable porque deja fuera de los beneficios del régimen a dos tercios de nuestra población. Además, ya no es necesario plantear ningún argumento para tener, más o menos claro, que el desarrollo de un país se estructura en base a la tecnología y la ciencia que agregan valor a nuestros productos, bienes y servicios. Sin embargo, para poner en marcha este modelo de crecimiento y desarrollo, es indispensable una estructura productiva nacional diversificada en la producción de bienes que, a su vez, sea lo bastante compleja, tecnológicamente hablando, para agregar valor tanto a nuestra producción primaria como a nuestras manufacturas que son portadoras de los conocimientos de frontera. Desde esta perspectiva, las retenciones y de los diversos aranceles o derechos de exportaciones, son un instrumento de política económica para proteger nuestra producción nacional respecto de los bienes y servicios de los países centrales, tecnológicamente superiores, y para equilibrar los precios de nuestras materias primas, mucho más baratas, respecto al de las manufacturas industriales con costos muy superiores precisamente por las anomias características de nuestras industrias nacionales. En Europa se da el mismo proceso pero a la inversa, es decir, como las manufacturas industriales son relativamente más baratas que los productos agropecuarios, los países de Europa terminan protegiendo su producción agropecuaria a través de subsidios porque, en caso contrario, desaparecería la actividad rural bajo el impacto de las importaciones de nuestros países con materias primas mucho más baratas y competitivas que las de los propios países europeos. Esta situación es inadmisible porque impide conseguir la seguridad alimentaria y el equilibrio social que deviene de esa soberanía.

En resumen, todos los países usan, de una o de otra manera, un arsenal de instrumentos económicos y fiscales como aranceles, subsidios, tipos de cambio diferenciales, para manejar y controlar el posible impacto de los precios internacionales sobre las realidades internas de cada uno de nuestros países con el expreso objetivo de defender los intereses nacionales. Eso no lo dicen los neoliberales a pesar de que, en fin, la causa de la diferencia entre los precios relativos internos y los precios internacionales en el seno de los intercambios globales, radica en razones propias de cada realidad nacional. Entre ellas, por ejemplo, están los recursos naturales, el nivel tecnológico, la productividad o organización de los mercados. En Argentina inciden, entre otros factores, la excepcional dotación de recursos naturales y los factores que históricamente condicionaron el desarrollo del agro y la industria. En ese contexto, los tipos de cambio diferenciales reflejan las condiciones de rentabilidad de la producción primaria y de las manufacturas industriales. La brecha entre ambas, es decir, las retenciones, los aranceles o subsidios, no son estrictamente impuestos sobre la producción primaria, sino que son, en primera y última instancia, una herramienta de política económica que busca un desarrollo más armónico de nuestras estructuras productivas para así generar trabajo para todos.

En el caso hipotético de que quisiéramos unificar el tipo de cambio para eliminar cada uno de estos impuestos, en nuestro ejemplo concreto, si el tipo de cambio fuera el mismo para la producción primaria como para los bienes industriales, es decir, tanto para la soja, el trigo, la carne como para la maquinaria agrícola, desaparecerían la producción de bienes industriales y gran parte de esa misma industria manufacturera que, con un dólar muy apreciado como en los años ‘90, sería sustituida por las importaciones que así son más baratas y de mejor calidad. En ese caso, las consecuencias son el desempleo masivo, el aumento de las importaciones, déficit en el comercio internacional, aumento inicial de la deuda externa y, finalmente, el colapso del sistema tal y como sucedió en el menemato y en la monarquía delarruista. En el caso de un dólar muy depreciado se produce, por el contrario, una extraordinaria transferencia de ingresos a la producción primaria, el aumento de los precios internos y el desborde inflacionario. En principio, en este caso, podrían elegirse caminos alternativos como absorber, vía impuestos, las ganancias excedentes de la producción primaria para, con esos recursos, compensar a la industria manufacturera y subsidiar el consumo de alimentos. Sin embargo, en la práctica, esta variante económica es bastante utópica por su misma complejidad y así, en la actualidad, las retenciones y los diversos impuestos a los sectores primarios de nuestros países, son la forma más práctica de resolver el problema de las asimetrías de los precios relativos internos y externos. En otras palabras, dada nuestra estructura productiva desequilibrada, es inviable unificar el tipo de cambio para toda la producción nacional sujeta a la competencia del sistema comercial global. El camino pasa porque el pleno desarrollo y crecimiento de nuestros países paulatinamente vaya eliminando los actuales desequilibrios y transformando la formación de los precios relativos, lo cual, permitiría unificar el tipo de cambio, eliminar esos impuestos y emplear otras herramientas para tener bajo control las señales que transmite el sistema comercial globalizado.

Así, el sistema comercial de intercambio global de bienes, servicios y productos, permite que nuestros países ocupen determinado lugar en la división global del trabajo a partir de cierta estructura productiva que se caracteriza, en primer lugar, por nuestra dependencia estructural en relación a las estructuras de poder globales. Por un lado, estamos todos nosotros, los países periféricos, que vendemos alimentos y productos que están ligados a las materias primas, también los hay quienes venden computadoras, zapatos, software, los que comercian con diversas manufacturas y bienes, mucho más elaborados que los nuestros, con teléfonos y automóviles. Este tipo de intercambio de productos se hace entre distintos países y, en tanto cada uno de éstos tiene su propio régimen político nacional, se realiza entre países con distintas monedas. Ahí entra en acción el tipo de cambio que constituye, en definitiva, la relación de valor que existe entre las más diversas monedas nacionales y que puede tener la forma comercial de peso- dólar, yen- euro, euro- pero, etc. En estas otras circunstancias históricas, para que dos tipos de regímenes políticos comercien, es decir, que intercambien bienes y servicios, tienen que tener ciertas capacidades y una estructura productiva más o menos similares y homogéneas. Sin embargo, cuando esa homogeneidad no existe, por ejemplo, entre el sistema de producción y los bienes y manufacturas de Argentina o Chile, Brasil (…) en relación a países más desarrollados como Alemania, entra en juego el tipo de cambio de equilibrio desarrollista que, en este caso concreto de intercambio, defiende la producción nacional con respecto a los bienes alemanes. Por eso, la industria necesita de un tipo de cambio más alto que el sector de materias primas para ser competitiva, es decir, costos en dólares que sean más bajos mientras que nuestra producción de materias primas, por sus ventajas comparativas en el sistema comercial global en relación a los países centrales, con un tipo de cambio más cercano a la paridad del uno a uno respecto al dólar, puede perfectamente competir a nivel internacional. Los derechos sobre las exportaciones, las retenciones, los impuestos o subsidios, así funcionan como un mecanismo para diferenciar los tipos de cambios, o sea, con un tipo de cambio alto, los costos de nuestros productos y actividades bajan, pero, si yo no aplico estos impuestos al sector de las materias primas vendería esa producción, que incluye los alimentos, en dólares y así su producción, que es central para la soberanía alimentaria, para la alimentación de los trabajadores, se encarece considerablemente y los salarios reales de todos tenderían a la baja, ante el mayor costo de la alimentación básica para la vida, en beneficio de los dueños del capital.

Surgen dos cuestiones centrales. Por un lado, el tipo de cambio que maximice la competitividad de toda la producción nacional sujeta a la competencia internacional, es decir, a las importaciones de determinados bienes y productos venidos desde el exterior. En otras palabras, la aplicación del tipo de cambio de equilibrio desarrollista para proteger nuestros propios bienes de la competencia externa. Por la otra, El planteo de los tipos de cambio diferenciales, expresado en la aplicación de un tipo de cambio de equilibrio desarrollista que se sustenta en retenciones e impuestos a nuestra producción primaria, en los nuevos términos acá planteados, es decir, en los términos de defensa y desarrollo de nuestra estructura productiva nacional. En todo caso hay que tener en cuenta que, por la misma lógica de los costos en el capitalismo, de esta manera no se elimina la puja distributiva del ingreso entre los diversos sectores productivos, el campo, la energía, la minería y las materias primas por un lado y, por el otro, la industria y las manufacturas y entre los actores políticos y sociales que se expresan a través de las variables del capital y la fuerza de trabajo. De todas maneras, siempre en términos de transición, por lo menos permite que esa doble puja, la lucha por la distribución de los ingresos, se encuadre en el marco del desarrollo y del crecimiento nacional y así pueda decididamente influir en el pleno desarrollo de todos y cada uno de los potenciales de nuestros países, en un mejor tipo de gobernabilidad, en la libertad de maniobra de una realidad siempre inestable, en la inclusión social a través de la generación de trabajo de mejor calidad, factores todos que, en fin, son más que esenciales para la prosperidad del campo, de la industria, de las regiones, para el capital, la inversión, el ahorro, el consumo interno y el trabajo. En resumen, solo de esta manera se resuelve la puja distributiva de manera progresista, a favor de los trabajadores porque, a su vez, esta manera es más consistente con el desarrollo y la estabilidad desde la perspectiva de un gobierno y un régimen nacional, popular y soberano, es decir, defensor del interés nacional.

La racionalidad de estas políticas públicas, del nuevo marco teórico y práctico, de políticas macroeconómicas definidas a partir de un nuevo modelo nacional, popular e inclusivo, a nivel global, quedó demostrado desde el momento mismo de su aplicación, es decir, desde fines del siglo XX y principios del siguiente, en el período previo al comienzo de la crisis financiera global, producto de la especulación de los grandes actores y agentes globales, y más aún durante todas las diversas fases de esa misma crisis porque, en definitiva, todos los países que habían adoptados estas nuevas políticas economías de inclusión y de desarrollo social y político, adoptando para ello otra configuración macroeconómica, fueron mucho menos golpeados por los efectos financieros de la crisis y así disfrutaron de mayores grados de libertad para aplicar políticas anticíclicas que redundaron en torno de la defensa del trabajo y del consumo interno. Del otro lado, las economías más desarrolladas, las del centro del poder global, expresado en la lógica de los intercambios de bienes y productos internacionales a través del sistema comercial global, mantuvieron una inserción financiera internacional enmarcada por las políticas macroeconómicas neoliberales, de reducción del gasto del sector público, de ajustes y enfriamiento de la economía, tal como en su momento lo planteó la oposición, que los llevó a sufrir las peores consecuencias de la crisis como el desempleo masivo, la caída del consumo, del ahorro, la inversión (…)

En la crisis del 2008 ninguno de nuestros países, como tampoco los centrales, estuvieron libres de los efectos recesivos a través de la contracción del comercio internacional, sin embargo, los datos evidenciaron claramente una resistencia nueva frente a las consecuencias de la crisis por parte de los países periféricos. En otras palabras, el conducto de los intercambios comerciales globales fue el principal mecanismo de transmisión de los efectos recesivos de la crisis en nuestros países mientras que el conducto financiero y especulativo jugó un rol secundario. Más allá del impacto, relativamente breve, del colapso que siguió a la quiebra de Lehman Brothers, en nuestros países existió un claro desacople de los efectos del contagio financiero de la crisis. Antes bien, los efectos recesivos de la contracción en el comercio, una vez más, son específicos de cada país y dependen de la lógica de nuestro sistema de producción, de nuestra tecnología, recursos y de la inserción comercial particular e histórica de cada uno en el sistema comercial global. Dado los distintos impactos recesivos a través del conducto de los intercambios comerciales, la resistencia a la crisis estuvo vinculada, de manera directa, a las políticas macroeconómicas implementadas en los años previos. Esas políticas fueron el factor determinante para desacoplarse del contagio financiero y especulativo y de la posibilidad de implementar ciertas políticas anticíclicas que defendieron el trabajo y la producción de bienes y de servicios nacionales.

El hecho de que en los países desarrollados la crisis tuviera impactos más evidentes simplemente nos muestras que, en fin, una política económica encarada desde la perspectiva del trabajo, del consumo y de la producción nacional, la inclusión, el desarrollo y la lucha por una mejor distribución de las riquezas, del ingreso y la consecuente búsqueda de igualdad, es muy superior, mucho más racional, que las políticas que defienden los teóricos de la ortodoxia económica neoliberal. Para ellos, resulta una herejía que un gobierno apueste al mercado, al consumo y el ahorro interno, que aplique retenciones a determinados productos de exportación para, de esa manera, reactivar y equilibrar otras actividades productivas y hasta use la maquinaria del régimen político para incentivar la demanda agregada. No es extraña esta aptitud porque ellos son los grandes defensores del automatismo de los mercados, son los nostálgicos de la libre competencia, que otra vez erraron en sus predicciones y en sus evaluaciones. Entonces, a diferencia de la década de los años ’90, en pleno dominio del neoliberalismo más extremo, el crecimiento económico deviene de una mejora en la calidad de vida de los trabajadores que no solo significa trabajo sino que, además, significa acceso a la salud, a la educación, a pensiones y jubilaciones después de toda una vida de grandes y de tremendos sacrificios.

Ahora, los cambios en la matriz de las políticas macroeconómicas de nuestros regímenes políticos están vinculados a una transformación en el régimen cambiario que, una vez más, se apoya en un tipo de cambio de equilibrio desarrollista. En segundo lugar, junto con el movimiento a una mayor flexibilidad cambiaria, el otro cambio relevante en el proceso de globalización financiera, fue la reversión del sentido de los flujos netos de capitales, que comenzaron a moverse desde los países en desarrollo a las economías más avanzadas. Muchos de los países que inicialmente se habían insertado en el sistema como receptores de capitales para financiar sus propios déficits en cuenta corriente, déficits fiscales (…) después, con el modelo nacional y popular, lograron generar superávits gemelos, o sea, de la balanza de pagos internacionales y fiscal, aumentando así las reservas de los respectivos bancos centrales. En el contexto macroeconómico, el superávit en la cuenta corriente y de la balanza de pagos, sumado a la acumulación de reservas internacionales, mejoraron considerablemente el desempeño de nuestros países periféricos no sólo reduciendo las primas de riesgo ante una crisis sino también impulsando el crecimiento y el desarrollo económico a partir de la preservación de niveles competitivos de tipo de cambio real. Por el contrario, son los sectores neoliberales los que aún retratan y expresan didácticamente un modelo de país que sigue siendo injusto, que está ajustado, achicado en sus pretensiones, dependiente y sometido económica y políticamente hablando como ya lo sufrimos en un pasado no tan remoto.

En consecuencia, no es solo una cuestión de coyuntura política sino de disputa y control del poder en democracia porque estamos defendiendo los intereses de los trabajadores que son muy distintos, contrapuestos incluso, de los intereses de clase privilegiada. La patria de los dominantes, expresada de manera feroz a través de una oposición antológica frente a los regímenes populares, simplemente es la renta. Sin eufemismos ni intermediarios. En la otra vereda estamos todos nosotros, las organizaciones y los movimientos sociales representativos de los intereses de los trabajadores que buscan, bajo nuevos parámetros, un régimen político más igualitario, mucho más libre, más inclusivo y soberano. No es un tema menor porque hace solo unos años el domicilio del poder político estaba en el Fondo Monetario Internacional, en el monopolio mediático y en los sectores más concentrados, monopólicos y oligopólicos, de la economía afectando precisamente la gobernabilidad de nuestros pueblos, entonces, ahí está el hecho maldito de la democracia. Es por eso que la oposición política, representantes de los sectores económicos más concentrados, se quedan sin sustancia, es decir, sin política, sin el arte de la resistencia mientras los sectores populares, representados en el peronismo más consecuente, con sus múltiples matices, sus variaciones en el tiempo y diferencias en su interior, constituye en Argentina la fuerza de representación políticas de los sectores del pueblo que batallan a favor de la igualdad social.

Esta pretensión de lucha y de movilización a favor de la igualdad, es la característica inmutable del peronismo a lo largo de su historia política que, al definirlo de esa manera, lo distingue de cualquier otro partido o proyecto político. Es cierto que en los ’90, bajo el influjo del neoliberalismo, se produjo un profundo y dañino viraje ideológico pero esto también pasó con otros movimientos y fuerzas políticas populares del mundo, basta ver, en la actualidad, las posturas políticas e ideológicas del socialismo chileno que derivó en una socialdemocracia, cobarde, timorata, ineficiente y corrupta o el europeo que termina ajustando contra los trabajadores. Sin embargo, el viraje ideológico del peronismo, encarado desde arriba en los ’90, nunca caló en la mayor parte de los militantes que, después de la pesadilla neoliberal, vuelven a encarar la realidad a través de una conducción del régimen político que nos identifica nuevamente con nuestras históricas banderas de inclusión y de respeto por los intereses y las necesidades nacionales y populares.

Finalmente, los opositores, aún no son capaces de entender que los proyectos políticos posibles y duraderos, en el contexto de la democracia y de una nueva calidad institucional, de la gobernabilidad, no son los proyectos mesiánicos, sino que son proyectos que se sostienen en sectores sociales en constante progreso, es decir, de los sectores populares. Así como el modelo nacional y popular hunde sus raíces en importantes franjas de trabajadores, de profesionales, estudiantes, mineros, obreros o artistas populares, está claro que los múltiples sectores de la oposición, unidos por el espanto que les produce el avance del pueblo, naufragan sobre el vacío social y político. No deja de ser un progreso el hecho que, desde ahora, la democracia avanzó a tal punto que logra fotografiar fielmente su propia disyuntiva, a saber, la defensa de un modelo nacional y popular o de una oposición política conservadora y arrendataria del poder económico concentrado.

Notas:

(1) Para entender el proceso de formación histórica de las estructuras de nuestros países como países y naciones sometidas, en primer lugar, tenemos que diferenciar los conceptos de Estado y el de régimen político. Así, el régimen político está formado por todas las instituciones y las organizaciones públicas y privadas que se constituyen por clases, fracciones y sectores de estas clases representantes de los intereses y las verdades de esos grupos de poder alineados detrás de una élite dispuesta en un orden jerárquico desde donde se formulan decisiones que comprometen, de una u otra forma, a toda la población que habita determinado territorio. Son parte del régimen político todos los actores y agentes políticos y sociales, la burocracia, el gobierno, las entidades públicas o privadas, las organizaciones no gubernamentales, las organizaciones y actores sociales y de base que, dentro o fuera del gobierno, inciden o intentan hacerlo sobre la solución de los problemas sociales como los sindicatos, las asociaciones civiles, locales, comunitarias, de base, los partidos políticos, las entidades empresarias, los diversos gobiernos y sus orientaciones políticas que también forman parte de las estructuras del Estado. No hay un tipo de organización colectiva de intereses y de defensa de ciertos valores que pueda plantearse por fuera de éste. Entonces, el régimen político es toda manifestación política e institucional del Estado, de los diversos actores que actúan en la lucha de clases y que intentan o toman decisiones frente a determinadas temáticas que son percibidas como socialmente de importancia para la gobernabilidad y el mantenimiento del consenso al interior de la sociedad. Es, finalmente, la expresión más concreta del Estado, o sea, a través del régimen político podemos ver al Estado en movimiento, accionando y reaccionando.
Finalmente, el régimen político puede entrar en conflicto con la lógica del Estado en tanto este último es el garante, en última instancia, de la acumulación capitalista (véase por ejemplo el plan de salvamento del gobierno norteamericano en relación con la banca de su país tras la crisis financiera del 2008) y el régimen político puede minar este objetivo a través de determinadas políticas que busquen consolidar otro régimen de acumulación. Piénsese, por ejemplo, en los procesos de cambios y de transformaciones en países como Bolivia, Ecuador o Venezuela que, a través del régimen, nacional y popular, intentan construir un modelo de sociedad que supere el mismo Estado capitalista.

Referencias bibliográficas:

Repetto Saieg, Alfredo Armando: “Más allá de la crisis y la utopía neoliberal”. 1º edición, Buenos Aires, Argentina: el autor, Marzo del 2010, 160 p.; 15x22 cm.

Giles, Jorge: “El domicilio del poder político: De la rural a la Rosada” en Miradas al Sur de la edición del 1º de Agosto del 2010.

Galand, Pablo: “Un crecimiento a contramano de los agoreros” en Miradas al Sur de la edición del 1º de Agosto del 2010.

Heyn, Iván: “Retener dólares es agrandar el país” en Miradas al Sur de la edición del 1º de Agosto del 2010.

Abal Medina, Juan Manuel: “Nacional y popular” en revista veinte y tres de la edición del 22 de julio del 2010.

En Revista Argentina Económica de la edición del 1º de Agosto del 2010:

Frenklel, Roberto: “Nuevos fundamentos de las políticas macroeconómicas en los países en desarrollo”.

Ferrer, Aldo: “Las retenciones: ¿Qué son y para qué sirven?”

Análisis político: "Nuevas clases dominantes y fin de la civilización burguesa”

La lógica de la acumulación es la de la concentración y la centralización creciente del capital. La competencia, de la cual la ideología del sistema alaba las virtudes reales y también las imaginarias, opera siempre. Pero ya no es sino la competencia entre un número cada vez más restringido de oligopolios.

No es ni la competencia “perfecta” ni la “transparencia” que nunca existieron y de las cuales el capitalismo real se aleja cada vez más a medida que se desarrolla.

Ahora bien, hemos llegado a un nivel de centralización de los poderes de dominación del capital tales que las formas de existencia y de organización de la burguesía tal como las conocimos hasta ahora están abolidas.

La burguesía estaba constituida de familias burguesas estables. De una generación a otra los herederos perpetuaban una cierta especialización en las actividades de sus empresas. La burguesía construía y se construía en el largo plazo. Esta estabilidad favorecía la confianza en los “valores burgueses”, su proyección hacia la sociedad entera. En una gran medida la burguesía, clase dominante, era aceptada como tal. Por los servicios que prestaba parecía merecer su acceso a los privilegios de la holgura o de la riqueza. También parecía ampliamente nacional, sensible a los intereses de la nación, cualesquiera que fuesen las ambigüedades y los límites de ese concepto manipulable y manipulado.

La nueva clase dirigente, la del capitalismo contemporáneo tal como parece emerger de la evolución de los últimos treinta años, abandona brutalmente esta tradición. El escándalo Enron y unos cuantos otros del mismo tipo contribuyeron sin duda a revelar la naturaleza de la transformación. No porque el fraude haya sido una práctica sin precedentes, desde luego. Lo que es mucho más grave –y nuevo-, es que la lógica dominante de las opciones de gestión del “nuevo” capitalismo produce necesariamente la búsqueda de la opacidad máxima, de la estafa, incluso de la falsificación sistemática de las informaciones.

Algunos califican las transformaciones en cuestión de financiarización, otros de despliegue de un accionariado activo que restablece plenamente los derechos de la propiedad (incluso de un accionariado popular). Estas calificaciones elogiosas, que de un cierto modo legitiman el cambio, omiten recordar como sería necesario que el aspecto mayor de la transformación esté relacionado con el grado de concentración del capital y de centralización del poder que va unido a él.

Sin duda la gran concentración del capital no es cosa nueva. Desde el fin del siglo XIX lo que Hilferding, Hobson y Lenin calificaran de capitalismo de monopolios es una realidad. Sin duda esta concentración ha sido, desde entonces, siempre en avance en los EEUU con relación a otros países del capitalismo central. La formación de la gran firma que deviene transnacional, se inicia en los EEUU antes de la segunda guerra mundial y se despliega triunfalmente después. Europa sigue.

Sin duda, la ideología estadounidense del «self made man» (los Rockefeller, Ford y otros) se distingue del conservadurismo familiar que domina en Europa. Como igualmente el culto de la «verdadera» competencia, aunque no existiese; lo que explica las precoces leyes «anti-trust» ¡Ya en 1890! Pero más allá de estas diferencias reales en las culturas políticas concernidas, la misma transformación en la forma de existencia de la nueva clase dirigente del capitalismo caracteriza tanto a Europa como a los EEUU.

Fuente:


Historia: "Cuánto vale ser pobre chileno o mapuche"

Todos los pobres del mundo tienen cosas en común, entre sus pocas propiedades está por supuesto, y sin lugar a dudas salir de la pobreza. No es creíble aquello de que los pobres son felices, esa es una falacia, un engaño, eso lo dicen los dueños de la fuerza de trabajo de lo pobres para que éstos no levanten cabeza.

Nada provoca más insulto que la pobreza, ese estado en que todo está lejos, donde cada cosa es inalcanzable, donde sencillamente la vida es una cuesta arriba de manera constante y claro, la vida es corta y todos deberíamos poder usarla mientras está vigente de manera plena y sin sobresaltos.

La realidad es distinta, es dramática, es violenta y agresiva, todos los pobres del mundo tienen cosas en común, entre sus pocas propiedades está por supuesto, y sin lugar a dudas salir de la pobreza. No es creíble aquello de que los pobres son felices, esa es una falacia, un engaño, eso lo dicen los dueños de la fuerza de trabajo de lo pobres para que éstos no levanten cabeza, para que se den por bien pagado con lo poco/nada que obtienen de salarios luego de largas jornadas, y todos sabemos que las condiciones son muy precarias.

Recordemos cómo han mirado los dueños de casi todo y desde mucho tiempo a los ciudadanos que no son de su clase: "Los dueños de Chile somos nosotros, los dueños del capital y del suelo. Lo demás es masa influenciable y vendible". Eduardo Matte. Diario El Pueblo, 19 de marzo de 1892.

Como no recordar el 11 de mayo de 1903. Presidente de Chile Germán Riesco, ciudad de Valparaíso, huelga de trabajadores portuarios. Hay un pliego de peticiones donde se exigen aumento de salario, como respuesta militares en las calles del puerto, no hay disparos al aire... no se conoce con exactitud la cantidad de obreros asesinados.

En 1906 se produce un gran terremoto en la ciudad de Valparaíso, luego de varios días sin agua ni alimentos los pobres comienzan a bajar desde los cerros en busca de ayuda, agua fundamentalmente. El Almirante Gómez Carreño ordenó se detuviera a toda persona sospechosa, muchos fueron amarrados a los postes del alumbrado público y allí mismo fusilados... todos eran pobres.

Los periódicos de la época escribieron: "Con el fin de cumplir con estas órdenes, se llevaron a efecto en la ciudad numerosos fusilamientos, triste y dolorosa experiencia, pero indispensable en aquella ocasión para reprimir los desmanes de esa chusma inconsciente, siempre dispuesta al bandolerismo y al pillaje" (1)

En esta batalla para mejorar sus condiciones de vida, para poder acercarse un poquito al futuro, los pobres se han visto compelidos a lanzarse muchas veces a la calle tan solo para pedir mejoras, eso, que les mejoren los salarios y lo hacen porque lo poco no les alcanza. Cómo no recordar por ejemplo eso tan sencillo como exigir que se les pague en dinero y no en fichas. Masacre de la Escuela Santa Maria de Iquique. Presidente Pedro Montt; oficial responsable general Silva Renard... miles de familias pobres asesinados

En 1919 una huelga obrera en Puerto Natales. Presidente del país Juan Luis Sanfuentes; ministro de Guerra Ladislao Errázuriz Zañartu. La manifestación obrera fue reprimida de manera violenta por personal del ejército chileno y de la policía Argentina. Se reconocen dieciséis muertos, todos obreros, todos ellos pobres.

En 1920 la policía asaltó el local de la Federación Obrera de Chile Foch, en la ciudad de Punta Arenas. La policía disparó hasta agotar sus municiones y luego de más de media hora de disparos ininterrumpidos, terminaron su patriótica labor quemando el local del sindicado, sangre obrera cubre las calles de esta lejana ciudad en el sur... todos pobres.

Siempre se nos aparecen en los calendarios de las masacres los Zañartu, los Matte, los Bulnes, los Undurraga, los Ossa, los Montt, los Sanfuentes, siempre... de ese lado, del lado que vienen las balas hacia el Chile país de pobres, Alto Bíobío, Nitratúe, Ranquil, Lonquimay se sigue matando sin piedad, se hace porque los intereses de la clase dominante, los que se dicen dueños de Chile así lo mandan.

Arturo Alessandri y la masacre del Seguro Obrero. Presidente Alfredo Duhalde y la masacre de la Plaza Bulnes. Carlos Ibañez del Campo. Eduardo Frei en El Salvador y Pampa Irigoin y luego la dictadura de las Fuerzas Armadas, y también asesinados durante los gobiernos de la Concertación.

Los ricos no hacen huelgas ni pliegos de peticiones, los dueños del poder solo les basta ir a golpear las puertas de los cuarteles militares para que se les asegure sus pertenencias, para que sus beneficios queden a buen recaudo. Los ricos, la clase dominante, los dueños de los grandes medios de producción, ese sector a quien se le hacen todas las concesiones, para quienes los gobiernos permanecen y están siempre a sus servicios. Los ricos, esos, que no tiene bandera, ni consigna y ni siquiera una canción nacional, no les hace falta, pagan poco y... tienen los bancos.

Y por estos tiempos de Bicentenarios, no hay que olvidar a Manuel Carvajal obrero asesinado en Plaza Echaurren en 1903, tampoco a José Briggs, Olea, Rodríguez, Díaz, Vergara, Calderón dirigentes mineros asesinados en la Escuela Santa María de Iquique, todos clase obrera y los otros miles que han quedado en la historia de Chile todos ellos... pobres del campo y la ciudad.


(1) Patricio Manns. Chile: una dictadura militar permanente (1811-1999). Editorial Sudamericana. Santiago de Chile 1999.


Fuente:
Por Varas, Pablo en http://www.elciudadano.cl/.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Documento: "Miedo a las revoluciones"

Un reciente artículo en la revista electrónica conservadora “The American Spectator”, correspondiente al verano del 2010, vuelve sobre el sempiterno miedo de la burguesía ante las revoluciones. Angelo G. Codevilla, su autor, se encarga de bucear en el alma atribulada de una clase tránsfuga, que debutó ante la Historia como revolucionaria, y que se ha convertido en un freno conservador que limita el propio desarrollo de la Humanidad.

Si un día lográsemos llevar a la burguesía al diván de un psicoanalista nos espantaríamos por lo atribulado de su alma, sus indefiniciones y vacilaciones, y por su absoluta desorientación en cuanto a identidad. No es para menos: una clase que encarnó en un cierto momento histórico las ansias de libertad, igualdad y fraternidad entre los hombres, ha abjurado flagrantemente de sus ideales primigenias, por el amor enloquecido y febril a las ganancias, y se ha constituido en la clase social más denodadamente retardataria de la Historia. Hoy no queda nada de aquellos sueños liberales, más que la versión degenerada del neoliberalismo, esa estafa monumental de nuestro tiempo que hace mucho fue enterrada por los pueblos como su mortal enemiga.

Es interesante el razonamiento de Codevilla: desde el mes de septiembre del 2008, cuando tanto el presidente Bush, como los candidatos McCain y Obama coincidieron en que para salvar al país de la bancarrota total no había otro medio que erogar miles de millones de dólares del dinero de los contribuyentes, sin antes consultarlos, para bombear oxígeno a los mismos grandes bancos y especuladores de Wall Street causantes de la crisis, regresó al argot de la política norteamericana el término ” la clase dominante”, o sea, ese grupo de poder, alejado del control de las instituciones y de la nación, por encima de la propia Constitución, que manda, sin reparar en los matices tenues que separan a republicanos de demócratas.

Y es interesante ese razonamiento de Codevilla porque nos devuelve, en una revista conservadora, el enfoque de que la clase burguesa, por encima de los disfraces aparentes con que disimula su dominio, siempre se unirá en un solo partido, el de la burguesía, cuando vea sus intereses estratégicos amenazados. Y eso, precisamente es lo que ha ocurrido en medio de la crisis reciente.

“Nunca antes hubo menos diversidad entre la clase dominantes de los Estados Unidos, como en nuestros días”-afirma Codevilla-Hoy, esa misma clase, desde Boston a San Diego, está formada por el mismo sistema educacional, y está expuesta a las mismas ideas, todo lo cual la hace muy uniforme en su actuación, y también en sus gustos y hábitos”. Se trata de un grupo social que “ya no reza al mismo Dios” que rezaban norteños y sureños enfrentados en la Guerra de Secesión, al decir de Lincoln, en tanto Creador Supremo y sustancia de todas las cosas, sino que se considera a si misma “salvadora del planeta y motor impulsor del desarrollo de la Humanidad”.

Según el autor, citando a Edward Goldberg, hoy domina los Estados Unidos una especie de “nueva aristocracia”, la verdadera beneficiaria de la globalización, formada por “los empresarios multinacionales, los tecnólogos y los aspirantes a la meritocracia gubernamental”. De hecho, se afirma, su crecimiento no hubiese sido posible sin el crecimiento desmesurado que ha experimentado al aparato estatal. En resumen, lo que caracteriza a esta nueva clase dominante es que su fortuna y poder depende del gobierno

La pertenencia a esta “nueva aristocracia” no depende meramente del cargo gubernamental que se ostente, ni siquiera del dinero que se posea, sino de “relacionarse con la gente adecuada, emitir las señales requeridas de que uno está del lado correcto, y unirse en el desprecio al Otro”. Este exclusivismo se concreta en lo que Codevilla considera la Primera Regla de esta nueva clase social: “Nosotros somos los mejores y más brillantes, mientras el resto de los norteamericanos son retrógrados, racistas y disfuncionales…”

El único punto que figura en la agenda de esta aristocracia de nuevo tipo es el poder en si mismo. Codevilla señala que una de las formas más socorridas para mantener ese poder es hacer económicamente dependientes a los ciudadanos norteamericanos. Por otro lado, una de las herramientas más eficaces para mantener su dominio ha sido la de “fragmentar y desesperanzar al pueblo norteamericano”. “Esta constante subestimación de la sustancia intelectual, moral y espiritual que conforma al pueblo norteamericano está el centro de lo que significa esta nueva clase dirigente. De ahí se deriva su creencia de que puede tomar decisiones por los demás, sin necesidad de consultar”.

En cuanto a su proyección internacional, según Codevilla, esta nueva clase de “los mejores y más brillantes se cree en el derecho de dirigir la vida no solo de sus conciudadanos, sino del resto del mundo”.

Pero donde Codevilla vislumbra serios obstáculos y crecientes problemas es en la relación entre estos “elegidos”, y el resto de la nación, porque mientras los primeros dan muestra de una creciente sed de ser diferentes y ostentar su poder, los segundos evidencian un creciente sentimiento de desafío e irrespeto a sus dirigentes, en tanto los considera “corruptos, ineptos e ineficientes”. En conclusión, “el choque es inevitable e impredecible”. Codevilla concluye que el futuro nos depara un choque entre lo que denomina “la clase dominante”(o sea, los políticos tradicionales” y el “Partido de la Nación”, el cual deberá, por fuerza, surgir de las ruinas del ya decrépito bipartidismo.

La profecía final de Codevilla es, sin dudas, interesante: “la clase dominante tendrá que enfrentar el hecho de los Estados Unidos si pueden ser afectados por una revolución , y “el Partido de la Nación” deberá acometer tal revolución, sin imposiciones”

Un galimatías digno de Grau San Martín. Puede que se entienda a medias. Pero si preguntamos al hipotético psicoanalista que examinó la mente de la nación más poderosa de la Tierra sobre su significado, la respuesta más segura es que ese paciente se muere de miedo a las revoluciones, por considerarlas en la actual coyuntura, inevitables.

Solo restaría agregar que el paciente tiene toda la razón: lo son. Y es más ya se les vislumbra y no necesariamente de las formas tradicionales.

Si lo que Codevilla llama, justamente, “clase dominante” en los Estados Unidos tiembla de miedo, tiene toda la razón del mundo para ello. “Quien siembra vientos, dice un viejo refrán, recoge tempestades”.
 
Fuente: Por Eliades Acosta Matos (Cubadebate) en http://visionesalternativas.com.mx/.

Entrevista: “Los dueños de los medios fueron cómplices de la dictadura”


Entrevista a David Cox, autor de Guerra sucia, secretos sucios

Tiene una voz suave y tranquila. También el acento estadounidense impregnado en su hablar español. Con pausas y espacios de reflexión en su relato, David Cox da la impresión de ser un hombre bonachón, respetuoso de la opinión ajena. Una marca registrada y heredada de su padre, Robert Cox, el periodista del diario Buenos Aires Herald que se animó a denunciar las desapariciones de personas durante la última dictadura militar, cuando todos callaban. Ahora, con más de treinta años de historia, su hijo David, periodista de la CNN en Atlanta, retoma su posta: acaba de editar Guerra sucia, secretos sucios, un libro que cuenta la épica de su padre al frente del Herald.

–¿Por qué escribió usted su historia y no su padre?

–Mi padre siempre quiso contarla pero nunca pudo hacerlo por lo fuerte que era. En los ’90 le pedí que lo hiciera pero no podía avanzar. Intenté ayudarlo pero volví a la Argentina, porque trabajaba en el Herald. Al tiempo, uno de los amigos de mi padre, Harry Ingham, me entregó las cartas que habían intercambiado durante la dictadura y que publiqué en el libro En honor a la verdad. Me aboqué a eso y relaté lo que conversaban sobre el exilio. Recién cuando volví a los Estados Unidos accedí a sus archivos y conversé largo tiempo con él sobre lo vivido. En nuestra casa, siempre se habló de dos temas: volver a la Argentina tras habernos ido en 1979 y contar lo que pasó en aquellos años. Regresar no podíamos porque estábamos en una lista negra, aún durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Contar la historia estaba en nuestras manos: todos coincidíamos en que no seríamos libres hasta que no se conociera lo que pasó.

–¿Y se liberó?

–De alguna manera, lo hicimos. Pero fue más fuerte para mi padre.

–¿Por qué?

–Porque nuestros recuerdos más fuertes son de nuestro paso por la Argentina. Mi padre desayunaba con nosotros y después trabajaba todo el día. Lo veíamos sufrir porque llevaba en la piel lo que le sucedía a este país. Yo lo admiraba, me sentaba en sus piernas y lo miraba escribir en la Olivetti, mientras tipeaba con los dedos índices.

–Incluso usted relata que vio la final del Mundial ’78 con la remera de Holanda puesta...

–Así es. Por la afinidad que tenía con mi padre quería que ganara Holanda. Tenía puesta la remera de Johann Cruyff, un jugador que no había participado del Mundial en solidaridad con las víctimas de la dictadura. Mi corazón quería que ganara Argentina, pero tenía tanta indignación con lo que pasaba que alentaba a Holanda. Tenía 12 años. Mi padre repetía que si Argentina ganaba, podía ser una gran victoria para los militares. Al final, terminé en el Obelisco, como miles de argentinos, pero con sentimientos encontrados: estaba contento y dolido a la vez. Pero no podía verbalizarlo con mis amigos, que no entendían por qué usaba esa camiseta de Cruyff.

–Imagino que tampoco pudo contar, como lo hace ahora en el libro, que una vez un Falcon verde los siguió a usted y sus hermanos luego de que Peter, su hermano mayor, recibiera una carta amenazadora...

–Sí, teníamos que irnos del departamento de mi padre y fueron dos cuadras tremendas hasta lo de mi abuelo. Los matones estaban en la calle esperando a mi papá. Y nosotros tuvimos que ir de a dos, en fila, sin poder mirar para atrás, caminando disimuladamente. Fue muy fuerte. No sabíamos que nosotros estábamos en peligro.

–¿Su padre tampoco lo imaginaba?

–Mi padre tenía cierta ingenuidad o inocencia, así como una inteligencia natural. Él no creía que los militares pudieran meterse con sus hijos. Pero eso cambió cuando nos amenazaron.

–Y partieron al exilio...

–Sí. Nosotros ya sentíamos cierta presencia intimidatoria. Teníamos que cuidarnos todos juntos. Mi padre no lo podía creer. Era de los que escribían con la esperanza de que algo cambiase. Su filosofía era la “resistencia pacífica”. Pensaba que la situación podía mejorar desde adentro. Sabía que había un grupo más moderado y otro más extremo dentro de las Fuerzas Armadas y quería convencer a los primeros. Creía que todo ser humano tiene algo de decencia.

–¿Esa esperanza se diluyó con la carta que recibió su hermano?

–Ahí se dio cuenta de que había llegado su límite. Hace dos años estábamos en una quinta cercana a la de Albano Harguindeguy y salimos a caminar. Durante la charla, comprendí que todavía conserva en su memoria a la gente que no pudo salvar. Siente que podría haber hecho más de lo que hizo. Por ejemplo, sabía que cuando no publicaba los nombres de los desparecidos, esas personas no volvían a aparecer. Y las familias, a veces, pensaban que con la publicación de los nombres se ponía en peligro la vida de los seres queridos. Para mí, hizo lo que pudo.

–¿Por qué cree que fue de los pocos periodistas que denunció lo que ocurría en la Argentina?

–Era tradición familiar ayudar a la gente. Mi padre estuvo en la Segunda Guerra Mundial, vio lo que era Hitler y la Alemania nazi. Mi madre ayudaba a los aliados en la Argentina a combatirlo. Y cuando él entró a trabajar en el Buenos Aires Herald se encontró con gente que pensaba de la misma manera. ¿Por qué no sucedía lo mismo en otros diarios? No lo entiendo. Y mi padre tampoco. De hecho, tenía enfrentamientos con otros periodistas, como Claudio Escribano, de La Nación. No sé si muchos de ellos tenían vínculos directos con la dictadura pero las preguntas básicas –quién fue, qué pasó, etcétera– no estuvieron en el periodismo argentino de esa época.

–Ahora se busca determinar si los hijos adoptivos de la dueña de Clarín, Ernestina Herrera de Noble, son hijos de desaparecidos. ¿Considera que puede ser una respuesta a por qué callaron los medios?

–Es importante conocer la verdad sobre los hijos de los desaparecidos. Pero tampoco hay que perder de vista que esto se mezcla con la política. Que haya una política de derechos humanos es diferente a que se haga política con los derechos humanos. En este caso, debe conocerse la verdad sobre el pasado y si se confirma que las dos personas que están con la dueña de un multimedios son hijos de desaparecidos, habrá que averiguar cómo se llegó a esa circunstancia o si existió complicidad. Esto último explicaría muchas cuestiones de ese medio durante ese período.

–¿Lo mismo sucedería con Papel Prensa, para entender la posición de La Nación y La Razón?

–Nunca se llega a la verdad desde una sola situación. Es necesario saber qué pasó en todos los casos porque es parte del pasado nefasto de la Argentina y debe conocerse la verdad. Sólo así el país podrá liberarse del pasado negro.

–¿Con muchos más editores como su padre la dictadura se hubiera terminado antes?

–Completamente. El error que cometió la prensa, callando la historia, alentó a que los militares continuaran en el poder. Los dueños de los diarios tenían intereses económicos y vínculos con la dictadura. Para mí, el terrorismo que existió antes del ’76 creó un pánico que fue utilizado por la dictadura y los dueños de los medios fueron sus cómplices. Los medios tienen una responsabilidad importante por las desapariciones.

–Los dueños del Herald eran norteamericanos y el gobierno de los Estados Unidos fue impulsor de la Operación Cóndor. ¿Cómo explica esa convivencia?

–Había dos ambientes bien diferenciados. Nosotros éramos amigos de Tex Harris, del Departamento de Estado, que hizo todo lo posible por salvar vidas. Y otra cosa era Henry Kissinger. Aunque hubo otros buenos ejemplos. Robert Hill, el embajador norteamericano en la Argentina, fue de los primeros en denunciar que desaparecía gente. Y salvó varias veces a mi padre porque Emilio Massera lo quería asesinar. Una vez le preguntó: “¿Cox trabaja para la CIA?”. Hill no le respondió. Sabía que preguntaba para ver si lo podían chupar.

–Usted menciona en su libro la idea de dos terrorismos. ¿Coincide con la teoría de los dos demonios o considera que el terrorismo de Estado no tuvo un enemigo real?

–Poner nombres como “dos demonios” estereotipa la cuestión y no permite ver la realidad claramente. Lo cierto es que con el peronismo empezaron las desapariciones. Antes de la dictadura había otra violencia que generó la contraviolencia, con los instrumentos del Estado. Mi padre no creía en la violencia ni en ideologías, escribía lo que sucedía. Hay que entender lo que pasó, con su coyuntura y la cultura de este país. En aquel entonces había jóvenes idealistas que querían cambiar las cosas y lo querían hacer a través de las armas. Como la filosofía de mi padre era la resistencia pacífica, no creía en la violencia para hacer los cambios. La alternativa de la Argentina era que a través de la armas se podían cambiar las cosas.

–¿Era algo propio de América latina, con Cuba como bandera?

–No hubo ningún Martin Luther King en la Argentina, ni un Gandhi. Pero en esa filosofía creía mi padre y no en el estilo Che Guevara, que busca el cambio con las armas.

–Pero como emergentes de la dictadura nacieron las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo. ¿Qué opina de la nominación al Premio Nobel de la Paz de las Abuelas?

–Estela de Carlotto es una mujer que está luchando por una causa noble: la búsqueda de verdad y justicia. Y lo hace de una manera limpia. Tiene años de lucha. Por eso me parece muy bien que esté nominada, con grandes posibilidades de ganar.

–¿Encontró en algún medio o periodista actual a quien encarne los valores de su padre?

–El de hoy es otro tipo de periodismo. Los grandes periodistas locales son los que aparecen en la televisión, como estrellas que sólo relatan historias, sin buscarlas.
 
Fuente: Por Franco Mizrahi en http://www.elargentino.com/

Documento: "Derechos, estrategias políticas y control del régimen político"

No es posible hablar de autonomía absoluta de la actividad política en relación a las cuestiones sociales, al modo como lo hacen los neoliberales y su reformismo, que se expresan, por ejemplo, en un antagonismo, más o menos insalvable, entre la democracia política y la emancipación social, comercial y económica, simplemente porque donde existe una necesidad nace un derecho y donde se conquista un derecho nace una responsabilidad para ampliar, defender y hacer operativos todos esos derechos conquistados porque, desde este punto de vista, cada uno de esos derechos solucionan determinadas necesidades, urgentes o no, de los trabajadores.

En ese sentido, las políticas económicas de los diversos gobiernos del peronismo, en Argentina, se caracterizan mucho más por el avance en el campo de lo más real, lo práctico y concreto, buscando reivindicar y crear nuevos derechos para los trabajadores, es decir, por la modificación de las estructuras materiales del régimen antes que por una teorización, sistemática y acabada, de los objetivos, las metas y ciertos instrumentos en determinado momento de la historia. En otros términos, antes están los hechos y luego están las palabras. Históricamente, en el propio movimiento peronista siempre dominó la cultura de los resultados y esos mismos resultados se miden por el nivel de calidad y de satisfacción de las necesidades de los trabajadores. Antes que al modo leninista, que nos interroga sobre el “¿qué hacer?”, el modelo nacional y popular simplemente hace. Trabaja creando derechos, incluyendo y batallando contra el capital.

Este modo de hacer habría que rastrearlo, por ejemplo, en el mismo germen del peronismo como movimiento político y social porque, en sus orígenes fundacionales, encontramos a un general que, como tal, busca la victoria, busca ganar batallas, no comentarlas ni analizarlas. Definitivamente, nuestro General ganaba las batallas de la política, de la economía, de la inclusión social y hasta en lo cultural porque, en fin, lo popular no puede entenderse sin hacer referencia directa al peronismo. Lo que no entendieron muchos de esos que se dicen revolucionarios, muchos leninistas o trotskistas, es que mejor es la construcción sobre bases materiales sólidas, es decir, sobre las bases de la producción, de la distribución y del consumo, entendidas como facetas de una misma unidad, para nada lineales, estáticas ni separadas, que lanzar sobre el papel los principales ejes del régimen político, es decir, de un proyecto nacional que es un ejercicio fundamental y necesario pero también limitado si ese modelo teórico no puede ser constatado con la realidad última de los trabajadores.

Y si de realidad política estamos hablando, en verdad, la acumulación de reservas internacionales por parte del Banco Central, por ejemplo, para financiar el desarrollo del modelo nacional, soberano y popular, es uno de los pilares fundamentales de las variables macroeconómicas del régimen para sostener y financiar un determinado modelo productivo nacional, soberano y popular precisamente porque son esas reservas las que posibilitan sostener, a lo largo del tiempo, un tipo de cambio de equilibrio desarrollista que lo es porque estimula la defensa de la producción de los bienes y los servicios nacionales y así, además, milita a favor del crecimiento, del desarrollo del mercado interno y de la generación genuina de empleo y consumo. Este modelo de crecimiento y de desarrollo del mercado y del consumo interno, del ahorro, acumulación de reservas y creación de empleos, fue la constante de los diversos gobiernos peronistas que se dio Argentina a lo largo de su historia exceptuando, por supuesto, la época neoliberal de Menem. De todas maneras, a partir del 2003, el modelo inclusivo, nacional y popular, otra vez en manos de lo mejor del peronismo militante, aliado con otras fuerzas progresistas menores, dio lugar tanto a la recuperación de la economía real, es decir, de la producción, hasta lograr incluso sanear el sistema especulativo y financiero luego de uno de sus mayores quiebres y crisis histórica. En ese contexto, las reservas acumuladas por el Banco Central son enteramente genuinas, es decir, simplemente provienen del superávit comercial, o sea, de la diferencia entre lo que exportamos y lo que importamos. La diferencia entre lo que producimos y vendemos al exterior frente a lo que nos es necesario comprar en los mercados del sistema comercial global. Estas nuevas reservas acumuladas por el Banco Central no son producto, como en la época neoliberal, del endeudamiento externo sino que, en primer lugar, provienen de las fuerzas productivas del país y por eso se retroalimentan como consecuencia de un modelo económico que es mucho más coherente porque fomenta ante todo la defensa de la producción nacional. (1)

Por lo mismo, los sectores populares no tienen que amedrentarse cuando hablamos del poder, del arte de la resistencia y del dominio de los intereses de los trabajadores en relación con otros intereses que son claramente minoritarios pero de mucho poder de presión. De eso se trata. Cómo se obtiene el poder, cómo se usa, qué se hace y cómo, son algunos de los elementos que nos permiten distinguir entre los regímenes políticos dictatoriales y los que son o se pretenden democráticos, entre los modelos que defienden los intereses de las oligarquías o los proyectos políticos y culturas populares. Así, el sistema de acumulación de poder nos llama a la estrategia política, a la movilización, a la consecuencia, la militancia y la resistencia de los propios trabajadores. En efecto, la estrategia y el arte de poder de los trabajadores, consisten en la conducción y en la realización de un modelo político por los mejores medios posible que, a su vez, recibe su inspiración y sus metas de la acción política mientras se apoya en la habilidad táctica. De lo contrario, podemos naufragar en un idealismo que implica considerar a los trabajadores y las cosas, así como las relaciones que las regulan, cómo queremos que sean antes que cómo son.

Desde el punto de vista del modelo nacional y popular, la elaboración de una estrategia, que es política y económica, tiene que estar tan alejada de la quimera y de la utopía como del conformismo que desmoviliza nuestras fuerzas. La enunciación de utopías del fin de la historia o de la guerra de civilizaciones pertenecen a los sectores dominantes, sin embargo, la utopía del socialismo real les pertenece a todos los que creemos en la igualdad de condiciones y oportunidades. Es necesario hacerse cargo. Lo concreto, es que cada una de estas utopías, de las quimeras de la derecha o de la izquierda, pertenecen al género de la política- ficción, que pueden ser loables en cuanto aspiración pero que son totalmente ineficaces como concreción de la realidad de los trabajadores. Por el contrario, proyectar la continuidad de un presente que aún tiene rasgos de injusticia, que aún sustenta las bases fundamentales del neoliberalismo, es una de las tantas pruebas a las que se expone la mediocridad, el conformismo, el servilismo y hasta la complicidad.

El proyecto popular, soberano y nacional, parte de la base de que es posible aplicar una estrategia de defensa de la producción, del ahorro interno y del empleo, del interés nacional y del bienestar popular por lo que, en ese contexto, no es un mito sino que, muy por el contrario, es realismo político plantear el pleno empleo de la fuerza de los trabajadores, bajo las directrices de la primacía del derecho a la vida de todos, como el objetivo primero de nuestro modelo de desarrollo. Ese modelo es realismo político, sin embargo, no ese realismo político planteado en los términos de los dominantes sino en el sentido de reivindicar y defender los valores e intereses populares, el de los trabajadores. Por lo mismo, está claro que reivindicar, representar y defender cabalmente ese costado del mundo popular, que continuamente puja por renacer, siempre incomoda a los que están sentados en la cúspide del poder controlando nuestras vidas en beneficio de sus intereses de minorías.

La cultura popular, cuando se asume como una identidad, como determinada pertenencia, cuando se piensa como un proyecto de país, una lengua y una gramática del poder, no implica, en esas circunstancias, otra matriz que milita en beneficio de los dominantes porque es, desde ahora, una matriz devenida en referencia a las multitudes. El que se mira así está representando y les da a sus representados el voto de lealtad, de militancia y de un fuerte compromiso. Entonces, esa matriz, fundada en un nuevo conocimiento de las cosas y de las relaciones entre los hombres, sólo vale cuando se corta de la cantera de las mayorías. Es que la cantera del pueblo es pródiga en este tipo de nuevas creaciones que son únicas porque valen por su espontaneidad, su permanencia, su lealtad y su compromiso como la pasión de Evita, como los versos astillados de lunfardo y las alocadas marionetas de Roberto Arlt. Esa lealtad y ese compromiso de la abanderada de los humildes fue precisamente lo que hizo de Evita la abanderada de los sectores populares. La obra de Evita fue su propia vida, su propio libro, su propia letra y su militancia, su ejemplo de lealtad y de compromiso con los intereses populares. El país fue así un escenario en donde la representación y expresión del ascenso social de los trabajadores se daba en la casa, en las calles y en cada uno de los lugares de trabajo, en las fábricas, las factorías y en la vida real. La monumental obra se talló en su propio cuerpo y se la llevó a la beatificación popular para ser inscripta en la memoria de los millones de descamisados en los que vuelve, sin cesar, día tras día. En ese sentido, Evita reproduce el mismísimo batallar de su pueblo que hoy, en otra época y en otras circunstancias, pero con las mismas necesidades y esperanzas, lucha contra un mundo neoliberal que cae en crisis y que se desmorona para intentar levantar otro régimen político que tiene los rasgos ancestrales de nuestros pueblos y de su cultura, del pueblo, la ensoñación de éste, su ingenuidad, su fantasía y hasta la misma furia y los mismos materiales con los que se dispone, otra vez, a intentar realizar su destino.

La multitud, que puede y es un actor político central en la lucha, no es otra multitud que la que se disemina a diario en las esquinas, en las veredas, en los talleres y en las fábricas, en la cancha y en las tribunas. Es esa, una multitud de gestos y de esperanzas, de palabras, de estéticas y de un sentir que demanda expresarse por sí o por boca de otros. Así de generoso es el rostro de los trabajadores que continuamente contradicen la descalificación, política e histórica, del conservadurismo, de la reacción siempre concentrada en la idea de los trabajadores como masas, es decir, como una compleja agregación impersonal y uniforme. Sin embargo, lo único uniforme de los trabajadores, que ellos despectivamente llaman masas, es la voluntad de no resignarse a ser ajenos a la historia de su propia emancipación. Por eso, tantas veces, la tristeza de muchos. Sin embargo, esa tristeza siempre es momentánea porque los pueblos, cuando marchan detrás de su emancipación, de sus valores y objetivos, saben que sólo se logra la victoria si luchan con alegría. Entonces, queda claro que el modelo nacional, soberano y popular no representa un desvarío voluntarista ni mucho menos una utopía, sólo que para que se realice deben cumplirse algunos requisitos. Por ejemplo, es necesario un proyecto económico de defensa de la producción nacional que, además de considerar una serie de variables macroeconómicas, tiene que empezar por definir una estrategia del poder, es decir, de gestión de los trabajadores. Para que deje de ser una abstracción académica o una teoría, delirante o no, y se convierta en un instrumento para la acción política de las mayorías en beneficio de sus propios intereses, es indispensable que el gobierno, a través de los actores representativos de los intereses de los trabajadores al interior del régimen, elabore y aplique un proyecto nacional humanista, es decir, basado en el derecho a la vida y ejerza, a su vez, la plena potestad e influencia sobre ciertas áreas consideradas claves de la economía. Entonces, un proyecto nacional sin una clara política económica y productiva efectiva no es viable. Por otro lado, una economía de desarrollo y de defensa de la producción interna, sin proyecto político nacional, soberano y popular, solo puede inducirnos a las crisis permanentes.

Entonces, el primer ámbito en el que se desarrolla un régimen político nacional y popular es en el de la economía y la producción real que así se encuentra por sobre la especulación y la patria financiera. En cuanto a su funcionamiento, es indispensable el ejercicio de la potestad y la hegemonía de los actores estatales sobre los diversos servicios públicos, que implica, según los casos y la evaluación que se haga, mayor supervisión, más control, regulación o propiedad sobre éstos. También es necesario compatibilizar la acción y las inversiones de los empresarios nacionales con los extranjeros siempre en defensa del interés nacional, por ejemplo, a través de políticas de créditos, principalmente para las pequeñas y medianas empresas, políticas y medidas monetarias, arancelarias, fiscales de regulación y control. Al mismo tiempo, el gobierno tiene que afirmar su propia autoridad por sobre los actores representativos del sector financiero y especulativo, en particular, sobre el mismo Banco Central. En ese sentido, la ley 21.526 de Entidades Financieras, que fue sancionada en 1977 por la dictadura autodenominada Proceso de reorganización nacional y su ministro de economía, que permitió la total liberalización del sistema bancario y financiero, por eso mismo tiene que ser superada. En esas particulares circunstancias históricas, el cambio de paradigma político y económico, derivado de la instauración de esa dictadura de seguridad nacional, requirió de ciertos elementos e instrumentos de estas características para consolidar su visión, autoritaria, reaccionaria y fascista, del país. Esa ley apuntó finalmente al corazón mismo del sistema productivo nacional dando lugar a la primacía de la especulación financiera en desmedro del trabajo y la producción de bienes y servicios nacionales. Desde entonces, el acceso al crédito para el sector productivo, en especial el dirigido a las pequeñas y medianas empresas nacionales, quedó restringido a través de la fuerte alza de las tasas de interés y a través de ciertas condiciones que, en general, esas empresas no podían satisfacer.

Actualmente, luego de transcurridas unas cuantas décadas de crisis, de marchas y de contramarchas, la gran mayoría de los bancos, nacionales y de capitales extranjeros, por las consecuencias mismas del sistema financiero, ahora asentado por la ley de la dictadura, redujo fuertemente sus actividades en el campo del financiamiento de la producción y se concentró en ciertas actividades especulativas de mayor rentabilidad y de menor riesgo en el corto plazo, a saber, se convirtieron en intermediarios del consumo a través de las tarjetas de crédito, como cobradores de ciertos impuestos y servicios o líneas generales de préstamos personales al sector formal de la fuerza de trabajo.

Entonces, cuando se plantean este tipo de temas, que afectan ciertos intereses de los grupos económicos dominantes, el debate político es más que necesario porque aparecen esos actores, económicos, sociales y políticos, que juegan en favor de la especulación, de la desestabilización, del golpismo y del mismo fracaso de los gobiernos progresistas que, a través de estas y otras serie de medidas y políticas concretas, buscan mejorar la distribución de la riqueza a través del trabajo y de la producción nacional. De acuerdo a los sectores más reaccionarios y conservadores, cuando se discuten este tipo de medidas, es decir, políticas públicas que buscan la inclusión y la integración de los más diversos sectores sociales y políticos, siempre se nos viene encima el apocalipsis pero, en realidad, lo que buscan es evitar que cualquier medida, por más justa y reparadora que sea, pueda ser aprobada en beneficio de sectores y grupos sociales que conquistan así un nuevo derecho. En ese sentido, es altamente inclusiva la ley del divorcio o del matrimonio igualitario, la asignación universal por hijo, la estatización del sistema previsional y hasta la definición del sistema bancario nacional como un servicio público que se aboca, a partir de esta nueva definición, a las inversiones relacionadas con la producción y el empleo. En el caso concreto del sistema bancario, cuando éste queda definido a partir de estos parámetros, como servicio público, significa que tiene que estar al alcance de todos.

Otro tema relacionado con esto es que, en estas nuevas circunstancias, una ley bancaria diseñada en beneficio de la producción nacional y de la generación de empleos, es una ley que tiene que pensarse desde los usuarios y no desde las entidades bancarias, es decir, militar a favor de un sistema más amigable con respecto a la sociedad. Así, la definición de una política bancaria de este tipo simplemente no puede quedar totalmente en manos del mercado porque, en ese contexto, se maneja y desarrolla con los patrones del automatismo de los mercados, es decir, con las reglas de la máxima rentabilidad posible atendiendo solo a los segmentos y actores más rentables.

Si afirmamos que el sistema bancario es un servicio público, es decir, al servicio de todos en relación a la inversión y creación de empleos (…) y que quienes actúan en la prestación de esos créditos e inversiones lo hacen a partir de algo así como una concesión como es el caso, por ejemplo, del agua, de la electricidad o el gas, donde existe una empresa privada o pública que da servicio de agua, gas o electricidad, y que, en el caso de la empresa privada, tiene una concesión del Estado para dar cumplimiento a ese servicio, perfectamente puede darlo de tal manera que llegue a todos y que la empresa, privada o pública, pueda obtener, a partir de esta política, cierta rentabilidad que la haga viable económicamente. Sin embargo, como no como vidrio, se necesita, para el caso, de una fuerte regulación por parte del sector público y, en general, de todos los actores que son parte del régimen político para que esos parámetros de servicio público y de rentabilidad puedan cumplirse. No es posible que, en todas las localidades donde el negocio no es tal, no haya servicio. No puede ser que, tras años y años de privatizaciones, las empresas privadas que brindan los diversos servicios públicos no hayan invertido parte de sus grandes ganancias extraordinarias, conseguidas en la peor época del neoliberalismo, en la ampliación del servicio a zonas económicamente menos rentables. Entonces, los trabajadores que en sus localidades no cuentan con servicios financieros y de créditos o con cloacas, luz o gas son ciudadanos y trabajadores de segunda categoría.

Por otro lado, los múltiples gobiernos y actores sociales y políticos comprometidos con las bases y las políticas de un régimen político popular, soberano y nacional, tienen que buscar la forma de segurar y de resguardar el cumplimiento de los objetivos que plantean las políticas de inclusión, es decir, de creación y defensa de los derechos de los trabajadores que hagan operativos, en su máxima expresión, los derechos humanos de todos. El modelo nacional y popular administra y hace política en beneficio de todos. Más aún, el régimen nacional, soberano y popular, crea política donde antes no la había porque plantear la acción política es plantear los problemas que van surgiendo en cualquier proceso de cambios y, desde esa perspectiva, ninguna injusticia es más duradera que la que permanece en el más absoluto silencio por eso también la importancia de la democratización de los medios de comunicación masivos que conlleva una multiplicación de voces.

Desde la perspectiva de un modelo nacional y popular, de creación de derechos y de inclusión de los trabajadores, hay que reconocer que la resolución de determinados problemas sociales es conflictivo, en el sentido de que en general se tocan los intereses de los sectores y los grupos sociales históricamente dominantes, sin embargo, no es ser conflictivo porque la resolución de cada uno de esos problemas sociales, siempre desde el ámbito del humanismo, es un factor que reivindica el ejercicio de los derechos políticos y así beneficia, desde la militancia, la conducción del régimen político, es decir, la propia gobernabilidad del régimen que trabaja en favor de los intereses de las mayorías. Por lo tanto, la acción política, el arte de resistir de los trabajadores y de la lucha por la reivindicación de sus derechos y demandas, es la creación y la defensa de derechos, es inclusión. Así, por ejemplo, cuando hablamos de justicia social qué más consecuente que evocar los derechos adquiridos y conquistados en beneficio de los más humildes.

Que más consecuente, cuando hablamos de conquista de derechos, de justicia social y de inclusión social, que referirnos a personajes de la historia política nacional tan fundamentales como Evita para quien donde hay una necesidad nace un derecho. Así de simple, complejo y de categórico. Desde esa perspectiva, es falsear la historia querer desligar a Evita de Perón porque es la acción social y revolucionaria del peronismo, de Evita junto a Perón, la que se expresó en su máxima categoría en los años más felices del pueblo argentino. Si en su momento Cristina Fernández la nombró como la “Mujer del Bicentenario” fue precisamente por su pasión, por su ejemplo, por su fuego, por su amor de abanderada de los humildes y porque representa, aún hoy, al conjunto de las mujeres y hombres que buscan mejores condiciones de vida para todos. Evita es la rebeldía de una sociedad ante la miseria, la inanición, la desmovilización y la falta de esperanzas pero no de un sector político porque su ejemplo trasciende la política partidaria desde el momento mismo en que ella, siempre junto a Perón, se convirtió en el esbozo más perfecto de un destino argentino que siempre es posible y necesario y que, por eso mismo, es negado por la política partidaria y las acciones políticas de los grupos y sectores sociales que representan a las minorías en el poder. Pero, más allá de todos esos intereses minoritarios, que militan contra la satisfacción de las necesidades de los trabajadores, está el nombre de Perón y de Evita como representación más cabal y consecuente de una épica nacional y popular, una cultura e intereses populares que caen y se levantan cuantas veces sea necesario y, por eso mismo, siempre vuelven. Vuelven por los pobres que los lloran. Reconocen en ellos el derecho a la redención social, reconocen a los dirigentes del pueblo que les dieron dignidad a sus vidas batallando a favor de derechos que antes no existían.

Mientras tanto, para la reacción, toda expresión del campo popular no son más que un aluvión zoológico, son los grasas y cabecitas negras, son los piqueteros que, en realidad, no son más que calificativos que se dicen en Argentina cuando los gobiernos defienden y amplían los diversos derechos sociales, políticos, económicos (…) de los trabajadores. Sin embargo, el continuo desmoronamiento de los intereses y de la pretensión de los sectores más conservadores, sirve para mostrar que la conquista de nuevos derechos, por más que beneficie inmediatamente sólo a un sector, sirve necesariamente a la democratización del conjunto del régimen político porque mejora las condiciones de convivencia entre los hombres y fortalece así los vínculos de la solidaridad. Por el contrario, mientras no se extirpen las formas más flagrantes de discriminación, de exclusión y de miseria, la comunidad toda albergará conductas mucho más mezquinas e individualistas y las peores pulsiones emponzoñarán el cuerpo de nuestras sociedades. Esto nos habla de la significación que tiene la decidida toma de partido, la participación y la movilización de vastos sectores, sociales y políticos, representativos de los trabajadores a favor de los más diversos proyectos que se aprueban, ayer y hoy, a favor de los trabajadores como la ley del matrimonio igualitario, la asignación universal por hijo o la primera legislación obrera, de matriz socialista, que la oligarquía homologó en su momento con la inminencia de la disolución política y social.

Por último, es importante decir que Argentina ya no se explica solo por los campos de la inclusión y de la exclusión social porque, en fin, la lucha por una más justa redistribución de los ingresos, que no son más que los beneficios creados por el trabajo de todos pero con el capital de unos pocos, siempre fue el plano dominante de la gran narración y las crónicas del pueblo argentino y seguirá siéndolo en tanto el país sea un ser vivo, con sus movimientos y espasmos, con sus contradicciones recurrentes, sus errores, sus virtudes, traiciones, derrotas y triunfos. En ese contexto, el control del régimen político y del Estado que lo sustenta, entendidos ambos como un ser vivo, o sea, como estructuras políticas que buscan mejorar la gobernabilidad del país a través de la defensa y la creación de derechos que nos beneficien todos, es la más importante estrategia para el cambio y la transformación social.


Autor: Alfredo Repetto.

Notas:

(1) Además, la oscilación del tipo de cambio de equilibrio desarrollista fue casi inexistente potenciado por el equilibro mostrado entre los compradores, mayoritariamente el mismo Banco Central, y los vendedores que operan en el mercado mayorista de cambios. Las compras de la divisa de Estados Unidos por parte de la autoridad monetaria, además de mantener la estabilidad del dólar, contribuye, bajo los preceptos del modelo nacional y popular, a facilitar a los exportadores un tipo de cambio competitivo para liquidar sus divisas.

Referencias bibliográficas:

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Valdés, Eduardo: “Evita, Bergoglio y De Nevares” en Miradas al Sur de la edición del 18 de Julio del 2010.

González, Oscar: “La ira de Dios y el prodigio de la ley” en Miradas al Sur de la edición del 18 de Julio del 2010.

Alvarez Rey, Agustín: “Voces de una sesión histórica” en Miradas al Sur de la edición del 18 de Julio del 2010.

Mariotto, Gabriel: “Tres tristes julios y un júbilo venidero” en Miradas al Sur de la edición del 25 de Julio del 2010.

Calcagmo, Eric: Teoría y práctica en la política económica peronista” en Miradas al Sur de la edición del 25 de Julio del 2010.

Giles, Jorge: “Yo sé que ustedes recogerán mi nombre” en Miradas al Sur de la edición del 25 de Julio del 2010.

Balazs Francisco: “Entrevista a Carlos Heller. La banca al servicio público” en Miradas al Sur de la edición del 25 de Julio del 2010.

Prado, Mariana: “Banco Central récord: en junio el cobro por exportaciones fue el más alto desde 2002”. En Revista Argentina Económica de la edición del 25 de Junio del 2010.

martes, 3 de agosto de 2010

Economía: "Nuevos fundamentos de políticas macroeconómicas en países en desarrollo"


En mayo pasado fui invitado a exponer en una conferencia internacional de un instituto de la Universidad de Naciones Unidas. El tema de la reunión era La Triple Crisis (finanzas, alimentos y calentamiento global). Mi exposición se enfocó en las políticas macroeconómicas de los países en desarrollo. En esta nota presentamos una síntesis de esa exposición.

La idea principal. Se pueden obtener importantes lecciones de política económica contrastando la experiencia de los países en desarrollo durante los años 2000 - incluyendo su desempeño durante la crisis reciente - con las tres décadas previas de globalización financiera. La lección más importante es el rol determinante de las políticas macroeconómicas para impulsar el crecimiento, mantener la estabilidad financiera y logar un desempeño robusto frente a los shocks externos. Algunas políticas macroeconómicas contribuyen al cumplimiento simultáneo de esos tres objetivos. Un número significativo de países en desarrollo adoptaron políticas macroeconómicas de este tipo durante los años 2000. Esto no solo benefició a las economías que adoptaron las nuevas políticas sino también al conjunto de países en desarrollo, gracias al efecto que eso tuvo sobre las relaciones entre dichos países y el sistema financiero internacional.

Ese efecto beneficioso global de las nuevas políticas operó en los años 2000, en el período previo al comienzo de la crisis financiera y también durante la primera fase de la crisis, entre mediados de 2007 y la quiebra del Lehman Brothers. En la fase siguiente fue diferente: cuando la crisis impactó de lleno sobre las economías en desarrollo, los efectos fueron dispares. Aquellas economías que habían adoptado la nueva configuración macroeconómica fueron menos golpeadas por los efectos financieros y disfrutaron de mayores grados de libertad para aplicar políticas anticíclicas. Del otro lado, las economías en desarrollo que mantenían una inserción financiera internacional enmarcada por políticas macroeconómicas similares a la que predominaron durante los 1990 (por ejemplo, las economías en el centro y este de Europa) sufrieron las peores consecuencias de la crisis, de las cuales todavía no se recuperaron.

Las características estilizadas de la nueva configuración macroeconómica son las siguientes: i) un régimen cambiario de flotación administrada, que combina la flexibilidad del tipo de cambio con intervenciones discrecionales de la autoridad monetaria en el mercado cambiario; ii) la preservación de un tipo de cambio real competitivo o evitar fuertes apreciaciones; iii) superávit (o déficit moderado) en la cuenta corriente del balance de pagos; iv) acumulación de una cantidad considerable de reservas internacionales; v) una política monetaria activa, facilitada por la esterilización de las intervenciones oficiales en el mercado cambiario y la inexistencia de dominancia fiscal; vi) cuentas fiscales equilibradas o déficit moderado.

Lo que sigue presenta evidencia que fundamenta la idea principal.

Crisis en los países en desarrollo. En los primeros treinta años del período de globalización financiera, desde principios de los setenta hasta comienzos del siglo XXI, las crisis financieras y cambiarias en las economías emergentes fueron cada vez más frecuentes e intensas. Una característica distintiva de las crisis en los países en desarrollo es que la fase de auge que suele anteceder a la crisis no comenzaba generalmente con innovaciones financieras, sino con la implementación de políticas macroeconómicas que generaban rentabilidad para el arbitraje entre activos domésticos y externos. Estas políticas incluían la liberalización del mercado financiero doméstico, la desregulación de la cuenta capital del balance de pagos y alguna regla "creíble" de predeterminación del tipo de cambio.

En contraste con los treinta años anteriores, durante los años 2000 no se presentaron nuevas crisis en las economías de mercado emergente a pesar de los numerosos episodios de turbulencia financiera con efectos de contagio. Llamativamente, la crisis en Estados Unidos no disparó una crisis financiera en ninguna economía de mercado emergente.

Integración financiera internacional segmentada. La mayoría de las economías de mercado emergente se integraron al sistema financiero internacional en forma segmentada, confrontando tasas de interés internacional sistemáticamente más altas que las de los países desarrollados. A finales de los noventa, el fenómeno era evidente para los países altamente endeudados, como Argentina y Brasil. Sin embargo, el fenómeno abarcaba también a países en desarrollo cuyas políticas lograron evitar acumular altas deudas. Después de participar en el proceso de globalización financiera durante un largo período (casi tres décadas en el caso de América Latina), los activos financieros de estas economías conformaban una "clase" cuyos sus rendimientos incluían una prima de riesgo país considerable.

En contraste, las primas de riesgo país de los países en desarrollo siguieron una trayectoria descendente desde comienzos de 2003 y a mediados de 2005 cayeron por debajo del mínimo registrado en el período previo a la crisis asiática. Las primas de riesgo país sólo subieron cuando comenzó la crisis financiera en Estados Unidos, a mediados de 2007, pero aún así, las primas de riesgo de las economías de mercado emergentes antes de la quiebra de Lehman Brothers eran similares a los niveles que predominaron en los mejores momentos del período previo a la crisis asiática. Por otro lado, el contagio financiero del colapso que siguió a la quiebra de Lehman Brothers fue breve y en 2009 muchos países en desarrollo recuperaron el acceso al crédito internacional a tasas de interés relativamente bajas.

Aceleración del crecimiento y resistencia contra los shocks externos en los años 2000. En los años 2000 hubo un cambio en el desempeño relativo entre los países en desarrollo y los avanzados, incluyendo el impacto diferencial de la crisis reciente. En los años ochenta y noventa los ciclos de ambos grupos de países estaban altamente correlacionados y sus tasas de crecimiento eran parecidas. En cambio, en los años 2000 los países en desarrollo crecieron a tasas sistemáticamente más elevadas que las economías avanzadas. En 2009 los países avanzados retrocedieron 3,4% mientras que los países en desarrollo crecieron a una tasa promedio de 1,7%.

En la crisis reciente ningún país estuvo libre de los efectos recesivos a través de la contracción del comercio internacional. Pero los datos evidencian una nueva resistencia de los países en desarrollo. Ha sido bien ilustrado que el canal comercial fue el principal mecanismo de transmisión de los efectos recesivos en los países en desarrollo, mientras que el canal financiero jugó un rol secundario en muchos de ellos. Más allá del impacto relativamente breve del colapso que siguió a la quiebra de Lehman Brothers, ha existido un desacople de los efectos de contagio financieros de la crisis reciente para un número importante de países.

Los efectos recesivos de la contracción en el comercio son específicos de cada país y dependen de la inserción comercial particular de cada uno. Dados los distintos impactos recesivos a través del canal comercial, la resistencia a la crisis está directamente vinculada a las políticas macroeconómicas implementadas en los años previos. Por un lado, esas políticas fueron el factor determinante para desacoplarse del contagio financiero y por otro lado, de la posibilidad de implementar políticas anticíclicas.

Los cambios mencionados arriba están vinculados a las nuevas políticas macroeconómicas y sus resultados. Primero, ha habido un cambio en el régimen cambiario de muchos países en desarrollo. El nuevo régimen, generalmente llamado "flotación administrada", combina las ventajas de un régimen flotante con grados de libertad para la autoridad monetaria para reaccionar ante cambios en el contexto e intervenir en el mercado cambiario. Segundo, junto con el movimiento hacia una mayor flexibilidad cambiaria, el otro cambio relevante en el proceso de globalización financiera ha sido la reversión del sentido de los flujos netos de capitales, que comenzaron a moverse desde los países en desarrollo a las economías avanzadas.

Muchos de los países que inicialmente se habían insertado en el sistema como receptores de capital para financiar déficits en cuenta corriente, recientemente han generado superávits en cuenta corriente - o redujeron significativamente los déficits previos - y acumularon persistentemente reservas internacionales. Superávit en cuenta corriente y la disponibilidad de grandes reservas internacionales son indicadores de robustez externa. Por lo tanto, no es difícil explicar porqué el riesgo percibido y las primas de riesgo siguieron una tendencia decreciente en aquellos casos donde los déficits se convirtieron en superávits. Además, la emergencia de un número de países superavitarios tuvo consecuencias benéficas para aquellas economías donde todavía persistían los resultados negativos en cuenta corriente, y también para el funcionamiento de todo el sistema. La reducción en el número de países deficitarios, en un contexto donde muchos países emergentes muestran superávits, disminuyó el riesgo de comportamientos de manada y contagios.

El surgimiento de los superávits en cuenta corriente y la reducción de los déficits y la acumulación de reservas internacionales han afectado el desempeño de los países en desarrollo no sólo reduciendo las primas de riesgo y la percepción del riesgo de crisis. También son factores centrales para explicar la reciente aceleración en el crecimiento económico de estos países. Un conjunto de estudios comparativos internacionales recientes sugieren que la nueva forma de inserción de los países a los mercados financieros internacionales mejora el crecimiento económico no sólo reduciendo la volatilidad y el riesgo de las crisis externas, sino también a través de su efecto en los niveles de tipo de cambio real. Existe evidencia robusta de que los superávits en cuenta corriente y la acumulación de reservas internacionales impulsan el crecimiento económico a partir de la preservación niveles competitivos de tipo de cambio real.

Fuente: Por Roberto Frenkel en http://sur.elargentino.com/.