sábado, 7 de agosto de 2010

Análisis político: "Nuevas clases dominantes y fin de la civilización burguesa”

La lógica de la acumulación es la de la concentración y la centralización creciente del capital. La competencia, de la cual la ideología del sistema alaba las virtudes reales y también las imaginarias, opera siempre. Pero ya no es sino la competencia entre un número cada vez más restringido de oligopolios.

No es ni la competencia “perfecta” ni la “transparencia” que nunca existieron y de las cuales el capitalismo real se aleja cada vez más a medida que se desarrolla.

Ahora bien, hemos llegado a un nivel de centralización de los poderes de dominación del capital tales que las formas de existencia y de organización de la burguesía tal como las conocimos hasta ahora están abolidas.

La burguesía estaba constituida de familias burguesas estables. De una generación a otra los herederos perpetuaban una cierta especialización en las actividades de sus empresas. La burguesía construía y se construía en el largo plazo. Esta estabilidad favorecía la confianza en los “valores burgueses”, su proyección hacia la sociedad entera. En una gran medida la burguesía, clase dominante, era aceptada como tal. Por los servicios que prestaba parecía merecer su acceso a los privilegios de la holgura o de la riqueza. También parecía ampliamente nacional, sensible a los intereses de la nación, cualesquiera que fuesen las ambigüedades y los límites de ese concepto manipulable y manipulado.

La nueva clase dirigente, la del capitalismo contemporáneo tal como parece emerger de la evolución de los últimos treinta años, abandona brutalmente esta tradición. El escándalo Enron y unos cuantos otros del mismo tipo contribuyeron sin duda a revelar la naturaleza de la transformación. No porque el fraude haya sido una práctica sin precedentes, desde luego. Lo que es mucho más grave –y nuevo-, es que la lógica dominante de las opciones de gestión del “nuevo” capitalismo produce necesariamente la búsqueda de la opacidad máxima, de la estafa, incluso de la falsificación sistemática de las informaciones.

Algunos califican las transformaciones en cuestión de financiarización, otros de despliegue de un accionariado activo que restablece plenamente los derechos de la propiedad (incluso de un accionariado popular). Estas calificaciones elogiosas, que de un cierto modo legitiman el cambio, omiten recordar como sería necesario que el aspecto mayor de la transformación esté relacionado con el grado de concentración del capital y de centralización del poder que va unido a él.

Sin duda la gran concentración del capital no es cosa nueva. Desde el fin del siglo XIX lo que Hilferding, Hobson y Lenin calificaran de capitalismo de monopolios es una realidad. Sin duda esta concentración ha sido, desde entonces, siempre en avance en los EEUU con relación a otros países del capitalismo central. La formación de la gran firma que deviene transnacional, se inicia en los EEUU antes de la segunda guerra mundial y se despliega triunfalmente después. Europa sigue.

Sin duda, la ideología estadounidense del «self made man» (los Rockefeller, Ford y otros) se distingue del conservadurismo familiar que domina en Europa. Como igualmente el culto de la «verdadera» competencia, aunque no existiese; lo que explica las precoces leyes «anti-trust» ¡Ya en 1890! Pero más allá de estas diferencias reales en las culturas políticas concernidas, la misma transformación en la forma de existencia de la nueva clase dirigente del capitalismo caracteriza tanto a Europa como a los EEUU.

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