viernes, 24 de junio de 2011

Kirchnerismo: La construcción de un fenómeno generacional

La articulación de las demandas sociales transformó la “normalidad” institucional. Los nuevos actores, entre el apoyo y la crítica, abrieron las puertas al cambio. Aquí, un aporte para un debate central.

El kirchnerismo como proceso político –abierto, dinámico y fluctuante– es interesante en la medida que su marca de origen es la de haber transgredido la reproducción del orden instaurado por el terror en 1975 y que se consolidó durante la década del noventa a través de gobiernos que funcionaron como correa de transmisión de las asimetrías internacionales, amplificándolas a escala nacional.
¿Dónde residió y reside la condición de posibilidad para la transgresión y la transformación de la ‘normalidad’ institucional? En la construcción de una relación diferente con las organizaciones y movimientos del campo popular que subsistieron, o surgieron, a lo largo de dos décadas, como las organizaciones de derechos humanos, las resistencias sindicales expresadas en el MTA, la creación de una central alternativa, las organizaciones de trabajadores desocupados, los movimientos de empresas recuperadas, los procesos de autogestión territorial, las luchas gremiales de base y las asambleas.
Cada vez que esa vinculación adquirió espesor también se trocó el sentido de la relación entre el Gobierno y las diversas fracciones de los sectores dominantes. Una fuerza que no se originó en dos personas –Néstor y Cristina–, ilusión que suele proliferar en relatos obsecuentes; pero también en aquellos interesados, que quieren así caracterizar una supuesta fragilidad del proyecto en gestación.
Mirar de frente. En esa relación es tan importante que la Casa Rosada no mire con la nuca la Plaza de Mayo –para decirlo como Néstor Kirchner–, como que las organizaciones del campo popular logren una síntesis entre el apoyo y la crítica, entre la comprensión de las temporalidades y contradicciones de la política y las reivindicaciones. Los mejores momentos y las mejores políticas del kirchnerismo surgieron cuando reconocieron en la organización del campo popular el potencial de fuerza para el cambio social; al tiempo que, aceptando el vaivén propio de una relación compleja, co-construyeron la resultante capaz de un más extenso campo de posibles.
Una primera resultante, constituida en marca subjetiva persistente, ocurre el 24 de marzo de 2004 en la Esma. Allí, la política institucional conectó con la larga y ejemplar lucha de los movimientos de derechos humanos. En forma simultánea, como contracara, el Gobierno Nacional inscribía en los pliegues del campo estatal la refutación de la teoría de los dos demonios, usufructuando la determinación colectiva para impulsar una transformación profunda en las Fuerzas Armadas.
Otras resultantes dieron lugar a la ley de medios, que logró modificar la institucionalidad que amparaba una estructura mediática concentrada y monocorde que silenciaba activamente voces, sujetos, perspectivas y geografías de nuestro país. Una ley que también es consecuencia de receptividades parlamentarias, ya que fue corregida y enriquecida en base a la crítica fundada de partidos opositores.
La asignación universal por hijo logró densidad popular a raíz de la práctica sindical de la CTA, que convergió con otras organizaciones en una consulta popular que diseminó el debate. Diversos partidos políticos la impulsaron también desde el Parlamento y, podríamos decir, que fue puesta en vigencia en forma tardía dada la acuciante realidad que padecían vastos sectores. Sin embargo, la importancia de esta política –que debe terminar de universalizarse y amerita una más amplia discusión sobre montos y financiamiento– es innegable porque revierte el contenido del asistencialismo focalizado del neoliberalismo que sometía a degradantes engranajes de clientelismo a los beneficiarios. Por último, la sanción del matrimonio igualitario significó el reconocimiento de una reivindicación justa y legítima de las organizaciones de la comunidad homosexual y de otras expresiones que aspiran a que el orden legal no ampute el libre desarrollo de las personas.
Se trata, en definitiva, de cuatro ilustraciones sustantivas de la cartografía resultante de la expansión de los territorios de la política: el reconocimiento y la ampliación de derechos, y la creación de institucionalidades populares.
Una relación compleja. ¿Cómo procesa el disco rígido de las elites académicas las transformaciones mencionadas? ¿Qué filtros les impiden palpar el contenido plural y democratizador? ¿Pueden tolerar la capacidad de los subalternos para crear una relación consciente y productiva con el campo gubernamental? ¿O sólo están dispuestos a elegir entre la cooptación y el comportamiento faccioso? Lógicas binarias que empobrecen nuestro oficio de investigación y, lo que es peor, contraen el presente. ¿Cuál debiera ser el carácter de la vinculación entre las fuerzas del campo popular y gobiernos como el actual? Se trata de un interrogante que ha dado lugar a discusiones apasionadas signadas, e interrumpidas, por temporalidades urgentes.
Si las organizaciones y movimientos se definen por un apoyo incondicional dilapidan fuerza de cambio. Por eso no es deseable que se transformen en “soldados” de gobiernos, una figura que, en todo caso, es consecuencia de aquellas experiencias cuya carga trágica se adhirió a las subjetividades militantes. Además, si las organizaciones y movimientos se mantienen idénticos frente a cualquier gobierno, como en un ejercicio de un contrapoder petrificado, corren el riesgo de reemplazar autonomía por automarginación del campo político, o de contribuir indirectamente al debilitamiento de los contenidos disruptivos de un gobierno.
¿Quiénes son más capaces de sustraerse a la “figura del soldado” para consolidar una relación tensa que nos permita la producción de una fuerza creadora que pueda transgredir la desigualdad y las lógicas de fractura social que aún vuelven persistente el núcleo duro del neoliberalismo? Sin duda esta respuesta es múltiple y compleja.
Generaciones. La juventud es más que una palabra cuando logra convertirse en generación. Karl Mannheim sostenía que “es fácil demostrar que la contemporaneidad cronológica (...) no basta para constituir situaciones de generación análogas. (...) No se puede hablar de una situación de generación idéntica más que en la medida en que los que entren simultáneamente en la vida participen potencialmente en acontecimientos y experiencias que crean lazos. Sólo un mismo cuadro de vida histórico-social permite que la situación definida por el nacimiento (...) se convierta en una situación sociológicamente pertinente”.
Las generaciones no son hechos naturales, son producidas por los sujetos cuando logran construir una singularidad, una diferencia. La generación se hace en medio de una densidad histórica que interpela a construir una socialidad transformada. Se hace lugar en la historia con pocos modales, rechazando los fantasmas del pasado que acechan el presente.
Ojalá las juventudes contemporáneas se animen a hacer generación, replicando menos e inventando más, evadiendo la reposición nostálgica y haciendo un uso más autónomo de las experiencias pasadas para impulsar la elaboración colectiva de un modelo de desarrollo alternativo. Sospecho, aunque esto ahora no importe, que sería el mejor homenaje a aquellas ideas.

Fuente: Abal Medina, Paula. Publicado en Miradas al Sur de la edición del 19 de junio del 2011.

Análisis político: La nueva realidad frente a las elecciones de octubre.

Los desafíos, alianzas y políticas del gobierno de Cristina Fernández frente a la inoperancia de los sectores opositores y de los grupos de poder más concentrados de cara a las elecciones de octubre.
 

Latinoamérica no se merece ser colonia de nadie. En realidad, ningún pueblo merece ser colonia ni mucho menos de un imperio centrado en actores de dominio y de control político, social, económico y cultural al nivel global. Ningún país merece ser apropiado por los intereses de países más fuertes en términos capitalistas. Ningún pueblo merece ser apropiado de buena parte de su conciencia nacional y de sus historias y crónicas, de su cultura y las formas, diversas y complejas, en que manifiestan esos valores. Ningún pueblo merece ser apropiado por el fatalismo propio del reformismo como fin último, y su consecuente realismo político, que nos plantea que es imposible sacudirse del yugo imperial. Ningún pueblo merece ser apropiado por una casta de tecnócratas que solo están al servicio de sus propios intereses postura que, al fin y al cabo, no es condenable así a simple vista, sin embargo, la condena a semejante servicio viene dado por el hecho de que esos intereses no solo son los de una minoría sino que, además, entorpecen la satisfacción de las necesidades y los intereses de las mayorías que, en el régimen democrático, se expresan de la manera más noble a través del bien común que es definido a partir de las acciones que los diversos actores y sujetos, colectivos, sociales y políticos, llevan adelante en lo que es la gestión pública de los asuntos que importan a todos. Ningún pueblo merece tampoco ser saqueado por otros, extrayendo sus riquezas que esta vez quedan al servicio de los centros globales del poder dominante.
Por lo mismo, en la medida en que nadie merece en verdad semejantes atrocidades, siempre acometidas en nombre de una democracia y de unos derechos formales y abstractos, el cambio en los términos de los gobiernos populares, en términos de democracia y de inclusión, en términos de defensa de la vida de los trabajadores, en términos de cambios estructurales, busca terminar con cada una de las imposiciones, control y dominio por la fuerza de unos y la impotencia de otros. Por eso, los regímenes de gestión popular son parte de un proyecto que es necesariamente humanista. Nuestro proyecto es un solo proyecto alimentado de distintas corrientes políticas e ideológicas mientras que, al mismo tiempo, el proyecto de los sectores opositores es no tener proyecto o, mejor aún, es el proyecto que nada nuevo puede traernos, es el neoliberalismo y sus crisis, ajustes, libre mercado y privatizaciones. Por supuesto, intentan matizarlo, tratan de esconder las consecuencias más graves de su imposición e intentan acallar la historia de los últimos años. Pero, más allá de todo eso, sabemos que el programa político de los sectores y grupos que componen la oposición política a los gobiernos populares es tremendamente conservadora porque insiste en la exclusión de los intereses de las mayorías pretendiendo de esa forma negarnos lo mejor de la historia y las riquezas de las luchas de los trabajadores. Sin embargo, no por eso la conquista del humanismo, de la inclusión de las mayorías, será un acto mecánico, es decir, no se produce por generación espontánea sino que, antes bien, se impone en la medida en que la lucha por mejores condiciones de vida se vuelve una realidad. El cambio de las estructuras del régimen con vistas a radicalizar los procesos democráticos en favor de los trabajadores así es también un acto consciente que precisa de todos nosotros porque de lo que se trata es de irrumpir contra la cultura dominante y en favor de la necesidad de la liberación de las mayorías.
La participación de las mayorías en la gestión de los asuntos públicos, a partir de los cuales se define la agenda de gobierno, es central porque el humanismo significa, ni más ni menos, que el mayor salto que la humanidad puede dar. Significa superar todos y cada uno de los sistemas de explotación para fundar un régimen político basado en relaciones sociales mucho más fraternas y para beneficio de todos. El principal escenario de la confrontación es el alma del régimen político, es decir, todas las batallas que se libran en la cultura, contra la lógica del saber de los dominantes, que es precisamente donde se desarrollan los combates principales. Es allí donde se inscribe la deformación mediática que buscan desmoralizar el campo popular para despojarlo, vía realismo político, de las razones por las que es necesaria la lucha. El campo de la cultura es el núcleo de la lucha por la primacía o el sometimiento de las urgencias de los trabajadores, en favor o a expensas de los patrones de acuerdo a cómo se desenvuelva esa misma lucha, porque se trata de sustituir el foco creador, el arte de poder de los dominantes en beneficio de un arte democrático y popular cuya génesis combate la cultura de la explotación, del egoísmo y del individualismo. Este foco de creación intenta evitar la continuidad de esa realidad que permite que algunos hombres, los dueños de los medios y factores de producción, se apropien del trabajo de otros hombres, los exploten y los esclavicen. Entonces, es éste el núcleo de la explotación y por lo tanto la matriz fundamental en las que se basa la lucha por la primacía de unos o de otros intereses, de los patrones por un lado y de los trabajadores por el otro.
Teniendo en consideración ese núcleo central que constituye la cultura nacional, ya sea de tipo dominante o popular, en el ámbito de la lucha por la primacía de unos intereses sobre otros, en el caso de Argentina, los medios masivos de comunicación y de información continúan por ello apostando, de cara a las próximas elecciones presidenciales de octubre, a esa deformación mediática y a diversas operaciones políticas que buscan desgastar al gobierno de Cristina. Así, hasta por lo menos el mes de abril del presente año, las figuras y líderes políticos que, con una gran amplitud de criterio, podríamos definir como de cierto relieve opositor depositaban su confianza en que las primeras figuras de las grandes corporaciones nacionales, que responden a los intereses de los grandes centros globales del poder, como el grupo Clarín, Techint o La Nación- liderados por hombres como Magnetto, Rocca y Saguier respectivamente- definieran las fórmulas presidenciales que se opondrían al régimen inaugurado con la llegada de Kirchner y continuado por Cristina. Clarín esperaba algún resultado positivo con la realización de las internas del peronismo, opositor y supuestamente federal y democrático, para después sumar al PRO a ese cóctel. A su vez, Techint había pactado con Sanz para abrir una puerta a la figura más potable del PRO, es decir, la diputada Gabriela Michetti. Por su parte, Saguier jugaba sus fichas por los radicales para las elecciones nacionales. Sin embargo, otra es la realidad que se impuso. Es decir, cada uno de los posibles escenarios en que sostuvieron su fe esas corporaciones se vino abajo porque no se contempló la extrema debilidad de sus candidatos ni tampoco la consistencia de las políticas populares del gobierno de Cristina y los principales referentes políticos que la acompañan.
En relación a las diversas operaciones políticas que buscan sostener en el tiempo a partir de la deformación de la realidad de la mayor parte de los trabajadores, a través de la mentira y de las múltiples tergiversaciones del momento político en que vivimos, esas corporaciones apostaban fuertemente a crear fisuras entre el gobierno y la CGT como genuina representación de la mayor parte de los trabajadores y también entre la Presidenta y el gobernador Daniel Scioli. En este ámbito también fueron parte de un gran fiasco porque no lograron crear fisuras en el kirchnerismo ni tampoco pudieron eslabonar candidaturas opositoras reales a la eficiencia de la gestión del gobierno que continúa haciendo camino al andar, siempre más y nunca menos. De una parte, el país cumple ocho años de un proceso de transformaciones que definitivamente son estructurales por el cambio en el sentido y en la lógica de la gestión pública que lograron conseguirse con esos cambios, que incluye incluso a los medios de comunicación, y cuenta con el liderazgo consolidado de la Presidenta. Por otro lado, desde los sectores y los grupos opositores al gobierno ya ni siquiera está la posibilidad de apelar a propuestas, proyectos y programas que interesen a los trabajadores que se oponen al gobierno, que además los hay y son muchos. Para ellos sólo se trata de dialogar a través de los medios de comunicación y entre ellos porque lo contrario, es decir, el debate abierto de cara a la sociedad es muy peligroso para sus intereses porque, de una o de otra manera, el régimen democrático necesita de opositores que sean responsables.
La rebeldía del cambio popular sigue estando en la iniciativa del gobierno y difícilmente la puedan asumir esos políticos otrora oficialistas, hoy en el sector de la oposición, que fueron muy eficientes y leales a los intereses de los centros globales del poder cuando desde los '90 en adelante impusieron el saqueo y ordenaron la represión al pueblo, que hastiado de tanta injusticia, se movilizó a fines de diciembre del 2001 pero que, a su vez, fueron absolutamente ineptos a la hora de gobernar. En ese contexto, es bastante interesante el análisis concreto del proceso histórico en movimiento inaugurado a partir del 2003 para entender la causalidad del kirchnerismo y su proyección de más largo plazo. En otras palabras, la clave de todo está en seguir el movimiento que acompañan pero que también protagonizan los trabajadores desde el 2003.
Surgen entonces un par de cuestiones al respecto. De cara a la crisis que estalló en el 2001, que fue el principio del fin de la hegemonía absoluta del neoliberalismo, y que expresó en el campo de la política la más increíble crisis de representación de los partidos y movimientos políticos en general, que incluye hasta hoy al propio peronismo, ¿quiénes están en condiciones de nominarse como los nuevos actores y sujetos políticos que recuperaron la confianza social y el protagonismo de la política como herramienta de cambios después de la catástrofe producida por el propio automatismo de los mercados cuyo fundamento expresa el neoliberalismo? ¿Podrían ser los radicales que giran hacia la derecha renegando de un alfonsinismo que por lo menos en lo formal es partidario de la democracia, de los derechos humanos y del régimen de bienestar? ¿Podría ser la derecha partidaria, oportunista e incluso fascista que se expresa en líderes tan impresentables como Macri o De Narváez? ¿Podría ser en todo caso esa izquierda abstracta y la progresía ubicadas en la vereda contraria al colectivo nacional y popular que tanto combatieron intelectuales como Jauretche o Hernández Arregui? Me parece que las respuestas están a la vista porque en verdad, los sectores opositores desde hace un buen tiempo, desde ese diciembre del 2001, cuando fueron repudiados por las mayorías, continúan hoy en caída libre, con sus idas y sus vueltas, con su atomización y con cada uno de los papelones a los que ya nos tienen acostumbrados. Ellos, sus matices, sus formas de pensar y sus políticas, sus ideologías y partidos políticos simplemente son parte de una patética expresión de un país en decadencia, ese país que se conformó por un régimen político claramente divorciado de los intereses y necesidades de los trabajadores. Es que, en fin, lo nuevo ya hace un buen tiempo que nació y por lo mismo no podemos ser tolerantes ni mucho menos condescendiente con ese espacio opositor que, imbuido de los peores vicios del poder mediático y de ciertos jueces que representan lo peor de la corporación judicial, cómplice estructural de las violaciones de los derechos humanos y del saqueo de los recursos naturales de los '90, intentó asaltar el Congreso después de su estéril triunfo electoral en el 2009. No son distintos de los que se amotinan en el Banco Central, de los que votaron contra la ley de medios que propone una democracia basada en mayor pluralismo, de los que se negaron a apoyar el matrimonio igualitario o la asignación universal por hijo o de los que continúan del lado de la patronal rural como peor expresión del país que se niega a morir y ceder, aunque sea mínimamente, en sus privilegios de clase.
En definitiva, lo anterior nos muestra que la lucha es imprescindible en la defensa de lo conseguido hasta hoy para después apostar todo a la radicalización de los cambios. En la medida en que así suceda, en que la lucha se vuelva la protagonista de una historia mejor, democrática y popular, este nuevo siglo será del pueblo y de la gestión de los trabajadores. Ya es tiempo de decir basta a la oligarquía que nos gobierna desde la época incluso anterior a nuestros procesos de independencia. Ya basta de los abusos y de los privilegios de una plutocracia que no cesa de acumular riquezas y que hace de nuestros regímenes políticos simples instrumentos de un mercado financiero y bursátil que responde a intereses que no tienen relación alguna con nuestras necesidades de crecimiento y de desarrollo.

Referencias bibliográficas:

Anguita, Eduardo: “La oposición y el mal uso de los medios” Publicado en Miradas al Sur de la edición del 29 de mayo del 2011.
Castro, Fidel: “Que la vida humana se preserve” Publicado en Debate Socialista de la edición del 10 y 12 de septiembre del 2010, Año 2, número 113.
“Del Bolivar de Karl Marx al marxismo bolivariano del siglo XXI” Publicado en Debate Socialista de la edición del 10 y 12 de septiembre del 2010, Año 2, número 113.
Giles, Jorge: “En la Argentina, gobiernan los indignados” Publicado en Miradas al Sur de la edición del 29 de mayo del 2011.
Reyes, Neftalí: “Fidel, un humano trascendente” Publicado en Debate Socialista de la edición del 17 y 19 de septiembre del 2010, Año 2, número 114.

Autor: Alfredo A. Repetto Saieg.