viernes, 16 de septiembre de 2011

Latinoamérica: integración y políticas de desarrollo.

Análisis de las políticas de integración de nuestros países desde los diversos ámbitos en que se expresa (políticos, económicos, sociales y culturales) que nos permiten sortear las consecuencias más directas de la crisis global.

La situación global hoy es mucho más grave que en los inicios de la crisis, por ahí en el 2008, cuando con la prepotencia que caracteriza a los neoliberales, ellos apenas nos hablaban de una crisis en el ámbito de las finanzas. Sin embargo, una vez más la historia les jugó en contra y bastó apenas unos días para que tuviéramos una real dimensión de lo que estaba pasando. Pero, ¿en verdad tenemos una auténtica dimensión de lo que significa la crisis? Lo que sí está claro es que esta crisis del Estado y su correspondiente régimen capitalista es incluso mucho más grave que la de los años '90 donde finalmente nos impusieron el neoliberalismo como opción, válida y única, a la caída de la tasa media de las ganancias del capital. En el entretiempo, Latinoamérica, por lo menos los países que adoptaron un régimen popular, viene sobrellevando bastante bien las consecuencias de la crisis precisamente a través de políticas de defensa de la soberanía nacional y popular que implica, por ejemplo, la defensa del mercado interno y la posible integración de nuestra región. Por eso, porque nos está dando resultado, porque las políticas populares y la correspondiente integración comercial que en una primera etapa le corresponde, es necesario profundizar las medidas adoptadas desde el 2008 en adelante, por ejemplo, la defensa del trabajo y el consumo interno (...). Por eso, es necesaria la integración con miras a sentar las bases de nuestra Patria Grande. Por eso también es necesario hacerlo con las barreras estratégicas que nos entrega el Mercosur o cualquier institución u organización de nivel regional. Esa es la única posibilidad para continuar defendiendo todos los valores y medidas adoptadas en estos años de cambios, de humanismo, solidaridad y dignidad. Es la única vía para atenuar la vulnerabilidad externa. Entonces, es una prioridad avanzar con temas como el Banco del Sur e integrar las diversas cadenas productivas que constituyen los intercambios comerciales a nivel regional.
Tengamos en cuenta las enormes potencialidades de nuestros países, no solo por sus recursos naturales, sus materias primas, recursos energéticos y la dignidad de nuestros trabajadores, sino también por nuestra densidad demográfica, por los espacios que nos restan completar. ¿Un ejemplo? La industria asentada en el Mercosur eventualmente puede producir la totalidad de las manufacturas industriales que provienen de otras zonas del sistema comercial global. De ahí la trascendencia de los continuas medidas y de las políticas de la Unasur que intentan construir las bases de la Patria Grande, lo más grande posible. Lo hace con mensajes y con acciones de alto contenido político para afrontar, en esta primera etapa, en forma conjunta entre todos los países que la integran, la crisis global que no es solo financiera porque se trasladó a la economía real afectando la vida de millones de trabajadores y sus familias. Lo hace impulsando el comercio intrazona y la desdolarización de los intercambios. En ese sentido, para acentuar la integración comercial es necesario el uso de monedas de la región. La cuestión es que para lograrlo hay que buscar los mecanismos más adecuados. Lo digo porque si bien entre Argentina y Brasil se impulsó esta modalidad desde 2008 hasta el momento apenas el 2% de las transacciones entre ambos se realizan con las monedas locales.
Lo central es que las diversas medidas adoptadas por nuestros países en el ámbito del crecimiento económico sostenido, del desarrollo equilibrado y de la integración de los pueblos, son todas medidas que apuntan a reducir la vulnerabilidad de nuestra región respecto a la crisis de los países centrales. En otro lugar ya dije que el tema de la integración no es fácil, ni siquiera en el ámbito comercial, sin embargo, los desacuerdos que persisten son el mayor desafío para todos. Además, a diferencia de otras épocas, cuando el Fondo Monetario Internacional simplemente imponía todas y cada una de sus recetas y dogmas, actualmente tenemos una mirada común, una mirada que día tras día logra ganar más adeptos, voluntades y votos. Esta nueva mirada es la de un proyecto político humanista, que hace foco en lo social y en lo productivo, en la generación de trabajo como modo exclusivo de dignidad e inclusión y por eso contrasta estructuralmente con los ajustes que nos exige el neoliberalismo y sus políticas pero también, que quede bien claro, es la respuesta de nuestros países a la política represiva de los países centrales contra los manifestantes y contra los indignados de toda la zona europea. Los regímenes populares, y la integración que exige la ampliación de nuestra soberanía, es la respuesta que también se ensaya desde la política frente a la prepotencia de los gobernantes en países como Chile. Asimismo, hay que destacar que las nuevas instituciones regionales, creadas a partir de la imposición democrática de políticas inclusivas y populares en la mayor parte de nuestros países, por lo menos en los más importantes de la región del sur, nos dieron un enorme cantidad de nuevas cualidades y de herramientas para superar la crisis que viene sufriendo el sistema comercial global desde fines de 2008 hasta hoy. Por ejemplo, el uso de políticas claramente anticíclicas, de defensa del trabajo e incluso de generación de nuevos empleos por parte de los distintos gobiernos nacionales y populares, junto con el aumento del comercio entre todos nosotros, fueron parte de una estrategia, eficiente por lo demás, de no dar marcha atrás a pesar de todo lo que está pasando en los países centrales que una vez más intentaron, esta vez sin éxito, trasladar los embates de la crisis a nuestros países. Por el contrario, el año anterior, año de la mayoría de los bicentenarios en la región, Latinoamérica se posicionó entre las zonas más dinámicas del mundo. Todo esto pasa en un contexto de crisis de los paradigmas neoliberales que se expresa, en primer lugar, en una fuerte caída de los niveles de vida de los trabajadores que pierden su fuente de trabajo e ingresos y que quedan endeudados de por vida y, en segundo lugar, en las continuas y cada vez más violentas protestas en especial en países como Chile donde todavía no solo se insiste en el neoliberalismo sino que su policía es bien conocida por los altos niveles represivos e incluso de violación de los derechos humanos que la caracterizan. Todo esto pasa en un contexto de fuerte crisis general y global que está muy lejos de ser superada porque se sigue insistiendo en las recetas de los grupos y factores de poder globales. De hecho, si los Estados Unidos cae nuevamente en recesión, el descenso será más profundo y prolongado que el registrado en los inicios de la crisis. Hoy su economía es mucho más vulnerable que en el 2008 y lo mismo vale para los países de la zona euro. Por ejemplo, actualmente en Europa hay casi nulas posibilidades y expectativas de crecimiento mientras los conflictos sociales se intensifican notablemente. No importa porque los grandes especuladores ya fueron salvados.
Entonces, habría que decir que esta crisis, que viene desde fines del 2008 va a prolongarse por mucho tiempo más. Actualmente los problemas, la crisis y las protestas de los trabajadores, cuestiones como la pobreza o el desempleo, se agravan porque los regímenes políticos europeos insisten en las políticas de ajuste y en la ausencia de una regulación sobre los flujos de capital. No pueden ir más allá porque están en los bordes de la legitimidad del régimen neoliberal. No pueden ir más allá porque están fuertemente comprometidos con el reformismo que, en primera y en última instancia y a estas alturas, se convirtió en un modelo más para legitimar los intereses de los centros globales del poder. No pueden ir más allá porque diferentes y nuevos modos de vida están en juego, porque la razón de los sectores dominantes, oligarcas, conservadores, reaccionarios y hasta fascistas, cada vez más nos revela su impotencia para solucionar cada uno de los problemas de las mayorías, para traer satisfacción a las necesidades y urgencias de esas mayorías. Es importante no olvidar que actualmente estamos frente a una crisis del Estado capitalista que por supuesto se expresa en el neoliberalismo como régimen excluyente de dominio, de control y de acumulación privada de los capitales. Es decir, estamos en presencia de la crisis del modelo de especulación financiera y del supuesto automatismo de los mercados. En esas circunstancias, el sistema comercial globalizado es cada vez más volátil y superfluo. En Europa y en Estados Unidos desaparecieron ramas industriales completas con la correspondiente caída de los indices de empleo y todo lo que esto implica en términos de calidad de vida y de la cuestión social en general. Para peor, esos países, los del centro del poder global, por una cuestión ideológica, no pueden aceptar que la deuda de países como Grecia, Irlanda o España sólo se solucionan con el cambio radical del modelo de crecimiento y de desarrollo, con la caída de las principales políticas del neoliberalismo y la imposición de un régimen de gestión popular. Por lo mismo, hay que insistir en políticas de cambios en las estructuras. Por su puesto, se puede y hay que restringir decididamente el ingreso de capitales especulativos a nuestros países, que entre otras cosas atentan contra un tipo de cambio de equilibrio desarrollista en la medida en que revalorizan artificialmente nuestras monedas locales, pero lo central no pasa por allí sino por cuestiones estructurales.
En ese sentido, es necesario insistir en el tema de la propiedad de los diversos capitales como medida estructural que toca ciertos intereses fuerte e históricamente corporativos. Es que el colapso del régimen neoliberal, y la consiguiente adopción de un otro patrón de desarrollo sustentado en la expansión de los sectores ligados a la economía más real, es decir, a quienes producen bienes durables y así generan trabajo y consumo interno, no supuso en lo central una reversión importante de las tendencias prevalecientes en el neoliberalismo en términos de la propiedad del capital de los núcleos centrales de lo que constituye el poder económico local. De hecho, el proceso de extranjerización no sólo no se revirtió en esos términos en países como Argentina, sino que mayormente se profundizó por las nuevas oportunidades que trajeron las políticas de inclusión social de los gobiernos de Néstor y Cristina. Así, en los últimos años y a pesar de las medidas adoptadas por el gobierno en favor de los intereses de los trabajadores, la participación de las grandes transnacionales (que vale la pena recordar son representantes de intereses foráneos) en la facturación de la cúpula empresaria se incrementó hasta alcanzar una cifra que está cercana al 60%. Ese es un porcentaje muy preocupante para un pueblo que, desde el 2003 en adelante, tiene grandes metas y objetivos por cumplir. Ese es un porcentaje muy preocupante para el peronismo, que como ideología política fundada en el humanismo, reivindica los valores de la justicia social, la igualdad, las oportunidades para todos, la verdad y la lealtad con el movimiento de los trabajadores. Habrá que insistir en la lucha para representar a las grandes mayorías que son necesarias para revertir toda esa herencia neoliberal que insiste en quedarse entre nosotros a pesar del gran fiasco histórico que significó no solo para Argentina o Latinoamérica sino también para los países centrales que hoy se debaten en la inoperancia política incluso para reprimir el gran descontexto que surge desde las bases de sus sociedades.

Referencias bibliográficas:

“Un manual latinoamericano para la defensa regional”. Publicado por Miradas al Sur de la edición del 14 de agosto del 2011.
“Voces por una salida común”. Publicado por Miradas al Sur de la edición del 14 de agosto del 2011.
Galand, Pablo: “Sudamérica avanza para lograr mayor autonomía” ublicado por Miradas al Sur de la edición del 14 de agosto del 2011.
Bencivengo, Gabriel: “Los caminos de la integración”. Publicado por Miradas al Sur de la edición del 14 de agosto del 2011.
Arceo, Nicolás y Schorr, Martín: “Extranjerización y balanza de pagos” Publicado por Miradas al Sur de la edición del 14 de agosto del 2011.

Autor: Alfredo A. Repetto Saieg.

Los jóvenes, la noche y el deber de la memoria.

En esa operación cobarde fueron secuestrados diez adolescentes. Sólo tres sobrevivieron al horror del Pozo de Banfield, el Pozo de Quilmes y la Jefatura de Policía de la provincia de Buenos Aires.

Fue en la casa de un amigo coleccionista de cosas viejas. Se encontraba colgada en la pared una de esas maquinitas con rollos de boletos de colectivo, numerados en serie. Un rollo entero verde tenía impresa la palabra “escolar”. La palabra impresa derivó en conversación, la conversación en memoria, y la memoria en construcción de identidad.
Desempolvando nuestro recuerdo, apareció la reminiscencia de que todo había comenzado con una marcha multitudinaria en septiembre de 1975, época en la que ambos ya éramos universitarios. El clima del país hace tiempo que ya se percibía como enrarecido, denso. Pero sin embargo y aún detrás de esa densidad, rememorábamos sin ánimo melancólico, que los pibes no se dejaban torcer el brazo. Reclamaban algo muy simple: que el colectivo no les cueste lo mismo que al resto. Trasladarse al establecimiento escolar debería ser un derecho y no un privilegio. Y en un boleto escolar, la diferencia de los centavos puede representar una porción de pizza más durante la semana, invitar a una piba con un helado, o la ayuda en casa para lo que sea. Y ni qué hablar de añadir al precio, el valor simbólico de la expresión del inconformismo, cálido, rebelde, utópico, encantador. El estudiante secundario debía marcar el ritmo, de modo tal que la eximición de cierto porcentaje en el costo del pasaje no solamente represente una igualdad con el alumno de la primaria, que pagaba menos, sino la poderosa idea de que ser del secundario no es ser de segunda. La decisión de pelear por el boleto estudiantil comenzaba a ser una movida que se replicaba tanto en algunas ciudades de la provincia de Buenos Aires como en otros orbes del país. La iniciativa impulsada por la UES (Unión de Estudiantes Secundarios de La Plata) empezaba a tener eco nacional. Frente a la militancia, y ante la repercusión, finalmente el objetivo se logra. Era ese boleto verde, que colgaba en la pared de la casa de este amigo, el símbolo de la conquista perseverada a través de la lucha. 
Pero como si fuese el inspector del colectivo, el golpe del ’76 arrancó el boleto y la hecatombe se llevó a los pibes. Un año después. Un 16 de septiembre de 1976.
Yendo un poco más allá del tema del boleto estudiantil, podríamos sostener que obviamente habría algo más profundo. Como parte del modus operandi del terrorismo de Estado, lo que molestaba, lo que irritaba a los integrantes del sistema del ominoso general Camps no era otra cosa que el activismo político y el compromiso de estos pibes. A esa penosa historia de la oscuridad (aunque no fue la única, pero sí una de las más significativas), que hace 35 años marcó con fuego el alma de una generación, se la conoció como La Noche de los Lápices.
En esa operación cobarde fueron secuestrados diez adolescentes, de entre 16 y 18 años. Sólo tres sobrevivieron al horror del Pozo de Banfield, el Pozo de Quilmes, la Jefatura de Policía de la provincia de Buenos Aires, las comisarías 5ª, 8ª y 9ª de La Plata y 3ª de Valentín Alsina, y el Polígono de Tiro de la Jefatura de la Provincia de Buenos Aires, entre otros lugares.
Junto a nuestro homenaje, y teniendo la posibilidad concreta que nuestra democracia nos brinda de poder ver cómo se juzga a los represores de las víctimas por sus crímenes, desde una perspectiva presente, vale la pena volver a repensar esta terrible historia, resignificando la fuerte dimensión de amenaza y miedo que produce el protagonismo juvenil al poder omnímodo supuestamente adulto representado por los regímenes estatales. Justamente, considerar al joven como una intimidación al futuro, exigiéndole que deba permanecer en el lugar que el poder le asigna, es volver a repetir viejas sagas. De algún modo, y sin ir muy lejos, desde el discurso represivo de la seguridad, con intención, se sigue alimentando e insistiendo en la imagen y el mensaje que sentencia al joven con la categoría de “peligroso”, atribuyéndole la calidad de delincuente y al que hay que reprimir y encerrar hasta exterminarlo, ya que muchos representan la condición de “irrecuperables”. De esta manera, la arenga va construyendo un estigma social y político que delinea la traza que estampa al pibe como un enemigo a ser domesticado (si es morocho, mucho más) y despolitizado. El testimonio cotidiano de Emilce Moler, sobreviviente de la nefasta noche, amiga, científica y educadora, integrante de nuestra comisión, nos advierte constantemente sobre este notable riesgo, para que la memoria no tenga la superficialidad nostálgica de creer que todo pasa, sino para que tenga el espesor y la claridad de un eco en las voces presentes que fueron acalladas en el pasado de la edad más tierna. 

Fuente: Daniel Goldman (Rabino de la Comunidad Bet El. Comisión Provincial por la Memoria) Publicado en diario Tiempo Argentino de la edición del 14 de Septiembre del 2011.

El fin del Estado de Bienestar en los países europeos.

¿Qué es el Estado de Bienestar? A grandes rasgos, el Estado de Bienestar consiste en la acción estatal que garantiza a todos los habitantes niveles razonables de ingresos, alimentación, salud y educación. Consagra el derecho que tiene toda persona a no ser excluida de la sociedad; para ello se le asigna una suma de dinero suficiente y un acceso a los servicios públicos que le permita satisfacer sus necesidades fundamentales. No se trata de asistencialismo, sino del reconocimiento del derecho a ocupar un lugar normal en la sociedad.
En varios países se practicaron tradicionalmente políticas de protección para los más pobres. El ejemplo moderno más destacado es la legislación social de Bismarck en Alemania (leyes de Prusia entre 1883 y 1889); asimismo, durante y después de la Primera Guerra Mundial, de la Gran Depresión que comienza en 1929 y de la Segunda Guerra Mundial, muchos gobiernos practicaron políticas de promoción social.
La consolidación del Estado de Bienestar como eje de la política económica de muchos países –sobre todo de los desarrollados– se produjo después de la Segunda Guerra Mundial, cuando los pueblos que salían de enormes sacrificios reclamaron una mayor justicia social. Primero se institucionalizó en Inglaterra, donde el Plan Beveridge estableció un principio básico: cualesquiera sean sus ingresos, todos los habitantes –por el solo hecho de serlo– tienen derecho a estar incluidos en la sociedad, sea con pagos en efectivo o con servicios estatales (salud, educación, jubilaciones, entre otros).
El pensamiento reaccionario embistió en contra de esta conquista humana. Se repite ahora la denigración ya clásica recordada por Albert O. Hirschman en 1991, cuando publicó Dos siglos de retórica reaccionaria. Relata Hirschman cómo pensadores y fuerzas políticas de ideas retrógradas combatieron contra tres conquistas del progreso: la revolución francesa, el sufragio universal y el Estado de Bienestar. Se descalificaba a cada una de esas conquistas mediante tres argumentos recurrentes: su efecto perverso, su inutilidad y la puesta en peligro de logros anteriores. No se equivocaban en la defensas de sus intereses, porque el Estado de Bienestar es uno de los mayores logros de la justicia social.
El Estado de Bienestar europeo subsistió hasta la actualidad, con muchos progresos. Por ejemplo, la mejoría en los servicios públicos, en especial de salud, educación, seguridad social y vivienda; las negociaciones colectivas de salarios; la igualdad de derechos de género. Pero con posterioridad a la crisis financiera internacional de 2008 comenzó a deteriorarse.
Mucho o algo, en todo o en parte, en el fondo o en la forma, los principales países de Europa occidental discuten ahora cómo desmantelar el Estado de Bienestar. No es poco. Eso que se llamó en alguna época la cuna de la civilización, donde se originó el Siglo de las Luces que abre la modernidad, ese lugar del mundo que fue mucho más que un modelo para la Argentina, hoy intenta la precarización del empleo, la privatización de bienes públicos y el desmantelamiento de la seguridad social.
Cómo afecta la crisis financiera al Estado de Bienestar. Los países europeos que están suprimiendo, poco a poco, el Estado de Bienestar enfrentan una grave crisis financiera que deben pagar, o bien el sistema financiero nacional e internacional, o los Estados, o los habitantes de los países afectados, o entre los tres.
Hay que decir que la crisis global que estalló en 2008 no fue causada por un gasto fiscal descontrolado ni por déficits públicos; por el contrario, en la mayor parte de los países hoy en dificultades, el déficit público disminuyó; y en algunos casos lo hizo de modo significativo, como en España e Irlanda, alguna vez presentados como ejemplos.
En realidad, fue una crisis del sector financiero de los países desarrollados que, huérfano de regulaciones, se sobreexpandió en negocios cada vez más desvinculados de la economía real. Cuando reventó esa gigantesca burbuja (versión primermundista de nuestra “plata dulce”), se contrajo bruscamente el gasto privado, y aumentó el gasto público: en parte por los paquetes de estímulo fiscal y en parte por el salvataje masivo del sector financiero. Como al mismo tiempo caían los ingresos debido a la recesión, se generaron importantes déficits públicos.
De ese modo, el mismo sistema bancario que causó la crisis y fue rescatado por los gobiernos, se encontró a poco andar como el principal acreedor de esos gobiernos. Se produjo entonces un cambio drástico en el discurso del establishment: se pasó de reclamar la intervención del Estado para evitar el colapso económico y del sistema bancario, a exigir una urgente austeridad fiscal para dar confianza... a los mercados financieros.
De este panorama se desprende que el sector financiero pelea por conservar su hegemonía y hasta ahora lo ha conseguido. Parece que hasta hizo olvidar cuál es el origen de la crisis: ahora ya no se habla de crisis financiera, sino de crisis fiscal, olvidando que esta se debe principalmente a aquella. Se ha logrado un consenso político. Los Estados y gran parte de los pueblos han aceptado que sean ellos quienes paguen y no los bancos.
El caso de Grecia: el sabor de la cicuta. Para que se entienda mejor la situación es útil reseñar el caso de Grecia. El primer drama es que ya no existe el dracma: el país está en la zona euro y por lo tanto carece de una moneda nacional. La mayoría de las naciones de la Unión Europea tienen una sola moneda, pero muy distintas productividades y políticas económicas. La productividad de los alemanes es mucho mayor que la de los griegos; y Alemania buscó mejorar su balanza comercial externa con una política de salarios y precios muy restrictiva (por debajo del 2% como meta de inflación anual) y Grecia aumentó ambas variables. Después de 10 años se acumuló una diferencia importante, que trajo un fuerte desequilibrio en la misma zona euro.
Entonces, Grecia tiene un problema que no puede corregir mediante una devaluación, por la inexistencia de una moneda nacional. En esta situación, la variable de ajuste son los salarios, las jubilaciones y el gasto público, a cambio de recibir préstamos externos para pagar deuda pública. La realidad es que se endeudaron por el privilegio que otorga el estar en la zona euro. En su naturaleza, es una situación parecida a la Argentina del 2000-2001, puesto que no es un problema de liquidez sino de solvencia.
La dificultad es que con el ajuste de las cuentas fiscales y los préstamos de la Unión Europea y del Fondo Monetario Internacional (FMI) se posterga la caída de Grecia en el default, pero no se resuelve el origen de la cuestión, que es la falta de competitividad. Para lograrlo debería salir de la zona euro, devaluar y reestructurar la deuda con una quita muy fuerte y sin las condiciones draconianas que tiene ahora. Además se distribuirían los costos de modo que también pierdan los que prestaron irresponsablemente, pensando que al final habría un rescate internacional de la deuda.
Pero esta salida de la crisis, que resolvería un problema de fondo, perjudicaría a los acreedores, entre los cuales hay muchos bancos europeos (sobre todo alemanes y franceses). Por eso, la opción elegida por los gobiernos y el FMI es la que implica endeudamiento y recesión para Grecia. Consiste en que, primero, el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Central Europeo (BCE) y los gobiernos europeos concedan un enorme préstamo al gobierno griego para que pague al sistema financiero. Y segundo, en que el gobierno griego realice un severísimo plan de ajuste, privatice empresas públicas, evite el default y la devaluación; y al cabo de los años y con mucho sacrificio, pague la deuda.
La objeción evidente es que a través de una política de ajuste no se resuelve el problema de la deuda pública. Una espiral recesiva genera menos ingresos a cada vuelta de tuerca. Por eso es insensato disminuir el déficit fiscal en medio de una recesión.
Hasta ahora se trata de un plan de salvataje para los acreedores, a pagar por los griegos, en particular por los de ingresos medios y bajos. La propaganda de esta operación la califica como “salvataje a Grecia”, cuando es realidad es el “salvataje de bancos alemanes y franceses”, a costa de una recesión que afectará con dureza al pueblo y al Estado griegos.
Veamos ahora cómo es la “poción mágica” que quieren hacer tragar a los griegos. En primer lugar, tiene un eco socrático, porque su sabor se parece mucho al de la cicuta. Está llena de condicionalidades que se establecen en los documentos oficiales suscriptos por el FMI y el gobierno griego. Las “condiciones estructurales” establecidas en 2010 para Grecia son muy recesivas. Imponen: rebaja de los salarios de los empleados públicos y las jubilaciones (que además se congelan por tres años); reducción de los beneficios de la seguridad social; el IVA aumenta del 21 al 23%; designación de un grupo especial, con un líder, para controlar el gasto público; creación de un Fondo de Estabilidad Financiera para “preservar la salud del sector financiero y apoyar la economía griega proveyendo apoyo a los bancos cuando lo necesiten”; reorganización y reducción de los gobiernos locales y de los funcionarios elegidos o nombrados; control estricto del presupuesto y de su ejecución; reforma del régimen jubilatorio; publicación de los estados financieros de las 10 mayores empresas estatales; implantación de un plan contra la evasión fiscal; publicación de un informe detallado sobre los sueldos en el gobierno; adopción de nuevas regulaciones para el sistema estadístico, y –último en la enumeración pero privilegiado en la intención– preparación de un plan de privatizaciones para recaudar 15.000 millones de euros en activos que migrarían al sector privado al final de 2012, que llegarían a un total de 51.000 millones al final de 2015.
Repite los planes de ajuste tradicionales que el FMI aplicaba a América latina. Ahora son los países desarrollados los que deben pagarle ese tributo al sector financiero. Corroboramos así que la salvaguarda del sistema financiero está en la razón de ser del FMI y el Banco Central Europeo. Su acción es un claro ejemplo del triunfo de los genes sobre la razón. El futuro dirá si prevalecerá el sector financiero por sobre la política; y cuáles serán las consecuencias de las decisiones que se adopten.
Algunas conclusiones. Los argumentos políticos y económicos planteados son de una pobreza tan desesperante como lo fue el debate acerca de la desnacionalización de la economía argentina en los noventa, y de las ventajas de la propiedad privada de los servicios públicos a la hora de entregarlos. Esta carencia es peor aún para los pensadores que siempre consideraron a la estructuración política de las sociedades como originaria de Europa, como parámetro y medida del lugar político (allí se inventó, por ejemplo, aquello de la izquierda y la derecha).
Existen, también, similares motivaciones y causas parecidas a las nuestras durante la convertibilidad. En primer lugar, el consenso político se ha logrado en Europa: los gobiernos socialdemócratas aplican las mismas medidas que los conservadores; la única diferencia está en que los socialdemócratas lo hacen con complejo de culpa y los conservadores con satisfacción.
La culminación de la política de cuadros dirigentes –¿diríamos operadores políticos?– parece ser también el fin de la política como espacio de discusión: sólo queda la unanimidad en la decisión de llevar adelante las reformas económicas que ya conocimos en la Argentina, con igual inconciencia o complicidad. La desconexión entre los partidos políticos y los electores aumenta cada vez más, con mayor desconcierto de los dirigentes. Surgen los “indignados”, aún sin organización ni el apoyo de partidos políticos o movimientos sociales importantes.
Desregular, privatizar, retirar al Estado (es decir, perder la política) fueron algunas de las características del modelo argentino de los noventa. De algún modo, estuvimos en la vanguardia de las reformas propuestas en esos tiempos: nadie lo hacía mejor que nosotros, nadie lo hizo tanto. Ahora, ya pasado el vendaval neoliberal por la periferia y en especial por la Argentina, asistimos a la aplicación de esas mismas reformas, con los mismos argumentos, en uno de los polos centrales del mundo. ¿Obtendrán los mismos resultados?
Por una extraña paradoja, también estamos en este momento en una posición ventajosa, tras haber sobrevivido (en qué condiciones) a las reformas “amistosas para los mercados”. Sabemos de qué se trata y lo sufrimos en carne propia.
Con la política del Consenso de Washington nos sumergimos en la mayor crisis económica y social de nuestra historia: empresas públicas liquidadas, recursos naturales enajenados, la mitad de la población bajo la línea de pobreza, la soberanía nacional declinada. Salimos de ella gracias a que aplicamos las políticas opuestas a las que nos recomendaba el Fondo Monetario Internacional. También volvió el debate político para pensar el futuro.
Nunca hubo Estado desertor, como bien lo saben los sectores económicos que viven de las subvenciones para ellos y la represión para los excluidos, sino falta de política. Esta misma falta de política es observable hoy en Europa. Peor aún: las elites están dispuestas a beber la misma poción venenosa que casi nos mata. Ahora ellos quieren adoptar el Consenso de Washington, en lo que puede ser un nuevo rapto, aunque esta vez sea de locura.
Existe además otro hecho de enorme importancia: el FMI quiere aplicar en todos los países deudores un fuerte plan de privatizaciones. Como los planes de ajuste no alcanzan y son lentos, se impone un proceso de privatizaciones, que recaude pronto sumas sustanciales que se aplicarían al pago de la deuda. Con ello se cumple además otro propósito del Consenso de Washington, que consiste en otorgarles más poder económico a los grupos financieros y económicos transnacionales. Quienes se queden con las empresas privatizadas, serán los que detentarán una gran parte del poder económico real en esos países. En el caso griego es interesante señalar que de los 51.000 millones de euros que se espera recaudar hasta el 2015, 7.000 millones corresponden a la venta de empresas públicas, 9.000 millones a concesiones y cesión de derechos y 35.000 millones a ventas de tierras (¿a cuántas islas les habrán echado el ojo?) (cifras del FMI, Cuarta Revisión bajo el Acuerdo Stand-by, julio 4 de 2011). Sin la amenaza de un bloque socialista, sin movimientos políticos populares dispuestos a defender el interés nacional y los derechos de sus ciudadanos, el sector financiero tiene las manos libres para hacer buenos negocios sobre el descuartizamiento del Estado de Bienestar, que en el fondo nunca les gustó. La mesa está servida.
Se cierra así el ciclo tradicional, con un importante agregado. De acuerdo con los usos y costumbres, se socializan las pérdidas y se privatizan las ganancias; de este modo, se transfiere una enorme masa de recursos y de poder económico del Estado a las empresas privadas (en especial a las transnacionales, que tienen el volumen necesario para operaciones de esa magnitud). De tal manera, el sector financiero europeo puede sentarse a esperar tranquilamente que les caiga a sus pies el poder político. Así termina la película. Lo que no sabemos es cómo va a reaccionar el público, o si se va a quemar el cine.

Fuente: Por Eric Calcagno (Senador de la Nación) Publicado en revista Veintitrés Internacional de la edición del 1 de agosto del 2011.