viernes, 1 de julio de 2011

Reflexiones con motivo del 1° de Julio.

“…la realidad efectiva que debemos a Perón”

Hoy, 1º de julio, se cumplen 37 años del paso a la inmortalidad del general Juan Domingo Perón, el líder del movimiento nacional y popular que gobernó en tres oportunidades la Nación Argentina.
Entre los principales logros de sus gestiones, cabe destacar los grandes avances en materia de legislación laboral, las conquistas sociales, los planes quinquenales, el fomento de la industria, la nacionalización de la banca y de las empresas de servicios públicos, la ejecución de miles de obras públicas (diques, carreteras, hospitales y usinas), la construcción de 8.000 escuelas, los planes de viviendas sociales, el impulso a la ciencia y la tecnología, la creación del Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio (Iapi), el respaldo oficial a las actividades deportivas, el desarrollo aeronáutico y automotriz, la revolución sanitaria del ministro Ramón Carrillo y el nuevo contrato social que implicó la Constitución de 1949. La nueva Carta Magna, inspirada en el constitucionalismo social, reconoció los derechos de los niños, la mujer y los ancianos, consagró el voto femenino y estableció la potestad del Estado nacional sobre los yacimientos y fuentes de energía (Artículo 40).
En el plano continental, Perón avanzó decididamente en la integración con nuestras naciones hermanas, retomando el programa inconcluso de José de San Martín, Simón Bolívar, José Martí y José Artigas, quienes proyectaron y anhelaron la Patria Grande Iberoamericana.
“Nuestro anhelo más profundo consiste en querer que todas las Naciones y hombres del mundo se amalgamen en un solo sentimiento de identidad, cuya comprensión e intensidad nos lleve a la comprensión total de cómo nos necesitamos los unos a los otros, haciendo nacer así esa correspondencia ideal para que el trabajo, el pensamiento libre y la construcción constante sean los derechos humanos que nos acerquen al progreso, a la civilización y a su estabilidad”, expresó en su obra “América Latina, ahora o nunca”.
Y agregaba: “Debemos cuidar nuestros recursos naturales, con todas las fuerzas posibles, de la voracidad de los monopolios internacionales que los buscan para alimentar un modelo absurdo de industrialización y desarrollo en los centros de alta tecnología, donde rige la economía del mercado. Ya no es posible producir un aumento en gran escala de la producción alimentaria del Tercer Mundo sin un desarrollo paralelo de las industrias correspondientes. Por ello, cada gramo de materia prima que se dejan arrebatar hoy los países del Tercer Mundo equivale a kilos de alimentos que dejarán de producir mañana. De nada vale que evitemos el éxodo de nuestros recursos naturales si seguimos aferrados a métodos de desarrollo que están preconizados por esos mismos monopolios, que significan la negación de un uso racional de los mismos”.
Frente a esa amenaza de las trasnacionales, el general sostenía que “en defensa de sus intereses, los países deben propender a las integraciones regionales y a la acción solidaria”.
En la misma obra, advertía que “no debe olvidarse que el problema básico de la mayor parte de los países del Tercer Mundo es la ausencia de una auténtica Justicia Social y de participación popular en la conducción de los asuntos públicos, sin que ello signifique la violencia o la desorganización que suelen causar las improvisaciones. Todo debe hacerse en su medida y armoniosamente. Sin una verdadera Justicia Social, el Tercer Mundo no estará en condiciones de enfrentar las angustiosamente difíciles décadas que se avecinan”.
En esta fecha, es oportuno repasar estos conceptos que tanta vigencia tienen en nuestro continente americano y, en particular, en la Argentina de nuestros días. Después de la larga pesadilla neoliberal, que se impuso indistintamente bajo la forma de sangrientas dictaduras y democracias tuteladas, en la última década nuevos aires comenzaron a soplar en la América del Sur, con Hugo Chávez, Rafael Correa, Evo Morales, Lula, Dilma, Néstor y Cristina, mientras esperamos que también Ollanta se sume a la gran caravana que lucha por la emancipación definitiva.
El fortalecimiento del Mercosur, la creación de la Unasur, la proyección del Banco del Sur y el avance en la integración con los pueblos hermanos de Centroamérica y el Caribe, son acciones que se encaminan a la construcción de una verdadera comunidad de naciones, donde deben ser causas compartidas la defensa de la soberanía territorial y de los recursos naturales; el rechazo a cualquier intento desestabilizador; la distribución justa de la riqueza; la vigencia de los derechos humanos; el respeto por los pueblos originarios y la cooperación económica, educativa, científica y tecnológica.
En estos días, en los que asistimos a un debate sobre temas medulares de la vida nacional y regional, es necesario tener presente el legado histórico de Juan Domingo Perón y reconocer la vigencia de su pensamiento y su obra.
Mientras el poder concentrado intenta recuperar terreno a través de sus voceros mediáticos, apostando a darle oxígeno a una oposición que se desgrana en su mediocridad y sus interminables pujas internas, el desafío es profundizar el modelo nacional, popular y democrático que lidera la compañera Cristina Fernández de Kirchner.

José Yapor

Provincia Buenos Aires: Las listas k completas:

 Todos los candidatos a diputados nacionales por LA Provincia de Buenos Aires:


http://www.agenciapacourondo.com.ar/comunicacion/4069-todos-los-candidatos-a-diputados-nacionales-por-provincia-de-buenos-aires.html


Provincia de Buenos Aires: todos los candidatos k, por sección electoral:

http://www.agenciapacourondo.com.ar/kirchnerismo/4068


Fuente: Agencia Paco Urondo.

La recuperación de la acción política.

Las diversas consecuencias que produjo el abandono y denigración de la acción política como método de militancia y transformación de la realidad y el análisis del nuevo contexto de recuperación de ésta en favor de una mayor democratización de las estructuras políticas, económicas y sociales.

Durante la época histórica específica que va desde el golpe de Estado de marzo de 1976 con su época de horror, de terror, muerte, desapariciones y apropiaciones, hasta fines del 2001 con el colapso manifiesto de las formas de hacer política del régimen neoliberal argentino, con la caída de De la Rúa y los siete presidentes en una semana, con los saqueos y la tremenda crisis social pero también política y económica, con la caída de bruces de los grandes paradigmas venidos desde los centros globales del poder, con el surgir y el nuevo protagonismo de los actores y sujetos políticos venidos desde la cultura popular y sus nuevas formas de lucha como el propio movimiento de los piqueteros, durante esa época digo, los sectores y grupos dominantes, que podríamos caracterizar como cierto establishment cívico y militar de tipo nacional pero que responde a los intereses foráneos de las grandes corporaciones globales, por lo mismo, por esa concepción de la política y del desarrollo, renunció históricamente a la soberanía nacional. Es decir, al mismo tiempo que denigraba y aplastaba los intereses y la soberanía nacional, militaba contra la soberanía popular porque precisamente ésta es la base central sobre la que se fundamentan los intereses y la soberanía e independencia nacional. De ese modo, los grupos nacionales dominantes reprimieron la soberanía, los valores populares y la propia cultura del trabajo a partir de la destrucción de gran parte del sistema productivo en favor de las grandes corporaciones, devastaron la industria nacional, endeudaron al país en términos impresionantes para financiar la evasión de capitales, dilapidaron el patrimonio de todos (en especial a partir de la liquidación de las empresas públicas), redujeron la inversión y finalmente deterioraron los salarios reales de los trabajadores que se convirtieron en moneda de cambio y de ajustes en favor de los intereses de la acumulación privada de capitales.
Según el momento histórico en que nos encontráramos, prevalecían diferentes modos de regímenes políticos que reivindican múltiples y diversas formas de degradación de la soberanía nacional y del bienestar de los propios trabajadores. También es cierto que con la llegada de Alfonsín se produjo la recuperación de la democracia en términos políticos pero también es cierto que ese régimen democrático en su accionar real, en especial cuando se trató de la defensa de la soberanía popular, de la defensa de los intereses de los trabajadores y en conscuencia de la defensa de la propia soberanía nacional, se mostró como altamente ineficiente por la formalidad y abstracción de los derechos y reivindicaciones de los ciudadanos en relación con los intereses y derechos del poder real que descansan en las grandes corporaciones. En otras palabras, puede decirse que existía un régimen político democrático en lo formal pero las decisiones de mayor trascendencia, decisiones políticas y económicas que definen por ejemplo un modo de crecimiento y de desarrollo nacional, eran definidas e instrumentadas en la práctica por la lógica del Consenso de Washington a través de los programas de ajuste impuestos por actores globales que nada tenían que decir sobre los intereses nacionales como el propio Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Fue la época donde prevalecerá la economía por sobre la política, o mejor aún, donde la acción política, militante y comprometida con la idea de soberanía nacional, será reemplazada por nuevas formas de hacer política más ligadas con la adminsitración, el gerenciamiento privado, que insiste en conceptos de eficiencia y eficacia que nada tienen que ver con el bienestar de las mayorías, y con falsas presunciones de objetividad, imparcialidad y racionalidad de las decisiones adoptadas. Así, mientras nos alternábamos entre las dictaduras militares y las democracias de baja intensidad, que fueron fuertemente formales, abstractas y viciadas de origen (no olvidemos que el peronismo estuvo proscrito durante buena parte de la historia nacional), el poder real siempre perteneció al establishment. El requisito fundamental para que ese desastre fuera posible, es decir, la denigración y la supresión de la política en términos de acción política de redención de la soberanía nacional en favor de las nuevas maneras de administración y de gobierno, fue posible a partir de la imposición del neoliberalismo militante primero a través de la desaparición masiva de personas, de la prohibición total de la militancia, del fraude que significó la proscripción del peronismo y luego, en una segunda etapa, a través de formas más refinadas de control social. En ese contexto, el intenso proceso de pérdida de la soberanía nacional, que tuvo lugar en los años '90, consolidó el predominio de las transnacionales en el ámbito de la economía argentina mientras la política, siempre en el sentido de acción política transformadora, desaparece bastardeada por los nuevos dogmas y verdades de la racionalidad de los sectores dominantes que reivindican, de ahora en más, el predominio de la visión de mundo de las transnacionales.
Simplemente, la nueva concentración económica que tuvo lugar en esos años produjo que los nuevos actores, las transnacionales y los grupos que los representan, se hicieran en la práctica con un considerable poderío económico y de veto sobre el funcionamiento y la lógica del sector público que además deben su origen, monopólico y extranjerizado, a la inserción del país en un tipo de capitalismo que es periférico, es decir, estructuralmente dependiente de los grandes centros globales de poder, que nos imponen sus formas de vida y visión política del crecimiento y el desarrollo. A partir de ahí, esos capitales lograron incluso hacerse con crecientes porciones de la riqueza nacional afianzándose en los núcleos productivos más dinámicos del nuevo sistema económico iniciado tras el colapso de la convertibilidad y que caraterizan y delinean la inserción de nuestro país en el sistema comercial global.
De todo lo anterior deriva que en la actualidad, las transnacionales que se desenvuelven en el medio nacional tienen, en términos productivos, una suerte de doble inserción estructural. Por una parte, están todas las que se vinculan con un tipo de producción más tradicional, o sea, con la producción relacionada con ventajas comparativas estáticas, en especial las que tienen que ver con las materias primas abundantes (la agroindustria, el petróleo, la minería y ciertos commodities industriales más o menos relevantes). Por otro lado, están las más modernas, todas esas trasnacionales ligadas a la nueva fase de internacionalización de los procesos productivos que tienen que ver con la imposición de la lógica del neoliberalismo. Finalmente, consecuencia de ese tipo de inserción estructural de las transnacionales en el ámbito de la producción local y nacional, que les entrega un tremendo poder de veto y de decisión, con la correspondiente y ostensible pérdida de decisión y soberanía nacional en cuestiones estratégicas para el país por parte del sector público y de los actores populares y democráticos en general, el predominio del capital extranjero en la economía conlleva una serie de aspectos críticos adicionales que se sintetizan en el hecho de que las transnacionales, que en realidad son poco generadoras de empleo si analizamos la cuestión por unidad producida, en cuanto a sus estructuras productivas internas representan, de manera clara y manifiesta, una distribución del ingreso que es muy regresiva en términos de justicia social, de igualdad de oportunidades y de distribución de la riqueza. Es que, desde el ámbito de las formas de actuar y de producción de las transnacionales, el salario de los trabajadores, el salario real, es antes que nada un costo en el proceso de producción y en cuanto tal tiene que ajustarse en beneficio de la tasa de ganancia del capital. Entonces, en la medida que se imponen los ajustes al salario, que se acompaña de la pérdida de derechos y de conquistas históricas por las que otras generaciones dieron incluso sus vidas, se nos plantean una serie de interrogantes importantes y centrales en cuanto al poder realmente existente que oficia de conductor de un modelo de acumulación con inclusión social que nos beneficie a las mayorías y tras cuya lógica queden supeditadas incluso los intereses de las transnacionales que son parte de nuestras estructuras de producción. En otras palabras, un proceso de cambios sistémico y estructural, que así es defensor de los intereses nacionales y populares, que reivindique la soberanía nacional en base a la soberanía popular, para que perdure y se consolide en el tiempo, tiene que batallar contra el poder real, contra esas verdades y esas razones, siempre reaccionarias y conservadoras, que plantean que los salarios de los trabajadores son simplemente un costo de producción para reivindicar, muy por el contrario, que los salarios reales de los trabajadores son un factor dinamizador de la economía, de la producción y de la soberanía porque actúan sobre la demanda interna.
En otro aspecto, la notable extranjerización del sistema económico y productivo nacional expresa la ostensible debilidad del propio gran capital local que termina respondiendo, por una cuestión ideológica y cultural, a los intereses de los centros globales del poder. Se trata de un sector social que, ante su incapacidad estructural de competir con los capitales foráneos, despliega determinadas acciones y estrategias que los llevan a resignar importantes porciones de la estructura económica, comercial y productiva en un contexto de repliegue hacia ámbitos productivos ligados al procesamiento de recursos básicos relacionados con las formas más básicas y primitivas del accionar empresario que también apuesta a una política de salarios bajos como dato estructural. A partir de entonces, bajo esta concepción estratégica y del lugar subordinado que les corresponde como unidades de producción, estos sectores están incapacitados para encarar un proyecto susceptible de impulsar la industrialización del país sobre la base del desarrollo y el control de las nuevas capacidades productivas que puedan recrear y/o potenciar las ventajas dinámicas de la economía local, como mecanismo para hacer viable una sociedad más inclusiva e igualitaria. El problema es que el concepto estratégico en que se sustentan las formas de producción de estos grupos de empresarios nacionales menores, que generalmente son muy reaccionarios en términos ideológicos, supone profundizar un perfil productivo sumamente regresivo que reivindica una inserción pasiva y subordinada de nuestros países en el sistema comercial global. Por lo mismo, estos grupos son un tremendo obstáculo a la conformación de un modelo de desarrollo inclusivo y sustentable en lo económico, en lo político, en o cultural y en lo social. De allí la necesidad de avanzar en la formación de un esquema de alianzas con los sectores genuinamente consustanciados con la industrialización nacional, con el incentivo de la demanda, el ahorro interno y con la redistribución del ingreso. Esto implica asumir las numerosas y múltiples dificultades que se derivan del enfrentamiento contra los actores políticos y económicos más poderosos en términos reales y sus cuadros orgánicos para buscar reivindicar, defender e imponer, con todos los medios que generosamente nos da la democracia, un régimen nacional, popular y soberano.
No hablo de imposibles ni de utopías o bienaventuranzas, no hablo de dioses ni mucho menos de demonios sino que, en primer lugar, reivindico los diversos regímenes nacionales y populares actuales, el gobierno presidido por Cristina Fernández, reivindico la felicidad y los sueños de esta época y de esa en que los trabajadores, protagonistas y movilizados, tuvieron la posibilidad de ser felices, de soñar y constuir un proyecto de vida, de satisfacer realmente sus necesidades más básicas para luego ir por otro tipo de necesidades, tal vez de carácter más suntuarias, pero que también hacen al mejoramiento de la calidad de vida y de la felicidad de los trabajadores. Defiendo ese proceso que arrancó a mediados de los años ’40 hasta el golpe de Estado que derribó al gobierno popular del general Perón. Defiendo el proceso de cambios inaugurado a partir del 2003. En ambos procesos, no me refiero a un mito sino a un recuerdo personal o familiar. No fue ni es una metáfora sino que fue y es una realidad que existió y existe. Habíamos pasado de la economía agraria a la hegemonía del sector industrial, con una mayor justicia social, con migraciones internas, con una renovación casi total de la elite política y organización de los trabajadores. Se vivía mejor y se vive mejor a partir de la recuperación de la política como herramienta de cambios y transformaciones. Entonces, es necesario reivindicar la acción política, es decir, un arte de posibilidades de cambios en términos populares y democráticos porque la historia reciente de nuestros pueblos, en los hechos, nos muestran que la política implica la defensa de lo que se tiene o la adquisición de lo que se carece, según diferentes visiones del mundo, de cada uno y de todo el resto. El regreso de la política, en esencia, significa la defensa de la cultura popular que fundamenta la soberanía nacional.

Referencias bibliográficas.

Schoor, Martín: “Extranjerización y proyectos de país”. Publicado en Miradas al Sur de la edición del 19 de junio del 2011.
Calcagno, Eric: “El rescate de la política” Publicado en Miradas al Sur de la edición del 19 de junio del 2011.

Autor: Alfredo A. Repetto Saieg.

La decisión.

Se terminaron las especulaciones: la Presidenta buscará un nuevo mandato. El compromiso con la profundización del modelo y los desafíos pendientes. Cómo impacta esta decisión en una oposición desorientada. Mirá la galería de fotos.

1. La decisión ha sido tomada. Esta ahí despejando lo que mantenía cierto halo de misterio. Una decisión entramada con las demandas de la historia y sellada a partir de un dolor extremo que conmovió no sólo la intimidad intransferible e inviolable de quien sufrió la pérdida de su compañero de vida e ideales, sino que atravesó con una intensidad inusitada la vida popular argentina. ¿Alguien podía tener alguna duda de lo que se selló durante esas jornadas sacudidas a un mismo tiempo por la tristeza, el desasosiego y una energía que emanaba clamorosamente de la multitud que se dio cita espontáneamente en la plaza de las grandes gestas populares? ¿Podía ser otra, acaso, la decisión de quien construyó, junto a su compañero, una vida surcada de lado a lado por la política entendida como herramienta de transformación y de compromiso por un país más justo? ¿Qué otra respuesta darles a esos miles de jóvenes que se dieron cita y se juramentaron en aquellos días de duelo? Apenas el cálculo mezquino de algún opositor o la especulación afiebrada de quienes saben que la candidatura de Cristina es arrasadora respecto de las posibilidades de doblegar el proyecto iniciado en mayo de 2003, podía alucinar con un fin de juego o con una retirada a cuarteles de invierno.
Lejos de las expectativas de quienes ni siquiera han sido capaces de articular una oposición compacta y coherente, la decisión de Cristina vino a darle contundencia a lo que se esperaba. Pero también no dejó de señalar la importancia de lo inesperado y de lo enigmático en el propio movimiento de la historia, el modo como se cuela lo extraordinario rompiendo lo previamente trazado. Entre la crisis desatada alrededor de la resolución 125, pasando por cada uno de los momentos significativos de estos años, y ese acontecimiento sobrecogedor por lo insospechado y por lo que suscitó, se inscribe, también, la decisión de Cristina que, a su vez, se entrama profunda y visceralmente con la totalidad de su biografía. Una vez más la historia se ríe de los augures y de los anticipadores, se sacude de encima a los estrategas que todo lo saben y determinan como anunciadores de certezas inconmovibles y abre los senderos de un tiempo por venir que no deja de entrelazarse con el camino recorrido. Así como Néstor Kirchner llegó sin que nadie lo esperara y logró conmover desde los cimientos a un país en estado de desolación, también se fue sin anunciarlo pero sabiendo lo que dejaba al marcharse. En ese relato de Cristina de las miradas que se buscaban en cada acto y en cada intervención de cualquiera de los dos, miradas que buscaban complicidad y aprobación, está, vaya paradoja, la verdad del famoso “doble comando”, esa frase utilizada con ruindad para desmerecer la inteligencia y la capacidad superlativas de la Presidenta. Ella fue sencilla y directa: lo que había era entrelazamiento, convicciones compartidas, proyecto común, cotidianidad familiar y la eterna complicidad de la mirada amorosa. Rara la forma que ha elegido la historia argentina para seguir su derrotero por el tiempo. Ya llegarán las épocas, más distantes de tanta intensidad, para detenerse en lo complejo, a veces enigmático y siempre conmovedor de esta etapa por la que estamos atravesando y que lleva, hoy, la impronta de una pareja excepcional.
2. Cristina, su anuncio, constituye una fuente extra de impulso y de vitalidad al mismo tiempo que expone, blanco sobre negro, la pobreza de una oposición que sigue buscando una coherencia que no logra encontrar en ninguna parte y que la lleva a alquimias entre sorprendentes y ridículas de esas que avergonzarían a viejos e históricos dirigentes que ya no están entre nosotros. Pero también constituye un desafío para las propias filas del kirchnerismo allí donde se vuelve imprescindible estar a la altura de la historia y hacerlo sin caer en obsecuencias innecesarias. Cristina reclama otro tipo de lealtad, palabra siempre atravesada por las demandas, los equívocos y las interpretaciones contrapuestas de la historia en sus distintos momentos; una lealtad basada en la activa participación, en la disposición a apoyar un proyecto de transformación sin abandonar el lenguaje de la interpelación crítica, esa que se reconoce en el interior de las mejores tradiciones emancipatorias y que no se reduce al seguidismo insustancial y acrítico. Lealtad a un proyecto capaz de movilizar los recursos de la invención democrática y de internarse por los caminos, a veces desconocidos, del cambio histórico que reclama el uso activo de la inteligencia y la tozudez de la fidelidad a principios y tradiciones fundacionales de lo mejor y más memorable de la vida popular.
Cristina, su decisión tomada desde el propio 28 de octubre, allí donde un pueblo despidió a un hombre excepcional, sabe, mejor que nadie, que la lealtad nunca puede ser sinónimo de obsecuencia, siempre debe ser expresión de riesgo y atrevimiento puesto al servicio de apuntalar un proyecto que tiene como eje vertebrador a la propia Cristina. Ella supo, desde un primer momento, que la historia la reclama, que la Argentina hoy necesita de su esfuerzo porque la consolidación de su liderazgo corre paralela a la profundización del proyecto iniciado por Néstor Kirchner. Ese es su destino, el punto de inflexión que nunca hubiera querido tener que producir por la ausencia de su compañero de vida, amor y militancia. Las páginas de la historia encuentran, muchas veces, su propia y laberíntica escritura.
Su discurso, a lo largo de estos años vertiginosos, ha ido hallando los tonos y las honduras capaces de enfrentar los tremendos desafíos de una realidad inclemente a la hora de plantear dificultades y escenarios de una extrema complejidad. En ella ha habido, desde un comienzo, una intensa toma de riesgo sabiendo, como sabía, que su lugar en la escena argentina no iba a ser fácil allí donde se entrecruzarían la propia cuestión de género, la ardua problemática de la femineidad y su relación con la política y el poder (en sus dimensiones de prejuicio y de seducción), junto con la puesta en evidencia de una retórica inusualmente poderosa que nunca dejaría de provocar a sus interlocutores. Cristina mezcló lo que para un resto no menor de misoginia social parecía imposible de ser mezclado: su condición de mujer atractiva con una inteligencia filosa, decidida y portadora de un discurso que ya ha dejado una huella fundamental en la historia política argentina. El prejuicio, la dimensión cualunquista de cierta clase media que se siente dañada cuando se confronta con alguien capaz de argumentar con inteligencia y audacia, encontró su punto máximo en los meses del conflicto con la corporación agromediática que desplegó una ofensiva impiadosa allí donde buscó horadar y deslegitimar la figura, la voz y la inteligencia de Cristina.
Fueron los días del “doble comando”, de una Cristina supuestamente manejada por Néstor Kirchner, de los insultos y los agravios, de esas frases brutales y soeces que nos hicieron recordar tiempos aciagos en los que dominó el odio hacia la fragilidad de otra mujer que marcó la historia de los humildes en nuestro país. Contra ese prejuicio muchas veces transmutado en rencor tuvo que lidiar quien, pese a la legitimidad de origen que le dio un triunfo electoral contundente, siempre debió ponerse a prueba y sortear los obstáculos que el establishment nunca dejó de colocarle. Su impronta, la fuerza de su figura quedaron evidenciadas en su capacidad para doblar la apuesta en los momentos de mayor dificultad.
Decía, al comienzo, que si bien era esperable que Cristina anunciara su decisión de presentarse como candidata a la reelección, no deja de ser una noticia que, una vez más, opaca la debilidad estructural y la pobreza conceptual que viene ofreciendo la oposición para resaltar que, en la Argentina de estos días, el lugar generador de intensidad e inteligencia política proviene de la Casa Rosada. Es Cristina la gran electora, la voz de los acontecimientos decisivos y la que le lleva varios cuerpos a cualquiera de los referentes de una oposición que todavía no logra definir, más allá de candidaturas esperpénticas, proyectos de país que resulten sustentables y portadores de cierta seriedad ideológico política. Cristina, su interpelación siempre sensible y compleja, sigue definiendo la agenda de un presente atravesado por desafíos nacidos de un proyecto que, desde el año 2003, no ha dejado de conmover lo que parecía inconmovible o intocable en el país. Sigue siendo lamentable que una parte sustancial de la oposición continúe actuando el libreto escrito en las usinas de la corporación mediática al mismo tiempo que perpetúa, en su interior, la lógica despolitizadora de los años ’90. Confrontando con esa reducción de la política a lenguaje de gerenciadores y de empresarios, Cristina, como antes Néstor Kirchner, regresó, una y otra vez, al lenguaje político, a sus marcas ideológicas y al sentido de sus convicciones. Jamás, en sus innumerables intervenciones, dejó de darle forma y consistencia al núcleo político del proyecto y lo hizo buscando las palabras y los giros que pudieran encontrarse con las demandas populares. Cristina y Néstor recobraron el antiguo fondo litigioso de la política, ese que, también, le otorga su potencia y su mística.
3. Su figura, tocada por el vértigo impiadoso de la vida argentina, ese mismo que puede elevar a un dirigente político para después arrojarlo al vertedero de la historia o, como en el caso de Cristina, darle un golpe al corazón de los sentimientos en medio de su responsabilidad como Presidenta, no ha dejado de crecer recuperando el terreno perdido en los primeros tramos de su gobierno cuando una campaña inusualmente despiadada, cargada de prejuicio y hasta de un odio malsano, se descargó desde los núcleos del poder mediático buscando no sólo condicionarla sino, más grave, dejarla sin capacidad de decisión. Lejos de doblegarse y de replegarse a cuarteles de invierno como han hecho la mayoría de los gobiernos democráticos en el último medio siglo, Cristina, primero acompañada por su compañero y por una militancia en crecimiento continuo, desafió a los poderes de siempre doblando la apuesta y tomando algunas de las decisiones más trascendentes a la hora de reparar vida social, económica y cultural: del voto no positivo del ya invisible pequeño señor Cobos salió reestatizando el sistema jubilatorio, dándoles movilidad por ley a los haberes de los jubilados y pensionados y recuperando la línea aérea de bandera que había sido saqueada durante los ’90; de la compleja coyuntura electoral de junio de 2009, atravesada por la derrota en la provincia de Buenos Aires, se salió redoblando el esfuerzo que finalmente culminó en la aprobación de la Ley de Servicios Audiovisuales y en la extraordinaria decisión de implementar la Asignación Universal por Hijo que cambió el mapa de la exclusión en el país abriendo con potencia el camino de la reparación de los sectores más dañados. Junto con eso continuó la política de derechos humanos, las investigaciones por Papel Prensa, la consolidación de la Unasur, el fortalecimiento del modelo económico en medio de la más severa crisis de las economías centrales desde los años ’30, la apuesta por el trabajo cooperativo, la consolidación de las paritarias y de los salarios en contraposición con los brutales planes de ajuste que se vienen implementando en varios países europeos. Le dio forma también a un acontecimiento político-cultural de impensadas consecuencias cuando logró capturar, alrededor de los festejos del Bicentenario, la trama profunda de un relato de la historia capaz de interpelar con potencia inusitada a una gran parte de la sociedad. Luego siguió la aprobación de la Ley de Matrimonio Civil Igualitario que supuso doblegar al poder del prejuicio anidado en la jerarquía de la Iglesia Católica.
Difícil imaginar otro tramo de la historia nacional tan cargado de acontecimientos y decisiones trascendentes y atravesados, todos ellos, por ese parteaguas que fue la muerte inesperada de Néstor Kirchner. Una escena de tragedia griega que ni el más fantasioso e inverosímil relato de ficción hubiera podido imaginar. Una conmoción como no se recordaba en décadas; una despedida tumultuosa y multitudinaria que mostró la esencial falsedad del relato de la corporación mediática y que consolidó los lazos profundos entre Cristina y su pueblo haciendo añicos la lógica del prejuicio y la mentira que, desde marzo de 2008, había sido prolijamente desplegada por quienes, al saberse su candidatura en 2007, intentaron condicionar desde un principio su gobierno. Cristina fue tenaz a la hora de romper esos muros que buscaban asfixiarla. Fue más tenaz en las horas y los días del duelo para reduplicar el esfuerzo que le exigía una Argentina siempre inquieta y desafiante. Su tenacidad vuelve a manifestarse al hacer pública su decisión de someterse, una vez más, a la voluntad popular.

Fuente: Por Foster, Ricardo. Publicado en revista Veintitrés de la edición del 28 de junio del 2011.