viernes, 25 de noviembre de 2011

"Néstor por todos" en el museo del Bicentenario


"Néstor por Todos" es el nombre de la muestra gráfica y audiovisual que se realiza en el Museo del Bicentenario, hasta el 28 de noviembre. En el lugar donde funcionó la Aduana Taylor, Paseo Colón al 100, se exponen fotos y videos de distintas etapas de la vida del hombre que "no dejó sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada". Desde su infancia y adolescencia en Río Gallegos, pasando por su etapa de militante universitario en La Plata, su regreso a Santa Cruz junto a Cristina en los oscuros años de la dictadura, sus tiempos de intendente y gobernador; hasta su llegada a la Presidencia de la Nación, las diferentes etapas de su gestión de gobierno y la multitudinaria expresión de dolor que acompañó su paso a la inmortalidad, en octubre de 2010.
Los materiales que se exponen pertenecen a los más de 17.000 envíos de videos, imágenes, audios, relatos y otros materiales que formarán parte del documental sobre la vida de Néstor Kirchner, que llevan adelante los compañeros Jorge "Topo" Devoto y Fernando "Chino" Navarro, con la dirección de Adrián Caetano, y estará en las salas en los primeros meses de 2012.
La exposición puede visitarse de miércoles a domingo, incluyendo feriados, en el horario de 11 a 19. La entrada es gratuita.




Fuente: Texto y fotos enviadas por el compañero José Yapor.

La mano invisible del derrumbe.

Aunque el boom inmobiliario hace al trasfondo de lo sucedido en la calle Bartolomé Mitre, los picos de construcción se dieron antes de la gestión Macri, con muchos menos “accidentes”. Los riesgos de una administración que estimula el laissez-faire.

La escena de la bola de demolición rompiendo con torpeza pedazos de mampostería alimentó 24 horas de transmisión en vivo de TN y C5N el domingo pasado. El cuerpo de Isidoro Madueña estaba a metros de los escombros crecientes. Su hijo, ese mismo día, le hablaba al movilero de Crónica TV sobre su padre desaparecido y le pedía a los medios: “Dejen de tapar”. “Nosotros no tapamos”, le respondió el cronista, “hablaste con nosotros ayer”. Por lo menos desde el sábado se sabía de la desaparición de Madueña. Algo que efectivamente, algunas cadenas, al principio, silenciaron. Su apellido se agrega a la lista de nueve muertes y 23 derrumbes sucedidos durante la gestión macrista. Que el boom inmobiliario salvaje hace a una parte crucial del problema es cierto pero parcialmente. Los records de superficies permisadas para la construcción se batieron justo antes del ciclo de gobierno macrista sin que se viniera abajo tanta casa, tanto edificio, tanto gimnasio. Sin tanta muerte.
El primer récord reciente de permisos de construcción se dio en 1998 con 2.727 obras y 2.236.126 m2 a construir. La cifra fue bajando hasta el piso de 690 permisos concedidos en plena crisis de 2002. Tras la recuperación económica nacional, los picos del boom se dieron en 2006 con 2.779 permisos (para 3.103.450 m2 de construcción) y al año siguiente con 2.589 (para 3.088.901 m2). Por entonces no se registró ni la alarmante cifra de derrumbes actual ni la de muertes de obreros de la construcción, como sucedía durante el menemismo. Estos datos sobre superficies permisadas son oficiales y corresponden al Centro de Estudios para el Desarrollo Económico Metropolitano (Cedem), un organismo creado durante la gestión de Aníbal Ibarra en 2000, que desde diciembre de 2007 se incorporó a la Dirección General de Estadística y Censos del Gobierno de la Ciudad.
En los dos primeros trimestres de este año el acumulado indica que hay 1.176 permisos pedidos para construir 1.462.997 m2. La cifra habla de una recuperación en relación a los años anteriores y de un gran negocio empresario; no necesariamente de un buen negocio social o urbanístico. La reactivación de la industria de la construcción no hace sólo a la felicidad beatífica del gobierno macrista, cuyas líneas de conducción están estrechamente vinculadas a ese sector. Tras los estragos del 2001-2002 también las gestiones progresistas celebraban (se entiende) y difundían las cifras impresionantes del boom, prometiendo algún equilibrio y un cierto control que el macrismo no se preocupó siquiera de incorporar en el discurso. “¿Quién puede estar en contra del progreso?”, preguntaba públicamente Mauricio Macri ante las protestas de los vecinos de Caballito que reclamaban por la megaconstrucción salvaje.
El reinado de las leyes de mercado es el que célebremente se verifica –en una ciudad en la que los desequilibrios y el déficit de vivienda son problemas estructurales– cuando se analiza a qué zonas va el grueso de la inversión. Cinco barrios (Almagro, Caballito, Villa Crespo, Villa Urquiza y Villa Pueyrredón) concentraron en el último tiempo el 27,8 por ciento del total. Otro 27,1 por ciento fue a parar a Recoleta, Belgrano y Palermo. Sumando las dos áreas se va el 54,9 por ciento del total contra apenas un 3,6 de construcción en la zona sur, fundamentalmente en Barracas. Y allá van y naufragan los discursos sobre políticas destinadas a igualar al Sur con el Norte, dado que a las estrategias, en el caso del desarrollo inmobiliario, las dicta el mercado.

Si hace crack es el boom.

Los que pasen los 40 recordarán el slogan de una célebre marca de papa fritas envasadas: “Si hace crack es Boom”. Traducido a buena parte de lo que cruje en Buenos Aires sería: lo que (en buena medida) causa el crack es el boom. Quien escribe recuerda el testimonio azorado de un funcionario de cuarta línea que en tiempos de Aníbal Ibarra intentaba llevar adelante un nuevo sistema de control de los cien mil ascensores de la Ciudad con ayuda ciudadana. Se trataba entre otras cosas de adherir un sticker a las paredes del ascensor en el que ir registrando información periódica sobre el cumplimiento de las verificaciones. ¿Cuál era el temor del funcionario? Para controlar cien mil ascensores el Estado porteño contaba con menos de diez inspectores. Ibarra a esa altura venía de intentar reestructurar y transparentar los sistemas de control con unas cuantas idas y vueltas. Terminó siendo expulsado de su puesto por la combinación Cromañón- política- la debilidad de no contar con un armado en la Legislatura.
Los gobiernos cambian, el Estado menos. Con Ibarra o Macri es el mismo Estado problemático el que debe controlar decenas de miles de comercios, caída de balcones, de árboles, el tránsito, el consumo de alcohol, la seguridad alimentaria y la del trabajo, no sólo las obras en construcción. Todo eso en un marco cultural en el que no sobra la responsabilidad ciudadana y sí el afán de lucro. Sobran sospechas sobre las facilidades que la gestión macrista da a la industria de la construcción (el nombre emblemático es Nicolás Caputo: amigo estrecho de Mauricio desde los años del Cardenal Newman, asesor, socio empresario de Franco y su hijo, proveedor/constructor del Estado porteño). En lo coyuntural, hay pistas de sobra respecto de las alertas dadas por los vecinos de Mitre al 1200, más la de la Uocra, que no fueron respondidas a tiempo por los funcionarios. La prueba más reciente y flagrante es el pedido urgido que cursó el inspector y arquitecto Ricardo Waishlat, casi 40 días antes del derrumbe, para que se verificara la construcción de los submuros.
La lógica político-empresaria de la gestión macrista y su feliz fusión con el boom inmobiliario se sintetiza en la frase escuchada en 2008 por vecinos de Caballito cuando se reunieron con el arquitecto y subsecretario de Planeamiento Héctor Lostri para hacerle llegar sus reclamos. La frase de Lostri fue: “Es la primera vez en la historia de la Ciudad que toda la línea, desde el jefe de Gobierno hasta los subsecretarios, somos arquitectos e ingenieros”. Antecedente problemático: años atrás los legisladores opositores le habían solicitado a Macri que se abstuviera de designar a Lostri en ese puesto. ¿La razón? Había sido procesado por la Justicia en 1998, incluida la elevación a juicio oral, por acceder en forma irregular a trabajos de reforma de institutos de menores. Lostri zafó mediante una probation de emergencia. Hoy sigue siendo subsecretario de Planeamiento Urbano y está al frente del Consejo Urbano Ambiental, al lado mismo de uno de los máximos cuadros macristas: Daniel Chain, ministro de Desarrollo Urbano.
No hay que recurrir exclusivamente a las fealdades del periodismo prontuarial para retratar las lógicas de una gestión. Chain fue fundador, presidente y director general de Audeco Inversiones S.A., una consultora de emprendimientos urbanos. También fue director de inversiones de Galicia Avent Socma Private Equity Fund, así como director de nuevos proyectos de Socma Americana S.A. También ocupó cargos en Sideco Americana y en Socma S.A. (a secas), como gerente de Proyectos y director de Proyectos Inmobiliarios.

Dispersos en espejo.

La dispersión, seguramente los egos y alguna debilidad de la oposición en la Legislatura espejan a su modo la inconsistencia del extinguido Grupo A en el Congreso Nacional. Porque se escuchan decir, en fragmentos que “no producen relato”, cosas espantosas sobre la gestión oficial, sobre funcionarios procesados, sobre controles que no se hacen, sobre políticas que producen resultados espantosos, pero esas denuncias no terminan de llegar al grueso de los porteños. No alcanza con decir que “la Corpo” y C5N tienden a blindar al macrismo, aunque la afirmación sea parcialmente cierta.
Está claro que Buenos Aires (y la gestión PRO) estuvo a minutos de tener otro Cromañón. La cifra de muertes pudo ser superior. Afirmar que la falta de más inspectores o las multas bajas que (no) castigan las “irregularidades” cometidas por las empresas constructoras son parte de un sistema amparado por el macrismo puede ser opinable. En cambio, la resistencia a controlar o impedir la edificación de torres, proteger áreas históricas o el entusiasmo rezonificador para construir más y más son otra cosa. Y cuando en una última reunión con legisladores el macrismo reconoce que el Ejecutivo porteño no reglamentó la ley sancionada precisamente para controlar mejor por las resistencias mostradas por el sector de la construcción, no queda mucho por decir.
Lo que sabe hacer bien el macrismo ante estas minicrisis es megacomunicar en continuado. Fue Chain, tras el derrumbe del gimnasio de la calle Mendoza, y no Macri o sus funcionarios de segunda y tercera línea, el que acudió primero al sambenito de “no se puede poner un inspector en cada esquina”. No, no se puede. Simplemente alcanza con extremar los recaudos en unos pocos días sensibles que son aquellos en los que se trabaja en el pozo de excavación. Lo reafirmó la Academia Nacional de Ingeniería en un informe sobre las responsabilidades de los profesionales en las “etapas críticas en algunas obras civiles, en las cuales los riesgos son mayores (…) Esto se verifica en las excavaciones de túneles y de subsuelos que requieren submuraciones de edificaciones vecinas. Será conveniente implementar un procedimiento para que la autoridad pública realice inspecciones en esas etapas. Incluso debería contarse, para estas tareas, con especificaciones especiales en los códigos de edificación, pero sobre todo, la exigencia de someter los procedimientos constructivos a una revisión previa al inicio de la obra”.
La gestión macrista parece no haber leído las recomendaciones. Mientras tanto en la ciudad de la furia suceden cosas increíbles. Como que, por ejemplo, del total de 1,4 millones de viviendas porteñas, 341 mil estén deshabitadas. Se cree que la mitad son oficinas o estudios profesionales. Los datos, asombrosos, surgieron tras el último censo nacional. Parte del derrumbe porteño, más allá de la denuncia legítima u oportunista, tiene que ver con una duda cruel: ¿Las diversas fuerzas políticas porteñas se preocupan por investigar las razones de estos números a la hora de diseñar proyectos de gobierno?.

Fuente: Blaustein, Eduardo: “La mano invisible del derrumbe” Publicado en Miradas al Sur de la edición del 13 de noviembre de 2011.

El protagonismo de la acción política.

La profundización del modelo de cambios de la mano de la acción política de los trabajadores.

Somos una región latinoamericana aún estructuralmente dependiente de los centros globales del poder pero que así y todo, día tras día, logramos reivindicar la lucha de los trabajadores por la inclusión social bajo los nuevos paradigmas de los regímenes populares que se imponen por la fuerza de la razón y de los hechos en muchos países. Toda una hazaña si consideramos que hace apenas unos diez años Latinoamérica, muchos de nuestros pueblos, habían perdido su razón de ser. Tanto en lo personal como en lo colectivo. El neoliberalismo y secuaces de la política, del conformismo y de la apatía, nos habían tirado literal y dolorosamente a la banquina de la historia. Por eso vivíamos al día, en un régimen político donde el largo plazo ni siquiera era la muerte, sino el día después. Recuperarnos de las consecuencias del calvario del régimen neoliberal y de todas las tragedias sociales y políticas de las que es directo responsable precisa entonces reencontrarnos juntos en un proyecto común que va más allá de las políticas y paradigmas pregonados por los factores de poder más conservadores, reaccionarios y autoritarios que aún hoy insisten en la libertad del mercado haciendo caso omiso a la experiencia reciente. Y con arrojo y paciencia, con avances y también con retrocesos, con virtudes y defectos, con democracia y políticas públicas inclusivas, fuimos construyendo las bases, los cimientos y las paredes de un nuevo país, de un régimen político mucho más justo que empezaba a devolvernos el orgullo de ser parte indisoluble de un proyecto de país que se hace camino al andar, que incluye y entrega el protagonismo de la acción política y de la gestión a los trabajadores en la conquista del bien común y de la mejoría sustancial de las condiciones de vida de todos. En la medida en que el régimen se compromete en la mejoría de la vida de todos, eso además implica la mejoría de las condiciones de trabajo, del acceso a la salud y a la educación. Podría seguir enunciando muchos logros, muchas conquistas logradas y reivindicaciones conseguidas en el fragor de la lucha por la primacía, pero me alcanza con éstos para fundamentar la inherente justeza de la posición política de los sectores y cultura popular. Entender esta lógica del régimen y asumirlo como tal, creo, es la manera de mirar más lejos para tratar de entender en qué instancias nos encontramos en esta construcción colectiva llamada régimen popular. En general, en Latinoamérica los países con regímenes políticos populares caminamos a un radicalismo profundo que favorece los intereses de los trabajadores. Estamos consolidando un importante proceso de cambios y de transformaciones sociales, políticas, comerciales y culturales.
De la mano de la perseverancia y de la paciencia a pesar de todo, del arrojo, de la lucha, de los combates y del protagonismo de los sectores populares y de la propia acción política hoy entendida como herramienta de cambios y transformaciones, es que nos encontramos en una nueva etapa en nuestros países. En el caso de Argentina, por fin habrá un nuevo Parlamento, con una relación de fuerzas favorable al proyecto nacional, que además es popular y democrático y habrá un nuevo gobierno, con un vicepresidente leal y comprometido con las bases del modelo lo que constituye todo un dato para celebrar. El otro gran dato histórico es que el ensamble institucional y político se hará en los adentros de un mismo proyecto de país, de un mismo modelo, de una misma concepción ideológica, del mundo y de sus rincones. Al tiempo que habrá continuidad también sobrevendrá el cambio para mejorar día tras día (como lo venimos haciendo desde el 2003 hasta la fecha) la calidad institucional del régimen que se vuelve así mucho más coherente, democrático e inclusivo. En ese contexto, las mayorías ya entendieron que la tan proclamada y deseada estabilidad republicana, convertida en caballito de batalla de los sectores opositores para intentar dañar al gobierno popular de cualquier manera, sólo se logra con inclusión social, con un importante proceso de generación de empleo y defensa de los derechos y las garantías constitucionales de los trabajadores. Esa es la gran lección de estos años. Lo contrario, fue la quietud de un país al que los dominantes le quebraron el alma porque marginaba y excluía a la mayor parte de los trabajadores en un proyecto que así se vuelve inviable desde todos los puntos de vista. Es el régimen que aún así continúan defendiendo los enemigos de la cultura popular. Pero, tamaña decadencia, falta de valores, de consecuencias y de un programa político mínimamente viable sólo es posible en un mundo dominado por los monopolios mediáticos, los parásitos de las finanzas y la complicidad de algunos políticos. El enemigo de todos ellos en realidad no es el gobierno, sino la propia democracia, el régimen popular, de gestión de los trabajadores porque en ese contexto son los propios trabajadores los que asumen el poder de decisión sobre qué políticas aplicar en el día a día lo que se traduce en una gobernanza más acorde con los intereses y necesidades de las mayorías. Mientras tanto, los marginales del poder actúan de otra forma. Se agazapan, trabajan y conspiran desde las sombras. Por eso mismo, y en este tramo más que nunca, habría que saber que la batalla cultural no se libra en un solo día y para siempre. No estamos ante la batalla de Maipú ni de Chacabuco porque esta es una batalla que se libra todos los días y que tienen como objetivo hacer valer la iniciativa política a favor del pueblo.
Existe la necesidad concreta de construir una nueva pedagogía, otra cultura de la vida, una gramática de poder que conjuge los mejores verbos en favor de las necesidades y urgencias de los trabajadores, que nos sirva para avanzar en esta etapa política que se abre con el protagonismo de la acción política de los trabajadores. Entonces, hoy tengo que insistir con el concepto de instrumentar una agenda de la victoria y salir a campo abierto a plantear, por ejemplo, que la corporación mediática estimula la desestabilización de la economía mientras defiende privilegios de clase que nada tienen que ver con la lógica de la democracia e inclusión de los trabajadores. Sin embargo, estamos en un momento de la historia en que por propia iniciativa de los grupos y sectores populares produce una conjunción de acontecimientos que nos permiten visualizar, con mayor claridad, la marcha de esta nueva etapa de cambios. Acontecimientos, cada uno por sí solo, que son capaces de ocupar sin inconvenientes la tapa de los diarios y de suscitar múltiples, variadas y apasionadas interpretaciones se suceden todos los días de la mano del protagonismo del gobierno en relación a las necesarias transformaciones que nos ocupan. Desde hace unos cuantos años, y al calor del retorno de la acción política como herramienta de cambio válida, los trabajadores de nuestra Latinoamérica nos acostumbramos a una acumulación sorprendente de hechos políticos y sociales que conmueven y por lo tanto nos impiden la objetividad en el sentido de tomar distancia o de la asepsia interpretativa. Como algo que parecía superado por la lógica de los neoliberales, el retorno de la acción política como protagónica nos predispuso (otra vez y a fuerza de la contundencia política de lo acontecido durante este tiempo de gobiernos populares) para la dinámica conflictiva de la vida democrática que recuperó, después de la gran noche que significó el neoliberalismo, la vitalidad y el compromiso de la participación que sólo puede nacer cuando, de nuevo, los trabajadores logran enfrentar sus dilemas y contradicciones.
Este protagonismo es bien auspicioso en el sentido en que reivindica la gestión democrática de la cosa pública, reivindica la necesidad del cambio y las urgencias de los sectores socialmente más vulnerables en desmedro de los factores de poder concentrados, esos que conspiran continuamente desde las sombras para intentar hacerse con nuestras vidas. Ese protagonismo es auspicioso porque nos permite entender además que la auténtica oposición es la de los factores de poder económicos y financieros que buscan debilitar a los gobiernos populares para así hacerse otra vez con la lógica del régimen político a través de la fuga de capitales y tratando de forzar devaluaciones que perjudican el poder adquisitivo de los sectores populares. Esto nos señala la necesidad de seguir encarando políticas y medidas que toquen cuestiones estructurales de la economía sabiendo, como lo saben muy bien los sectores populares, que una decisión gubernamental (ya sea económica o política) cobra real sentido cuando se inscribe en un proyecto que no se queda a medio camino, en el mero reformismo, sino que en primer lugar busca avanzar de la mejor manera hacia otra matriz productiva, social y política que estructura un régimen político democrático e inclusivo. Lo que se dirime en los mercados financieros y de cambio, en la lucha contra la especulación y contra la fuga de capitales, es la posibilidad misma o no de profundizar nuestros regímenes en favor de la igualdad de todos en el acceso a bienes públicos como la salud o la educación. Son esas medidas y tomas de posición estructurales porque hacen a la lógica del régimen y por eso es precisamente ahí donde la mayor parte de los gobiernos democráticos en lo formal fallan al dejarse finalmente condicionar por las corporaciones de toda índole. De ahí que los sectores populares tienen que ejercer, como lo vienen haciendo, su poder soberano legitimado en las urnas. También, es en estos momentos únicos de la realidad del hombre latinoamericano donde caen de bruces los análisis que piensan a los trabajadores como entes pasivos y carentes de iniciativa política e incluso incapaces de apropiarse de un hecho y de transformarlo en un giro que es histórico en cuanto a la mejoría de la calidad de vida de las mayorías.
La realidad es bien distinta porque son los sectores opositores a los gobiernos populares- esa verdadera oposición y no las escuálidas fuerzas y partidos de la derecha que sufren continuas palizas en las urnas frente a la manifestación de los trabajadores- las que están muy lejos de aceptar esas monumentales palizas, la contundencia de los triunfos electorales de las mayorías y la correspondiente consolidación del proyecto popular. Lo que está en juego desde siempre, ahora como ayer, son proyectos antagónicos de país y lo que también queda claro es que, a diferencia de otras etapas de la democracia, los sectores populares esta vez no están dispuestos a replegarse frente a los chantajes y las presiones de los factores de poder sino que, por el contrario, sienmpre se trata de ir por más, nunca por menos. Esta nueva realidad, mucho más candente y abrasadora, menos cruel y más justa, así nos desafía a no retroceder, nos desafía a no asimilarnos y responder de la mejor manera, con inteligencia, con estrategia, con valores y consecuencia, a todos y cada uno de los desafíos de los esfuerzos transformadores. Hoy más que nunca, las decisiones pasan por la política y por lo tanto tenemos que celebrar el protagonismo de ésta, sus ansias, sus valores y las formas y maneras de la participación y representación. 

Referencias bibliográficas:

Foster, Ricardo: “Acontecimientos, imposturas y contundencias” Publicado en revista Veintitrés de la edición del 6 de noviembre del 2011.
Anguita, Eduardo: “Relaciones soberanas” Publicado en Miradas al Sur de la edición del 6 de noviembre del 2011.
Giles, Jorge: “Argentina, una razón de vivir” Publicado en Miradas al Sur edición del 6 de noviembre del 2011.

Autor: Alfredo A. Repetto Saieg.

Civilizados y bárbaros.

Creo haber mostrado el carácter de la Europa moderna como un espíritu, como un proyecto político, como una actitud de conquista ante el mundo, como una idea del futuro de dominación. La España que conquistó América, como una fuerza ciega, continuadora de la reconquista a los moros, según Ortega y Gasset, trasladó a estas tierras ese espíritu, ese proyecto, esa cultura. Se perfilan, de este modo, dos líneas históricas que van configurando, contradictorias pero entretejidas, una América que hasta fines del siglo XVIII se reconoce fundamentalmente en lo indo-hispano del interior, y, desde comienzos del XIX la europeizada en la cultura de las ciudades portuarias que, a partir de ese momento histórico, comienza a afrancesarse o ilustrarse, y que se arraigará con preferencia en las capas medias. 
Enrique Dussel hace una muy interesante distinción, en la que me basado, para pensar mejor, con mayor detalle, el concepto “América”: «Hablaremos de Latino-América por dos motivos. Primeramente, por cuanto América del Norte (la anglosajona y canadiense francesa) es otro “mundo”, que podremos encarar dentro de algunos decenios, después de habernos claramente “encontrado a nosotros mismos”. En segundo lugar, porque Hispano o Iberoamérica existió hasta el siglo XVIII –la Cristiandad colonial, como la llamara Toribio de Mogrovejo—, mientras que el proceso de universalización y secularización del siglo XIX se constituyó esencialmente por el aporte francés —en lo cultural— y anglosajón —en lo técnico—. Desde ese momento el mundo “español” es ya marginal en América latina... es esa totalidad humana, esa comunidad de los hombres que habitan desde California hasta el Cabo de Hornos, cuyo mundo se ha ido progresivamente constituyendo a partir del fundamento racial y cultural del hombre pre-hispánico, pero radicalmente desquiciado por el impacto del mundo hispánico del siglo XVI». 
Esta Hispanoamérica fue y será la que los ilustrados locales del siglo XIX han preferido ver como barbarie, cegados por los destellos luminosos que recibían desde las metrópolis que no les permitieron, salvo excepciones, revisar críticamente las cargas ideológicas que contenían las ideas que importaban. El peso que, en gran parte de la historiografía sobre nuestra América, ha tenido la mirada liberal de los investigadores, ha ocultado las notables diferencias de dos colonizaciones que se desplegaron en este continente: la del norte, la valorizada, cuyos protagonistas fueron ingleses y franceses fue así caracterizada por Ortega y Gasset: «Si ciertos pueblos —Francia, Inglaterra— han fructificado plenamente en la Edad moderna fue, sin duda, porque en su carácter residía una perfecta afinidad con los principios y problemas “modernos”. En efecto: racionalismo, democratismo, mecanicismo, industrialismo, capitalismo, que mirados por el envés son los temas y tendencias universales de la Edad moderna, son, mirados por el reverso, propensiones específicas de Francia, Inglaterra y, en parte, de Alemania. No lo han sido, en cambio, de España». Esta afirmación da para pensar en la matriz ideológica de la colonización del Norte, señalando el retardo con que España se fue incorporando a la Modernidad. 
Por el contrario, debemos remontarnos hasta unos siglos atrás en la historia de la península ibérica para enfrentarnos con un proceso particular. Tomar nota de él nos permite adoptar una perspectiva mucho más rica para pensar los primeros siglos de la colonización española. Leamos a la Dra. Dina V. Picotti: «La España que vino a América era ella misma fruto de un mestizaje de todos los pueblos que habían llegado a Europa y se detuvieron en la península como extremo de expansión, y de ocho siglos de dominio moro que dejaron un sello oriental indeleble; era en el fondo una España medieval, con fuertes organizaciones comunitarias y un cristianismo que, no habiendo pasado por el proceso de latinización, conservaba más sus caracteres semitas». Detengo la cita por un momento, para destacar el peculiar carácter cultural de hombre peninsular en contraposición con el hombre anglosajón: el señalamiento de la semitización del primero marca una diferencia que explica la distancia entre uno y otro en la comprensión del indígena y en el resultado de la relación que se entabló. Sigamos leyendo. 
«Todo ello facilitó el encuentro con los indígenas americanos, de estilo cultural oriental: su fuerte organización comunitaria, su lenguaje simbólico, religiones que conservaban los antiguos mitos de la humanidad y caracteres físicos no demasiado extraños sino atrayentes para un pueblo con buena dosis de influencia morisca y no poca negra, como lo revela la literatura. El español amancebó a la indígena y de ese contacto surgió el criollo, fenómeno que no se dio en la América del norte, adonde con casi absoluta prescindencia de lo indígena se trasladó y desplegó la modernidad europea. España tuvo políticamente una gran capacidad asimilativa, creando instituciones adecuadas a la nueva situación, como el Consejo de Indias y una legislación que reconocía derechos y organizaciones indígenas». 
Esta diferencia entre las dos Américas marcó profundamente la historia posterior, razón por la cual su estudio abre senderos insospechados. Insistir sobre estos aspectos culturales permite salir al cruce de la versión anglosajona que carga las tintas sobre la barbarie hispánica en el sometimiento del sur. 

Fuente: Ricardo Vicente López. Publicado en http://www.alpargatasynetbooks.com.ar