viernes, 24 de junio de 2011

Análisis político: La nueva realidad frente a las elecciones de octubre.

Los desafíos, alianzas y políticas del gobierno de Cristina Fernández frente a la inoperancia de los sectores opositores y de los grupos de poder más concentrados de cara a las elecciones de octubre.
 

Latinoamérica no se merece ser colonia de nadie. En realidad, ningún pueblo merece ser colonia ni mucho menos de un imperio centrado en actores de dominio y de control político, social, económico y cultural al nivel global. Ningún país merece ser apropiado por los intereses de países más fuertes en términos capitalistas. Ningún pueblo merece ser apropiado de buena parte de su conciencia nacional y de sus historias y crónicas, de su cultura y las formas, diversas y complejas, en que manifiestan esos valores. Ningún pueblo merece ser apropiado por el fatalismo propio del reformismo como fin último, y su consecuente realismo político, que nos plantea que es imposible sacudirse del yugo imperial. Ningún pueblo merece ser apropiado por una casta de tecnócratas que solo están al servicio de sus propios intereses postura que, al fin y al cabo, no es condenable así a simple vista, sin embargo, la condena a semejante servicio viene dado por el hecho de que esos intereses no solo son los de una minoría sino que, además, entorpecen la satisfacción de las necesidades y los intereses de las mayorías que, en el régimen democrático, se expresan de la manera más noble a través del bien común que es definido a partir de las acciones que los diversos actores y sujetos, colectivos, sociales y políticos, llevan adelante en lo que es la gestión pública de los asuntos que importan a todos. Ningún pueblo merece tampoco ser saqueado por otros, extrayendo sus riquezas que esta vez quedan al servicio de los centros globales del poder dominante.
Por lo mismo, en la medida en que nadie merece en verdad semejantes atrocidades, siempre acometidas en nombre de una democracia y de unos derechos formales y abstractos, el cambio en los términos de los gobiernos populares, en términos de democracia y de inclusión, en términos de defensa de la vida de los trabajadores, en términos de cambios estructurales, busca terminar con cada una de las imposiciones, control y dominio por la fuerza de unos y la impotencia de otros. Por eso, los regímenes de gestión popular son parte de un proyecto que es necesariamente humanista. Nuestro proyecto es un solo proyecto alimentado de distintas corrientes políticas e ideológicas mientras que, al mismo tiempo, el proyecto de los sectores opositores es no tener proyecto o, mejor aún, es el proyecto que nada nuevo puede traernos, es el neoliberalismo y sus crisis, ajustes, libre mercado y privatizaciones. Por supuesto, intentan matizarlo, tratan de esconder las consecuencias más graves de su imposición e intentan acallar la historia de los últimos años. Pero, más allá de todo eso, sabemos que el programa político de los sectores y grupos que componen la oposición política a los gobiernos populares es tremendamente conservadora porque insiste en la exclusión de los intereses de las mayorías pretendiendo de esa forma negarnos lo mejor de la historia y las riquezas de las luchas de los trabajadores. Sin embargo, no por eso la conquista del humanismo, de la inclusión de las mayorías, será un acto mecánico, es decir, no se produce por generación espontánea sino que, antes bien, se impone en la medida en que la lucha por mejores condiciones de vida se vuelve una realidad. El cambio de las estructuras del régimen con vistas a radicalizar los procesos democráticos en favor de los trabajadores así es también un acto consciente que precisa de todos nosotros porque de lo que se trata es de irrumpir contra la cultura dominante y en favor de la necesidad de la liberación de las mayorías.
La participación de las mayorías en la gestión de los asuntos públicos, a partir de los cuales se define la agenda de gobierno, es central porque el humanismo significa, ni más ni menos, que el mayor salto que la humanidad puede dar. Significa superar todos y cada uno de los sistemas de explotación para fundar un régimen político basado en relaciones sociales mucho más fraternas y para beneficio de todos. El principal escenario de la confrontación es el alma del régimen político, es decir, todas las batallas que se libran en la cultura, contra la lógica del saber de los dominantes, que es precisamente donde se desarrollan los combates principales. Es allí donde se inscribe la deformación mediática que buscan desmoralizar el campo popular para despojarlo, vía realismo político, de las razones por las que es necesaria la lucha. El campo de la cultura es el núcleo de la lucha por la primacía o el sometimiento de las urgencias de los trabajadores, en favor o a expensas de los patrones de acuerdo a cómo se desenvuelva esa misma lucha, porque se trata de sustituir el foco creador, el arte de poder de los dominantes en beneficio de un arte democrático y popular cuya génesis combate la cultura de la explotación, del egoísmo y del individualismo. Este foco de creación intenta evitar la continuidad de esa realidad que permite que algunos hombres, los dueños de los medios y factores de producción, se apropien del trabajo de otros hombres, los exploten y los esclavicen. Entonces, es éste el núcleo de la explotación y por lo tanto la matriz fundamental en las que se basa la lucha por la primacía de unos o de otros intereses, de los patrones por un lado y de los trabajadores por el otro.
Teniendo en consideración ese núcleo central que constituye la cultura nacional, ya sea de tipo dominante o popular, en el ámbito de la lucha por la primacía de unos intereses sobre otros, en el caso de Argentina, los medios masivos de comunicación y de información continúan por ello apostando, de cara a las próximas elecciones presidenciales de octubre, a esa deformación mediática y a diversas operaciones políticas que buscan desgastar al gobierno de Cristina. Así, hasta por lo menos el mes de abril del presente año, las figuras y líderes políticos que, con una gran amplitud de criterio, podríamos definir como de cierto relieve opositor depositaban su confianza en que las primeras figuras de las grandes corporaciones nacionales, que responden a los intereses de los grandes centros globales del poder, como el grupo Clarín, Techint o La Nación- liderados por hombres como Magnetto, Rocca y Saguier respectivamente- definieran las fórmulas presidenciales que se opondrían al régimen inaugurado con la llegada de Kirchner y continuado por Cristina. Clarín esperaba algún resultado positivo con la realización de las internas del peronismo, opositor y supuestamente federal y democrático, para después sumar al PRO a ese cóctel. A su vez, Techint había pactado con Sanz para abrir una puerta a la figura más potable del PRO, es decir, la diputada Gabriela Michetti. Por su parte, Saguier jugaba sus fichas por los radicales para las elecciones nacionales. Sin embargo, otra es la realidad que se impuso. Es decir, cada uno de los posibles escenarios en que sostuvieron su fe esas corporaciones se vino abajo porque no se contempló la extrema debilidad de sus candidatos ni tampoco la consistencia de las políticas populares del gobierno de Cristina y los principales referentes políticos que la acompañan.
En relación a las diversas operaciones políticas que buscan sostener en el tiempo a partir de la deformación de la realidad de la mayor parte de los trabajadores, a través de la mentira y de las múltiples tergiversaciones del momento político en que vivimos, esas corporaciones apostaban fuertemente a crear fisuras entre el gobierno y la CGT como genuina representación de la mayor parte de los trabajadores y también entre la Presidenta y el gobernador Daniel Scioli. En este ámbito también fueron parte de un gran fiasco porque no lograron crear fisuras en el kirchnerismo ni tampoco pudieron eslabonar candidaturas opositoras reales a la eficiencia de la gestión del gobierno que continúa haciendo camino al andar, siempre más y nunca menos. De una parte, el país cumple ocho años de un proceso de transformaciones que definitivamente son estructurales por el cambio en el sentido y en la lógica de la gestión pública que lograron conseguirse con esos cambios, que incluye incluso a los medios de comunicación, y cuenta con el liderazgo consolidado de la Presidenta. Por otro lado, desde los sectores y los grupos opositores al gobierno ya ni siquiera está la posibilidad de apelar a propuestas, proyectos y programas que interesen a los trabajadores que se oponen al gobierno, que además los hay y son muchos. Para ellos sólo se trata de dialogar a través de los medios de comunicación y entre ellos porque lo contrario, es decir, el debate abierto de cara a la sociedad es muy peligroso para sus intereses porque, de una o de otra manera, el régimen democrático necesita de opositores que sean responsables.
La rebeldía del cambio popular sigue estando en la iniciativa del gobierno y difícilmente la puedan asumir esos políticos otrora oficialistas, hoy en el sector de la oposición, que fueron muy eficientes y leales a los intereses de los centros globales del poder cuando desde los '90 en adelante impusieron el saqueo y ordenaron la represión al pueblo, que hastiado de tanta injusticia, se movilizó a fines de diciembre del 2001 pero que, a su vez, fueron absolutamente ineptos a la hora de gobernar. En ese contexto, es bastante interesante el análisis concreto del proceso histórico en movimiento inaugurado a partir del 2003 para entender la causalidad del kirchnerismo y su proyección de más largo plazo. En otras palabras, la clave de todo está en seguir el movimiento que acompañan pero que también protagonizan los trabajadores desde el 2003.
Surgen entonces un par de cuestiones al respecto. De cara a la crisis que estalló en el 2001, que fue el principio del fin de la hegemonía absoluta del neoliberalismo, y que expresó en el campo de la política la más increíble crisis de representación de los partidos y movimientos políticos en general, que incluye hasta hoy al propio peronismo, ¿quiénes están en condiciones de nominarse como los nuevos actores y sujetos políticos que recuperaron la confianza social y el protagonismo de la política como herramienta de cambios después de la catástrofe producida por el propio automatismo de los mercados cuyo fundamento expresa el neoliberalismo? ¿Podrían ser los radicales que giran hacia la derecha renegando de un alfonsinismo que por lo menos en lo formal es partidario de la democracia, de los derechos humanos y del régimen de bienestar? ¿Podría ser la derecha partidaria, oportunista e incluso fascista que se expresa en líderes tan impresentables como Macri o De Narváez? ¿Podría ser en todo caso esa izquierda abstracta y la progresía ubicadas en la vereda contraria al colectivo nacional y popular que tanto combatieron intelectuales como Jauretche o Hernández Arregui? Me parece que las respuestas están a la vista porque en verdad, los sectores opositores desde hace un buen tiempo, desde ese diciembre del 2001, cuando fueron repudiados por las mayorías, continúan hoy en caída libre, con sus idas y sus vueltas, con su atomización y con cada uno de los papelones a los que ya nos tienen acostumbrados. Ellos, sus matices, sus formas de pensar y sus políticas, sus ideologías y partidos políticos simplemente son parte de una patética expresión de un país en decadencia, ese país que se conformó por un régimen político claramente divorciado de los intereses y necesidades de los trabajadores. Es que, en fin, lo nuevo ya hace un buen tiempo que nació y por lo mismo no podemos ser tolerantes ni mucho menos condescendiente con ese espacio opositor que, imbuido de los peores vicios del poder mediático y de ciertos jueces que representan lo peor de la corporación judicial, cómplice estructural de las violaciones de los derechos humanos y del saqueo de los recursos naturales de los '90, intentó asaltar el Congreso después de su estéril triunfo electoral en el 2009. No son distintos de los que se amotinan en el Banco Central, de los que votaron contra la ley de medios que propone una democracia basada en mayor pluralismo, de los que se negaron a apoyar el matrimonio igualitario o la asignación universal por hijo o de los que continúan del lado de la patronal rural como peor expresión del país que se niega a morir y ceder, aunque sea mínimamente, en sus privilegios de clase.
En definitiva, lo anterior nos muestra que la lucha es imprescindible en la defensa de lo conseguido hasta hoy para después apostar todo a la radicalización de los cambios. En la medida en que así suceda, en que la lucha se vuelva la protagonista de una historia mejor, democrática y popular, este nuevo siglo será del pueblo y de la gestión de los trabajadores. Ya es tiempo de decir basta a la oligarquía que nos gobierna desde la época incluso anterior a nuestros procesos de independencia. Ya basta de los abusos y de los privilegios de una plutocracia que no cesa de acumular riquezas y que hace de nuestros regímenes políticos simples instrumentos de un mercado financiero y bursátil que responde a intereses que no tienen relación alguna con nuestras necesidades de crecimiento y de desarrollo.

Referencias bibliográficas:

Anguita, Eduardo: “La oposición y el mal uso de los medios” Publicado en Miradas al Sur de la edición del 29 de mayo del 2011.
Castro, Fidel: “Que la vida humana se preserve” Publicado en Debate Socialista de la edición del 10 y 12 de septiembre del 2010, Año 2, número 113.
“Del Bolivar de Karl Marx al marxismo bolivariano del siglo XXI” Publicado en Debate Socialista de la edición del 10 y 12 de septiembre del 2010, Año 2, número 113.
Giles, Jorge: “En la Argentina, gobiernan los indignados” Publicado en Miradas al Sur de la edición del 29 de mayo del 2011.
Reyes, Neftalí: “Fidel, un humano trascendente” Publicado en Debate Socialista de la edición del 17 y 19 de septiembre del 2010, Año 2, número 114.

Autor: Alfredo A. Repetto Saieg.

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