miércoles, 4 de agosto de 2010

Documento: "Derechos, estrategias políticas y control del régimen político"

No es posible hablar de autonomía absoluta de la actividad política en relación a las cuestiones sociales, al modo como lo hacen los neoliberales y su reformismo, que se expresan, por ejemplo, en un antagonismo, más o menos insalvable, entre la democracia política y la emancipación social, comercial y económica, simplemente porque donde existe una necesidad nace un derecho y donde se conquista un derecho nace una responsabilidad para ampliar, defender y hacer operativos todos esos derechos conquistados porque, desde este punto de vista, cada uno de esos derechos solucionan determinadas necesidades, urgentes o no, de los trabajadores.

En ese sentido, las políticas económicas de los diversos gobiernos del peronismo, en Argentina, se caracterizan mucho más por el avance en el campo de lo más real, lo práctico y concreto, buscando reivindicar y crear nuevos derechos para los trabajadores, es decir, por la modificación de las estructuras materiales del régimen antes que por una teorización, sistemática y acabada, de los objetivos, las metas y ciertos instrumentos en determinado momento de la historia. En otros términos, antes están los hechos y luego están las palabras. Históricamente, en el propio movimiento peronista siempre dominó la cultura de los resultados y esos mismos resultados se miden por el nivel de calidad y de satisfacción de las necesidades de los trabajadores. Antes que al modo leninista, que nos interroga sobre el “¿qué hacer?”, el modelo nacional y popular simplemente hace. Trabaja creando derechos, incluyendo y batallando contra el capital.

Este modo de hacer habría que rastrearlo, por ejemplo, en el mismo germen del peronismo como movimiento político y social porque, en sus orígenes fundacionales, encontramos a un general que, como tal, busca la victoria, busca ganar batallas, no comentarlas ni analizarlas. Definitivamente, nuestro General ganaba las batallas de la política, de la economía, de la inclusión social y hasta en lo cultural porque, en fin, lo popular no puede entenderse sin hacer referencia directa al peronismo. Lo que no entendieron muchos de esos que se dicen revolucionarios, muchos leninistas o trotskistas, es que mejor es la construcción sobre bases materiales sólidas, es decir, sobre las bases de la producción, de la distribución y del consumo, entendidas como facetas de una misma unidad, para nada lineales, estáticas ni separadas, que lanzar sobre el papel los principales ejes del régimen político, es decir, de un proyecto nacional que es un ejercicio fundamental y necesario pero también limitado si ese modelo teórico no puede ser constatado con la realidad última de los trabajadores.

Y si de realidad política estamos hablando, en verdad, la acumulación de reservas internacionales por parte del Banco Central, por ejemplo, para financiar el desarrollo del modelo nacional, soberano y popular, es uno de los pilares fundamentales de las variables macroeconómicas del régimen para sostener y financiar un determinado modelo productivo nacional, soberano y popular precisamente porque son esas reservas las que posibilitan sostener, a lo largo del tiempo, un tipo de cambio de equilibrio desarrollista que lo es porque estimula la defensa de la producción de los bienes y los servicios nacionales y así, además, milita a favor del crecimiento, del desarrollo del mercado interno y de la generación genuina de empleo y consumo. Este modelo de crecimiento y de desarrollo del mercado y del consumo interno, del ahorro, acumulación de reservas y creación de empleos, fue la constante de los diversos gobiernos peronistas que se dio Argentina a lo largo de su historia exceptuando, por supuesto, la época neoliberal de Menem. De todas maneras, a partir del 2003, el modelo inclusivo, nacional y popular, otra vez en manos de lo mejor del peronismo militante, aliado con otras fuerzas progresistas menores, dio lugar tanto a la recuperación de la economía real, es decir, de la producción, hasta lograr incluso sanear el sistema especulativo y financiero luego de uno de sus mayores quiebres y crisis histórica. En ese contexto, las reservas acumuladas por el Banco Central son enteramente genuinas, es decir, simplemente provienen del superávit comercial, o sea, de la diferencia entre lo que exportamos y lo que importamos. La diferencia entre lo que producimos y vendemos al exterior frente a lo que nos es necesario comprar en los mercados del sistema comercial global. Estas nuevas reservas acumuladas por el Banco Central no son producto, como en la época neoliberal, del endeudamiento externo sino que, en primer lugar, provienen de las fuerzas productivas del país y por eso se retroalimentan como consecuencia de un modelo económico que es mucho más coherente porque fomenta ante todo la defensa de la producción nacional. (1)

Por lo mismo, los sectores populares no tienen que amedrentarse cuando hablamos del poder, del arte de la resistencia y del dominio de los intereses de los trabajadores en relación con otros intereses que son claramente minoritarios pero de mucho poder de presión. De eso se trata. Cómo se obtiene el poder, cómo se usa, qué se hace y cómo, son algunos de los elementos que nos permiten distinguir entre los regímenes políticos dictatoriales y los que son o se pretenden democráticos, entre los modelos que defienden los intereses de las oligarquías o los proyectos políticos y culturas populares. Así, el sistema de acumulación de poder nos llama a la estrategia política, a la movilización, a la consecuencia, la militancia y la resistencia de los propios trabajadores. En efecto, la estrategia y el arte de poder de los trabajadores, consisten en la conducción y en la realización de un modelo político por los mejores medios posible que, a su vez, recibe su inspiración y sus metas de la acción política mientras se apoya en la habilidad táctica. De lo contrario, podemos naufragar en un idealismo que implica considerar a los trabajadores y las cosas, así como las relaciones que las regulan, cómo queremos que sean antes que cómo son.

Desde el punto de vista del modelo nacional y popular, la elaboración de una estrategia, que es política y económica, tiene que estar tan alejada de la quimera y de la utopía como del conformismo que desmoviliza nuestras fuerzas. La enunciación de utopías del fin de la historia o de la guerra de civilizaciones pertenecen a los sectores dominantes, sin embargo, la utopía del socialismo real les pertenece a todos los que creemos en la igualdad de condiciones y oportunidades. Es necesario hacerse cargo. Lo concreto, es que cada una de estas utopías, de las quimeras de la derecha o de la izquierda, pertenecen al género de la política- ficción, que pueden ser loables en cuanto aspiración pero que son totalmente ineficaces como concreción de la realidad de los trabajadores. Por el contrario, proyectar la continuidad de un presente que aún tiene rasgos de injusticia, que aún sustenta las bases fundamentales del neoliberalismo, es una de las tantas pruebas a las que se expone la mediocridad, el conformismo, el servilismo y hasta la complicidad.

El proyecto popular, soberano y nacional, parte de la base de que es posible aplicar una estrategia de defensa de la producción, del ahorro interno y del empleo, del interés nacional y del bienestar popular por lo que, en ese contexto, no es un mito sino que, muy por el contrario, es realismo político plantear el pleno empleo de la fuerza de los trabajadores, bajo las directrices de la primacía del derecho a la vida de todos, como el objetivo primero de nuestro modelo de desarrollo. Ese modelo es realismo político, sin embargo, no ese realismo político planteado en los términos de los dominantes sino en el sentido de reivindicar y defender los valores e intereses populares, el de los trabajadores. Por lo mismo, está claro que reivindicar, representar y defender cabalmente ese costado del mundo popular, que continuamente puja por renacer, siempre incomoda a los que están sentados en la cúspide del poder controlando nuestras vidas en beneficio de sus intereses de minorías.

La cultura popular, cuando se asume como una identidad, como determinada pertenencia, cuando se piensa como un proyecto de país, una lengua y una gramática del poder, no implica, en esas circunstancias, otra matriz que milita en beneficio de los dominantes porque es, desde ahora, una matriz devenida en referencia a las multitudes. El que se mira así está representando y les da a sus representados el voto de lealtad, de militancia y de un fuerte compromiso. Entonces, esa matriz, fundada en un nuevo conocimiento de las cosas y de las relaciones entre los hombres, sólo vale cuando se corta de la cantera de las mayorías. Es que la cantera del pueblo es pródiga en este tipo de nuevas creaciones que son únicas porque valen por su espontaneidad, su permanencia, su lealtad y su compromiso como la pasión de Evita, como los versos astillados de lunfardo y las alocadas marionetas de Roberto Arlt. Esa lealtad y ese compromiso de la abanderada de los humildes fue precisamente lo que hizo de Evita la abanderada de los sectores populares. La obra de Evita fue su propia vida, su propio libro, su propia letra y su militancia, su ejemplo de lealtad y de compromiso con los intereses populares. El país fue así un escenario en donde la representación y expresión del ascenso social de los trabajadores se daba en la casa, en las calles y en cada uno de los lugares de trabajo, en las fábricas, las factorías y en la vida real. La monumental obra se talló en su propio cuerpo y se la llevó a la beatificación popular para ser inscripta en la memoria de los millones de descamisados en los que vuelve, sin cesar, día tras día. En ese sentido, Evita reproduce el mismísimo batallar de su pueblo que hoy, en otra época y en otras circunstancias, pero con las mismas necesidades y esperanzas, lucha contra un mundo neoliberal que cae en crisis y que se desmorona para intentar levantar otro régimen político que tiene los rasgos ancestrales de nuestros pueblos y de su cultura, del pueblo, la ensoñación de éste, su ingenuidad, su fantasía y hasta la misma furia y los mismos materiales con los que se dispone, otra vez, a intentar realizar su destino.

La multitud, que puede y es un actor político central en la lucha, no es otra multitud que la que se disemina a diario en las esquinas, en las veredas, en los talleres y en las fábricas, en la cancha y en las tribunas. Es esa, una multitud de gestos y de esperanzas, de palabras, de estéticas y de un sentir que demanda expresarse por sí o por boca de otros. Así de generoso es el rostro de los trabajadores que continuamente contradicen la descalificación, política e histórica, del conservadurismo, de la reacción siempre concentrada en la idea de los trabajadores como masas, es decir, como una compleja agregación impersonal y uniforme. Sin embargo, lo único uniforme de los trabajadores, que ellos despectivamente llaman masas, es la voluntad de no resignarse a ser ajenos a la historia de su propia emancipación. Por eso, tantas veces, la tristeza de muchos. Sin embargo, esa tristeza siempre es momentánea porque los pueblos, cuando marchan detrás de su emancipación, de sus valores y objetivos, saben que sólo se logra la victoria si luchan con alegría. Entonces, queda claro que el modelo nacional, soberano y popular no representa un desvarío voluntarista ni mucho menos una utopía, sólo que para que se realice deben cumplirse algunos requisitos. Por ejemplo, es necesario un proyecto económico de defensa de la producción nacional que, además de considerar una serie de variables macroeconómicas, tiene que empezar por definir una estrategia del poder, es decir, de gestión de los trabajadores. Para que deje de ser una abstracción académica o una teoría, delirante o no, y se convierta en un instrumento para la acción política de las mayorías en beneficio de sus propios intereses, es indispensable que el gobierno, a través de los actores representativos de los intereses de los trabajadores al interior del régimen, elabore y aplique un proyecto nacional humanista, es decir, basado en el derecho a la vida y ejerza, a su vez, la plena potestad e influencia sobre ciertas áreas consideradas claves de la economía. Entonces, un proyecto nacional sin una clara política económica y productiva efectiva no es viable. Por otro lado, una economía de desarrollo y de defensa de la producción interna, sin proyecto político nacional, soberano y popular, solo puede inducirnos a las crisis permanentes.

Entonces, el primer ámbito en el que se desarrolla un régimen político nacional y popular es en el de la economía y la producción real que así se encuentra por sobre la especulación y la patria financiera. En cuanto a su funcionamiento, es indispensable el ejercicio de la potestad y la hegemonía de los actores estatales sobre los diversos servicios públicos, que implica, según los casos y la evaluación que se haga, mayor supervisión, más control, regulación o propiedad sobre éstos. También es necesario compatibilizar la acción y las inversiones de los empresarios nacionales con los extranjeros siempre en defensa del interés nacional, por ejemplo, a través de políticas de créditos, principalmente para las pequeñas y medianas empresas, políticas y medidas monetarias, arancelarias, fiscales de regulación y control. Al mismo tiempo, el gobierno tiene que afirmar su propia autoridad por sobre los actores representativos del sector financiero y especulativo, en particular, sobre el mismo Banco Central. En ese sentido, la ley 21.526 de Entidades Financieras, que fue sancionada en 1977 por la dictadura autodenominada Proceso de reorganización nacional y su ministro de economía, que permitió la total liberalización del sistema bancario y financiero, por eso mismo tiene que ser superada. En esas particulares circunstancias históricas, el cambio de paradigma político y económico, derivado de la instauración de esa dictadura de seguridad nacional, requirió de ciertos elementos e instrumentos de estas características para consolidar su visión, autoritaria, reaccionaria y fascista, del país. Esa ley apuntó finalmente al corazón mismo del sistema productivo nacional dando lugar a la primacía de la especulación financiera en desmedro del trabajo y la producción de bienes y servicios nacionales. Desde entonces, el acceso al crédito para el sector productivo, en especial el dirigido a las pequeñas y medianas empresas nacionales, quedó restringido a través de la fuerte alza de las tasas de interés y a través de ciertas condiciones que, en general, esas empresas no podían satisfacer.

Actualmente, luego de transcurridas unas cuantas décadas de crisis, de marchas y de contramarchas, la gran mayoría de los bancos, nacionales y de capitales extranjeros, por las consecuencias mismas del sistema financiero, ahora asentado por la ley de la dictadura, redujo fuertemente sus actividades en el campo del financiamiento de la producción y se concentró en ciertas actividades especulativas de mayor rentabilidad y de menor riesgo en el corto plazo, a saber, se convirtieron en intermediarios del consumo a través de las tarjetas de crédito, como cobradores de ciertos impuestos y servicios o líneas generales de préstamos personales al sector formal de la fuerza de trabajo.

Entonces, cuando se plantean este tipo de temas, que afectan ciertos intereses de los grupos económicos dominantes, el debate político es más que necesario porque aparecen esos actores, económicos, sociales y políticos, que juegan en favor de la especulación, de la desestabilización, del golpismo y del mismo fracaso de los gobiernos progresistas que, a través de estas y otras serie de medidas y políticas concretas, buscan mejorar la distribución de la riqueza a través del trabajo y de la producción nacional. De acuerdo a los sectores más reaccionarios y conservadores, cuando se discuten este tipo de medidas, es decir, políticas públicas que buscan la inclusión y la integración de los más diversos sectores sociales y políticos, siempre se nos viene encima el apocalipsis pero, en realidad, lo que buscan es evitar que cualquier medida, por más justa y reparadora que sea, pueda ser aprobada en beneficio de sectores y grupos sociales que conquistan así un nuevo derecho. En ese sentido, es altamente inclusiva la ley del divorcio o del matrimonio igualitario, la asignación universal por hijo, la estatización del sistema previsional y hasta la definición del sistema bancario nacional como un servicio público que se aboca, a partir de esta nueva definición, a las inversiones relacionadas con la producción y el empleo. En el caso concreto del sistema bancario, cuando éste queda definido a partir de estos parámetros, como servicio público, significa que tiene que estar al alcance de todos.

Otro tema relacionado con esto es que, en estas nuevas circunstancias, una ley bancaria diseñada en beneficio de la producción nacional y de la generación de empleos, es una ley que tiene que pensarse desde los usuarios y no desde las entidades bancarias, es decir, militar a favor de un sistema más amigable con respecto a la sociedad. Así, la definición de una política bancaria de este tipo simplemente no puede quedar totalmente en manos del mercado porque, en ese contexto, se maneja y desarrolla con los patrones del automatismo de los mercados, es decir, con las reglas de la máxima rentabilidad posible atendiendo solo a los segmentos y actores más rentables.

Si afirmamos que el sistema bancario es un servicio público, es decir, al servicio de todos en relación a la inversión y creación de empleos (…) y que quienes actúan en la prestación de esos créditos e inversiones lo hacen a partir de algo así como una concesión como es el caso, por ejemplo, del agua, de la electricidad o el gas, donde existe una empresa privada o pública que da servicio de agua, gas o electricidad, y que, en el caso de la empresa privada, tiene una concesión del Estado para dar cumplimiento a ese servicio, perfectamente puede darlo de tal manera que llegue a todos y que la empresa, privada o pública, pueda obtener, a partir de esta política, cierta rentabilidad que la haga viable económicamente. Sin embargo, como no como vidrio, se necesita, para el caso, de una fuerte regulación por parte del sector público y, en general, de todos los actores que son parte del régimen político para que esos parámetros de servicio público y de rentabilidad puedan cumplirse. No es posible que, en todas las localidades donde el negocio no es tal, no haya servicio. No puede ser que, tras años y años de privatizaciones, las empresas privadas que brindan los diversos servicios públicos no hayan invertido parte de sus grandes ganancias extraordinarias, conseguidas en la peor época del neoliberalismo, en la ampliación del servicio a zonas económicamente menos rentables. Entonces, los trabajadores que en sus localidades no cuentan con servicios financieros y de créditos o con cloacas, luz o gas son ciudadanos y trabajadores de segunda categoría.

Por otro lado, los múltiples gobiernos y actores sociales y políticos comprometidos con las bases y las políticas de un régimen político popular, soberano y nacional, tienen que buscar la forma de segurar y de resguardar el cumplimiento de los objetivos que plantean las políticas de inclusión, es decir, de creación y defensa de los derechos de los trabajadores que hagan operativos, en su máxima expresión, los derechos humanos de todos. El modelo nacional y popular administra y hace política en beneficio de todos. Más aún, el régimen nacional, soberano y popular, crea política donde antes no la había porque plantear la acción política es plantear los problemas que van surgiendo en cualquier proceso de cambios y, desde esa perspectiva, ninguna injusticia es más duradera que la que permanece en el más absoluto silencio por eso también la importancia de la democratización de los medios de comunicación masivos que conlleva una multiplicación de voces.

Desde la perspectiva de un modelo nacional y popular, de creación de derechos y de inclusión de los trabajadores, hay que reconocer que la resolución de determinados problemas sociales es conflictivo, en el sentido de que en general se tocan los intereses de los sectores y los grupos sociales históricamente dominantes, sin embargo, no es ser conflictivo porque la resolución de cada uno de esos problemas sociales, siempre desde el ámbito del humanismo, es un factor que reivindica el ejercicio de los derechos políticos y así beneficia, desde la militancia, la conducción del régimen político, es decir, la propia gobernabilidad del régimen que trabaja en favor de los intereses de las mayorías. Por lo tanto, la acción política, el arte de resistir de los trabajadores y de la lucha por la reivindicación de sus derechos y demandas, es la creación y la defensa de derechos, es inclusión. Así, por ejemplo, cuando hablamos de justicia social qué más consecuente que evocar los derechos adquiridos y conquistados en beneficio de los más humildes.

Que más consecuente, cuando hablamos de conquista de derechos, de justicia social y de inclusión social, que referirnos a personajes de la historia política nacional tan fundamentales como Evita para quien donde hay una necesidad nace un derecho. Así de simple, complejo y de categórico. Desde esa perspectiva, es falsear la historia querer desligar a Evita de Perón porque es la acción social y revolucionaria del peronismo, de Evita junto a Perón, la que se expresó en su máxima categoría en los años más felices del pueblo argentino. Si en su momento Cristina Fernández la nombró como la “Mujer del Bicentenario” fue precisamente por su pasión, por su ejemplo, por su fuego, por su amor de abanderada de los humildes y porque representa, aún hoy, al conjunto de las mujeres y hombres que buscan mejores condiciones de vida para todos. Evita es la rebeldía de una sociedad ante la miseria, la inanición, la desmovilización y la falta de esperanzas pero no de un sector político porque su ejemplo trasciende la política partidaria desde el momento mismo en que ella, siempre junto a Perón, se convirtió en el esbozo más perfecto de un destino argentino que siempre es posible y necesario y que, por eso mismo, es negado por la política partidaria y las acciones políticas de los grupos y sectores sociales que representan a las minorías en el poder. Pero, más allá de todos esos intereses minoritarios, que militan contra la satisfacción de las necesidades de los trabajadores, está el nombre de Perón y de Evita como representación más cabal y consecuente de una épica nacional y popular, una cultura e intereses populares que caen y se levantan cuantas veces sea necesario y, por eso mismo, siempre vuelven. Vuelven por los pobres que los lloran. Reconocen en ellos el derecho a la redención social, reconocen a los dirigentes del pueblo que les dieron dignidad a sus vidas batallando a favor de derechos que antes no existían.

Mientras tanto, para la reacción, toda expresión del campo popular no son más que un aluvión zoológico, son los grasas y cabecitas negras, son los piqueteros que, en realidad, no son más que calificativos que se dicen en Argentina cuando los gobiernos defienden y amplían los diversos derechos sociales, políticos, económicos (…) de los trabajadores. Sin embargo, el continuo desmoronamiento de los intereses y de la pretensión de los sectores más conservadores, sirve para mostrar que la conquista de nuevos derechos, por más que beneficie inmediatamente sólo a un sector, sirve necesariamente a la democratización del conjunto del régimen político porque mejora las condiciones de convivencia entre los hombres y fortalece así los vínculos de la solidaridad. Por el contrario, mientras no se extirpen las formas más flagrantes de discriminación, de exclusión y de miseria, la comunidad toda albergará conductas mucho más mezquinas e individualistas y las peores pulsiones emponzoñarán el cuerpo de nuestras sociedades. Esto nos habla de la significación que tiene la decidida toma de partido, la participación y la movilización de vastos sectores, sociales y políticos, representativos de los trabajadores a favor de los más diversos proyectos que se aprueban, ayer y hoy, a favor de los trabajadores como la ley del matrimonio igualitario, la asignación universal por hijo o la primera legislación obrera, de matriz socialista, que la oligarquía homologó en su momento con la inminencia de la disolución política y social.

Por último, es importante decir que Argentina ya no se explica solo por los campos de la inclusión y de la exclusión social porque, en fin, la lucha por una más justa redistribución de los ingresos, que no son más que los beneficios creados por el trabajo de todos pero con el capital de unos pocos, siempre fue el plano dominante de la gran narración y las crónicas del pueblo argentino y seguirá siéndolo en tanto el país sea un ser vivo, con sus movimientos y espasmos, con sus contradicciones recurrentes, sus errores, sus virtudes, traiciones, derrotas y triunfos. En ese contexto, el control del régimen político y del Estado que lo sustenta, entendidos ambos como un ser vivo, o sea, como estructuras políticas que buscan mejorar la gobernabilidad del país a través de la defensa y la creación de derechos que nos beneficien todos, es la más importante estrategia para el cambio y la transformación social.


Autor: Alfredo Repetto.

Notas:

(1) Además, la oscilación del tipo de cambio de equilibrio desarrollista fue casi inexistente potenciado por el equilibro mostrado entre los compradores, mayoritariamente el mismo Banco Central, y los vendedores que operan en el mercado mayorista de cambios. Las compras de la divisa de Estados Unidos por parte de la autoridad monetaria, además de mantener la estabilidad del dólar, contribuye, bajo los preceptos del modelo nacional y popular, a facilitar a los exportadores un tipo de cambio competitivo para liquidar sus divisas.

Referencias bibliográficas:

Yeannoteguy, Gabriel: “Abrazos y fogatas en una noche helada” en Miradas al Sur de la edición del 18 de Julio del 2010.

Valdés, Eduardo: “Evita, Bergoglio y De Nevares” en Miradas al Sur de la edición del 18 de Julio del 2010.

González, Oscar: “La ira de Dios y el prodigio de la ley” en Miradas al Sur de la edición del 18 de Julio del 2010.

Alvarez Rey, Agustín: “Voces de una sesión histórica” en Miradas al Sur de la edición del 18 de Julio del 2010.

Mariotto, Gabriel: “Tres tristes julios y un júbilo venidero” en Miradas al Sur de la edición del 25 de Julio del 2010.

Calcagmo, Eric: Teoría y práctica en la política económica peronista” en Miradas al Sur de la edición del 25 de Julio del 2010.

Giles, Jorge: “Yo sé que ustedes recogerán mi nombre” en Miradas al Sur de la edición del 25 de Julio del 2010.

Balazs Francisco: “Entrevista a Carlos Heller. La banca al servicio público” en Miradas al Sur de la edición del 25 de Julio del 2010.

Prado, Mariana: “Banco Central récord: en junio el cobro por exportaciones fue el más alto desde 2002”. En Revista Argentina Económica de la edición del 25 de Junio del 2010.

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