martes, 3 de agosto de 2010

Internacionales: "Confesiones de un espía que sabía demasiado"


Hamid Gul, la CIA y Osama Bin Laden. En octubre de 2001, cuando aún no se había cumplido un mes de los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York, el autor de esta nota pasó varias horas en la casa de uno de los personajes más mencionados en los documentos filtrados esta semana por Wikileaks: se trata del general paquistaní Hamid Gul, jefe de los servicios de inteligencia de ese país (Inter Servicios de Inteligencia, ISI) entre 1987 y 1989, a quien se acusa de haber participado en reuniones de talibanes en las que se discutieron planes para atacar a tropas de la Otan. Un comentario añadido al informe advertía: “No se sabe si Hamid Gul estaba actuando con el conocimiento o consentimiento del ISI, o si partes del ISI eran conscientes de sus actividades”, decía el informe.

El hombre afable que me recibió en el living de su casa vestido con una típica camisola blanca y un chaleco negro se parecía más al genio de los cuentos de Aladino que al cerebro del espionaje en Asia Central, a quien todos apodaban “el padrino de los talibanes”. El general ensayó una enigmática sonrisa antes de narrar la historia que había protagonizado entre 1987 y 1989, cuando dirigió los servicios secretos de la única dictadura militar que posee armas nucleares.

El espía contó cómo Estados Unidos ayudó primero a crear y después a mantener el extremismo talibán. También reveló cómo se forjó la alianza de los estadounidenses con Bin Laden y cómo ambos, los talibanes y el millonario saudita, terminaron mordiendo la mano que les dio de comer.

Las tropas soviéticas habían invadido Afganistán en 1979 para apoyar a un gobierno de izquierda en Kabul. Estadounidenses y paquistaníes pensaron, con acierto, que una derrota de Moscú en Afganistán sería el principio del fin del imperio soviético.

El general Gul fue el encargado de convertir a los servicios secretos de Pakistán en lo que hoy se conoce como “el gobierno invisible”, el verdadero poder en la sombra que lo controla todo en Pakistán.

Gul se convirtió en el padrino de los talibanes por una razón muy sencilla: él los inventó. Fue el hombre clave en ese matrimonio de conveniencia con los norteamericanos. Pero el espía paquistaní no habría podido cumplir su misión de crear un ejército de guerrilleros islámicos capaces de expulsar a la Unión Soviética de Afganistán y situar a un gobierno afín en Kabul, sin la decisiva ayuda de su gran aliado: la Agencia Central de Inteligencia estadounidense (CIA).

“Llegamos a un acuerdo con los estadounidenses: el dinero para financiar a los guerrilleros llegaba a medias de Estados Unidos y Arabia Saudíta. Todas las armas entregadas a los guerrilleros nos llegaban a través de la CIA, nosotros nunca tuvimos que comprar ningún arma. Nuestro cometido era formar militarmente a los talibanes”, explicó Gul.

La CIA también había dejado los escrúpulos de lado cuando en los años ’80 entró en contacto con Osama bin Laden. La opinión que los norteamericanos tenían sobre Bin Laden era, simplemente, inmejorable. “Cuando yo no había oído hablar de Bin Laden, la CIA me lo describió como un gran musulmán, un combatiente heroico que gastaba su fortuna en ayudar a Afganistán y construía carreteras para el pueblo. Era el mejor aliado estadounidense”, según Gul.

Tras la retirada soviética de Afganistán, estalló la guerra civil y el enfrentamiento de Hamid Gul con sus aliados de la CIA se convirtió en una crisis diplomática entre ambos gobiernos. En 1989, es decir, antes de que comenzara la ofensiva talibán, George Bush padre pidió la destitución del general cómo condición para seguir colaborando con Pakistán. Islamabad cedió y Hamid fue obligado a retirarse del ejército en 1992.

Cuando los talibanes llegaron al poder en 1996, un viejo conocido, Hamid Gul, seguía moviendo los hilos del fundamentalismo paquistaní y afgano desde las sombras.

Hamid Gul no le perdona a Estados Unidos haberlo forzado a pasar a retiro. En su oficio, el segundo más viejo de la Historia, los espías no se jubilan: pasan a cuarteles de invierno. Este enigmático septuagenario fue –y sigue siendo– uno de los más importantes agentes dobles, triples o cuádruples en la historia del espionaje moderno, brillante incluso, hasta para elegir el momento en que debía callar o romper el silencio.

Fuente: Por Walter Goobar en http://sur.elargentino.com/.

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