domingo, 15 de agosto de 2010

Documento: "Conciencia y lucha popular"

El hecho de que los trabajadores como clase social subalterna, que está llamada a derrotar al capitalismo y consecuentemente a instituir las bases de otra sociedad, no cambia el hecho de que, en esta actualidad, puedan ser inoperantes y hasta cómplices del reformismo político bajo la tutela neoliberal el que, además, los cuestiona, los sojuzga y los somete a otros designios. Entonces, la conciencia de clase de los trabajadores implica, a la luz de las experiencias históricas de nuestros pueblos, una organización política que esté en condiciones y a la altura de desarrollar las estrategias políticas tendientes a la emancipación de las mayorías del yugo al que los condenó el neoliberalismo para construir una sociedad basada en la primacía del derecho a la vida de todos. En ese sentido, organización significa una clara ideología de clase y, desde ahí, la lucha por el poder de decisión en todos los niveles. Precisamente, estas necesidades son las que hacen urgente que los trabajadores asuman el poder de decisión y cuando lo hacen es la propia ideología la que, paulatina y gradualmente, se convierte en sentido común, en otra razón y el dominio de las mayorías se hace real.

A su vez, un importante hecho político, que profundiza en la toma de conciencia de clase por parte de los trabajadores, es precisamente el surgir de ciertos movimientos y regímenes políticos nacionales, soberanos y populares que, paulatina y gradualmente, alteran considerablemente nuestra realidad como trabajadores. Por ejemplo, en un régimen de esas características, si analizamos qué explica la urgencia de los nuevos cuadros, líderes, dirigentes y otras organizaciones militantes, es que mientras ese régimen político se desarrolla y consolida por el tejido social, es decir, en la medida en que deriva en una mayor representación, movilización y participación de los trabajadores, de los sectores y la cultura popular, implica la generación de un debate de ideas, de principios y valores. Se revierte lo que sucede en los ’90, en pleno neoliberalismo porque, esta vez, el estatus de la discusión política e ideológica está en alza al tiempo que los debates, en todas las organizaciones que componen el régimen, se amplían considerablemente. En realidad, estos múltiples procesos de toma de conciencia y de participación política de los trabajadores que implican la instauración de los regimenes nacionales y populares, solo nos demuestran que existen dos maneras de entender la política, es decir, una en la que simplemente ésta es pensada y definida como administración de recursos escasos de la actividad económica y la otra que le agrega la decisión de transformar y de alterar la realidad redistribuyendo los diferentes recursos.

Si hay algo que caracteriza precisamente la etapa de transición política iniciada a principios del siglo XXI en la parte sur de Latinoamérica, en países como Argentina o Bolivia, Ecuador y Venezuela, es justamente la decisión política de avanzar en la reconstrucción de esos países a través de una mejora sustancial de la calidad de vida de los trabajadores lo que, necesariamente, se refiere a la ampliación de derechos, la independencia y soberanía política y económica. Por otro lado, claro está que cuando los trabajadores, a través de sus dirigentes y movimientos, organizaciones e instituciones que representan de manera más fiel sus propios intereses, construyen un proyecto político alternativo, que conmueve las estructuras tradicionales del régimen político y del mismo Estado, los defensores del estatus quo necesariamente reaccionan, con mayor o con menor crispación, a medida que les tocan sus granjerías, sus privilegios y sus intereses objetivos, subjetivos o simbólicos.

¿Cambio de época, de nuestra lógica y de los paradigmas dominantes? Todo eso y mucho más porque, de manera progresiva, vamos recuperando el horizonte del ascenso social, de una mayor igualdad en todos los ámbitos, de progreso, crecimiento y desarrollo que beneficia a todos en la medida en que ese crecimiento se basa en el trabajo, y sobre todo, en el derecho a contarnos nuestra propia historia. Hoy, en este cambio de época, tenemos un régimen político mucho más democrático porque crea conciencia en los trabajadores de sus propios derechos como tales, porque es un régimen más participativo. En ese contexto, se amplía el debate de las ideas y de los proyectos de país. En consecuencia, los regímenes políticos alternativos son capaces de generar otros espacios de participación. Por eso, la nueva generación de trabajadores tiene otra ética, otros valores implícitos, como el de la democracia como régimen de convivencia, el respeto por las instituciones, por los derechos humanos o la administración con equilibrio e incluso superávit fiscal. En el caso concreto de Argentina, la cuestión también pasa por una redefinición de la idea de peronismo como movimiento e ideología política, es decir, por la continuación de un nuevo movimiento nacional, soberano y popular donde todos nos nutrimos de este movimiento mientras que, la principal actividad de los dirigentes, una de las funciones que tienen esos conductores, es precisamente actualizar la doctrina de Perón.

Lo que tiene que unir a los sectores populares es la fuerte vocación de no quedarse a sostener los derechos y las conquistas logradas sino que, en primer lugar, hay que defenderlas para profundizarlas y radicalizarlas. Esa es la característica de cualquier intento de renovación, de intentar consolidar un proyecto que no se estanque, de poder hacer de la (r) evolución un proceso permanente y cotidiano. Lo que propongo en ese contexto es más peronismo lo que, a su vez, implica profundizar en la igualdad y en la inclusión de todos. El necesario debate político, de las ideas de la renovación, se relaciona que, como peronistas y representantes de los sectores populares en general, hay que plantearse si queremos que, en definitiva, un par de corporaciones trasnacionales manejen el país o si buscamos profundizar este modelo, que es nacional y popular, y que progresivamente van gestionando los trabajadores.

Desde una perspectiva histórica, la profundización y la consolidación de un régimen político inclusivo y popular, humanista desde sus bases, tiene que incluir necesariamente, política y estratégicamente, al peronismo como movimiento simplemente porque en éste su denominador común es la lucha por los derechos de los que menos tienen. En cambio, algunos sectores del progresismo, siempre tan académicos, esquemáticos y dogmáticos, con sus verdades siempre objetivas, absolutas y reveladas, para quienes nunca están dadas las condiciones del cambio y de las necesarias transformaciones que cambien radicalmente nuestras vidas, esos que siempre están hablándonos despectivamente de populismos, siempre parecen estar más preocupados por defender a las corporaciones económicas antes que apoyar críticamente los diversos procesos políticos populares que buscan allanar nuestros campos con las semillas de una nueva conciencia de los trabajadores.

Por un lado, estamos los que adherimos al proyecto popular, nacional, de inclusión y de creación de nuevos derechos y otras garantías para los trabajadores y la inversión de capitales productivos y, por otro lado, tenemos el neoliberalismo para quien la economía no es un sistema de relaciones entre los hombres, tejido al interior del espacio nacional, sino que es un segmento del mercado estructurado bajo la forma del sistema comercial global, por lo que es ese mismo mercado global el que determina la asignación de los recursos y la distribución del ingreso en el ámbito nacional a través de leyes mediatizadas que profundizan nuestra dependencia en relación a los actores centrales que controlan el sistema comercial globalizado. Respecto de los medios, el neoliberalismo supone la incapacidad de los recursos humanos propios de cada país para gestionar los conocimientos avanzados y la insuficiencia del ahorro y del capital interno para financiar la acumulación de capitales necesarios para sostener nuestro desarrollo y crecimiento a través del tiempo. Entonces, a partir de estas directivas, es inviable un desarrollo industrial que incluya las actividades de la frontera tecnológica en un entramado integrado, nacional y más competitivo. En esas circunstancias, el único y mejor de los destinos posibles para nuestros países, sería continuar siendo exportadores de materias primas en general profundizando, aún más, los términos de intercambios desiguales entre nuestros países periféricos y los centrales. La política macroeconómica neoliberal es consistente con esta estrategia de desarrollo y el supuesto de la insuficiencia de los recursos propios. Por eso mismo, la relación entre el tipo de cambio de equilibrio desarrollista, que favorece la competitividad de la producción nacional de bienes, productos y de servicios transables, es decir, sujetos a la competencia en los diversos mercados globales, no tiene importancia alguna. En fin, la política económica, desde la postura de los neoliberales, simplemente se limita a transmitir ciertas señales amistosas a los mercados que, a través de su automatismo, son los que tienen la última palabra.

Por lo tanto, está en las antípodas del paradigma y los valores de los neoliberales, la formación de una estructura productiva integrada y abierta, que sea capaz de gestionar de la mejor manera el conocimiento socialmente producido, generar empleo a niveles crecientes de productividad y mantener una relación simétrica, no subordinada con el sistema comercial globalizado. En ese contexto, la política de los regímenes populares busca fortalecer la competitividad de la producción nacional que se encuentra sujeta a la competencia de los mercados globales y, al mismo tiempo, intenta abrir espacios de rentabilidad, que retenga el ahorro interno en la ampliación y transformación de la capacidad productiva para promover la estabilidad razonable de los precios. Bajo esta perspectiva, es esencial el equilibrio de las finanzas públicas y la reducción de la deuda a niveles manejables con los recursos propios. Las otras opciones, la neoliberal, no tiene posibilidades, reales y concretas, de traer satisfacción a las necesidades más urgentes de los trabajadores y por eso, a fines del 2001, bajo la monarquía de De la Rúa en Argentina y posteriormente en algunos países latinoamericanos vecinos, explotó el modelo de apertura y liberalización comercial y económica, el régimen de negación de la política y de las acciones y reacciones de los actores políticos de modo que actualmente, las acciones de cada uno de nuestros gobiernos llevan a querer involucrarse en la medida en que la misma política es vista, desde ahora, como una herramienta de transformación y eso crea conciencia en los trabajadores.

Entonces, en este nuevo contexto de gobiernos nacionales y populares que reivindican la acción política a través de la toma de conciencia de los trabajadores y la movilización de nuevos actores sociales y políticos, sucede que en relación a los sectores opositores, es decir, de la oposición a los gobiernos más comprometidos políticamente con los cambios radicales, se compone de un núcleo duro formado por políticos más o menos miserables, de poca y nula memoria sobre sus acciones en el pasado neoliberal, que defienden los intereses de empresarios poderosos, mientras hacen de extras del poder dominante. Pasaron los años pero igual tienen que tener cuidado porque quedó la memoria a pesar de la desmemoria de ellos. Por lo tanto, no hay más lugar para el equívoco porque ya no hay ninguna excusa para seguir dudando. De aquí en más, se trata de elegir el país en el que queremos vivir. En este contexto político de cambios y transformaciones, ¿cuál es el principal error estratégico que cometen los sectores opositores a los regímenes más radicales? El error fundamental es haber creído que se enfrentaban a un gobierno cuando, en realidad, se enfrentan a un cambio de época, de paradigma, un proyecto de país y la formación de un régimen político que, en sus antípodas, busca superar la naturaleza capitalista del Estado nacional. No entienden que los diversos cambios, políticos, económicos y sociales, que la nacionalización del gas y del agua en Bolivia o el sistema de poder popular en Venezuela, que la Asamblea Constituyente de Ecuador, en su momento fueron hijas de una época, no sólo de una gestión de gobierno. De todas maneras, con la oposición y sus acciones, perdió la política porque ellos perdieron la posibilidad de confrontar entre pares democráticos. Pero, esto nos demuestra, una vez más, que ellos en verdad no son democráticos porque sus convicciones políticas, sus razones no lo son, porque siempre trabajaron y accionaron desde las sombras en la defensa de su modo de país excluyente y elitista.

Así, a expensas del modo de país excluyente que siempre plantearon los dominantes, en la actualidad se imponen los intereses de los trabajadores mientras sus propios líderes, dirigentes y presidentes, los trabajadores, todos y cada uno de nosotros, nos movilizamos y participamos para conquistar nuevos horizontes. Ya no hay dudas ni vacilaciones a la hora de decidir sobre el futuro de todos mientras que la derecha, al mismo tiempo, cada vez tiene más problemas para movilizar su propia capacidad de daño a los regímenes nacionales y populares. Como todo es dialéctico, ante la fragmentación de su tropa y de sus fuerzas, ante la ausencia de un liderazgo fuerte tras el cual aglutinarse, ante la falta de programas y de proyectos políticos viables y creíbles, su tronco autoritario choca de frente contra las políticas de un modelo de desarrollo inclusivo, popular y democrático que demostró que es sumamente eficiente a la hora de dinamizar la economía, de hacer crecer el consumo y el ahorro interno, desarrollar y hacer crecer la industria y hasta construir parámetros de igualdad y de equidad social reparando décadas de olvido, de frustraciones, derrotas, ignorancia, arrogancia y abandono. Desde esa perspectiva, entonces, la eficiencia de los regímenes políticos populares, nacionales y soberanos, está directamente relacionada con el crecimiento, con la posibilidad de mejorar la calidad de vida de los trabajadores, con las posibilidades de generar empleo genuino y con la propia redistribución de la riqueza, que es socialmente producida, y el ingreso (1)

En ese contexto político, las medidas para avanzar sobre el reparto y la distribución de la riqueza a favor de los trabajadores, son medidas y políticas de tipo económicas que necesariamente son dictadas por el régimen político y defendidas por los actores y organizaciones representativas de los trabajadores, porque gravitan e influyen, de manera más que decisiva, sobre la distribución del ingreso y la calidad de vida y bienestar de las mayorías. La distribución de la riqueza, entonces, mejora tanto por la vía de los precios, es decir, por un mejor poder adquisitivo de los salarios de los trabajadores como por la vía de aplicar políticas que disminuyan considerablemente el desempleo, siempre tendiendo al pleno empleo de la fuerza de trabajo, como medida prioritaria. Porque, en realidad, las políticas del pleno empleo, del crecer con equidad e igualdad, son la base para mejorar la distribución de la riqueza a favor de los propios trabajadores porque la alta complejidad que adquieren hoy nuestros regímenes políticos tiene ver con la diversificación, es decir, con un proceso de producción nacional con más participación de trabajadores calificados, con productos y bienes de mayor valor agregado, con conocimientos y aplicación de éste a través de la tecnología lo que, en definitiva, hace necesario aumentar los salarios. Por lo tanto, en ese contexto político y económico, social y cultural abierto por los regímenes populares, que hacen hincapié en la defensa de la producción nacional, una mejor distribución del ingreso se corresponde con una mayor diversificación y alta innovación con valor agregado. Entonces, el freno a la distribución de la riqueza atenta directamente contra un modelo productivo nacional que aproveche, de la mejor manera, los recursos de nuestros países. Sin embargo, cuando en el proceso productivo la participación de la fuerza de trabajo, de los trabajadores, es marginal, quienes controlan la renta, ya sea agropecuaria, minera, forestal, industrial (…) tienen mayor posibilidades de apropiarse de los beneficios producidos y el régimen se vuelve mucho más inequitativo en contra de los trabajadores y a favor del capital.

Lo que exaspera a los sectores de clara oposición al modelo nacional y popular es una economía que funciona, que construye, que crece, que no tiene otra moldura más que la justicia y la equidad social, pero que no respeta ningún patrón que no sea la propia voluntad popular. Entonces, las grandes corporaciones se sienten fuera del juego de la dominación política al que controlaron siempre a través de políticos dóciles y así, el poder económico monopólico y transnacional, intenta seguir disciplinando a los trabajadores aunque, en muchos de nuestros países, ya no cuenta con el instrumental suficiente y necesario para lograrlo. En otras palabras, no tienen líderes creíbles ni proyecto solo un tremendo odio y resentimiento contra la cultura y los intereses populares porque, de ahora en más, los trabajadores empiezan a tomar real conciencia del rol histórico que les corresponde como mayorías.

Autor: Alfredo Repetto.

Notas:

(1) En Argentina, la mayor y mejor participación de los trabajadores en el reparto del ingreso nacional se alcanzó en el año 1954 cuando llegó al 51%. Por el contrario, cayó a su piso más bajo en el ocaso de la última dictadura y tras la crisis social, política y económica que eclosionó a fines de diciembre del 2001, cuando apenas superaba el 20 %. Sin embargo, en los primeros años del siglo XXI, durante la presidencia del matrimonio de los Kirchner, el sector de los trabajadores recuperó decididamente terreno para intentar regresar al “cincuenta y cincuenta” en la distribución de la riqueza que se alcanzó durante los primeros gobiernos de Perón. Además, hacia fines de la última dictadura militar se evidenció la mayor regresión en la participación de los trabajadores.



Referencias bibliográficas:

Giles, Jorge: “La mesa chica del viejo poder” en Miradas al Sur de la edición del 8 de agosto del 2010.

Recalde, Mariano: “Hay que profundizar las conquistas logradas” en Miradas al Sur de la edición del 8 de agosto del 2010.

Verduga, Demián: “Recupero la convicción de los ‘70” en Miradas al Sur de la edición del 8 de agosto del 2010.

Diehl, Santiago: “Cambio cultural” en Miradas al Sur de la edición del 8 de agosto del 2010.

Larroque, Andrés: “Ladran Sancho…” en Miradas al Sur de la edición del 8 de agosto del 2010.

Arroyo, Daniel: “Es el momento de reducir la desigualdad” en Revista Argentina Económica de la edición del 8 de agosto del 2010.

Granata, Gabriela: “Argentina, cada vez más cerca del empate social” en Revista Argentina Económica de la edición del 8 de agosto del 2010.

Ferrer, Aldo: “La política macroeconómica de vivir con lo nuestro” en Revista Argentina Económica de la edición del 8 de agosto del 2010.

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