viernes, 14 de octubre de 2011

Los trabajadores deciden.

Las batallas a ganar en la conquista de una nueva realidad que además se caracteriza por la crisis económica global que en primer lugar afecta a los países centrales.

La crisis de los paradigmas del neoliberalismo a nivel global, tanto en sus aspectos financieros pero también de la producción de bienes y servicios y que se manifiesta principalmente en los países centrales, nos muestra que a partir de ella- desde 2007 en adelante- esos países, los más desarrollados en términos capitalistas, no logran todavía estabilizar el ciclo supuestamente virtuoso que imaginaban liderar con la globalización financiera a fines de los 80. No hay que hacer fuego del árbol caído, no tenemos que alegrarnos de la crisis financiera- económica global porque al fin los que terminan pagando siempre las consecuencias de ésta son los trabajadores. En este caso en particular, los trabajadores españoles, los griegos, los irlandeses y hasta los trabajadores de Estados Unidos hasta donde llegaron las protestas de los indignados. Pero, si hoy el sistema comercial globalizado aparece totalmente descolocado frente a las consecuencias sociales y políticas, económicas y financieras de la crisis, es por la responsabilidad de haber aplicado políticas que van a contramano de los intereses de las mayorías, de una definición más altanera del bien común, de todos. Así, hoy los países centrales no quieren hacerse responsables de la crisis que ellos generaron y por eso Estados Unidos, que es el poder hegemónico global, no soporta tener que discutir con colosos emergentes que con maestría, rigor y poder construido, países como China, la India o Rusia que además de tener un poder militar atroz- heredado de la antigua Unión Soviética, cuenta con una estratégica oferta gasífera para el crecimiento de la Comunidad Europea. El problema para Estados Unidos es que las negociaciones al respecto se hacen en pie de igual, algo que era impensado hace solo unos años.
Cuando muchos teoremas se vienen de bruces, cuando las tesis y los paradigmas de los sectores y grupos neoliberales (con sus pretensiones de verdad absoluta y de control racionalmente establecido) también parecen derrumbarse, surgen los países centrales intentando liderar el salvamento de sus economías nacionales, del empleo de sus trabajadores pero, en primer lugar, los intereses de los sectores financieros que no dan el brazo a torcer. A partir de esa prepotencia que se expresa en la insistencia por aplicar políticas que históricamente fracasaron, buscan que otra vez que los costos de la crisis las paguen los países emergentes. De ahí a que cuestionen nuestras políticas y nuestros regímenes populares que satisfacen las necesidades de la mayor parte de los trabajadores. En esa forma de accionar políticamente percibo- además de la prepotencia a la aludí anteriormente- una profunda ceguera y ausencia de ideas respecto al futuro de los hombres, a la construcción de un régimen político que pueda ir más allá del neoliberalismo y del automatismo del mercado. En esas circunstancias, me parece válido preguntarnos sobre si en realidad esa aptitud es carencia o es impotencia. Son las dos porque la carencia de una ideología democrática, que pueda ir más allá del formalismo y las abstracciones del régimen neoliberal, los vuelve impotentes. Son las dos pero en primer lugar es la impotencia. Es la impotencia de no poder seguir sosteniendo racionalmente valores que defienden granjerías y privilegios de sectores minoritarios. Es impotencia porque los países más desarrollados no están hoy en condiciones de controlar en toda su amplitud la lógica de los intercambios globales de bienes. Sin embargo, todavía pueden crear más caos con inflación y con guerra de monedas. Pero, también es cierto que la suma de todos los desaciertos en que incurren por su desesperación e impotencia que los asiste, agiganta el poder de los países emergentes, cuyos regímenes políticos populares se alejan definitivamente del esquema global que nos impuso el neoliberalismo en los '90. Por eso crecen y se desarrollan con cierta armonía bajo la conducción de gobiernos nacionales de fuerte gestión de los trabajadores. Crecen en poder económico relativo, en desarrollo social, liderazgo, dominio y nuevos flujos de comercio, autonomía en la oferta de bienes transables, en la fijación de precios internacionales, en soberanía y en la satisfacción de necesidades históricamente postergadas.
Actualmente, el sistema comercial global prioriza en el pragmatismo político, en el liderazgo conducente y también (siempre a expensas de los países centrales que ya no pueden consigo mismo) en el alejamiento de las viejas modalidades de dominio sobre los países periféricos. Lo que no ven es que ese sistema comercial globalizado bajo los intereses neoliberales ahora exige autosuficiencia, generación de recursos propios para el crecimiento y la creación de empleos como política primera de inclusión social. En cambio, insisten en ciertas políticas fiscales y monetarias que reivindican los ajustes, la exclusión y la parálisis económica. Pero, otra vez los países emergentes vienen en auxilio de los trabajadores mientras al mismo tiempo porciones gigantescas de los sectores medios, en claro ascenso debido a la conducción popular de nuestros regímenes políticos, saben que el pasado de ignominia, de exclusión y de neoliberalismo no puede volver. Para el poder global, que los sectores medios de nuestros países apoyen una postura política popular que claramente es contra-hegemónica es una cuestión que los desvela, que no son capaces de aceptar con facilidad porque son muy prepotentes, impotentes y carecen de cualquier proyecto democrático. Políticamente muchos de los sectores que adhieren al régimen popular, a la cultura del trabajo, de la plena democracia y de la inclusión social también son prepotentes pero bajo ningún aspecto son impotentes. ¿Cómo no habríamos de ser prepotentes si el mundo, esa realidad dominada por el neoliberalismo, es un verdadero caos que milita contra los intereses de los trabajadores? No basta con tener memoria sino que en base a esa memoria tenemos que ver este nuevo mundo. Un mundo y una realidad de depresión generalizada que además está a la vuelta de la esquina porque estamos en presencia de una crisis que es estructural a nivel global y que solo podrá ser final a partir de la propia movilización de los trabajadores. En otras palabras, lo que convierte en final a cualquier crisis, además de sus consecuencias, es la movilización o no de los trabajadores. Ellos deciden y ellos finalmente serán los que se impondrán más tarde o más temprano. Ellos lo deciden. Con estas políticas, con estas herramientas financieras, con estos bancos y con esos intereses que solo defienden la acumulación privada de los capitales, la crisis se queda entre nosotros. Los trabajadores deciden si es una crisis más, es decir, de las períodicas a las que nos tiene acostumbrado el neoliberalismo, o si es terminal. 
En muchos países latinoamericanos los trabajadores decidieron que la crisis fuera final mientras las cosas son muy distintas en los países centrales. En nuestros países, hay una realidad mucho más humana, conforme a valores que reivindican la cultura del trabajo, la cultura del esfuerzo y la producción que siempre batallan contra la especulación y la soberbia de los dominantes. Desde los albores de la independencia, desde siempre, nunca tuvimos en estos doscientos años la satisfacción de saber que estamos haciendo más o menos bien las cosas para beneficio de los trabajadores. Nuestros gobiernos hoy están recuperando la noción de Patria Grande que heredamos de los padres fundadores, de libertadores como Bolívar y San Martín. Los países latinoamericanos que se comprometen con la cultura y con los valores de los sectores populares hoy están construyendo otro destino como sienten, como pueden y me parece también como deben hacerlo en honor a nuestra historia. Y en honor a las necesidades de sus pueblos. Somos pioneros y disculpen la falta de modestia pero la generación de empleos de calidad como mejor política pública de inclusión social es una realidad que superó las falacias de los sectores neoliberales aunque todavía hay mucho por hacer respecto de las consecuencias del neoliberalismo en nuestra región. Otros países de la región desgraciadamente siguen comprometidos con la soberbia, con la carencia y la prepotencia de los sectores dominantes. Gobiernos como el chileno insisten y al respecto lo único que puedo decir es que los pilares básicos de cualquier régimen democrático es el acceso de todos, en igualdad de condiciones, a una salud y una educación gratuita, de calidad, que reivindique los valores de la solidaridad y de la calidad de vida de la población. La salud y la educación, por el rol que les compete en cuanto a la mejoría de las condiciones de vida de los trabajadores, tendrían que definirse como servicios públicos, es decir administrados por el sector público y reivindicados por el régimen político más allá del gobierno de turno. Al gobierno chileno la historia lo pasó por encima y ahí está, totalmente pasmado, incómodo. Tal vez Piñera logre el récord histórico de Toledo en Perú en relación a tener un 10% de apoyo ciudadano luego de unos meses de gobierno. Pero, continúan vendiendonos el modelo de Chile y la situación no da para más. Los trabajadores deciden.
En Chile, de la mano de los sectores dominantes, la política se tomó licencia y no tiene posibilidades reales para corregir las leyes de la geología neoliberal. Sin embargo, desde siempre y a expensas de las razones de los múltiples factores de poder dominantes, la política- entendida como praxis y acción democrática- es una herramienta válida, la única, para transformar la vida de todos. Pero son los trabajadores quienes deciden. La historia reciente tal vez dirá que los sectores y organizaciones populares están reinventando una época, contrariando al mundo viejo y su rancia hegemonía, contrariando los valores de una izquierda dogmática y tosca, de pretensiones mesiánicas. Tal vez la historia otra vez deje escrita en nuestros anales que esa izquierda rancia y tosca nuevamente batalló contra los sectores populares. Tal vez no están capacitados para entender que los regímenes populares son la antípoda de ese neoliberalismo que intenta justificar lo injsutificable: la exclusión, la pobreza, la marginalidad o el desempleo masivo. Son impotentes y más aún cuando son los trabajadores los que deciden.
Ya se habla en todo el mundo de los regímenes populares, que lo son en la medida que practican la inclusión de los trabajadores. Ese es el modelo que necesariamente deben seguir países como España, como Grecia o como Portugal, todos. Los trabajadores deciden. También los trabajadores son los primeros beneficiarios de este modelo econónomico y de inclusión social. De todas formas, a estas alturas quiero insistir en el hecho de que se producen estos debates porque hoy existe otra arquitectura global. Pero no alcanza. Falta más independencia y mucha más soberanía. Falta profundizar en los cambios auspiciados desde el gobierno central en todos los temas que el gobierno- junto con los partidos y con las organizaciones representantes de los sectores populares- perciben como socialmente importantes. Por eso, es necesario trabajar políticamente por la conquista de las amplias mayorías para el cambio de régimen y eventualmente del Estado capitalista. Así, el proceso de apropiación social de las herramientas que pueden construirse para multiplicar las voces y la organización de los trabajdores es complejo. Además, es un proceso arduo plagado de resistencias culturales que también es saboteado por los sectores dominantes que son impotentes frente a estos escenarios. Es bueno tener un trabajo de calidad, con derechos laborales, con acceso a la salud y la educación de calidad, es bueno contar con una escuela pública que les entregue a los chicos las herramientas para convertirse el día de mañana en personas de bien. Deciden los trabajadores porque siempre son ellos los protagonistas. Por lo menos cuando deciden serlo.
Esta nueva historia de Latinoamérica requiere mayor comprensión. Sin valorar las tensiones o desconocer que hay quienes quieren frenar o desviar el cambio, es posible caer en una valoración acrítica y no tener presente la cantidad de desafíos pendientes. Sin palabras y sin crítica no habría vida. Sin palabras sencillamente nos morimos de tristeza, de inanición, de mediocridad y de conformismo. Sin lucha la vida no tienen sentido, sin una gramática de poder que reivindique la cultura popular es poco lo que podemos realmente hacer. Habrá que hacerse responsable de cada una de nuestras decisiones u omisiones. Son los sectores y los grupos de poder dominantes (que a su vez son altamente conservadores) los que claman por la seguridad jurídica de los intereses de los grupos más reaccionarios políticamente y más concentrados económicamente. Claman en su impotencia y en su propia soberbia cuando al mismo tiempo son millones los trabajadores que ya tomaron la decisión de ser protagonistas de los cambios auspiciados por un proyecto político que es nacional en cuanto a sus intereses, que es popular en el aspecto cultural, que es soberano en lo económico e independiente políticamente. Es este proyecto democrático y popular el que inscribe sus verdades relativas en la lengua viva que habla nuestro pueblo. Es hora que salgamos a celebrar la palabra del pueblo que ya decidió no postergar nunca más sus aspiraciones.

Referencias bibliográficas:

Bocco, Arnaldo: “Los emergentes: un avance con pelota dominada” Publicado en Miradas al Sur de la edición del 25 de septiembre de 2011.
Anguita, Eduardo: “Cuidado con las resistencias al cambio” Publicado en Miradas al Sur de la edición del 2 de octubre del 2011.
Giles, Jorge: “Con el bolsillo, el corazón y la cabeza” Publicado en Miradas al Sur de la edición del 2 de octubre del 2011.

Autor: Alfredo A. Repetto Saieg.

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