sábado, 25 de septiembre de 2010

Análisis político:


La unidad y los desafíos del movimiento popular

Esa nueva multitud de jóvenes que colmaron hace solo unos días el Luna Park en homenaje a un nuevo aniversario de “La noche de los lápices” mientras, al mismo tiempo, éstos batallaban contra la reacción y el propio conservadurismo político manifestado ya sin disimulo por el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que no los deja estudiar en condiciones dignas, en un ambiente sano que, además, nos desafía a replantear profundamente el régimen federal, esa multitud que defendiendo a punta de sus conciencias cada escuela abandonada o destruida por la decidía y por la incompetencia de un gobierno municipal que no cree en la educación pública y, antes bien, apuesta todas sus convicciones políticas por la educación privada de una élite a expensas de los intereses de las mayorías nacionales, de la educación popular, esa multitud que fue a escuchar a los mejores referentes políticos del progresismo argentino de este momento histórico en particular, que vibró con las palabras de Néstor y de Cristina y de los más diversos dirigentes de esa juventud que con sus consignas de unidad milita a favor de un modelo nacional, popular y soberano vigente desde mayo del 2003, nos indica que esa juventud (ese particular sector formada al calor de la crisis del 2001 y de la posterior llegada a la gestión del poder de los gobiernos populares) actualmente es parte de un nuevo emergente en este proceso social y político que busca radicalizar sus luchas en beneficios de la clase de los trabajadores y que, a su vez, en esas concretas condiciones, busca retomar al peronismo como movimiento social y político de carácter profundamente popular e inclusivo. Los hechos políticos acá comentados, es decir, la lucha de los estudiantes a favor de la educación pública, la reivindicación de las víctimas de “La noche de los lápices” y el multitudinario acto en el Luna Park, entonces, nos muestra que todos los jóvenes que arrancaron la secundaria desde principios del nuevo siglo en adelante, con Néstor o con Cristina de Kirchner presidiendo el gobierno de lo mejor del peronismo, hoy participan activamente en la resolución de sus asuntos públicos y así se movilizan por sus legítimos derechos porque están formados bajo las condiciones y el contexto histórico de un régimen político mucho más democrático, nacional y popular en lo cultural y político que los gobiernos anteriores, los que nos condujeron a la pesadilla neoliberal, y que más allá de sus errores, arranca de ciertos presupuestos, políticas y valores básicos y centrales que bajo ningún aspecto son negociables. Por ejemplo, me refiero a la política de no admitir la represión de las diversas manifestaciones sociales inclusive la de los sectores y de los grupos más reaccionarios como nos lo demostró el conflicto por la resolución 125. Tampoco acepta, bajo ninguna circunstancia, transar en la cuestión relativa a las violaciones de los derechos humanos de la última dictadura y el justo castigo que les corresponde a los genocidas. Además, el gobierno nacional impulsó, hasta la fecha, la participación de los trabajadores en más de dos mil convenciones paritarias para discutir sus propios salarios, sus conquistas y condiciones de trabajo. En relación a la educación pública, ésta alcanzó y superó el 6 % del presupuesto nacional y los niños y jóvenes socialmente más vulnerables reciben la asignación universal por hijo para suplir las necesidades más urgentes de los sectores políticamente más vulnerables. Definitivamente, el gobierno además es el gran responsable de las conquistas relativas al matrimonio igualitario mientras, al mismo tiempo, los múltiples sectores y grupos sociales y políticos representativos de los trabajadores gestionan para construir y consolidar la nueva Ley de Medios de la democracia.
Todo esto nos muestra la importancia de la participación y de la movilización política activa de los jóvenes, de todos los actores sociales y políticos que inciden en la gestión de la agenda pública porque, en verdad, hoy estamos en una época de decisiones históricas. En otras palabras, lo que estoy diciendo es que hoy, en pleno 2010, oponerse a presidentes y líderes populares del talle de Evo Morales, de Rafael Correa, Hugo Chávez o de Cristina Fernández de Kirchner, es estar del lado de quienes se oponen a las políticas de inclusión social y de la integración de nuestros países. Es estar contra el Mercosur, contra la Unasur, que paulatinamente se convierte en una alternativa real a la amorfa, ineficiente y negligente Organización de los Estados Americanos, es militar contra el proyectado Banco del Sur y, en general, contra la soberanía de cada uno de nuestros pueblos. La encrucijada política sobre de qué lado de la vereda nos encontramos, es decir, del lado de la reacción o del humanismo, nos atraviesa a todos porque este momento histórico es fundamental en el sentido de que nos estamos jugando por lo menos los próximos cincuenta años de nuestra historia porque, de una u otra forma, nos jugamos nuestra propia idea del desarrollo y del crecimiento de nuestros pueblos en un contexto mucho más progresista. En ese sentido, o valoramos lo hecho y conquistado hasta hoy para profundizar el camino de los sectores y de la cultura popular o terminamos favoreciendo objetivamente a los sectores de la derecha política que representan lo peor de nuestro pasado y del presente. Este tema de la movilización y del compromiso con los sectores populares no es menor sino, muy por el contrario, es central porque más allá de todas estas medidas históricas de tipo progresistas que supimos conseguir en estos años en que nuestros sueños vuelven a florecer, todavía persisten ciertas cuestiones heredadas de la época del neoliberalismo que así condicionan el proceso de cambios y de transformaciones en que nos encontramos comprometidos políticamente. Por ejemplo, en el caso concreto de Argentina, una vez que salimos de la convertibilidad del peso, tremenda crisis social, política y económica mediante, se manifestaron dos procesos muy relevantes por sus profundas implicancias. En primer lugar, un proceso que primero tiene que ver con la distribución del ingreso y de las riquezas en general y, en segundo lugar, con un proceso que involucra, una vez más, a las grandes firmas integrantes del núcleo selecto del poder económico local, sobre todo esas que decididamente se desenvuelven en el ámbito productivo que, desde ahora, logran ocupar incluso a expensas de los intereses de los trabajadores, un lugar protagónico y central entre los ganadores del régimen económico en curso. Es decir, por una parte y devaluación de la moneda nacional mediante, se afianzaron las múltiples tendencias a la concentración y la centralización del capital. En ese contexto, por ejemplo, en el 2008 las cien empresas manufactureras más grandes del país dieron cuenta del 43% de la producción industrial total, frente a una participación del 37% que tenían en el 2001 y del 28% en 1993. Esto se dio precisamente en el marco de una aceleración del proceso de extranjerización iniciado a mediados de la década de los ‘90 con la imposición de la lógica neoliberal. Además, por lo menos el 70% de la facturación global de esa cúpula empresarial está en manos de capitales foráneos. Por otro lado, como resultado del dispar comportamiento entre la productividad de los mismos trabajadores y sus salarios, tuvo lugar una importante transferencia de ingresos desde los trabajadores a favor de los dueños del capital, en la estructura de precios y rentabilidades que estuvieron asociados a la salida  de la convertibilidad vía fuerte devaluación que, en esas circunstancias, incrementaron el margen bruto de la explotación de la fuerza de trabajo por parte del capital que, a su vez, se tradujo en ganancias netas extraordinarias, principalmente para las grandes corporaciones del sector fabril. Finalmente, además de la performance de la productividad del trabajo, de los salarios de los trabajadores y de la inversión, en la explicación de los dos procesos aludidos están implicados otros factores:
a)             En primer lugar, la inserción de la mayoría de esas compañías líderes en la producción más favorecida por el nuevo tipo de cambio de equilibrio desarrollista que postula un dólar alto que es acompañado de la vigencia de salarios relativamente bajos a nivel global y de mercados externos expansivos.
b)            Por otro lado, en el marco de las variadas acciones pero más bien omisiones en relación al control y la participación por parte del régimen político en el ámbito económico, que conformó un esquema y una lógica heredada de la época neoliberal que aún no podemos superar en plenitud, esas empresas líderes lograron captar determinados excedentes diferenciales y de ganancias extraordinarias a partir del desarrollo del mercado interno y la producción nacional que las colocó en una situación de privilegio a partir de la fijación oligopólica de los precios en numerosas ramas productivas como, por ejemplo, la elaboración de productos metálicos, fertilizantes, químicos, grasas vegetales y aceites, ciertas maquinarias agrícolas, cemento, cal, papel y derivados, azúcar y hasta automotores.
c)            Finalmente, considerando cada uno de los factores anteriores vemos que todo esto se traduce en la presencia destacada y central de estos grandes capitales en los más diversos espacios de acumulación que se generaron con la creación de nuevos espacios de rentabilidad a partir de las políticas del modelo nacional y popular en especial las medidas a favor de las pequeñas y medianas empresas.

Entonces, este proceso nos conduce a una fuerte concentración de la riqueza que milita contra la justeza de las medidas y políticas implementadas por el régimen político nacional y popular. En ese contexto de defensa y de reivindicación de la calidad de vida de los trabajadores, de defensa de la cultura popular y del humanismo más excelso, la puesta en marcha del proyecto para que los trabajadores participen de las ganancias empresarias tiene un indudable, fuerte y deseable impacto redistributivo, en especial si se termina focalizando en el segmento de todas esas empresas que son líderes y que fueron ampliamente favorecidas por el esquema político y económico vigente como acabamos de ver.[1]
Así, para decididamente fortalecer los planteos redistributivos de esta naturaleza, sería muy importante, para no quedarnos en las meras ilusiones, que este tipo de políticas públicas se articularan con un conjunto de medidas complementarias que busquen aplacar las diversas fuerzas que en el período posterior a la convertibilidad impulsaron la concentración económica, la centralización de la acumulación del capital y las ganancias extraordinarias de las firmas dominantes. A partir de esa idea de redistribución a favor de los trabajadores es de donde tienen que avanzar las políticas de reformas políticas y económicas como, por ejemplo, la propia reforma de la carta orgánica del Banco Central que busque modificar el grado de autonomía que actualmente tienen las políticas del Banco Central en relación con el poder Ejecutivo que, en su momento, fue aplicada por la gestión de Domingo Cavallo en el Ministerio de Economía durante la etapa neoliberal. La intención final del proyecto simplemente es que el Banco Central se convierta en una herramienta financiera central para incentivar y defender el proceso productivo nacional en un contexto de ampliación de los mercados nacionales a través de la generación de empleo, el ahorro y la inversión y en ese contexto no puede ser autónomo, al modo de los neoliberales, en relación con las políticas que hacen al núcleo central del régimen político nacional y popular.
Entonces, los desafíos no son menores a pesar de todo lo que hemos avanzado en todos estos años. Por lo mismo, el kirchnerismo, como la más actual manifestación del régimen nacional y popular en esta etapa histórica, no es una estación final sino, muy por el contrario, es un camino, un tránsito, una transición a un estado mucho mejor de las cosas. Así, lo advirtieron alarmados los patrones nucleados en la mesa de enlace durante el conflicto por la ya mítica 125. Así lo advierten hoy en día porque, en realidad, los sectores y grupos dominantes se avivan antes que nadie por dónde pasa la historia. En su momento, ya habían advertido que no se toleraría un gobierno que estuviera políticamente dispuesto a cuestionar la distribución desigual del ingreso y actúan en consecuencia. Es que los auténticos adversarios de los grupos y de los sectores populares, de los intereses de los trabajadores, que siempre fueron los dueños del poder, leen e interpretan la realidad de la misma forma como las lee, por ejemplo, un militante popular sólo que ellos actúan en sentido inverso, es decir, defendiendo sus propios intereses como sectores y grupos minoritarios pero dominantes. Entonces, en esa perspectiva y como siempre, hacen uso y abuso de la falta de consistencia y compromiso político e ideológico de la clase media convirtiéndola en el central campo de batalla de sus operaciones. Esos sectores dominantes acosan, manosean y usan a la clase media porque saben que los gobiernos populares solo pueden expandirse social, política y electoralmente a través de la conquista de los sectores medios. En otras palabras, es hacia el único sector que pueden expandirse luego de conquistados los sectores y los grupos populares más vulnerables socialmente. Mientras tanto, en ese teatro de operaciones, los grupos de poder hegemónicos a nivel estructural quieren hacerles creer que con la dictadura de seguridad nacional o con Menem y De la Rúa se estaba mejor. Sin embargo, es notoria la forma en que el desarrollo de los gobiernos nacionales y populares en la medida en que incentivan decididamente el consumo y la producción nacional e interna, favorece a los sectores medios de la población, a los profesionales (…) Por otro lado, el problema actual de los trabajadores como un todo en el sentido de que la amplia mayoría somos trabajadores (¿cuántos son los que no viven de su trabajo, cuántos son la clase ociosa y parasitaria, el 5 o el 10% de la población?) es que muchos de los avances estructurales del capital, a expensas y contra los intereses de los trabajadores, de la etapa neoliberal aún hoy se mantienen. Todo esto nos desafía políticamente a sumar fuerzas para lograr la mayoría absoluta en el proceso de cambios y así radicalizar cada una de las demandas de los propios trabajadores. En ese contexto, las elecciones de la CTA se instalaron como un gran acontecimiento en el panorama político nacional. Algunos partidos y sectores de la oposición al gobierno incluso llegaron a pronunciarse oficialmente en la interna viendo a ésta como una especie de plebiscito al gobierno actual, es decir, como una lucha entre un sector kirchnerista de la central y un sector más ligado a los parámetros de la oposición como parte de una estrategia más amplia de oposición al gobierno nacional de Cristina Fernández. Al mismo tiempo, esta elección interna es un hecho histórico en Argentina y en el mundo en general donde más de 1,4 millones de afiliados estuvieron convocados para elegir, a través de las urnas y de manera directa, a las autoridades sindicales de una central de trabajadores. La CTA, en esas circunstancias, adquirió un protagonismo político y sindical que antes no tenía. En ese marco, se puede entender que haya grupos de derecha, células conservadoras y altamente reaccionarias, que nos digan que todo lo logrado en todos estos años es una simple mascarada, es decir, que estamos en un ciclo más de populismo demagógico y que, de una u otra manera, se va a acabar la primavera popular antes de que venga nuevamente el invierno. Sin embargo, lo que no se entiende es que haya compañeros y algunos militantes populares que no ven que estamos en una época de grandes cambios que favorecen a los trabajadores, que estamos de pie y que hay que defender y militar a favor de las conquistas de los trabajadores. En realidad, esto significa que están más comprometidos con los valores y los intereses de los grupos dominantes de lo que muchos creíamos. Eso es lo bueno en tiempos de cambios y de transición, o sea, que en estas épocas no hay lugar para la indiferencia, para el diálogo con los auténticos adversarios por lo que, de una u otra manera, es necesario tomar partido por los intereses populares o por la reacción y todo ello incentiva la participación y la emergencia de nuevos actores sociales, políticos y culturales. El acto en el Luna Park es ejemplo paradigmático al respecto en relación a los concretos desafíos que este proceso histórico interpela a la juventud.
En realidad, y más allá de la elección de delegados y líderes sindicales, al interior de la Central de Trabajadores Argentinos existe una importante confrontación entre las tres corrientes ideológicas que conviven en el seno de esa central en particular: Por un lado, una más vinculada al actual modelo nacional y popular. Por otro lado, una corriente mucho más vinculada a la oposición y la tercera mucho más vinculada a la izquierda y al sindicalismo clasista para quienes nunca están dadas las condiciones para ningún cambio y así se oponen a todo con una aptitud claramente reduccionista que juega a favor de la derecha política. De hecho, este sector, siempre ejemplo de democracia interna y de asambleísmo, se encuentra dividido, a su vez, en tres listas. Sin embargo, lo central acá es que curiosamente, las mismas corrientes ideológicas también se manifiestan en la CGT. En otras palabras, estas elecciones nos muestran una cuestión que es central para la unidad del movimiento sindical para, desde ahí, buscar la más amplia unidad de todos los trabajadores en un referente político que actúe a nivel nacional a favor de los intereses y la gestión de los sectores mayoritarios del país, es decir, nos interroga sobre cómo procesar las diferentes ideologías en que se expresan los intereses y las ideas de los trabajadores sin dividir la fuerza de trabajo, siempre explotada por el gran capital, como actor socioeconómico frente a los mismos intereses y la acumulación privada de capitales. En ese contexto, es importante recordar que el sindicalismo latinoamericano, desde siempre, adoptó un modelo de central obrera unitaria que, por un lado, buscara garantizar la unidad en la organización por la defensa de los derechos de los trabajadores y, por otro lado, militara a favor de la pluralidad ideológica en su seno. Por ejemplo, a ese modelo concreto obedece la CGT en Argentina, el movimiento obrero uruguayo con el Pitcnt-CNT, el boliviano con la COB y finalmente el modelo chileno con la CUT. En el caso concreto de Argentina, la CTA apareció en la década de los ‘90, alterando ese modelo y proponiendo uno diferente, mucho más parecido al de multiplicidad de centrales ideológicas que caracteriza a ciertos países europeos como España e Italia donde existe una central para cada ideología. Sin embargo, la actual interna de la CTA, expresada claramente en las elecciones internas, pone de manifiesto que también en ésta las diferencias ideológicas son inevitables y similares a las que se producen en el seno de la CGT. Entonces, la propia lógica de la existencia de la CTA está en cuestión desde el momento en que nacieron para diferenciarse del sindicalismo peronista. Por eso, hoy la unidad sindical es el tema y el desafío central del movimiento de los trabajadores a nivel tanto nacional como global. En realidad, siempre lo fue pero nunca como en esta nueva etapa signada por la globalización precisamente porque la globalización lo es de los capitales, es decir, es un proceso que conduce a la unidad funcional del capital a nivel global lo que, en fin, le permite aprovechar cada una de las divisiones en que caen los trabajadores para seguir imponiendo sus resoluciones y dogmas a expensas de los intereses de los trabajadores. Ésta es la victoria estratégica del capital sobre la fuerza de trabajo en la era de la globalización y por ese triunfo del capital, a su vez, implica la imposición del neoliberalismo por sobre cualquier otro tipo de consideraciones incluso sobre un capitalismo más humano, menos extremo y fundamentalista. Por eso no es aceptable que los trabajadores argentinos estén divididos en por lo menos tres centrales sindicales, es decir, la CGT, la CGT Azul y Blanca y CTA, dejando a los mismos trabajadores debilitados y librados prácticamente al azar frente a la cada vez mayor unidad de las asociaciones y organizaciones de los empresarios que se manifiesta, por ejemplo, en la creación de la Asociación Empresaria Argentina o de la misma Mesa de Enlace de la patronal agropecuaria. En esas condiciones, la interna de la CTA simplemente nos muestra que el movimiento obrero es bastante frágil frente la división ideológica de los trabajadores, pero también que un sindicalismo movilizado es organizador de los intereses de los trabajadores. El desafío es garantizar la plena hegemonía de los trabajadores a través del fortalecimiento sindical donde, desde ahora, la confrontación ideológica, siempre inevitable y positiva, no lleve a la desunión y desnaturalización de las luchas y del rol histórico que les corresponde a los trabajadores como sector y clase social mayoritaria sino que, antes bien, promueva una articulación pluralista de todas las organizaciones populares. Sin esta presencia unificada y real de la fuerza de trabajo, difícilmente podamos establecer, defender o profundizar en un nuevo modelo nacional y popular capaz de reemplazar al régimen neoliberal en todos sus ámbitos.
Sería bueno pensar en otro modelo sindical donde los trabajadores como auténticos protagonistas de los cambios sociales y políticos asuman la gestión de la cosa pública tanto en el nivel sindical como en el propio régimen político en general. Así, es importante reivindicar el  sindicalismo de base donde se recupere la asamblea como método de decisión y donde la organización es, de acuerdo a mi propia postura personal, por sección y en función de la cantidad de trabajadores. Sería importante también la rotación de los dirigentes sindicales a través de la prohibición de la reelección por más de dos mandatos seguidos y que puedan ser revocados por una asamblea en cualquier momento. Acá estoy hablando de un modelo que dejando de lado la verticalidad del mando asuma plenamente la horizontalidad. Creo que solo en ese contexto los trabajadores y sus organizaciones populares podrán instalarse realmente como referentes políticos de una clase obrera dispuesta a radicalizar en la lucha histórica por la transformación y el cambio social que hace hincapié en el impulso a esas reformas estructurales que nos permitan redefinir las reglas del juego en relación con la distribución de la riqueza, con el modelo productivo, el tipo de tecnología, de educación y de visión y proyecto de país y su integración latinoamericana. Entonces, de una vez por todas, los sectores medios, que también son parte importante e integrante de la clase de los trabajadores, tendrían que entender que fue con el golpe militar contra el general Perón el 16 de septiembre de 1955 donde empezó la destrucción de la matriz industrial que, en su momento, significó el primero y el segundo gobierno peronista que favoreció a los trabajadores en general y que decididamente tomará mayor impulso con el 24 de marzo del ’76. La clase media tendría que entender que sus intereses están del lado de los morochos, que la democracia no es ni diálogo ni consenso con los sectores y grupos dominantes sino que es, muy por el contrario, lucha, enfrentamientos y primacía de unos intereses a costa de otros intereses. Por eso no es posible la conciliación. Tendrían que entender que la clase de los trabajadores es diversa en lo cultural y también es plural porque definitivamente la unidad es lo central para cualquier proyecto que reivindique como máximo valor la generación de empleo que mejora la calidad de vida de todos. Es necesario que todos participemos, es necesaria la constitución de un gran frente político y electoral nacional y humanista que reivindique una mejor calidad de vida  para todos los trabajadores. Este no es un tema menor de cara al futuro, de cara al desarrollo de la crisis global especulativa y financiera que,  en mayor medida, esta vez afecta a los países centrales. De hecho, la crisis financiera no solo no acaba sino que, en estas complejas circunstancias globales, generó una crisis del empleo que dejó tras de sí un ejército de reserva de mano de obra sin parangón en la historia moderna. Por ejemplo, a partir de esta crisis se generaron 30 millones de nuevos desempleados que se suman a los 180 millones que ya existían con anterioridad a la crisis. Así, tomando en cuenta el crecimiento demográfico y el crecimiento por año de la población global, a fines de la próxima década, en el 2020, tendremos nada menos que 440 millones de desempleados si a nivel global los países centrales continúan aplicando las mismas políticas de ajustes. En esa perspectiva y con esos números, el FMI acordó que España es el país que sufrió el mayor aumento del desempleo de todas las economías desarrolladas y adujo que en buena medida esto se debía a su situación laboral, es decir, siempre de acuerdo al Fondo, los trabajadores, una vez más, son los que ponen estacas en la rueda para el pleno desarrollo del sistema comercial global. A partir de estas premisas, a las que ya nos tiene acostumbrado el FMI, termina planteándose la necesidad de reducir cada una de las cláusulas de protección del empleo de los trabajadores a los niveles mínimos que acepta la Comunidad Europea, política económica con la que supuestamente bajaría a menos del 20% la contratación temporal. Entonces, desde esta otra perspectiva ideológica históricamente falsa y fracasada, se aprobó durante esta semana una reforma laboral por parte del gobierno español que de socialista solo conserva el nombre, presionado precisamente por el Fondo y el Banco Central Europeo, ya que redujo drásticamente las indemnizaciones que por ley les correspondían a los trabajadores en caso de despedidos. A partir de esa reforma, los sectores y grupos dominantes españoles simplemente pueden despedir trabajadores por necesidades estrictamente empresariales, sin embargo, tanto la patronal como el propio Fondo van por más, mucho más, por ejemplo, subiendo en dos puntos porcentuales el IVA y que no se reimplante el impuesto a las grandes fortunas que se eliminó hace unos pocos años para beneplácito de los sectores y grupos dominantes. No es el mundo del revés sino que, en primer lugar, es el mundo fuertemente irracional de los neoliberales que se niega a ceder a favor de las mayorías. Es el mundo casi salvaje de los neoliberales que generaron desaciertos fenomenales en la economía de todos los países periféricos pero también de los centrales que, a partir de ahora, empiezan a incubar el fenómeno de una generación de trabajadores perdida, excluida, marginada y prescindible. La tasa de desocupación en la Comunidad Europea está en alrededor del 24% y así existe toda una generación a la que no se le dio la oportunidad de golpear la puerta siquiera para tratar de ser probado en una entrevista. El tema central, como siempre, acá y allá sigue siendo el del acceso a la educación y al trabajo. Esos son los temas estratégicos centrales sobre los que tenemos que trabajar en la defensa del régimen político nacional y popular. Si la Comunidad Europea y Estados Unidos no buscan resolver estas cuestiones va a haber niveles de conflictividad social y política altísimos.
Finalmente, es necesario reivindicar el rol del régimen político en todas esas cuestiones porque el modelo nacional y popular implica, entre otras muchas políticas de carácter inclusivas, la integración de los sectores más vulnerables a través de la movilización y de la gestión de políticas públicas que actúen en esas circunstancias. Hay que aceptar el nuevo rol del régimen político porque reafirma las necesidades propias de los trabajadores a través de la búsqueda de mayor equilibrio, igualdad y auténtica fraternidad. Además, en la medida en que el régimen político interviene en la economía en la búsqueda de objetivos que favorezcan los intereses de los trabajadores estamos en presencia de una verdad que para subsistir necesariamente necesita de la participación, la unidad y el compromiso de todo el campo popular.

Referencias bibliográficas:

Taborda, Saúl: “Reflexiones sobre el ideal político de América Latina”, 1ª edición, Buenos Aires, Argentina: Grupo Editor Universitario, 2007.
Giles, Jorge: “El nuevo emergente del kirchnerismo” en Miradas al Sur de la edición del domingo 19 de Septiembre del 2010.
Galand, Pablo: “El reparto va tomando forma” en Miradas al Sur de la edición del domingo 19 de Septiembre del 2010.
Schoor, Martín: “Concentración y ganancias extraordinarias del poder económico” en Miradas al Sur de la edición del domingo 19 de Septiembre del 2010.
Robles, Alberto: “Confrontación ideológica y unidad de los trabajadores” en Miradas al Sur de la edición del domingo 19 de Septiembre del 2010.
Montoya, Roberto: “Europa al borde del estallido” en Miradas al Sur de la edición del domingo 19 de Septiembre del 2010.
Anguita, Eduardo: “Klisberg: con más educación y trabajo menos será el nivel de inseguridad social” en Miradas al Sur de la edición del domingo 19 de Septiembre del 2010.
 Etcheverri, Catriel: “Yaski o Micheli: los afiliados de la CTA eligen a su secretario general” en Tiempo Argentino de la edición del jueves 23 de Septiembre del 2010.

Buenos Aires, Argentina, Septiembre 23 del 2010.




[1] La iniciativa del diputado del oficialismo Héctor Recalde que busca repartir parte de las utilidades de las grandes empresas entre los propios trabajadores de esos conglomerados va tomando forma con el correr de los días. El proyecto de ley del diputado en cuestión consta de 33 artículos donde quedan explicitados cada uno de los plazos para su aplicación y el tipo de empresas que quedarán afectadas por esta medida. De aprobarse por el Congreso nacional, la ley entraría en vigor el año próximo porque las ganancias a repartir quedan definidas por año fiscal y a estas alturas ya no es posible. Además, en su primer año de aplicación, la norma afectará sólo a las empresas que cuente con más de 300 trabajadores y al cumplirse dos años de su presunta aprobación, incluirá también a las compañías que posean más de 100 empleados, es decir, quedan fuera de esta norma las pequeñas y medianas empresas nacionales mientras, al mismo tiempo, son gravadas en sus ganancias los grandes conglomerados generalmente de capitales e intereses foráneos.
Otro de los aspectos interesantes de esta ley es la creación del Consejo Nacional de Participación Laboral en las ganancias que estará integrado por cuatro miembros del Estado Nacional, cuatro de las centrales de los trabajadores y cuatro por parte de las asociaciones empresariales. En concreto, este organismo tripartito actuaría como autoridad de aplicación y tendrá la función de determinar la ganancia mínima por año que las empresas deberán hacer participar con sus trabajadores. El Consejo también se encarga de administrar un Fondo Solidario creado para que los trabajadores que se encuentran en negro. Por último, por expreso pedido de la Central General de Trabajadores, esta ley establece que los gremios tienen derecho a acceder a los balances anuales de las empresas para hacer un cálculo real de las ganancias de éstas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario