sábado, 4 de septiembre de 2010

La (r) evolución permanente.

A pesar de que el término de revolución permanente está directamente asociado con los fundamentos teóricos y estratégicos de Trotsky, la verdad es que el término en cuestión es usado, por primera vez, por Marx para quien significa, ni más ni menos, la permanencia y la continuidad interrumpida de la revolución, es decir, de los cambios y de las transformaciones sociales que hacen al mismo cambio en la naturaleza capitalista del Estado y, por ende, del régimen político. Lo que sí, el término es recogido por el revolucionario ruso que, de esa manera, aparece como su máximo exponente teórico. En ese contexto, la revolución permanente, en el sentido del propio Marx, quiere decir una revolución que no busca transigir con ninguna dominación de clase que, a su vez, no se detiene en el reformismo político, de apenas intenciones democráticas, sino que va más allá porque, en mis propias palabras, se trata de que esa (r) evolución altere, modifique y cambie la situación precedente, es decir, que cambie la naturaleza de clase del Estado capitalista a través del control y la gestión del régimen político por parte de los trabajadores a través de la formulación de sus propias soluciones y definición de los problemas percibidos socialmente importantes que, a su vez, son reivindicados por las múltiples asociaciones, los movimientos políticos, culturales o sociales, los sindicatos y las estructuras que, en general, representan los intereses de esos mismos trabajadores.

A partir de esas nuevas circunstancias metodológicas, la (r) evolución permanente confronta directamente con la teoría del socialismo en un solo país pero también confronta contra el leninismo, contra el estalinismo, contra la revolución, siempre anárquica, que busca el asalto al poder de manera violenta y con un costo social, por lo demás, bastante importante. El concepto de (r) evolución permanente es así, en términos humanistas, la negación de la tradición de la vanguardia del proletariado, es la negación del Partido- Estado y es la negación del socialismo real porque gestiona, de la manara más democrática, a favor de los intereses de los trabajadores porque son ellos los que, en fin, participan en la toma de las decisiones de los problemas colectivos fundamentales de un régimen político, es decir, son los propios trabajadores los que le dan su impronta y características a ese régimen político. Entonces, la propia (r) evolución, que implica los métodos, las múltiples estrategias, los conceptos y los términos humanistas, es una clara demostración de (r) evolución permanente porque lleva adelante, en todo su esplendor y con todas sus fuerzas, las tareas de las que se muestran incapaces de realizar otras revoluciones, inclusive la de Octubre del ’17 en la Rusia de los zares porque, en realidad, la (r) evolución no se detiene en una cuestión coyuntural sino que busca avanzar, día tras día, en defensa de los intereses y de las necesidades de los trabajadores y es en ese proceso de gestión de los asuntos públicos donde se consolida el régimen nacional en lo político, soberano en lo económico y popular en el aspecto cultural. Entonces, la teoría de la (r) evolución que es permanente en términos del humanismo más esclarecedor exige, en la actualidad, la mayor atención por parte de todos los sectores progresistas precisamente porque el nuevo siglo trajo consigo ciertas consignas nuevas y otras formas y desafíos de cambios, en todos los ámbitos, en varios de nuestros países con el surgir de los regímenes políticos nacionales, populares y radicales. En ese contexto, se plantea, una vez más, a través de la historia de nuestros pueblos, la cuestión de la antinomia entre los intereses populares y los de la oligarquía, de los diversos sectores y grupos dominantes, que controlan la lógica del régimen político a expensas de los intereses de los trabajadores.

Por ejemplo, haciendo un poco de historia vemos que en el caso concreto de Argentina, ésta se incorpora durante el siglo XIX a la división internacional del trabajo como productor de materias e insumos básicos, con poco o nulo valor agregado, y con esto se forma una oligarquía terrateniente, es decir, un sector que es propietaria de los medios de producción en especial de la tierra y de las mejores haciendas, que logró así controlar los destinos del país por un largo período histórico. Después de más de cincuenta años de luchas, combates y de guerras internas, que permitieron derrotar militarmente otros proyectos de país y la forma de pensar la incorporación en el sistema comercial internacional de la época, el país se incorpora en ese sistema comercial como productor de materias primas. En otras palabras, después de haber logrado un nuevo orden, a través de las bayonetas del militarismo, esa oligarquía ahora terrateniente y nacional, al mando del poder económico, político y social, diseñó un país a imagen y semejanza de sus propios intereses de clase y sector dominante. Desde ahora, todo el régimen político y el Estado mismo, de naturaleza capitalista, se encuentra subordinado a ese poder de los terratenientes que, a su vez, se encuentran subordinados en esa época a los intereses del imperio inglés y hoy a las diversas potencias y países centrales que estructuran el sistema comercial globalizado bajo los intereses de los neoliberales. Sin embargo, a comienzos del siglo XX, con el centro del sistema comercial internacional, es decir, con Europa y Estados Unidos en profundo deterioro, involucrados en guerras y en luchas, llegó la crisis de ese régimen de desarrollo y de crecimiento que se basó, siempre en el caso argentino, en el modelo agro- exportador. A partir de ahí, los diversos actores y agentes políticos y sociales, económicos y comerciales que actúan al interior del régimen, el propio sector público y otras tantas organizaciones, gubernamentales o no, impulsan un proceso de sustitución de importaciones que dio como resultado una nueva alianza entre la naciente industria y la producción nacional de esos bienes más industrializados y amplios sectores representativos de los trabajadores que, desde ahora y progresivamente, van incorporándose a los beneficios del nuevo régimen de producción y de distribución de bienes y servicios. Fundamentalmente a través del peronismo, nuestra patria vasalla, que arrastraba una historia pensada desde el eje de la dependencia externa, desde la misma constitución del Virreinato del Río de la Plata inclusive, intenta así fortalecer, a través del proyecto alternativo, nacional, soberano y popular planteado por el peronismo, la autonomía y la construcción de un país más inclusivo y justo para las mayorías.

Por otro lado, en relación al proceso de integración de las autoridades de los pueblos nativos y originarios a las estructuras de dominio y control del orden colonial en muchos de nuestros países periféricos, fue parte de un proceso de integración de esas autoridades étnicas de los pueblos nativos a las mismas estructuras de dominación en todos los ámbitos que sirvió como correa de trasmisión entre los conquistadores y los indígenas. Ya, durante la misma crisis del régimen colonial de nuestros virreinatos, las revueltas de Tupac Amaru y los Catari en la zona aymará, respondieron de manera exclusiva a los más estrechos intereses y proyectos políticos de las élites de curacas y caciques que, otra vez, usaron a los indígenas como masa de maniobra y grupo de choque para defender intereses de esos sectores privilegiados. Entonces, las jerarquías del mundo y de la civilización de los indígenas a lo largo de todas nuestras tierras, sobrevivieron subordinadas al poder colonial para, desde ahora, formar parte de un nuevo dispositivo de dominación política e ideológica del régimen colonial, recreado después por las nuevas élites de criollos que se hacen con las estructuras de éste a través de las guerras de independencia.

De todas maneras, es necesario resaltar y reivindicar la acción y las múltiples reacciones que, con el desarrollo de los acontecimientos de la independencia, llevaron adelante los propios grupos y sectores de indígenas que, ahora formando parte de los ejércitos de los revolucionarios de mayo, llevaron adelante la revolución con la fuerza de las bayonetas hacia el Alto Perú entre los años 1810- 11. En otras palabras, los indígenas y los mestizos, como grupo y sector social, político y cultural subalterno, solo lograron irrumpir en el escenario propio de nuestra historia cuando lograron sacudirse de todos y cada uno de los atavismos asistencialistas y paternalistas del pasado y así buscaron reclamar los que les pertenecía por propio derecho. Al igual que muchos otros sectores, en distintos momentos de nuestra historia, los indígenas y los sectores de campesinos actuales de los Andes o de nuestra Latinoamérica más profunda, son hijos de múltiples luchas, de ese tipo de experiencias que se fueron acumulando en la memoria colectiva y que los llevó, en primer lugar, a defender sus modos de vida, su tierra comunitaria, a batallar contra la servidumbre para después, casi doscientos años después, trabajar activamente en la consolidación de regímenes políticos nacionales y populares.

En cuanto al desarrollo más equilibrado de nuestra economía interna y su relación con los grupos dominantes que tienen que ver con el sector industrial, desde el origen histórico mismo de nuestros pueblos, los grandes representantes de esas facciones de capitales en Latinoamérica en general, fuertemente vinculadas a la producción de bienes industriales y el propio comercio que surge de esa misma producción, dependen decididamente de que el Estado, a través del régimen político, disponga de una parte de la renta agraria y de la renta de las exportaciones de materias primas en general por las ventajas comparativas de éstas a nivel de los intercambios comerciales globales, para poder financiar esa producción industrial, comparativamente en desventaja tecnológica respecto de los bienes importados, a través de determinados subsidios y precios diferenciales en sus costos de producción que, a su vez, implican necesariamente un tipo de cambio de equilibrio desarrollista, de proteccionismos comerciales, aranceles a las importaciones y de otras tantas políticas públicas orientadas a la inclusión de los trabajadores, al ahorro y al consumo interno. Desde esta perspectiva, la cuestión nacional otra vez está directamente relacionada con el tema de la independencia económica y la soberanía política, es decir, la lucha por un régimen político inclusivo, nacional y soberano representado políticamente, en lo fundamental, por los sectores de la pequeña y de la mediana industria, por los trabajadores y la producción, consumo y ahorro nacional, que aliados estratégicamente con el sector público batallan constantemente contra el modelo de país auspiciado por los sectores y los grupos agro exportadores, históricamente con una conducción política muy conservadora, reaccionaria y golpista, que solo representan a sectores minoritarios, pero fuertemente monopólicos y concentrados y que, en definitiva, continúan planteando un país dependiente de los intereses de las transnacionales y de los grupos de poder globales.

En ese contexto histórico, la lucha entre los dos modelos de país que condujo, por ejemplo, a una seguidilla importante de golpes de Estado para excluir al peronismo del poder, es decir, al sector político que defiende el modelo nacional y popular, de gestión de los trabajadores, a partir de los años ’90 logra un hecho inédito a saber, implementar el modelo económico agroexportador, excluyente y reaccionario, bajo el aspecto de la recuperación de la democracia y a través de las nuevas directrices auspiciadas por el neoliberalismo que comienza su dominio a nivel global. Después, a partir del 2003, con la recuperación de la lógica del país productivo, del país inclusivo, defensor de la industria y de la economía nacional, ese bloque político vuelve a formar una alianza nacional y popular que busca e intenta acabar con las consecuencias más duras del régimen neoliberal auspiciado por los sectores y los grupos sociales que se vieron fuertemente beneficiados por el modelo agroexportador venido desde los tiempos del mismo virreinato. A partir de ahora, la alianza de los sectores y los grupos progresistas, que auspician el modelo nacional y popular de inclusión de los trabajadores a través de la generación de empleo, es conducido por el gobierno, incluso también por los sectores de capitales más concentrados que, vinculados a la industria y al comercio se ven fuertemente beneficiados con el modelo de defensa de la producción nacional, el ahorro y el consumo interno, por sectores industriales de pequeños y de medianos empresarios, que apoyan el modelo en curso por las mismas razones y, en definitiva, por la inmensa mayoría de los sindicatos, movimientos y organizaciones sociales, políticas y culturales, representativas de los intereses de los trabajadores y de las múltiples organizaciones sociales que hacen su aparición a partir de cada una de las luchas libradas contra las consecuencias más nefastas del neoliberalismo de los años ’90.

En relación a nuestros países periféricos y también los centrales, es decir, sin importar realmente la derivación de la naturaleza de clase del Estado, la (r) evolución que es permanente, en los términos del humanismo, significa la solución definitiva, íntegra y efectiva, de los múltiples problemas colectivos que afectan a las mayorías como, por ejemplo, la pobreza, la exclusión, las graves desigualdades en el acceso a los beneficios por todos producidos, todos problemas y cuestiones que tienen que plantearse de la manera más democrática posible, es decir, a través de la propia gestión de los trabajadores que también solo es posible cuando son ellos los que asumen la definición y las formas de resolución de esas disyuntivas. En ese contexto, los trabajadores empuñan el poder como líder y caudillo del país oprimido, estructuralmente dependiente y periférico, que así busca sus propios medios para el ansiado desarrollo y crecimiento nacional. En otras palabras, nuestra (r) evolución permanente implica la gestión democrática y popular de los propios trabajadores a través de la movilización de sus recursos de poder, expresados en las diversas organizaciones y movimientos sociales y políticos que los representan.

A partir de esas premisas, es indudable el carácter profundamente democrático, popular e inclusivo que tiene que adoptar esta gestión porque, sin dudas, una de las más grandes lecciones que nos dejaron las dictaduras de seguridad nacional en Latinoamérica es la cuestión y las formas que adquiere el tema del ejercicio del poder, en especial, cuando ese poder es ejercido por ciertos grupos desde las sombras porque, en realidad, es sabido que fueron esos grupos y esos sectores de intereses políticos y económicos altamente concentrados, al servicio de los intereses de las elites familiares nacionales y globales, antes que los mismos militares, los que gestaron los diversos golpes de Estado y sus correspondientes genocidios en cada uno de nuestros países. Para eso se valieron de la creación de cierto clima favorable para la ocasión, de predisposición de algunos sectores sociales de la siempre voluble clase media que fue usada a través de los temas de la inseguridad jurídica de la propiedad privada, del desabastecimiento y de la supuesta ineptitud de los gobiernos que buscaban otras formas de habitación y de calidad de vida para los trabajadores. Detrás de cada uno de estos hechos históricos, detrás de los golpes de Estado y sus correspondientes genocidios, entonces, encontramos a los sectores y los grupos más reaccionarios y conservadores que luchan a favor de la primacía del derecho a la propiedad privada porque, en definitiva, esos sectores, siempre interesados en proteger la rentabilidad de las grandes patronales y paralizar la gestión de los gobiernos progresistas, son al fin y al cabo los que dirigen y lideran el mundo de los sectores más conservadores de nuestros regímenes políticos.

Esos sectores y grupos, opositores a las grandes mayorías nacionales, atacan así uno de los núcleos más importantes y centrales de los regímenes políticos populares, es decir, atacan las bases de las políticas de (r) evolución social y política, todas esas medidas que buscan mejorar la calidad de vida de los trabajadores a través del trabajo de calidad, de la inclusión, del ahorro y del consumo interno, buscan desfinanciar a los gobiernos y volver inviable la nueva política económica de los regímenes políticos humanistas atacando el tipo de cambio de equilibrio desarrollista para volver, desde ahora y por siempre, a la época de los grandes financistas y los especuladores. En los términos precisos de esa (r) evolución permanente, como estrategia de poder en los procesos de transición, no podemos dudar de que efectivamente existe un poder en las sombras, un poder fuertemente concentrado que es capaz de controlar, por sí mismo, gran parte de la lógica de la agenda pública y desde ahí las mismas definiciones y aplicaciones de las políticas públicas. En lo personal, entiendo que un régimen político nacional y popular, busque acumular poder a favor de los propios trabajadores y a expensas de los sectores históricamente dominantes y más conservadores, también entiendo que esos sectores opositores busquen socavar, muchas veces por métodos que bordean la legalidad o que simplemente son ilegales, el poder de los regímenes políticos que van contra sus intereses, sin embargo, lo que me parece un suicidio es someter la voluntad y el arte de poder de las mayorías a un poder mayor que actúa desde las sombras y que, en consecuencia, milita contra la democracia en sus fundamentos.

Por otro lado, el problema agrario, que tiene mucho que ver con el modelo de producción rural y con la misma soberanía alimentaria de nuestros pueblos, a pesar de la creciente urbanización de nuestros países que desplaza a los antiguos trabajadores rurales a las ciudades, es así fundamental porque un programa o proyecto político que busque la primacía y la consolidación de un régimen nacional y popular, de defensa de la vida de los trabajadores, implica necesariamente soberanía alimentaria. En ese contexto, en Argentina la experiencia de los llamados centros comunales de abastecimiento, que fueron surgiendo en la medida en que se consolidaba el régimen nacional y popular, nos muestra que uno de los principales logros de ese mercado fue poner límites precisos a la intermediación ociosa, es decir, que desde ahora los que venden son directamente los que producen y eso permite precios y valores más justos y accesibles que, a su vez, implica mayor consumo por parte de los sectores sociales que son más vulnerables y, por otro lado, implica también lo que se conoce como transmisión de la cultura del campo a la mesa. El tema de los precios justos no es menor porque precisamente, a través de esos valores, incluye a sectores antes postergados al consumo nada menos que de alimentos de mejor calidad porque, en definitiva, la cadena de producción y de distribución bajo la lógica neoliberal implica pequeños productores pobres, que tienen que vender sus bienes a precios bajísimos, y consumidores también pobres que compran a precios muy altos. En el medio quedan los grandes especuladores que acopian esos productos para que los precios vayan a la alza o, en muchas otras oportunidades, prefieren exportar a mercados internacionales con mejores perspectivas en la rentabilidad de los alimentos. Entonces, a esos actores que acopian y especulan con los precios de los alimentos, es poco lo que les importa la alimentación local y mucho menos la soberanía alimentaria de nuestros pueblos que significa, ni más ni menos, que todos tengan el derecho a una alimentación de calidad, rica en proteínas y en los nutrientes básicos que el hombre necesita para sí mismo. Contra esos especuladores e intermediarios se opone la soberanía alimentaria que es una de las más grandes banderas del humanismo en cuanto va en directa defensa del derecho a la vida de todos los trabajadores. Soberanía alimentaria significa, además, el derecho de los pueblos a controlar sus políticas agrícolas y alimentarias, es el derecho a decidir sobre nuestros cultivos y sus métodos, qué comer y cómo comercializar esos productos y servicios esenciales para la vida de los hombres. Es el derecho a decidir de qué manera producimos, si lo hacemos localmente, si lo hacemos respetando el medioambiente, si lo hacemos teniendo el control sobre nuestros recursos naturales como el agua, la tierra o las semillas y otras tantas variantes relativas al tema de la tecnología conveniente. Así, la idea es que los diversos productores se transformen en vendedores directos pero, además, el éxito de este tipo de emprendimientos tiene que ver con la elección de ofrecer, desde una economía de escala y sustentable, productos orgánicos, no transgénicos, sin tóxicos y definitivamente ecológicos. La producción y venta de alimentos orgánicos vienen a responder a esos consumidores que cada vez prestan mayor atención a la innecesaria ingestión de químicos de las explotaciones ganaderas y agrícolas que son nocivos para la salud y que deterioran el medioambiente. Precisamente, en ello se basa el consumo responsable. En ese contexto, la importancia de esta temática relativa a las formas de la producción de alimentos es una prioridad en especial para países como Argentina que es uno de los principales productores globales de orgánicos, sin embargo, hasta ahora, los más grandes sectores productores de esos alimentos, quienes controlan el mercado de manera monopólica, prepotente y centralizada exclusivamente en sus intereses como grupos dominantes, solo enfocan su producción a la agro exportación pasando por alto las necesidades de los consumidores locales.

De todas maneras, es necesario considerar que Argentina continúa siendo un país sometido a las reglas económicas, comerciales y políticas de los grandes centros de poder globales porque, en definitiva, es un país periférico a pesar de los múltiples avances en relación con la imposición del modelo nacional y popular. Esta dependencia estructural del país, en relación a los grandes centros globales de poder, tiene que ver con su condición de ser esencialmente un país agropecuario que la coloca, frente a los países más desarrollados, es decir, los más industrializados, en una situación política y económica de dependencia análoga a la que se encuentra el campo en relación a las ciudades. Por eso, es necesario contar con un tipo de cambio de equilibrio desarrollista para que el país, avanzando en la senda del desarrollo a través de la defensa de su producción nacional, de su consumo y de su ahorro interno, de sus propios capitales, deje de ser una especie de apéndice económico y político de los países centrales. Esta situación, que además es característica de los países latinoamericanos en su globalidad, deformó por completo el desarrollo armónico de las fuerzas y recursos de producción de cada uno, paralizando nuestra propia producción y evolución industrial y la consiguiente creación de un mercado de consumo interno, al mismo tiempo que permitió que la oligarquía ganadera argentina, con intereses paralelos al de los clanes familiares anglo- estadounidenses, se afianzara y consolidara fuertemente en el poder hasta llegar a constituir el principal freno al modelo productivo nacional y popular, es decir, al progreso y crecimiento del país. En otras palabras, a través del ejercicio del poder, esa oligarquía ganadera asentada en la capital, en Buenos Aires, en conveniencia con otros sectores y grupos de las oligarquías regionales y provinciales que usufructuaban y se aprovechaban de esa situación, fueron construyendo toda una estructura de poder que consolidada en el tiempo, por todos los medios, buscó reprimir el desenvolvimiento, el crecimiento y el desarrollo de un modelo de inclusión de los trabajadores en beneficio de las grandes mayorías porque ese modelo, en fin, solo puede construirse a expensas de los intereses de esas oligarquías como nos lo demuestra, de una o de otra forma, la historia de nuestros países.

Otro punto importante en relación a la (r) evolución permanente es que ésta solo es posible en términos del desarrollo democrático, es decir, de inclusión de los trabajadores porque, en definitiva, el humanismo solo es posible a través de la creación de derechos y de reivindicación y defensa de los ya conquistados que hacen referencia a la defensa de la calidad de vida de las personas. En ese sentido, la (r) evolución permanente necesita de todos los trabajadores y de los sectores y grupos, ya sean sociales o políticos, que los representan porque es un proceso que va más allá del capitalismo y de los socialismos reales, es decir, mucho más allá del derecho a propiedad sobre los medios y factores de producción. De hecho, no hay gran diferencia entre la propiedad privada o estatal de los medios de producción cuando esa propiedad es entendida por sobre la primacía del derecho a la vida porque, al fin y al cabo, los resultados son los mismos en relación a la polarización política. Por eso, es tan necesaria la gestión de los trabajadores. Desde esa perspectiva, el carácter popular de la (r) evolución permanente es ineludible porque es necesario aprender de las raíces y de la cultura profunda de los explotados de nuestra región pero desde el presente, más como un producto de la historia que como un arquetipo telúrico. El aymará del Altiplano o el roto chileno, el mestizo guaraní o el gaucho son, antes que nada, trabajadores explotados porque su fuerza de trabajo y sus propias vidas fueron convertidas en mercancías. Todos ellos son el ejemplo y el producto de siglos de control y de sometimiento a los sucesivos poderes hegemónicos tanto foráneos como autóctonos. Sus historias son parte de la marginación, sin embargo, también son parte de la rebeldía y de la resistencia que es vencida para, en otras circunstancias y en otro momento histórico, volver a surgir con mucha más fuerza. Desde ahí, los trabajadores latinoamericanos se incorporan a la lucha contra el régimen y el Estado capitalista a través de la lucha social usando, en el proceso de cambios, de avances y retrocesos, los lenguajes y el saber, la gramática del poder que se relaciona con el bagaje cultural y la experiencia histórica de esos pueblos. Esto es muy importante porque es la creciente participación y la movilización de los sectores y movimientos representativos de los trabajadores lo que le confiere a la (r) evolución permanente su carácter nacional y popular, la radicalización política inherente a los cambios y transformaciones sociales, políticas y culturales, que nos conducen por otros horizontes. La aplicación del control de los trabajadores sobre las empresas y las industrias estratégicas, que hacen a la lógica y las definiciones centrales del sistema económico, los congresos sindicales, la participación de las diversas organizaciones sociales, la reivindicación de mejores valores, más inclusivos, son todas medidas que hacen y muestran que los cambios definitivamente son parte de la cultura y de las experiencias populares de los trabajadores. Entonces, la (r) evolución es nacional, es popular y es soberana por las implicancias de ese mismo nacionalismo popular. Los trabajadores, desde ahora, y actuando en el seno mismo de la gestión del poder, logran así la consecuente radicalización del reformismo político que solo es una etapa, siempre transitoria, del radicalismo que es quien, en definitiva, plantea los problemas estructurales de nuestros regímenes políticos y eventualmente sus resoluciones.

Desde este nuevo punto de vista, los sectores y los grupos políticos defensores del reformismo político como fin mismo se equivocan porque no entienden que el reformismo radical, es decir, la (r) evolución permanente, no es una obra de artificios porque no nace de los valores de los demagogos, ni mucho menos es el programa o proyecto político fugaz de un presidente o un primer ministro ni mucho menos es la trama insidiosa de sectores históricamente resentidos sino que es, en primer lugar, una gran obra y un proyecto de cambios y transformaciones colectivas movida por los impulsos, las reivindicaciones, tanto vehementes como espontáneas, de la cultura y las acciones de los sectores populares. La misma exigencia de plantear nuestros problemas y reivindicaciones como propios y resolverlos dentro de las características de la (r) evolución permanente significa así reivindicar y expresar un anhelo de renovación y un deseo de quebrantar las más antiguas formas de explotación del trabajo ajeno.

Finalmente, los trabajadores que a través de la gestión democrática de la agenda de gobierno consolidan su propio poder popular, democrático, humanista y nacional, en el proceso están desarrollando precisamente la misma (r) evolución permanente porque así van resolviendo una serie de cuestiones y problemáticas estructurales que tienen que ver con mejorar la calidad de vida de todos a través de la lógica de la vida y del disfrute de ésta por las amplias mayorías. Tiene que ver con profundas transformaciones del mismo derecho a la propiedad en beneficio de los intereses colectivos que así son definidos a través de la participación de todos en la gestión pública. Con eso, la revolución democrática, del sentido de las cosas y de la vida, se convierte en (r) evolución permanente, es decir, en la estrategia política por excelencia de los sectores que representan los intereses de los trabajadores. A su vez, la gestión democrática de los trabajadores implica nuevas formas de integración y de asociación con cada uno de nuestros semejantes, incluso a nivel latinoamericano por eso, en la medida en que los procesos de cambios se radicalizan a nivel nacional, en el ámbito de nuestra región aparecen otras formas de asociación e integración entre los pueblos. El caso más patente al respecto es el ALBA lo que nos demuestra que, en el más largo plazo, la liberación en términos humanistas solo se consolida cuando la (r) evolución permanente desde el plano nacional se extiende al regional y desde ahí al plano global, es decir, que ésta se convierte en permanente en un sentido nuevo y más amplio del concepto mismo porque solo se consuma con la victoria del humanismo a nivel global.


Por: Alfredo Repetto.


Referencias bibliográficas:


Ortiz, Sebastián: “La antinomia pueblo versus oligarquía” en el diario Tiempo Argentino de la edición del jueves 12 de agosto del 2010.

González, Oscar: “La oposición y la hora de los bochornos” en el diario Tiempo Argentino de la edición del jueves 26 de agosto del 2010.

De la Serna, Eduardo: “El poder y Papel Prensa” en el diario Tiempo Argentino de la edición del jueves 26 de agosto del 2010.

Justo, Liborio: “Los Estados Socialistas de América Latina” 1ª edición, Buenos Aires, Argentina, Grupo Editor Universitario, 2007.

No hay comentarios:

Publicar un comentario