viernes, 8 de julio de 2011

La conciencia del deber social.

El problema del deber social como central en el proceso de cambios, sus implicancias, la relación con un proyecto de país de largo plazo, el rol de la renta nacional, la ideología y las consecuencias de la derrota de los sectores populares.

Muchos de los países latinoamericanos, a pesar de que parte de ellos se encuentran fuertemente comprometidos con cambios que son estructurales porque buscan mejorar las formas de vida de los trabajadores a partir de transformaciones en las estructuras económicas y productivas, también en la cuestión relativa a la política, la ideología y la cultura popular, son aún hoy, y a pesar de los avances en el sentido contrario, países de tipo rentistas. Ejemplo paradigmático en este caso es la Venezuela actual, la del socialismo del siglo XXI, que desde hace por lo menos unos cien años, bajo esta condición de país rentista construyó un régimen político sui generis, en el que las diversas clases y sectores sociales simplemente se constituyen y giran alrededor de la renta generada por la producción del petróleo. Así, los sectores y las clases dominantes, sus lacayos y representantes, se forman y se nutren, no fundamentalmente de la plusvalía de los trabajadores, sino de la transferencia de la renta generada por la producción de crudo. Lo mismo podríamos decir de los trabajadores y de los excluidos, los marginados y los pobres pero también de la clase media y de las oligarquías porque su condición social, su cultura, sus valores y su ética dependen de su relación con la renta petrolera. Entonces, en países como Venezuela y muchos otros de los latinoamericanos, de los países que en general son estructuralmente dependientes respecto del sistema comercial global y sus formas de poder, donde la riqueza se genera fundamentalmente a partir de ciertos commodities asociados a materias primas como el petróleo, el cobre, la minería en general o la agricultura, el problema político central que se plantea a los sectores populares en la gestión de sus propios asuntos es cómo se invierte esa renta.
Esta cuestión es crítica porque las respuestas que estemos dispuestos a dar respecto a este problema tienen que ver con la definición de un programa y de un proyecto de país, tienen que ver con las formas de distribución de las riquezas, con el cómo y el qué producir, el para quién y cómo distribuir esa renta socialmente generada. En otras palabras, quien determina las formas de resolver esto es el proyecto de país que estemos dispuestos a defender y que estemos dispuestos a llevar adelante porque, en definitiva, cada uno de estos interrogantes tienen respuestas muy distintas ya se trate de un régimen capitalista, ya se trate de un régimen nacional y popular que busca radicalizar los cambios en favor de los trabajadores. Unos postulan que no es definitorio en qué se invierte la renta. Por lo tanto, se puede crear capitalismo con ella, siempre y cuando se mantenga la propiedad sobre las grandes empresas que son parte del sector público y que son las generadoras de esa renta. Esta cuestión es fundamental porque así nos proponen una especie de híbrido que históricamente fracasó porque derivó ni más ni menos que en el propio neoliberalismo. Frente a esa opción de la socialdemocracia que deriva en el neoliberalismo, otros postulan que el cambio en las estructuras políticas y sociales depende ante todo de un problema relacionado con la creación de conciencia del deber social, de la imposición por la fuerza de los argumentos, del ser genérico que todo lo puede. Sin embargo, la imposición del ser genérico solo es posible a partir de las reivindicaciones que manifiestan la primacía del derecho a la vida como rector y como paradigma primero de los derechos humanos. Entonces, llegados a este punto fácilmente percibimos que las formas y decisiones relacionadas con la inversión de la renta nacional no es un asunto simplemente económico, al contrario, se trata principalmente de un asunto de formación de conciencia, de ideología, valores y cultura. Por tanto, es necesario invertir la renta para formar un régimen político solidario, nacional y popular cuyas acciones sean generadoras de conciencia del deber social.
No puede ser de otra manera porque seguir apostando por la socialdemocracia o por los socialismos reales, que constituye ni más ni menos que un capitalismo de Estado, es prácticamente un suicidio colectivo que solo reivindica el reformismo político como fin último para que los sectores dominantes continúen defendiendo sus privilegios, cada uno de sus rentas y sus granjerías. Es que en realidad, la historia reciente lo demuestra, este tipo de regímenes, que caen presos del realismo político impuestos por las oligarquías y los actores políticos y sociales, culturales y económicos que los representan, no son viables estratégicamente hablando porque no postulan la primacía del derecho a la vida de los trabajadores y de ese modo están estructuralmente imposibilitados para crear las bases políticas, económicas, culturales y espirituales que nos permitan avanzar en favor de la gestión popular y democrática de los trabajadores.
En todo proceso de cambios y de transformaciones, que se dicen o por lo menos se insinúan como estructurales, una vez que logran avanzar hacia el radicalismo de sus formas, se produce un fenómeno que es común a todos los grandes cambios a saber, el surgir en su seno la propia contrarrevolución que busca acabar con los cambios y transformaciones en beneficio de mantener el estatus quo anterior, ese que los favorece y a través del cual fueron capaces de coartar los valores, la libertad y la democracia de las mayorías en defensa de sus privilegios de clases. En ese contexto hay que entender la opción reformista, en el sentido que las conquistas logradas hasta entonces por los sectores populares son conducidas, a veces de manera paulatina pero siempre constante en el tiempo, al patíbulo. Por eso, no les queda otra opción que insistir en el reformismo político, en una especie de socialdemocracia, Estado de bienestar, socialismo real o como queramos llamar a esos regímenes que finalmente coartan las modificaciones estructurales porque no alteran ni la conciencia, ni las relaciones de propiedad , ni mucho menos son capaces de dar una solución política viable a la cuestión social, gravísima y urgente, relacionada con la pobreza estructural, con la exclusión y la marginación.
Hay que recordar que en todos los procesos de cambios estructurales, la principal de las batallas por la hegemonía de los trabajadores ocurre en el propio seno de esos cambios, en las estructuras políticas y en los diversos actores y sujetos sociales y políticos, de todos los tipos, que forman parte del régimen político y que pujan por imponer sus puntos de vista, su visión, sus intereses, definiciones y cultura. Es precisamente allí donde la ideología, de manera práctica y de manera teórica, opera con la mayor fuerza, porque surge de las barreras psíquicas al cambio, de los miedos instalados en el inconciente, de las costumbres. Así, mientras los sectores populares pujan y se movilizan en defensa de sus intereses buscando protagonizar los cambios en curso, las otras fuerzas, los sectores de la reacción y de la restauración política, de la falsa ley y del orden, sectores que son fuertes y muchas veces difíciles de reconocer, por eso actúan en la mayor parte de las veces con impunidad contra el bien de las mayorías. De allí la importancia de la presidente Cristina Fernández cuando en sus intervenciones públicas apela al imaginario de sus idearios, ideas que buscan defender un modelo de país que nació por ahí en mayo del 2003. Por eso, la importancia para el proceso de cambios en curso que Cristina haga referencia a conceptos como los de “proyecto” y de “modelo”. Ahí, directamente está apelando a la formación de conciencia de los trabajadores con un importante plus que la diferencia de todos los presidentes que la precedieron desde que se iniciara la recuperación de la democracia. Es que ella inauguró, como líder política que está incluso por encima de los diversos procesos comunicacionales, una nueva pedagogía política, cultural y social que reivindica los derechos humanos en general y las conquistas históricas de los trabajadores. En esa pedagogía, la referencia al proyecto y al modelo de país, el régimen democrático y popular, se nutre de modo permanente con el repaso de los objetivos y las metas involucradas en los contenidos concretos de las diversas políticas públicas auspiciadas por su gobierno, planteando de manera simple, el significado estratégico de cada obra que se comienza o inaugura, lo que solo puede ir en directo beneficio de la hegemonía cultural de los sectores populares.
Fundamentalmente por todo lo anterior, es decir, porque la lucha por la hegemonía se manifiesta en el ámbito ideológico y cultural pero también en el ámbito de las relaciones comerciales y económicas, en las formas de las relaciones de producción, sintetizadas en la posibilidad real o no de favorecer la creación de una conciencia del deber social, es que la batalla cultural, la nueva conducción pedagógica de Cristina Fernández en Argentina o la renta petrolera en Venezuela o la del cobre en Chile, de la minería en general en Perú (…) es central en el proceso de cambios, para reafirmarlo o traicionarlo. En ese sentido, los sectores y grupos dominantes, en general los grandes propietarios de los medios masivos de comunicación, embisten con todas sus fuerzas, desde esos mismos medios, contra los objetivos y el sentido de las políticas públicas de los regímenes políticos que se definen como populares. Es que buscan de esa manera defender sus privilegios apostando todos sus recursos a la derrota de la gestión popular de los asuntos que son socialmente relevantes para las mayorías o por lo menos que se perciben como tales. Y las consecuencias de semejante derrota de los sectores populares frente a los grupos más atomizados, que históricamente son minoritarios pero claramente dominantes, originan una serie de consecuencias que pueden frustrar los cambios por varias generaciones. En concreto, la derrota de los trabajadores produce una sucesiva atomización orgánica, fragmentación, pobreza y exclusión social y una dispersión ideológica que nos impide avanzar en el radicalismo político.
Por un lado, la atomización orgánica es la expresión que tiene que ver con el deterioro de la conciencia de clase, que niega la voluntad colectiva y la asociación de intereses y que se impone tras la derrota de las luchas de los trabajadores en el proceso histórico de libertad, democracia y justicia social. Esta atomización orgánica reduce el ejercicio teórico a miradas claramente personalistas que refuerzan el individualismo de los sujetos, que va en directa negación de los valores del ser genérico, dando origen a un proceso político de autorreferencia y caudillismo conductor. Esta es una expresión concreta y negativa de la derrota. Por otro lado, está la fragmentación social en la que, de ahora en más, los sectores y clases dominantes, para mantener e incluso profundizar en fenómenos como los de la pobreza y la exclusión, al mismo tiempo, apelan a la fragmentación de la ideología donde quedan escindidas y separados los ámbitos sociales de lo político que nos niega la lucha en términos de imposición de intereses contradictorios para desde ahí militar nuevamente en favor del reformismo político al que me referí más arriba como falsa opción de cambio. Por último, se impone la dispersión ideológica que, por oportunismo o por lo que sea, gira alrededor de opciones que no son tales porque insisten o no cuestionan siquiera el régimen político fundado en la primacía del derecho a la propiedad privada sobre lo que constituyen los medios de producción. En definitiva, cada uno de estos fenómenos, como parte de un proceso de derrota de las luchas populares, confluyen en un desarme orgánico de los actores y sujetos representantes de los intereses de los trabajadores, en la confusión y divisiones de éstos que solo derivan en la postergación indefinida de las demandas de los trabajadores, alejándonos de los objetivos de transformación estructural de nuestros regímenes políticos. No podemos permitirnos esa opción sin hipotecar por décadas el bienestar de todos.



Autor: Alfredo A. Repetto Saieg.


Referencias bibliográficas:

Aponte Antonio: ¿Quién ganó en Venezuela el 2 de diciembre? Publicado por Punto Final en la edición del 7 de diciembre del 2007, # 653.
“Reconocer el desgaste para poder avanzar” Publicado en Debate Socialista de la edición del 1 y 3 de octubre del 2010, #115.
Blaustein, Eduardo: “La Presidenta que inauguró una pedagogía de la conducción” Publicado en Miradas al Sur de la edición del 19 de junio del 2011.
Pady Ahumada: “Socialismo o capitalismo” Publicado en la página web: www.elquecallaotorga.cl

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