viernes, 2 de septiembre de 2011

La dimensión de la crisis global.

Las incidencias y dimensiones, las implicancias y consecuencias de la crisis global en las condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores.

En los países centrales, amos y señores de los centros globales del poder, algo empezó a resquebrajarse de manera definitiva. Algo empezó a resquebrajarse en esos mismos países que desde siempre, aún hoy en plena crisis global, miraron despectivamente a los países pobres que califican como subdesarrollados, como si ellos nada tuvieran que ver al respecto, o a otros países que califican como de nuevos ricos, los llamados países emergentes. Algo empezó a resquebrajarse en esos países porque sus sectores dirigentes, su tecnocracia y los diversos grupos y factores de poder que la componen, cada vez tienen menos argumentos para jactarse de su estrecho modelo socialdemócrata que alguna vez pretendió convertirse en un Estado de Bienestar, más allá de las diferencias y de la lucha de clases, para derivar finalmente en el Estado del malestar y de la indignación de quienes viven bajo sus influencias. Esta cuestión no es menor porque el desmantelamiento de la fibra política de esos reformismos políticos, que fueron más o menos inclusivos, sanos y democráticos, teniendo en consideración sus limitantes estructurales que se derivan principalmente del realismo de la acción política planteado en términos neoliberales pero también considerando que también trajeron bienestar e importantes derechos y conquistas sociales para varias generaciones de trabajadores, es un proceso que está pasando actualmente con la gravedad que esos regímenes de bienestar y de cierta inclusión social, que fueron construidos en la vieja Europa después de la segunda guerra mundial, estuvieron precedidos de grandes batallas en el campo de la política y de la ideología, donde una derecha nazi y fascista fue derrotada y permitió construir moralmente lo que luego conocimos como la Europa de los sectores medios con ciertos valores y una ética democrática, populista y republicana, comprometida con lo público y con los derechos humanos. Por esa Europa va el neoliberalismo en las condiciones económicas actuales. En ese contexto, las políticas neoliberales implican directamente la disolución extrema del bienestar de los trabajadores, de sus conquistas, derechos y formas de vida. Implican que el sector financiero se hace cargo de lo político con su lógica depredadora basada en una tecnocracia que se pretende objetiva, racional y más allá de cualquier interés de clase. Ahí es cuando entran en el juego del control social sobre los trabajadores, los medios masivos de comunicación más concentrados al servicio de los intereses de los sectores y grupos dominantes. Estos medios masivos de comunicación, que están fuertemente vinculados con ese sector de la especulación y las finanzas, así se despliegan sin considerar ningún tipo de límites para satisfacer las funciones sociales y políticas que les corresponde en la defensa de una racionalidad política donde un tecnócrata o un grupo de ellos, un banquero o un grupo empresario, pueden producir tremendas crisis nacionales que tienen como víctimas a los propios trabajadores que, aislados entre sí, desmovilizados y sin rumbo, no tienen ningún poder real para luchar contra las acciones de los dominantes y sus representantes. La cuestión es que los grupos más concentrados de la economía pueden tumbar un país, pueden derribar una moneda mientras, dentro de la misma lógica, un medio de comunicación puede acabar con los derechos humanos o con la credibilidad de algún dirigente o líder político. Todo forma parte de la misma lógica demoledora en la que está hoy Europa.
El problema viene de muy atrás porque es el neoliberalismo y su imposición la respuesta a los desvelos de los sectores dirigentes, es decir, desvelos que tienen que ver con la caída de la tasa media de las ganancias del capital. Después del ’68, lo que parecía un armónico pacto entre los dueños del capital y los trabajadores se convirtió en un avispero revolucionario en el que distintas formas culturales y políticas ponían en cuestión el reparto del producto social. En esas circunstancias políticas, los sectores dominantes, de una u otra manera, tenían que movilizarse necesariamente porque peligraban sus granjerías, sus privilegios y los beneficios y prebendas que el Estado capitalista les reserva. La respuesta fue que los dueños del capital, a expensas de los intereses de los trabajadores, tomaron las riendas de la agenda de gobierno para imponer nuevas las políticas públicas. Me estoy refiriendo, de ahora en más, a los inicios de la década de los ochenta, donde esos grupos de poder, frente a la necesidad de liquidar la insurrección y reafirmar el propio poder de mando del capital, imponen el neoliberalismo con las consecuencias por todos conocidas. Entonces, de ahora en más, las vías con las que el régimen neoliberal decretó y se movilizó en la recomposición de la tasa media de las ganancias, sustento material de los beneficios de los dueños de los capitales, tienen un fuerte contenido simbólico y político que buscan la disciplina de los trabajadores para aceptar la caída de sus salarios reales y sus condiciones y formas de vida pero, a su vez, contienen recetas altamente contraproducentes para el propio desarrollo capitalista. Por eso, la fuerte irracionalidad del régimen político que así ataca los salarios, recorta los beneficios y las conquistas históricas de los trabajadores y prohíbe al sector público incurrir en déficit que finalmente solo conllevan una escasez crónica de la demanda que también impide el crecimiento económico de largo plazo.
El neoliberalismo así entendido, es decir, como un régimen altamente reaccionario y contrarrevolucionario, a pesar de sus formas de actuar y de la lógica que subyace detrás de sus políticas públicas, a pesar de todo, continúa reiteradamente buscando alguna vía de escape para su brutal nihilismo social, cultural, político y económico que en la práctica plantea. Sin embargo, este interés por terminar con el nihilismo social, político, económico y cultural es solo aparente porque, en fin, los sectores dominantes se llevan muy bien con la racionalidad de éste, con sus paradigmas y con cada una de sus razones. Ellos no tienen problemas porque cada vez acumulan más y más riquezas y recursos. El problema surge con los sectores medios, un estrato social que en el caso de los países centrales se había movido al ritmo del constante crecimiento de los salarios reales, de las conquistas de los trabajadores y que creció finalmente durante los años sesenta engrosados por el acceso a éstos de los obreros industriales. El problema es que con el neoliberalismo los sectores medios pierden posiciones sociales, de fuerza, posiciones que son materiales pero que también son simbólicas y culturales. En ese contexto, los activos financieros, la bolsa de valores para el caso, el crédito en todas sus formas y los mercados inmobiliarios, fueron la carta material que el régimen neoliberal se guardó para sí para conseguir que los sectores medios, a pesar de la real caída de sus formas de vida, de la satisfacción de sus necesidades, no pasasen a engrosar las filas del tradicional proletariado para, desde ahí, colocar en tela de juicio, en peligro, la hegemonía neoliberal en todos sus ámbitos. La fórmula es aparentemente muy sencilla: por un lado, la caída de los salarios reales de los trabajadores en general conlleva exclusión y marginación de amplios sectores sociales de los beneficios del consumo y, por otro lado, esta fórmula funciona de manera que todos los recursos que los dueños de capital expropian de esa manera a los trabajadores, son devueltos en la manera de crédito. Un crédito que así alimenta el consumo y el trabajo flexibilizado y precario que después vuelve al circuito acrecentado en favor de los intereses de los propietarios de capital y de títulos financieros. Es una expropiación continua de los beneficios y conquistas sociales que finalmente involucra privatizaciones de empresas públicas, desregulación general de la economía, que de ahora en más tiende al automatismo de los mercados, la caída constante de los salarios y el saqueo de los recursos naturales de nuestros pueblos. Es la forma en que se expresa la llamada financiarización del capital.
En el caso de los países centrales, el boom inmobiliario generado por esas nuevas políticas crediticias, intentó esconder esta realidad, donde los sectores medios paulatinamente pierden posiciones sociales importantes pero al mismo tiempo mantienen cierta base patrimonial que se compone casi en exclusividad por viviendas o por una hipoteca. Así, siempre en los países centrales, el boom inmobiliario intentó esconder esa nueva realidad de proletarización de los sectores medios. Sin embargo, con la llegada de la crisis inmobiliaria, primer antecedente de la crisis global, desaparece este efecto de la noche a la mañana. Comprimiendo en cuestión de meses un proceso que en las anteriores crisis del Estado capitalista podía durar incluso decenios, el desplome de esa falsa y siempre volátil riqueza financiera, especulativa e inmobiliaria, dejó al descubierto un panorama de salarios que definitivamente habían perdido gran parte de su poder adquisitivo real de la mano de un proceso de precariedad laboral típico de las medidas y políticas neoliberales, derechos sociales también en franco retroceso, en recesión, y la apertura de una brutal brecha entre las posiciones económicas de las anteriores generaciones y los jóvenes. 
Lo central al respecto es entender que el comportamiento propio del sistema comercial global impulsó esta tendencia a la precarización de los salarios, la caída del consumo, el aumento de la exclusión, la pobreza, la marginación y el desempleo estructural. Por ejemplo, en las últimas décadas, se triplicó el número de trabajadores que producen exclusivamente para el mercado global. Así, la subcontratación y la flexibilización de los diversos recursos que componen las cadenas de valor (donde se incluye la mano de obra de los trabajadores) en terceros países con salarios claramente inferiores a los de los países centrales, debilitó la demanda de empleo y la capacidad de negociación de los trabajadores en los países más industrializados. Estos hechos promovieron la flexibilización de las normas protectoras del empleo y la deflación competitiva via el retraso salarial, aumentando, aún más la brecha entre los salarios reales y la productividad del trabajo. En esas nuevas circunstancias, la proletarización de los sectores medios aparece en toda su violencia política, material y psicológica, mientras por arriba los actores y sujetos políticos se pliegan a las demandas de los centros globales del poder que son los auténticos propietarios del capital.
Por otro lado, en los Estados Unidos la resolución de la crisis global tampoco es muy auspiciosa. De hecho, el sistema comercial globalizado está atravesando una transición hegemónica en sus centros de poder porque los Estados Unidos, como potencia hegemónica desde la segunda guerra mundial a la fecha, es desplazada económicamente por una potencia emergente, que es China y que en unos pocos años más va a ser primera potencia. Además, la declinación de la hegemonía de los Estados Unidos no tiene posibilidades reales de detenerse en el corto plazo. Igualmente, en ese proceso hay ciertas contradicciones porque, por un lado, ese desplazamiento en términos de la economía es más que evidente, a su vez, paralelamente en el ámbito militar, de poder de destrucción (…) los Estados Unidos continúan siendo claramente dominantes. Es que es precisamente el campo militar el único ámbito que le queda a los Estados Unidos para reaccionar frente a la pérdida de la hegemonía política global. Es así como aún hoy, con la declinación de su hegemonía a nivel global, al borde del default y sin soluciones realistas a la crisis que lo mantiene en vilo, tiene a lo largo y a lo ancho del mundo unas 900 bases en territorio extranjero, donde esos enclaves militares ocupan nada más y nada menos que 300 mil hectáreas (...)
En definitiva, estamos frente a una crisis integral del capitalismo como régimen de producción porque este dejó en claro que a estas alturas no puede satisfacer las necesidades y urgencias de las mayorías, porque es un régimen elitista y exclusivo, es un régimen que afecta no solo las finanzas y los bienes intangibles sino que también afecta de manera decidida la propia dimensión productiva de la economía y así afecta, a su vez, el ámbito de lo financiero, de lo alimentario, lo energético y hasta el ámbito de lo ambiental por las formas en que se expresa su propio crecimiento y desarrollo. También es una crisis sistémica porque afecta al conjunto del sistema comercial global. En líneas generales, cada crisis es una lucha a dos planos, entre dos clases y sectores sociales, es decir, entre el capital, que busca superar y así renovar los mecanismos de la explotación de la mano de obra, y de los trabajadores que alientan políticas defensivas de sus derechos y en una etapa más radical alientan políticas públicas ofensivas que tienen que ver con la emancipación de las mayorías.

Referencias bibliográficas:

López, Isidro: “Final de la fiesta española” Publicado en Miradas al Sur de la edición del 24 de julio del 2011.
Ferrer, Aldo: “Salarios y productividad” Publicado en Miradas al Sur.
Guido, Emilio: “Carlos Escudé: La crisis es parte de la transición hegemónica” Publicado en Miradas al Sur de la edición del 24 de julio del 2011.
Guido, Emilio: Julio Gambina: “Las corporaciones vienen por el Estado de Bienestar” Publicado en Miradas al Sur de la edición del 24 de julio del 2011.
Anguita, Eduardo: “Juan Carlos Monedero: Europa perdió la memoria”. Publicado en Miradas al Sur de la edición del 24 de julio del 2011.

Autor: Alfredo Repetto Saieg.

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