viernes, 7 de octubre de 2011

El progresismo y las contradicciones con el movimiento popular.

Las posturas políticas e ideológicas que en la práctica convierten al progresismo en un grupo de poder ajeno a la cultura popular y necesidades de los trabajadores como colectivo social.

Cada vez falta menos tiempo para las elecciones nacionales, es decir, para la ratificación del modelo nacional y popular que de la mano de nuestra Presidente nos ha traído tremendas satisfacciones, no solo en el ámbito de lo económico y material sino también desde la perspectiva política y simbólica. Es que actualmente Argentina vuleve a ser un país que intenta comandar su destino, sin injerencias foráneas. Cada vez falta menos para la ratificación ciudadana de los cambios y sin embargo algunos dispersos referentes de la oposición política parecen no haberse enterado del resultado de las primarias de agosto. Simplemente continúan- a expensas de ellos mismos y de sus intereses- habitando en el limbo de la irracionalidad, de la utopía y de la reacción típica de los neoliberales. Antes que tomar nota sobre el hecho de que los medios masivos de comunicación, altamente concentrados, no son el principio ni mucho menos el fin de la democracia ficticia, formal y abstracta de la que ellos se hacen eco, algunos representantes de la oposición política montaron un show mediático en torno al tema Schoklender. Saben que el modelo popular conducido por Cristina Kirchner en estos años tuvo un Parlamento esquivo y también saben que a pesar de ello no recurrió bajo ninguna instancia a los decretos de necesidad y urgencia. Saben que todos sus ministros o secretarios de Estado se presentaron a los llamados de las comisiones cada vez que les fueron requeridos informes y saben también de las conquistas sociales y políticas venidas de una concepción más racional del modelo de desarrollo. Sin embargo, a pesar de todo ello, insisten en la falta de democracia del régimen vigente, en las pretensiones de control y de hegemonía como si en realidad esa idea- la de la hegemonía política- fuera algo deprorable.
A la luz de lo anterior vemos que el problema ya no es sólo la cantidad de editoriales o de entrevistas radiales y televisivas que los medios de comunicación dedican a un psicópata investigado por la justicia, sino que la cuestión es por qué hay un tibio y siempre supuesto progresismo que con sus acciones políticas concretas se suma a la campaña mediática en contra de la lucha- tremenda lucha- de las Madres y de las Abuelas que pelean por la aparición y la recuperación de las víctimas de la dictaduras a partir de una consecuencia y persistencia política de dignidad de dificil imitación. En los hechos, es evidente que los mal llamados sectores del progresismo argentino hace mucho tiempo perdieron la perspectiva de largo plazo de los cambios asupiciados desde los sectores populares bajo el protegonismo del gobierno nacional. Es que esos sectores en realidad, la historia así lo demuestra, siempre estuvieron en contra de todas y cada una de las manifestaciones de la cultura del pueblo. Estuvieron contra Perón y hoy están contra Cristina que es la mejor exponente de los valores históricos por los que siempre supo luchar el movimiento peronista. Ese progresismo de los sectores medios no debería prestarse al juego de los grandes monopolios de las comunicaciones con Clarín y La Nación como su cara más visible. Es que el gobierno popular no solo trae la satisfacción personal y colectiva de ser felíz porque otros, los demás, lo son sino que también pudo sobrevivir a cientos de tapas del Grupo Clarín, hecho que dió de bruces con otro de los grandes mitos que este gobierno supo y pudo desenmascarar. El supuesto progresismo tendría que entender que ya no es posible apoyarse en la extorsión de esos grupos de comunicación que los amenazan con quitarles visibilidad, prensa y minutos en los medios de comunicación, si no se suman a sus operaciones mediáticas. De una vez por todas, tendrían que saber que la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual tiene un sentido estratégico para la democracia porque precisamente busca democratizar el acceso y la propiedad en relación a esa temática. Busca que todos y cada uno de los sectores sociales, desde los movimientos sociales y políticos, vecinales, de base, comunitarios y hasta el sector privado con fines de lucro, puedan expresarse de la mejor manera para dar a conocer sus puntos de vistas, intereses y particularidades. Entonces, no es, como dice el gobernador de Santa Fé, una compleja herramienta que tiene que modificarse en sus aristas más ríspidas para referirse al artículo 161, judicializado por Magnetto para evitar salir de las posiciones monopólicas y adecuar sus inversiones a lo que esta nueva ley permite.
El problema para los sectores del llamado progresismo, del que el socialismo criollo en su mayoría es un claro exponente, es que la lógica y las formas de propiedad de los monopolios informativos y la plena vigencia de los derechos humanos tienen mucha relación En ese cotexto, la defensa de los intereses corporativos de los grandes monopolios, en este caso de la información, no solo expresa determinada posición política respecto a los cambios en el sentido popular, sino que además es un claro atentado contra la lógica del sistema democrático y así defienden intereses que además de ser minoritarios van contra la lógica y las razones, la definición y la defensa del bien común, del de las mayorías. Por eso, en la defensa de esos intereses corporativos están atentando contra la democracia al atentar contra el sentido social y popular que tuvo el debate por la Ley de Comicaciones que además tuvo un decisivo impulso a partir de la militancia de la Coalición por una Radiodifusión Democrática que así cobra visibilidad y protagonismo en la articulación de un proyecto de ley que termina con el decreto que regía los medios audiovisuales desde la última dictadura, la más atroz y reaccionara de todas las que tuvieron que vivir los trabajadores argentinos. Esa coalición es la que en su momento había elaborado “los 21 puntos” en el año 2004. Sin embargo, salieron a la luz pública como una voz débil y con la militancia de unos pocos medios comunitarios y públicos a los que se sumó el calor de las Madres y Abuelas. El progresismo por su parte nada nos dijo al respecto.
El argumento más sólido que presentan los sectores del progresismo dubitativo, que a su vez es el más fiel representante político y cultural de un sector de ciudadanos también dubitativos, es que el kirchnerismo- como expresión política y cultural- tiene marcadas y poco simuladas pretensiones de hegemonía política. Incluso ese argumento lo usan como estrategia para intentar salir bien parados en las próximas elecciones para la conformación del Congreso Nacional. Una argumentación que como todas sus estrategias y argumentaciones residen en la irracionalidad y en la desesperación de saberse minorías, de saberse representantes de ideas que hoy la amplia mayoría no comparten. Sin embargo, si nosotros retomamos la categoría de “hegemonía” (tratada magistralmente por A. Gramsci) vemos que esta es una herramienta conceptual para pensar el proceso de dominación y control social. Pero esta dominación social, en definitiva la “hegemonía”, no es una imposición externa y sin sujetos, sino que es un proceso en el que una clase o sector de clase privilegiado y dominante, hegemoniza en la medida que representa y expresa los valores y los intereses en los que se identifican de alguna manera los sectores populares. En otras palabras, la hegemonía puede ser leída como un contrato social que se hace pero que también se deshace donde los grupos de intereses más conservadores pueden hegemonizar el sentido público y así la agenda de gobierno o muy por el contrario esta hegemonía eventualmente puede ser ejercida por los sectores y sujetos populares a través de la gestión democrática de la agenda de gobierno por parte de las organizaciones y de los partidos políticos representantes de los intereses de los trabajadores.
Desde este punto de vista, el término de “hegemonía” no tiene porque desvelarnos en el sentido de que sería un concepto peyorativo. De hecho, este concepto es constitutivo de la democracia porque en ese caso concreto, en el de la democracia, la idea de “hegemonía” no remite sólo al uso de la fuerza o a la imposición, sino que en primer lugar remite (como lo viene demostrando el gobierno al negarse a reprimir la protesta social) a la persuasión y a la producción de sentidos y de mensajes que articulan a los colectivos sociales. El concepto de “hegemonía” bajo estos parámetros no es peyorativo porque reivindica el juego democrático, la lucha por el poder, por el sentido de las cosas, por los objetivos y metas de un gobierno o por las formas en que se expresan las necesidades de transformaciones en favor de las mayorías nacionales o en favor de los sectores conservadores que pululan por doquier.
Me parece que en el régimen democrático así entendido (que además es la representación más cabal de los intereses, la cultura y las perspectivas coyunturales pero también históricas de los trabajadores) el concepto de “hegemonía” es fundamental para profundizar en los valores y en las políticas democráticas, populares e inclusivas en las que persiste el gobierno de Cristina. Entonces, el kirchnerismo como mejor expresión política e ideológica de los trabajadores en este particular momento histórico, tiene todo el derecho a militar en favor de la hegemonía para así hacerse con las grandes mayorías nacionales. Tiene ese derecho porque así es el juego de los regímenes políticos democráticos y nada pueden reprocharles los sectores de la oposición política al respecto. En realidad, el gobierno nacional tiene todo el derecho a ejercer la hegemonía en todos sus ámbitos, tanto en lo político, en lo ideológico como en lo cultural, porque en estos años dio fehacientes demostraciones de eficacia y eficiencia a la hora de gobernar. Una eficiencia y una eficacia que en teoría los neoliberales, de los que el falso progresismo es parte, se creen sus máximos exponentes. Siempre en teoría, el progresismo goza de la máxima eficiencia porque en la práctica de la política nos llevaron a un descalabro económico que el gobierno de Alfonsín no supo evitar y que posteriormente el gobierno de la Alianza no pudo evitar. Todo esto también tiene mucho que ver con la hegemonía.
Lo que no están dispuestos a aceptar los sectores del falso progresismo es que las organizaciones, los partidos políticos, movimientos y asociaciones de base que representan o intentan representar determinados intereses de los sectores populares, viven un nuevo y extraordinario ejercicio de identidad de sus propias historias, crónicas y esperanzas en un momento particular de la Argentina que precisamente se caracteriza por la hegemonía del gobierno. De hecho, los festejos del Bicentenario y las muestras de afecto y de militancia por el fallecimiento de Kirchner son fieles manifestaciones de esa hegemonía que también se expresó en las primarias de agosto y que tienen mucho que ver con la profundización de los cambios a nivel de las instituciones y con la mejoría de la calidad de las mismas en el ámbito de la democracia y de la participación ciudadana. Este proceso de hegemonía no sólo es del orden de los derechos económicos que siempre son más palpables sino también del orden de la subjetividad de cada cual. Para mi gusto, durante demasiados años la realidad parecía mostrar que lo popular se perdía en la categoría de lo que es masivo, impuesta por las llamadas industrias del espectáculo y de los medios de comunicación. En cambio hoy, la política recuperó sentido para amplios sectores populares. De hecho, en este momento la política es la mejor herramienta de participación para cambiar la realidad. La hegemonía de los sectores populares, que están legitimamente representados por el gobierno nacional, se solventa en las crónicas de la historia que reivindican la vida y las acciones de los libertadores que como San Martín, Bolivar o Artigas pelearon por la Patria Grande y lograron la independencia mientras que de la mano del primer peronismo esos mismos sectores populares- hoy hegemónicos- conquistaron los derechos sociales y la identidad.
Finalmente, el progresismo batalla con todas sus fuerzas contra el proceso de trnsformaciones porque le tiene horror a los cambios y así defienden el status quo. Mientras tanto, el gobierno, como en todo fenómeno político hegemonizado por las ideas del cambio y del compromiso con la historia, exhibe un fuerte liderazgo. Ese liderazgo está encarnado por quien sabe interpretar e interpelar los intereses nacionales. Y tiene nombre propio. Se llama Cristina Fernández de Kirchner que tracciona a los auténticos sectores progresistas en el sentido que buscan el progreso de Argentina en un ámbito de cambios e inclusión para las mayorías.

Referencias bibliográficas:

Repetto Saieg, Alfredo Armando: “Más allá de la crisis y la utopía neoliberal” 1° edición, Buenos Aires, Argentina: el autor, 2010.
Anguita, Eduardo: “Los medios justifican el fin” Publicado en Miradas al Sur de la edición del 18 de septiembre del 2011.

Autor: Alfredo Repetto Saieg.

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