viernes, 4 de noviembre de 2011

Los desafíos de la crisis, el miedo y la confianza.

Como un aquelarre en el que todo enloquece, cada día los trabajadores atribulados de una época de convulsiones fuertes e impredecibles se levantan a la espera de las peores noticias, por lo menos en aquellos donde prima aún el neoliberalismo. Es que la crisis global (que promete quedarse por un buen tiempo más por la propia prepotencia ideológica de los neoliberales que no ceden en sus pretensiones) por su contenido abrumador e indescifrable, por sus consecuencias y duración en el tiempo, lanza a los trabajadores de los países centrales un sentimiento agudizado de intemperie, de incertidumbre en el futuro y de falta absoluta de esperanzas reales y más o menos racionales. Ya no queda nada respecto de esa eternidad y de ese fin de la historia que en su momento nos prometieron los cultores del fin de la lucha de clases que va asociado a la consolidación de un régimen y aún de un Estado estructurado alrededor del sistema comercial globalizado a partir de los parámetros y tesis del automatismo del mercado. Políticamente, las relaciones comerciales entre los países del centro y los periféricos se basan en la forma neoliberal de la democracia que le es típica, es decir, en un régimen que es formal y abstracto cuando se trata de los derechos y las garantías de los trabajadores. También estamos bastante lejos de la impunidad política de los sectores neoliberales que se desplegó a partir de la caída de la Unión Soviética y de su bloque de poder y que en la práctica se tradujo en la imposición del régimen político en su fase neoliberal. Estamos lejos porque el neoliberalismo a nivel global hoy nos muestra sus grietas de la peor manera. Nos las muestra con crisis, con desempleo, marginación y pobreza. Sin embargo, hay que tener cuidado con las reacciones de los trabajadores cuando estas no tienen tras de sí un arte de poder para intentar cambiar lo más racionalmente posible la realidad actual. Me refiero a que en esas circunstancias hay que tener cuidado con el miedo porque es este uno de los mejores cultores de la ignorancia y de la falta de esperanza que conlleva además soluciones muchas veces reaccionarias.
Es que el miedo social, lejos de habilitar experiencias y esperanzas emancipadoras y libertarias, populares y radicales, muchas veces termina por abrirles el paso a soluciones que bordean el fascismo y el conservadurismo cuando los trabajadores no están en condiciones de hacerse responsables de sus asuntos colectivos. Por ejemplo, en Argentina la convertibilidad del peso nació de las brutales consecuencias dejadas por la hiperinflación de la época anterior venida de Alfonsín. Así, el daño que dejó ese tremendo miedo social que impuso la convertibilidad de la moneda fue increíble, fue casi dantesco. Nos dejó crecimiento exponencial de la desigualdad, una pésima distribución de las riquezas, la virtual destrucción del aparato productivo, aumento brutal de la pobreza, marginación e indigencia, la pérdida del rol de intervención económica del régimen político en favor de los trabajadores, el desguace del sector público, la eliminación de la mayor parte de los derechos sociales, la apropiación especulativa de los fondos jubilatorios, fragmentación social, otra vez exclusión social, desempleo y muchos otros dramas que llevaron a nuestros países a crisis por lo demás recurrentes. Lo increíble es que en este contexto político opaco, medio turbio y delirante de crisis, el neoliberalismo se aprovecha del miedo de los trabajadores para seguir haciendo de las suyas a su antojo, para seguir expandiendo la lógica del shock traumático que se desparrama sobre poblaciones desconcertadas y en estado de pánico ante lo que no comprenden y que se asemeja más a una tormenta desencadenada por los dioses antes que por la acción de hombres de carne y hueso que manejan, a discreción, los resortes de la vida económica y política de sus respectivos países. Pero, los problemas son bien terrenales y los responsables también lo son. De hecho, ciertas expresiones y prácticas de los indignados en los países centrales se relacionan con esa incredulidad ante lo que no se entienden, ante la inercia e incertidumbre en el futuro. Eludiendo la dimensión institucional de la crisis, la concepción de la política como una herramienta que reivindica la antipolítica que es central para el neoliberalismo, los trabajadores quedan indefensos y no se hace otra cosa que profundizar la incapacidad colectiva de cuestionar el modelo económico que se centra precisamente en los intereses financieros y especulativos que es la que finalmente determina la lógica del sistema comercial global. A partir de ahí también se entiende la importancia que adquiere, en Latinoamérica, el cuestionar el neoliberalismo a partir de la llegada de los regímenes populares. Este tipo de gobiernos- de gestión de los trabajadores- reivindican en primer lugar el rol de la política para transformar la realidad y así enfrenta directamente a la democracia abstracta y formal de los dominantes. En ese sentido, en Latinoamérica asistimos a la recuperación y revitalización de la acción política que queda asociada directamente con la reconstrucción del rol de intervención del régimen en la economía y en los parámetros básicos que definen el desarrollo que tiene como protagonistas a los propios trabajadores. De ahora en adelante, la política (de la mano de los regímenes populares) se recupera como instrumento básico a la hora de disputar hegemonía a expensas de los intereses de los grupos de interés más conservadores.
En cambio, el neoliberalismo insiste en la antipolítica, en la supuesta eficiencia del sector privado respecto al sector público (eficiencia en realidad nunca demostrada racional ni fácticamente) por los que los trabajadores de esos países no encuentran formas de manifestación y de expresión política para salir de la pasividad, del conformismo y del letargo al que los condena el neoliberalismo como sector social subalterno. No encuentran el modo de salir adelante porque el neoliberalismo es un régimen que incentiva en propio provecho la despolitización que es articulada a través de un sistema que hace del acceso al consumo el núcleo sobre el que se basa la subjetividad de los hombres. Un consumo desenfrenado, que va más allá de toda racionalidad y lógica, que depreda los recursos del hombre y que acaba por darle forma a un individualismo extremo que incentiva el egoísmo y en el que cada quien se basta a sí mismo. Pero, ese sistema de consumo e individualismo extremo tan característico del régimen neoliberal así milita en favor de la homogeneidad del gusto, del consumo y fragmentación de las relaciones sociales. Son estas características finalmente las formas prevalecientes en esta etapa neoliberal convirtiéndose en el mayor obstáculo para salir a darle batalla a un régimen que continuamente nos amenaza con la exclusión, pobreza y marginación. En esas circunstancias, el miedo se amplifica considerablemente lo que puede dar lugar a expresiones políticas reaccionarias pero también (y eso depende de las luchas que estemos dispuestos a librar como trabajadores) se amplifica la necesidad y el desafío de proyectar un arte de poder de los trabajadores que nos conduzca a un régimen popular desde la reconstrucción de colectivos sociales con capacidad real de disputar poder a expensas de los sectores dominantes y de esos regímenes neoliberales capturados por la gramática de la alienación consumista y del individualismo.
Hasta ahora en el centro del poder global la historia es bien distinta porque de la brutal crisis desatada a partir del 2008 los únicos beneficiarios son- paradojas de la historia- sus principales causantes, es decir, los sectores financieros y altamente especulativos representados por entidades financieras globales que así, gustosos, reciben extravagantes sumas de dinero para tapar los agujeros creados por ellos mismos en un proceso de acumulación privada de capitales fuertemente perjudicial para la economía de la producción real de los bienes materiales. Esa economía que genera trabajo, consumo, ahorro interno e inversión en un contexto de inclusión social. A la luz de lo anterior me queda por decir que la impudicia del poder no tiene ni conoce límites. De hecho, la enorme sagacidad del neoliberalismo militante fue poder asociar a la mayor parte de las socialdemocracias europeas a su exitosa concepción del fin de la historia, de la muerte de las ideologías, de la lucha de clases, de la armonía, del diálogo y la llegada a puerto seguro al sistema comercial global bajo la concepción del libre mercado y lo hizo en el momento en que caía la Unión Soviética y, con él, el último exponente de un orden económico que, a falta de otras virtudes estragadas por el tiempo y la infamia estalinista, había tenido la función, al menos, de impedir el dominio absoluto del capitalismo en su forma más concentrada y monopólica. Liberado de toda ideología que en la teoría por lo menos nos hablaba de igualdad, liberado de toda atadura en términos racionales, el sistema comercial global se fue desprendiendo, a paso más bien acelerado, de su rostro de bienestar para mostrar, ahora sin escrúpulos, su rostro más brutal, el de la política de acumulación privada del capital sin ningún tipo de consideración hacia los derechos y garantías de los trabajadores. Los países estructuralmente dependientes otra vez fueron los más afectados por la imposición de la desregulación, las privatizaciones y en general de todas las políticas que hacen al régimen sin embargo hoy la gran novedad es que los países más débiles de Europa están percibiendo en todo su alcance las consecuencias de este giro histórico. Es un proceso que se da también en los países desarrollados donde en Estados Unidos el crecimiento de la pobreza, la desocupación de dos dígitos y la concentración de la riqueza son rasgos evidentes de las consecuencias de largo plazo del neoliberalismo.
Se impone así un proyecto popular en lo cultural, que sea soberano en lo económico y democrático en lo político como única solución viable a las consecuencias sociales más urgentes y dramáticas del régimen neoliberal. En otras palabras, sin desarrollo nacional desde la perspectiva del crecimiento de la producción interna en un proceso de continuo consumo y de inclusión de los trabajadores no puede haber ni independencia económica, ni soberanía política ni menos movilidad social en favor de los sectores históricamente más vulnerables. Lo importante es que más allá de las posturas ideológicas del neoliberalismo la realidad siempre termina por imponerse. El sentido común incluso nos dicen que los escenarios políticos cambian y lo hacen de manera permanente. Muchas veces los aliados de hoy son una oportunidad pero también ellos expresan viejos conflictos políticos al interior de nuestros regímenes políticos. Conflictos en los que existen intereses económicos que vienen de un injusto sistema de producción y de distribución de las riquezas. Es decir, en el capitalismo los bienes son generados socialmente, entre todos, pero la distribución de ellos es privada, es decidida por el mercado y obedece a los intereses de la acumulación del capital de quienes tienen la capacidad de comprar en provecho propio la fuerza de trabajo de los que viven de un jornal. No es malo que los empresarios quieran ganar dinero legítimamente en su actividad pero tampoco es bueno que fuguen divisas. Además, con esto no alcanza porque las políticas públicas universales de inclusión social son decisivas y se basan en una mejor distribución de las riquezas que a su vez implica la igualdad de oportunidades y de acceso a la salud y a la educación pública. Una educación y una salud pública que nos de garantías de acceso a todos en igualdad de condiciones es precisamente la base de la democracia. De ahí se arranca, antes no. Así como se avanzó con la recuperación de la salud, la educación y la inclusión social vía generación de empleos en los regímenes populares, la etapa que continúa a la recuperación de estándares mínimos de vida de los trabajadores, necesariamente tiene que generar otros debates que sirvan para romper con los privilegios y avanzar en la igualdad y en la justicia social. 
Estamos en un momento político de lo mejor porque ahora se trata de poder institucionalizar el grito de rebeldía, la gramática de poder de nuestros pueblos, inaugurando otro ciclo histórico de las luchas de los trabajadores. Si algo quedó bien en claro con la imposición de los cambios estructurales auspiciados por los regímenes populares y los sectores sociales y políticos y el gobierno que lo sostienen, es que la residencia del poder no estaba en la gestión democrática de los trabajadores sino en primer lugar en el entramado que compone la corporación económica mediática, siempre hegemonizada por los grupos y factores de poder más reaccionarios y autoritarios. La lección aprendida por la generación de trabajadores que hoy gobiernan de lo mejor nuestros pueblos viene de bien atrás: una cosa es el gobierno y otra cosa muy distinta es el poder concreto, el real, ese que podemos palpar. Y hoy podemos tocar ese poder porque ya no habrá miedo, espanto ni mucho menos una logística destituyente que valga, por poderosa que fuese, que tuerza el destino de trabajadores que están decididos a cambiar su realidad y su historia.

Referencias bibliográficas:

Foster, Ricardo: “Crisis económica y terror social” en revista Veintitrés edición del 6 de octubre del 2011.
Cecchini, Daniel: “El Polo de un nuevo país” Publicado en Miradas al Sur de la edición del 9 de septiembre del 2011.
Anguita, Eduardo: “Viejas y nuevas ideas” Publicado en Miradas al Sur de la edición del 9 de septiembre del 2011.
Giles, Jorge: “Los molinos de nuestro pensamiento” Publicado en Miradas al Sur de la edición del 9 de septiembre del 2011.

Autor: Alfredo A. Repetto Saieg.

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