viernes, 30 de diciembre de 2011

El revisionismo histórico y el cambio social.

La historia como lucha y compromiso político en el largo proceso de cambio social en favor de los intereses de los trabajadores.

Extraordinaria es la época actual donde una gran variedad de países de Latinoamérica, entre ellos Argentina, ven como sus respectivos gobiernos de tipo populares en lo cultural, nacionales en lo político y soberanos en lo económico no eluden hacerse responsables por los dramas heredados de otros gobiernos, específicamente de esos gobiernos cuya lógica se circunscribió bajo los parámetros y directrices del neoliberalismo. Extraordinaria época en que el kirchnerismo- como genuino representante de los sectores populares- se hace responsable de lo no resuelto por otros gobiernos por ejemplo reabriendo expedientes que habían sido cerrados por la virulencia de un discurso que nos insistía casi majaderamente con el fin de las ideologías que conducía como correlato lógico al fin de la historia y de la posibilidad misma de seguir batallando en favor de la mejoría de las condiciones de vida de todos. En cambio, hoy estamos en una época mucho más inquietante por lo menos para los factores de poder dominantes porque transitamos una etapa de la historia de nuestros pueblos que nos muestra, con intensidad inusitada, que ninguna narración puede arrogarse el derecho a ofrecerse como única y verdadera desterrando a las otras al silencio y la deslegitimación. Mucho menos cuando de lo que se trata es de desvirtuar la ideología y las razones de los sectores populares porque ellos, en tanto mayorías, tienen todo el derecho e incluso el deber de definir los parámetros que nos gobiernen en la búsqueda de la felicidad y del bien común en un ámbito de democracia y de gestión popular de la agenda de gobierno.
En realidad, el Estado capitalista continúa aún siendo dominante a pesar de los grandes avances logrados a partir del despliegue de gobiernos decididamente inclusivos y a pesar de la consolidación de ciertos regímenes populares, que se encuentran en las antípodas de la lógica de los sectores capitalistas dominantes, que además lo son tanto en la ideología como en la práctica, y así la mayor parte de las veces llevan las de ganar por lo menos en el corto plazo. Sin embargo, los trabajadores cuentan con la cultura popular, tejida y entretejida con todas esas grandes experiencias de la lucha y de la vida y cuentan con ese temple conquistado en las batallas por la satisfacción de nuestras necesidades, cuentan con la emotividad, con la fé en una realidad más humana por la que vale la pena la lucha, el insomnio, los desvelos, la participación y la movilización de todos. Los trabajadores además cuentan con la conducción política de grandes líderes y conductores de la altura del recordado Néstor y de Cristina, de Chávez, Correa y Morales y en primer lugar con la justeza de convicciones e ideas que sostienen políticas públicas que han mejorado sustancialmente la vida de las mayorías y que en el caso de Argentina posibilitaron recuperar las jubilaciones, han posibilitado terminar con la indigencia, con la pobreza extrema y que, en primer lugar, han logrado la incorporación al campo laboral de nada más y nada menos que cinco millones de trabajadores. El desenlace de esta confrontación entre los grupos de intereses dominantes y los sectores populares así dependerá no solo del entendimiento sobre los diversos objetivos y metas a alcanzar- que es el pleno empleo en un ambiente de pleno respeto de los derechos humanos a partir de la reivindicación de la primacía del derecho a la vida de los trabajadores- sino también de la eficacia y de la eficiencia del gobierno para satisfacer las necesidades de los trabajadores. En esas circunstancias un hecho empírico, en el sentido que por lo demás es contastable, es que los regímenes populares se consolidan políticamente por el éxito logrado en el campo de lo económico que redunda además en una redistribucuión de la riqueza en favor de los trabajadores. Es decir, redunda en la inclusión social en un ambiente de mayor justicia, equidad y compormiso con las urgencias de los grupos y sectores más vulnerables socialmente hablando.
Por otra parte, no es para nada fácil comprender que tan profundo es el agujero en que nos sumerge el control y la dominación social ejercida desde los centros globales del poder a través de regímenes neoliberales en el ámbito de nuestros países (que desde ese punto de vista son nacionales pero que finalmente solo responden a intereses globales y foráneos y por lo tanto a intereses que en la práctica contradicen los mismos intereses nacionales) porque además las circunstancias y la forma propia de despliegue de la racionalidad neoliberal y sus fundamentos conspiran para obnubilar la toma de conciencia de los trabajadores. La lógica que nos habita, instalada en todos desde hace milenios de explotación, de exclusión, de marginación y pobreza extravía la marcha de los procesos que le son adversos. De los procesos sociales y políticos que buscan la emancipación del hombre en el mejor sentido. El objetivo de cambio ya está claro por lo menos en los países antes mencionados, ya la historia de los últimos años nos lo indica. Sin embargo, para ello tuvimos que sufrir muchos desalientos, varias traiciones, delaciones, muchos años de persecuciones, un siglo plagado de golpes de Estado, de trabajo teórico y práctico, de imposición del neoliberalismo y también de revoluciones fracasadas, de líderes incomprendidos y de sangre derramada que poco a poco labraron y despejaron el objetivo central. Sin más, se trata de rescatar el espíritu amoroso de nuestro ser, la conciencia del deber social y del sentido de pertenencia a la sociedad, del rescate de la armonía del hombre con sus semejantes y con la naturaleza.
Por todo eso se movilizan contra los sectores populares. Es que los grupos de intereses históricamente dominantes tienen mucho para perder bajo la conducción de los regímenes nacionales y populares. Y nos temen pero, en realidad, tendríamos que preguntarnos a qué le temen. Tendríamos que preguntarnos contra qué se indignan y que defienden cuando batallan y se movilizan por ejemplo contra la decisión del gobierno de Cristina de crear el Instituto Manuel Dorrego en tanto institución de revisionismo histórico. ¿Le temen a la repetición en la historia? Pero ¿a qué repetición se refieren cuando en realidad la historia no se repite? Por lo menos no se repiten al modo en que ellos lo plantean porque es una tremenda falacia el eterno retorno en términos de Nietszche por ejemplo. En la historia la repetición implica necesariamente la diversidad, la diferencia, el giro inesperado, la ruptura política e ideológica con algunos de los núcleos decisivos de esos otros tiempos que quedaron a nuestras espaldas, incluso de aquellos que constituyeron momentos fundamentales y que acabaron por transformarse en mitos, crónicas o hechos históricos. Lo que estoy diciendo simplemente es que cada realidad vivida se inventa su propio pasado, sus términos y los adapta a sus necesidades, lo inscribe en los imaginarios colectivos que atraviesan las formas de visión y comprensión que dominan la trama de sus dispositivos. Y aunque lo deseemos con fervor, con una nostalgia que a veces incluso puede arrasar con nuestra alma, es imposible regresar al pasado pero también tenemos que considerar que el pasado solo lo es en la medida en que los dramas y problemáticas sociales y políticas que nos aquejan son resueltas. En ese sentido, los regímenes populares conquistan su propia historia y escriben el futuro. Por ejemplo, el tema de los derechos humanos no puede ser parte del pasado mientras todos los y cada uno de los genocidas no sean castigados, mientras todas las víctimas no sean resarcidas y mientras no se imponga la reconciliación nacional a partir de la verdad y primeramente de la justicia. Por lo mismo, mientras Argentina decididamente deja en el pasado el tema de las violaciones a los derechos humanos en otras latitudes, en países como Chile, éste es un tema muy actual que no puede ser parte del pasado en la medida en que su vigencia se produce a partir de la no resolución de esta problemática en particular que solo puede venir de la mano de la plena verdad y justicia. Lo grave es que los países que no cierran ese tipo de capítulos de su historia reciente están condenados a repetir sus errores y en ese sentido, solo en ese sentido, podríamos hablar de que la historia se repite.
Cabe preguntarnos entonces si en la medida en que en el tema de los derechos humanos en el caso de Chile no existe auténtica justicia y condena política y social a los genocidas, en la medida en que la historia no es reivindicada en favor de las víctimas y en la medida en que la impunidad es la regla general, qué es lo que impide que no se produzca otro hecho similar, de quiebre de la institucionalidad cuando los probables instigadores, por la misma experiencia de la historia del país, sabrán de antemano que gozarán de impunidad e incluso de aceptación y comprensión social.
Por eso se impone luchar por la historia, por nuestro pasado y por el futuro. No tenemos que olvidarnos que en el tema de la historia y de la reivindicación de nuestro pasado para reconstruir un mejor presente y eventualmente otro futuro, hay que considerar que ese mismo pasado, la historia del hombre y de nuestros países forma parte, siempre, de cierta definición de la política, es decir, una querella que atraviesa el presente y que denuncia que nada de lo que quedó a nuestras espaldas carece en realidad de una significación a la hora de buscar dirimir todos los problemas que siguen insistiendo y existiendo en la actualidad y que nos llevan, una y otra vez, a abandonar la idea de que el pasado y la historia es como nos quieren hacer creer los sectores dominantes, a saber, un ámbito neutral sobre el que operan las academias e institutos de la historia oficial. No puede existir nada que sea más reaccionario y letal para los intereses y para la toma de conciencia de los trabajadores que tratar a la historia como si fuera una pieza de museo a la que contemplamos desde la lejanía infranqueable que se establece entre un objeto arqueológico y el visitante de un tiempo distante. Muy por el contrario, no puede existir nada más saludable para los intereses y necesidades de los trabajadores que interpelar la historia de nuestros pueblos abriendo esa zona litigiosa, brutal y compleja que acepta el revisionismo histórico como una cuestión central en la consolidación de los valores y la cultura popular. A eso le temen los sectores dominantes. Le temen al revisionismo histórico porque a partir de este se fundamenta otra historia y un nuevo presente que funda una cultura popular masiva, compleja, racional y lógicamente sustentable. La praxis de los trabajadores, el arte de poder de éstos que favorece por fin los intereses de las mayorías, digo, ese arte de poder fundado en otra historia, en la revisión del pasado para así apuntalar una cultura popular mucho más democrática e inclusiva, será la que contribuya a fortalecer la opción por la gestión democrática de la agenda de los gobiernos populares.

Referencias bibliográficas:

Foster, Ricardo: “Los indignados y el combate por la historia” en revista Veintitrés de la edición del 14 de diciembre del 2011.
Reyes, Neftalí: “Dominación y liberación” En Debate Socialista de la edición del 14-18 de enero del 2011.

Autor: Alfredo A. Repetto Saieg.

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