viernes, 9 de diciembre de 2011

Poder popular.

Las muchas veces extraordinarias tasas de ganancias que exhiben las transnacionales en nuestros países- sean gobernados por regímenes populares o no- y el creciente flujo de divisas que así envían sin ningún tipo de pudor, con mínimos controles por parte de algunos de nuestros gobiernos, hacia sus casas matrices, acosadas por la complicada situación política y económica que atraviesan los países centrales- Europa y Estados Unidos mayormente- pone de relieve, en el contexto del fuerte y sostenido crecimiento de nuestras economías nacionales, la necesidad de atender un fenómeno que en el largo plazo puede erosionar el desarrollo de la gestión popular de los trabajadores (que ahonda en la inclusión de las mayorías a través de la generación de empleo que a su vez depende de la inversión y el ahorro interno) y que en el corto plazo erosiona algunos aspectos bien importantes de la economía. Por ejemplo, produce la caída de las reservas del Banco Central lo que nos resta recursos productivos al desarrollo económico. En este marco político es que resurge el debate sobre el rol que juega y debería jugar el capital extranjero en nuestras economías locales. El trayecto tiene un hilo conductor, que es tan simbólico como real, en la deuda externa y en la fuga de capitales para seguir alimentando a los parásitos dueños de los centros del poder global. Entonces, si bien hoy somos testigos del fenómeno de la profunda pero no definitiva globalización comercial, financiera y especulativa en los términos de los grupos neoliberales, también somos testigos de privilegio sobre la propia fragmentación del poder de los gobiernos en la medida en que insistan en las recetas y ajustes promocionados desde los parámetros neoliberales. Además, somos testigos de privilegio sobre la consiguiente pérdida de autonomía del sector público al compás de una lógica y una razón neoliberal que desde siempre insiste en sus esfuerzos para seguir saqueando los recursos (los capitales lo son) de los países periféricos en favor de los intereses de países como Estados Unidos y Europa cuyos gobiernos son representantes genuinos de las transnacionales.
En la medida en que no estemos dispuestos a seguir con este festín, que es altamente perjudicial para los trabajadores y sus condiciones de vida, se vuelve una prioridad replantear algunas condiciones y supuestos centrales de la lógica de los grupos de poder que son dominantes. Se trata de revisar los posibles aportes del capital extranjero a nuestras economías, se trata de la necesidad o no de incentivar sus flujos y, según sea la posición que se adopte en cuanto al desarrollo nacional, el requisito de direccionar esos flujos a los sectores de la producción real que con sus ventajas competitivas puedan o no sumarse al conjunto de la economía nacional en la búsqueda del desarrollo en términos profundamente democrático y popular. El tema es central porque tiene directa relación con las estructuras dependientes de nuestros Estados capitalistas periféricos en la medida en que ese elevado y creciente grado de concentración y extranjerización de intereses que exhibe nuestro sistema de producción nacional en relación a las empresas estratégicas, atenta contra nuestro crecimiento, desarrollo y producción. Por eso no podemos hacernos los distraídos. Esto genera que por ejemplo veamos importantes empresas que operan en condiciones claramente oligopólicas que no necesiten invertir sus ganancias para ser competitivas en el mercado nacional porque tienen una fuerte capacidad ociosa y muchos mercados cautivos.
Desde ahí tendríamos que preguntarnos entonces ¿cuáles deberían ser los actores sociales y políticos cuya lucha, consecuencia y movilización, nos permiten profundizar en el régimen popular y en la reindustrialización a la que aspira como mejor política para generar empleo e inclusión social? En esta realidad, ¿pueden ser las transnacionales los aliados estratégicos en el rumbo insinuado por la vigorosa recuperación y el posterior crecimiento que sigue a la implosión del neoliberalismo y la llegada a mejor puerto de los regímenes populares? ¿Están esos actores realmente dispuestos, capacitados y en condiciones de poder acompañar la recuperación del poder adquisitivo de los trabajadores, vía suba del salario real de éstos, y las políticas de inclusión? ¿Y los grandes grupos nacionales, mayoritariamente recostados en la producción primaria, que continúan mirando en muchos casos al mercado global antes que a los intereses nacionales? En verdad, no sé si están en condiciones o capacitados pero lo que no me cabe la menor duda es que son parte de un proceso que busca plantear la necesidad de repensar el modelo de sustitución de importaciones bajo la lógica del Estado de Bienestar y en ese contexto son actores y sujetos que no podemos ignorar. De todas formas, las relaciones de fuerza en favor de los trabajadores se impone en los países con regímenes populares lo que no es un dato menor porque además somos países que estamos creciendo y desarrollándonos de una forma mucho más justa y equilibrada, bajo los parámetros y directrices de una alternativa real al neoliberalismo, lo que hace más urgente la necesidad de poder controlar a las transnacionales en las remesas y ganancias extraordinarias que obtienen hoy y que van al exterior. La consolidación política de los regímenes populares en Latinoamérica (el reciente triunfo de Cristina Fernández de Kirchner en Argentina es ilustrativo al respecto) nos abre horizontes que precisamente tienen que ver con la necesidad de luchar contra todos esos nichos de poder, que además de ser altamente reaccionarios y conservadores, son poco lo que aportan en términos de generación de empleo. En muchos casos es necesaria la reforma política e institucional para poner coto a la evasión impositiva de las transnacionales.
De cara a la nueva realidad que consolida la gestión democrática de los trabajadores también podemos terminar de una vez y por siempre con las posiciones estratégicas de extremo privilegio en los mercados nacionales más competitivos como lo es el de las telecomunicaciones o podemos cambiar las reglas de juego en el sector financiero para trabajar en favor de la producción nacional y la defensa de nuestros bienes y servicios locales. Todo esto es posible pero también es necesario porque nos remite a mejoras de caja y a la redistribución de recursos y riquezas que favorece a los grupos y sectores socialmente más vulnerables desde siempre. Lo importante para reconfigurar nuestra matriz productiva y económica en beneficio de las amplias mayorías nacionales, en favor del pleno respeto y reivindicación de la vida y las condiciones laborales de los trabajadores de manera general, es entender que hoy la soberanía se defiende haciendo crecer la economía, el empleo y la inclusión. No hay otra opción y si la hubiera actualmente no está del lado de los grupos dominantes que siempre batallaron contra la cultura popular. En una globalidad comercial que todos los días nos amenaza con derrumbarse, los trabajadores de Latinoamérica tenemos un concepto político, ideológico y cultural propio, gallardo, menos pueril y más bondadoso, menos superfluo y más profundo que nos desafía a continuar dando la pelea por la soberanía en todos sus aspectos.
La única verdad no es ese caprichoso plagio de realismo mágico que, por otra parte, seguirá perteneciendo por los siglos de los siglos al imaginario popular. La única verdad es que el neoliberalismo se viene abajo por sus irracionalidades, por sus errores y su falta de consistencia. El neoliberalismo todos los días cae un poco más. Ese sí es una realidad certera para describir la globalidad de hoy a pesar de que los centros globales del poder insistan en lo contrario, a pesar de que continúen favoreciendo la plena libertad de los mercados. A pesar de la resistencia de los poderes globales, esos mismos poderes que fueron establecidos a lo largo y ancho del siglo XX, perdieron densidad, legalidad e institucionalidad. La prueba está en la desesperación facciosa demostrada por sus grandes medios de comunicación al servicio de los intereses monopólicos. Intentan asustarnos con la inestabilidad, con la inflación o con el valor propio del dólar al tiempo que los trabajadores los observan impresionados, ya sin resquemores. Sin embargo, no podemos bajar la guardia porque a pesar de que en muchas partes cayó el neoliberalismo, ese régimen que tanto daño nos provocó en todos los aspectos, no por eso cayeron los poderes que lo sostienen. Continúan allí, como ese eco vago de otra realidad que ya no está, que ya no ha de volver en la medida en que los trabajadores no extravíen el rumbo. Y presionan, asustan y conspiran contra la satisfacción de las necesidades de los trabajadores, contra sus formas de vida, sus sueños y esperanzas. Las transnacionales continúan defendiendo lo suyo pero nosotros también, es lo lógico. Por eso, estamos obligados a ver la política como lucha, como gestión de intereses y relaciones de fuerzas que se enfrentan por el control de la agenda de gobierno. En esas fuerzas, están también las de la historia de las gestas patrióticas. Ya no es sólo el problema de la remisión de utilidades o de achicar el superávit comercial porque esos sectores de poder fugan capitales cuyo origen son ganancias conseguidas fuera del circuito legal. También hacen operaciones de mercado para intentar influir en la designación de funcionarios. Quieren condicionar las políticas implementadas por los regímenes populares y aunque eso no es nada nuevo sí se potencia por el aún elevado nivel de extranjerización de la economía en los casos de Argentina por lo menos. A pesar de ello el camino se muestra promisorio porque de cara a la lógica de las últimas medidas tomadas por el gobierno de Cristina (una vez ganada las elecciones de forma amplia el 23 de octubre) la consigna de la actual política económica pasó a ser de todos por igual por lo que se sincera en favor de los que más necesitan. Por ejemplo, la quita progresiva de subsidios a los servicios de agua, electricidad y gas anunciada por el gobierno popular apunta a la equidad social, es decir, a una mejor distribución de la riqueza. 
Ya se percibe a partir de las últimas medidas tomadas por el gobierno de Cristina Fernández en Argentina que el próximo mandato, fuertemente legitimado por la contundencia del triunfo electoral de octubre, que traerá profundos cambios en el aspecto económico y social impulsado además por un consenso popular creciente y continuado, con pocos antecedentes en la historia nacional. Existe una perspectiva cierta de que el país, junto al resto de Latinoamérica, se irá formando en los próximos años como un espacio de poder y de crecimiento autónomo, soberano y desarrollado, democrático y popular. La importancia de ello es que estamos frente a una situación política inédita para una región que siempre estuvo, desde el origen propio de su historia, bajo la dependencia estructural respecto al sistema de intercambios comerciales de los últimos seis siglos. Estas transformaciones, a no dudarlo, implican necesariamente cambios estructurales en las relaciones de poder, en la lógica de los grupos de intereses dominantes sobre todo en los sectores empresariales pero también en los sectores populares que ahora están frente a un tremendo desafío histórico en muchos aspectos. El movimiento popular como genuino representante de los intereses de los trabajadores, se enfrenta hoy al dilema de actuar como un simple grupo de presión, es decir, apretando con todos sus recursos para obtener determinadas ventajas que son centrales pero que en fin son sectoriales, o dar un paso adelante en los cambios, con el fin de comprometerse estratégicamente en la organización de un país social y económicamente desarrollado, políticamente más estable, justo y soberano que milita en favor de las mayorías. Es decir, esta nueva etapa necesita que los trabajadores y las organizaciones que los representan vayan más allá de la resistencia y se comprometan en la gestión en su más profunda acepción. Necesita de un movimiento obrero inserto en la producción nacional, en las empresas, en los lugares de trabajo, multiplicado en la elección de delegados. Es que una economía orientada al crecimiento y a la redistribición de las riquezas no es posible si los trabajadores no están organizados inclusive a nivel de cada empresa, en sus lugares de trabajo. Así, las centrales sindicales necesitan ser más inclusivas. Este camino de protagonismo de los mismos trabajadores requiere además institucionalizar los mecanismos de diálogo social y de negociaciones colectivas para mejorar las condiciones de vida de las mayorías.
A pesar de que los factores de poder tradicionales- tanto los nacionales como los globales- nos insistan en sus irracionalidades, nos insistan con sus miedos y disparates políticos, en muchos países de Latinoamérica tenemos gobiernos patriotas y soberanos. Hay una patriota en la conducción política de Argentina, en la Casa Rosada, hay un patriota también en Bolivia, en Ecuador y en Venezuela. Un patriotismo muy distinto al de Piñera en Chile o de García en el Perú. Es tiempo de avanzar y construir un orden liberador, transformando la victoria de los trabajadores en más y mejor organización social y política. Eso se llama construir poder popular.

Referencias bibliográficas:

Gabriel Bencivengo: “Un debate que viene de lejos” Publicado en Miradas sl Sur de la edición del 20 de noviembre del 2011.
Eduardo Anguita: “Qué hará Argentina con la derecha española” Publicado en Miradas sl Sur de la edición del 20 de noviembre del 2011.
Merino Soto: “Subsidios: Hacia el cambio de un modelo que dio sus frutos” Publicado en Miradas sl Sur de la edición del 20 de noviembre del 2011.
Alberto Pepe Robles: “De la negociación a la asociación” Publicado en Miradas sl Sur de la edición del 20 de noviembre del 2011.
Jorge Giles: “La única verdad es esta realidad” Publicado en Miradas sl Sur de la edición del 20 de noviembre del 2011.

Autor: Alfredo A. Repetto Saieg.

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