sábado, 20 de noviembre de 2010

Análisis político de la semana:

El protagonismo de las ideologías (Parte 2)

Aunque desde las ciencias del hombre, las llamadas ciencias sociales, siempre pretendemos apelar a la pura racionalidad de los hombres o de sus instituciones a la hora de informar y de explicar cuanto pueda suceder en nuestra realidad, se sabe desde los orígenes de los tiempos, que lo emocional juega un rol central en los fenómenos políticos mas allá de la importancia de los diversos fenómenos que son estructurales. En esas circunstancias, la reciente revalorización social y política del fenómeno político que significó el kirchnerismo y de lo hecho por Néstor y Cristina tienen que ver y mucho con los hechos y las medidas y políticas públicas que definieron la agenda pública de sus respectivos gobiernos. En ese contexto, tiene que entenderse el dolor por la muerte del ex presidente que supuso también un viaje en el tiempo no sólo a esos primeros días del flaco desestructurado, desgarbado, llano y entrador, sino hacia más atrás, muchos años más atrás, a una historia de amor militante, de humanidad pura que es característica de los auténticos militantes. En esa primera época, por el 2003, los sectores representantes de la derecha política ya empezaban con sus primeras acciones y con sus reacciones para intentar desvirtuar lo que se perfilaba como un gobierno de fuertes cambios en relación a todo lo anterior, en relación al neoliberalismo. Esos sectores políticos veían con cierta reticencia y con sospecha el nuevo estilo kirchnerista de hacer política incluso las formas de no respetar los protocolos y el tradicional ceremonial. Después, en la forma en que el gobierno pudo consolidarse de cara a sus múltiples triunfos y avances en el campo de la acción y la nueva realidad, el cuestionamiento fue mucho más político y menos orientado a las formas. En ese contexto, desde un punto de vista de la política, esos grupos ya hacia el 2004, hablaban de los riesgos del estilo confrontador de Néstor. Sin embargo, detrás de este tipo de cuestiones se escondía la crítica y el miedo a la democracia entendida como de lucha de clases, de diversos intereses, y al mismo tiempo buscaban la reivindicación de la democracia formal, de los diálogos y los consensos que solo favorecen y defienden los intereses y la cosmovisión del mundo y de la vida de los grupos de poder. Es decir, esa democracia formal, vacía de derechos y de conquistas reales para los trabajadores, que reivindica el neoliberalismo de los dominantes. Así, empezaba a construirse en el ámbito político el falso imaginario de la crispación, del tirano que iba por todo y por todos, de frases tan desafortunadas, irracionales y reaccionarias como “la gente en la calle los quiere matar”. Sin embargo, por otro lado, están las realidades efectivas y siempre concretas producidas por los gobiernos de Néstor y Cristina que devolvieron dignidad y derechos, conquistas y empleo a la mayoría de los trabajadores. Pero fueron los festejos del Bicentenario el momento cúlmine de la acción política, del propio arte de poder del nuevo ciclo nacional y popular, es decir, fueron esos festejos el primer gran refutador de los mitos, las leyendas y las falacias de los grupos de poder y sus utopías. Después, con el sorpresivo fallecimiento de Néstor, emerge toda esa multitud que nos dice que ellos “no lo votaron, pero…”. Es decir, surge, desde las entrañas de los nuevos cambios y del radicalismo político por venir, un increíble proceso político, estratégico y social que más allá de lo que vaya a durar en el tiempo (en realidad hay vastas razones para ser optimista en esa materia) habla del más extraordinario éxito que tuvo el ciclo kirchnerista desde sus inicios en el sentido que, desde ahora, queda claro que el modelo nacional y popular logró ganar una batalla comunicacional y cultural que venía complicadísima para los sectores populares. De todas maneras, la remontada de la cuesta es muy anterior a la muerte de Kirchner porque fueron importantísimos los hechos concretos del acumulado, igualmente todas y cada una de las iniciativas que se repasaron en estos días como el término de las AFJP, la aprobación y defensa de la ley de Medios, el matrimonio igualitario o la asignación universal por hijo, así como la emergencia de nuevos espacios y sujetos culturales y comunicacionales. De hecho, la muerte de Kirchner no hizo más que visibilizar este proceso de hegemonía de los sectores y de los grupos populares frente a los otros actores y sujetos que accionan al interior del régimen político. Sin embargo, la pelea continúa. Parte de lo ganado significa que lo peor de los medios masivos de comunicación, como representantes fieles de los grupos de poder más concentrados y más reaccionarios, ya no tendrán el poder corrosivo que tuvieron hasta ahora para subvertir el régimen democrático y popular en marcha. Así, actualmente hay diversas y nuevas configuraciones políticas a diestra y siniestra. Ya bastante se habló sobre las primeras operaciones de los medios de comunicación masivas y la verdad no creo necesario insistir. Lo importante en relación a la información y las comunicaciones en general es que los analistas, siempre al servicio de los medios de comunicación más concentrados, también siempre apresurados, salieron nuevamente a mostrar los dientes luego de la muerte de Kirchner. Como siempre, arreados por los intereses que defienden a través de los múltiples canales de televisión, de las radios y de los medios gráficos en general, como expresión más fundamentalista de lo añejo, de lo más viejo y tradicional, se lanzaron a especular sobre la capacidad de Cristina para gestionar el gobierno. Lo que no entendieron es que detrás de Cristina hay un modelo nacional y popular, de característica soberano e inclusivo, que los diversos actores, sujetos políticos y organizaciones sociales, de base, están dispuestos a sostener a capa y a espada. No comprendieron que, mal que les pese, como émulos de Fukuyama, continúan planteando tesis como el fin de las ideologías cuando son precisamente éstas las protagonistas desde ahora y por siempre. No entendieron que el fin de las ideologías es una más de las múltiples tesis que sustentan la ideología de las no ideologías. No entienden todavía que hay un par de hechos que son irremediablemente reales y que subvierten sus derechos y sus intereses de clases minoritarios. En primer lugar, está el hecho que nos dice que toda formación económica, política y social, que se basa en la propiedad privada sobre los medios de producción y consecuentemente en la primacía del derecho a esa propiedad por sobre la vida de los trabajadores, hace surgir y desarrollar de manera incesante toda clase de contradicciones que en el más largo plazo, así lo demuestran los hechos, son incompatibles con cualquier tipo de consolidación y convivencia democrática. En segundo lugar, el hecho político que sostiene que sólo cuando se conjugan las diversas condiciones objetivas y subjetivas se logran vencer esas contradicciones centrales y fundamentales. Por último, derivada de lo anterior, se requiere un arte de lo posible que funde las acciones políticas de los trabajadores en beneficio de la propia hegemonía de éstos.
Esos grupos económicos nacionales o foráneos, que históricamente son los representantes exclusivos de los intereses de los clanes familiares anglo- estadounidenses dominantes, entonces, no vieron o no quisieron ver en los sucesos del 27 de octubre, la consolidación política del régimen nacional y popular. Por eso, otra vez, pidieron rectificación política cuando el gobierno como un actor más dentro del amplio juego de las acciones y estrategias políticas que definen la agenda pública y así el propio régimen político, en conjunción con los actores y sujetos sociales populares, tiene muy en claro que desde ahora la cuestión central es ratificar el rumbo del modelo. Otra vez insistieron con la fragilidad de Cristina aún después de un discurso que no dejó lugar a dudas en diferenciar las dificultades que puede tener cualquier gobierno y el dolor propio, personal y humano de una presidente coraje que perdió al compañero de su vida. También se negaron a escuchar cuando fueron a buscar debilidades en la planta Santa Isabel de Renault y Cristina les respondió desde el Cordobazo. Siguen sin querer entender la concreta realidad de Argentina cuando, el colmo de lo caraduras, insisten en reclaman que la presidente se haga cargo de la gobernabilidad del país. Es que simplemente no pueden ni quieren admitir que desde hace un par de años, desde la asunción de Cristina, ella es el gobierno, un gobierno que continúa con un proyecto político nacional y popular, soberano, inclusivo y humanista que arrancó, para todos los trabajadores, en el 2003. No pueden admitir que las muestras de dolor y de recogimiento, de muestras de cariño y de apoyo político de los trabajadores como sujetos individuales, del dolor de cada uno de ellos, es decir, desde las condiciones subjetivas, significaron justamente eso: estar ahí, decirle a la presidente y decirse a sí mismos, que hay que apoyar mas decididamente para continuar en la senda del desarrollo económico y la radicalización política. No pueden admitir que lo hecho por Cristina durante esos días de dolor y de duelo, es decir, el escuchar a todos y cada uno de esos mensajes de esos trabajadores que desfilaron ante el ataúd de Néstor, fue una decisión tan humana como política, tan personal como social. Comunión, se llama, pero hay quienes insisten en no darse cuenta. Por eso, por no darse cuenta, por negar la realidad, por apresurarse en sus análisis desmañados, comienzan a ver cómo caen las ilusiones políticas que tenían para las elecciones presidenciales del 2011 que hoy los muestran claramente como los grandes perdedores porque el modelo no los incluye. Por eso, el mismo PJ disidente, el llamado Peronismo Federal, estalla frente a la negativa de Solá o de Mario Das Neves de hacer la venia a los dictados de Magnetto y ante el gran escape protagonizado por Carlos Reutemann de cara a las mismas elecciones. Por eso también derrapan dirigentes como Stolbizer y Alfonsín con sus apreciaciones en el mismo sentido. Por eso, además, Julio Cobos insiste en aferrarse a una acción y reacción política que está muy lejana al momento histórico que vivimos. Derrapan porque a pesar de que el 27 de octubre fue un día muy doloroso para los sectores populares en el gobierno, en realidad, para el país en su conjunto, también fue un día de parto, un día que señaló que las condiciones objetivas por fin empezaban a reunirse con las condiciones subjetivas para construir un régimen mejor en todos los sentidos. Un día que, ante esa coyuntura política inesperada, señaló que la única actitud a seguir con dignidad, es crecer y desarrollarse en un marco de continua expansión del gasto, tanto privado como público, para generar las condiciones necesarias en la búsqueda del pleno empleo de los trabajadores como política central del humanismo militante. En esa particular y vertiginosa semana, Cristina dio muestras de dolor pero también de temple frente a la adversidad. Prueba de ello es que pasó del brevísimo discurso por cadena nacional de un día lunes posterior a la muerte de Néstor, en el que agradeció el acompañamiento y las diversas manifestaciones y muestras de afecto popular, a visitar Córdoba y el conurbano bonaerense para finalmente desplegar su capacidad de retomar la gestión de gobierno y también de confirmar que, tras la muerte de Kirchner, la presidente sigue siendo la figura central en el escenario político nacional. Es más, tal como lo demuestran el afecto masivo y los números que surgen de los análisis de opinión pública, Cristina está en condiciones no solo de gestionar sino también de liderar el complejo movimiento peronista con sus aliados venidos también del sector popular. En amplios sectores de la militancia política, ahora apoyados y fortalecidos por esas muestras de apoyo a la presidente en Plaza de Mayo, la consigna política del momento es más que clara, o sea, más allá del armado político que tradicionalmente hacen los dirigentes y líderes partidarios, esta vez la candidatura de Cristina para el 2011 surge de abajo y parece no encontrar oposición en el sector político popular. La participación popular espontánea, que otra vez reivindica el protagonismo de la política con las diversas ideologías en pugna, instaló a la presidente con una altísima imagen positiva. Ahora estamos en una Argentina más real porque no se niega el protagonismo de la acción política, no se niegan las reivindicaciones y los derechos de los trabajadores como tampoco se niega la necesidad de seguir en el ámbito del crecimiento para sostener la gobernabilidad, es decir, la vialidad misma del régimen en curso. En esas circunstancias, con el nuevo régimen político aparecieron millones de nuevas jubilaciones, aparecieron las asignaciones universales, las miles de viviendas, el consumo popular, la producción y la defensa de los bienes y de los servicios nacionales y hasta el ahorro. La presencia de los trabajadores en Plaza de Mayo por eso fue un cheque en blanco para el gobierno popular, el mismo cheque que se tiene cuando se gana una elección política. Esto nos interpela a no bajar ninguna bandera, ninguna de las conquistas ni reivindicaciones de los trabajadores porque estamos recorriendo un camino que hizo posible precisamente ese cheque en blanco. La gente no es tonta, te da por algo ese cheque.
Me parece que el mejor homenaje para hacer al ex mandatario es seguir el camino de profundización y radicalización de los cambios bajo la conducción de Cristina. Así de contundente aunque la radicalización política no significa que no haya que dialogar entre los diversos sectores que están por lo cambios. De hecho, un proceso de radicalización implica, mucho más temprano que tarde, la conjunción, el diálogo y la unidad de todos los grupos, actores y sujetos que componen el campo popular. En ese contexto, las medias tintas o la búsqueda de falsos equilibrios o diálogos políticos con los sectores dominantes no es posible porque la consolidación del régimen popular, que reivindica la generación de empleo, del pleno empleo, una mejor justicia social y leyes mucho más democráticas e inclusivas, solo se hacen realidad bajo la gestión democrática de los trabajadores, es decir, lo que en otro lugar llamé (r) evolución permanente. En otras palabras, mientras haya más trabajo, más justicia social y más proyecto nacional y popular, tendremos el apoyo decidido de las mayorías, tendremos la representación y la participación de las mayorías que si actúan más o menos racionalmente solo pueden buscar el bien común de todos. Por el contrario, cuando se duda de las convicciones y de las políticas públicas a implementar, cuando se retrocede, a favor de los intereses y de la cosmovisión de las minorías, de las diversas oligarquías, de la clase media más reaccionaria, a favor de los más conservadores y contra los intereses de los trabajadores, claramente se pierde el apoyo popular del gobierno y es precisamente ese apoyo y esa gestión de los trabajadores la que define el carácter popular del régimen político. Por eso, más allá de las muestras de afecto expresadas tras la muerte de Néstor, creo que los trabajadores defenderán el proceso iniciado en el 2003. El pueblo argentino despidió con mucho afecto a Néstor porque éste trabajó hasta el último minuto de su vida para mejorar las condiciones sociales de los trabajadores, así que me parece que tuvo una más que merecida despedida. Una despedida que habla de la defensa de este proyecto. De un proyecto nacional y popular, que cuando apenas se insinuaba, empezó a resolver la tremenda crisis nacional neoliberal actuando sobre las consecuencias primero y luego sobre las causas de ésta. Es un régimen popular que con el tiempo, como todos somos testigos, se anticipó a lo que vendría después, es decir, una crisis global de tremendas consecuencias en todos los ámbitos. ¿Se imaginan que la crisis global, que sigue afectando despiadadamente a los países centrales y sus economías, la tuviéramos que encarar con las políticas neoliberales, con el modelo vigente hasta el 2001? Si hacemos un repaso histórico de todo lo sucedido vemos que todo esto, la resolución de la crisis bajo nuevos paradigmas que se adelantan a su época, ya había sucedido en una oportunidad, precisamente en los años 30 del siglo anterior. De hecho, al igual que hoy, en esa década, la crisis internacional desacreditó la ortodoxia clásica y liberal, con su modelo exportador de materias primas en los países latinoamericanos, y generó el paradigma keynesiano mientras que en la actualidad la crisis del neoliberalismo en Argentina, que definitivamente implosionó en el 2001, generó un modelo nacional y popular, reformista y soberano que busca los caminos que nos conduzcan al radicalismo en su máxima expresión. En esa etapa histórica, Argentina empezó a elaborar una visión crítica de la ortodoxia económica dominante. La revisión keynesiana en los mismos países centrales influyó en el planteo crítico formulado desde la periferia pero, en el caso concreto de los países periféricos, este incorporó otra dimensión que estaba ausente en la formulación de Keynes, o sea, la dimensión del desarrollo y del crecimiento económico. Entonces, en el caso concreto de Argentina y de los diversos países periféricos en general, no solo se trató, como sucedía en las economías avanzadas de los países centrales, de reactivar la economía y la generación de empleo sino que en estas tierras el desafío político mayor era erradicar el subdesarrollo basado en una relación periférica y subordinada dentro del sistema comercial internacional.
Entonces, en la actualidad ocurren hechos que guardan semejanzas con la de esos años. En efecto, también en nuestra Latinoamérica, la crisis global desacredita los paradigmas de la ortodoxia mientras que, al mismo tiempo, se promueve de la manera más decidida el rechazo del pensamiento y las tesis que estructuraron el neoliberalismo a partir del “Consenso de Washington”. También, actualmente, la heterodoxia latinoamericana incluye la dimensión del crecimiento y del desarrollo y no solo, como nuevamente pasa en las economías centrales, la cuestión de la reactivación económica y la regulación financiera y especulativa. La semejanza además incluye el rol pionero y central de Argentina en el cambio de rumbo de ambos períodos históricos. Recién vimos cual fue su rol en los años treinta mientras que ahora, a partir de la descomunal crisis del 2001, Argentina se anticipó a los acontecimientos que tuvieron posteriormente lugar en el sistema comercial globalizado. Entonces, Argentina nuevamente emergió de una crisis terminal, que incluso pudo conducirnos a la disolución nacional, rechazando los paradigmas de la ortodoxia y reasumiendo el comando de su propia política económica sin pedirle nada a nadie, ni dinero ni consejos. Es decir, demostró que no son recursos los que escasean sino la buena calidad de las políticas públicas, es decir, una mejor gestión basada en los intereses y la participación de los trabajadores. Demostró la centralidad de la soberanía política para gestionar y reivindicar la gobernabilidad del régimen popular. Desde ahora, el régimen político que intenta fundar los paradigmas del humanismo, de un gobierno nacional y popular que reivindica el bienestar de las mayorías a través de la defensa de sus intereses, se fundamenta en las tradiciones del estructuralismo latinoamericano y lo actualiza tomando en cuenta los cambios producidos en el sistema comercial globalizado. Esas tesis insisten en el desarrollo como un proceso de transformación estructural a través de la acumulación de capitales y el cambio técnico, de tecnología conveniente para nuestro desarrollo, hace hincapié en la justicia social a través de la redistribución de las riquezas y en el humanismo porque busca, como medida política primera y central, el pleno empleo, el aumento del valor agregado de los bienes y servicios nacionales y el incremento de la productividad siempre bajo los intereses de la primacía del derecho a la vida de los trabajadores. Las tesis de los nuevos gobiernos populares se refieren también a la búsqueda de un equilibrio entre el mercado y la regulación económica, en cuyo desarrollo, el propio régimen político cumple un rol estratégico, incluyendo la canalización de los recursos internos hacia las actividades que generan mayor valor agregado bajo una serie de políticas y medidas macroeconómicas que buscan la acumulación de reservas para sostener un tipo de cambio de equilibrio desarrollista que, al defender la producción nacional, implica un círculo virtuoso que hace hincapié en los superávits comerciales y de balanza de pagos (…) En otras palabras, como el desarrollo no es resultado espontáneo de las múltiples fuerzas y variables del mercado ni puede ser conducido desde fuera, por el automatismo de los mercados digamos, para responder con eficacia a las oportunidades que nos abre la globalización del comercio internacional, es indispensable una estrategia nacional y popular de desarrollo. En esas circunstancias, para que al país le vaya de lo mejor es necesario insistir en la participación y gestión de los trabajadores a nivel tanto político, social como económico. Así, por ejemplo, es muy importante el hecho de que en 1994 resurja en el texto de la constitución nacional el concepto de justicia social que, en su momento, había sido introducido en las reformas de 1949 y borrado por la brutal abrogación de éstas en 1956 con la caída de Perón. El nuevo texto encomendó al Congreso de la época proveer lo conducente al progreso económico con justicia social, unido al concepto de productividad aunque era poco lo que podía hacerse en tal sentido en una situación de clara primacía del neoliberalismo. De todas formas, para entender en toda su amplitud las consecuencias del concepto en cuestión es necesario, en primer lugar, entender que quiere decir justicia social. Al respecto, el miembro informante de la Asamblea Constituyente de 1949, Arturo E. Sampay, nos responde que:

 Por justicia social ha de entenderse la justicia que ordena las relaciones recíprocas de los grupos sociales, los estamentos profesionales y las clases, con las obligaciones individuales, moviendo a cada uno a dar a los otros la participación en el bienestar general a que tienen derecho en la medida que contribuyeron a su realización. Aquella Constitución explicaba con claridad algo que no es otra cosa que descripción de la realidad: a) “la riqueza, la renta y el interés del capital son frutos exclusivos del trabajo humano”; b) “el capital debe estar al servicio de la economía nacional y tener como principal objeto el bienestar social; sus diversas formas de explotación no pueden contrariar los fines de beneficio común del pueblo argentino”; c) “la organización de la riqueza y su explotación tienen por fin el bienestar del pueblo, dentro de un orden económico conforme a los principios de la justicia social”.

Como lo explica el mismo texto de la constitución aprobada en pleno gobierno peronista, la única fuente genuina de riquezas sociales, después de la dotación y de los recursos naturales, es el trabajo humano. Por eso mismo, el capital se apropia de éste a través de su conversión en mercancía pero en una mercancía que crea valor. Así, también el capital mismo es trabajo humano acumulado. Entonces, es necesario que nos preguntemos qué es precisamente una empresa. La empresa es un agrupamiento de hombres y de otros recursos que tiene como primer propósito, siempre bajo la idea de la justicia social, satisfacer las necesidades humanas, es decir, las necesidades de los integrantes del grupo y de los otros a quienes está destinado los bienes y servicios producidos por la empresa. En otro términos, la legitimidad de la empresa está dada porque su fin es satisfacer necesidades humanas y la legitimidad del beneficio está en satisfacer esas mismas necesidades del grupo que trabaja en la empresa para, en una segunda etapa, satisfacer las necesidades sociales de la fuerza del trabajo, es decir, el consumo, ahorro e inversiones y capitales de diversa índole que fomenten el desarrollo de los mercados internos de nuestros países para así buscar el crecimiento. En el primer caso, es decir, desde el punto de vista de la micro producción, la empresa busca satisfacer las necesidades de sus propios trabajadores, desde los integrantes que se dedican a la organización de la matriz productiva, pasando por quienes manejan las máquinas, los obreros manuales en cuanto tales, hasta los encargados de la limpieza, todos los cuales merecen ser considerados con dignidad y con cierta consideración de que su trabajo, en conjunto, forma parte del producto de la empresa en cuestión. El contexto macro productivo viene dado porque la empresa forma parte de un régimen político, productivo, económico y comercial nacional e incluso con intereses y empresas que actúan a nivel global. En esa perspectiva más abarcadora, los sectores dominantes durante mucho tiempo equivocaron la valoración del trabajo humano y se pensó en términos diferentes a los que hemos expuesto en directo beneficio de los intereses de esas minorías. Por ejemplo, en Argentina nuevamente el cambio conceptual fue dado por la doctrina de Perón y sus principios sociales puestos en práctica durante sus gobiernos. Así, la Constitución de 1949 fue el primer desaparecido con la mal llamada revolución libertadora. Sin embargo, en medio de la crisis de su ilegitimidad en cuanto surgen desde un gobierno de facto, la convención de 1957 pudo sancionar un artículo, que fue llamado “14 bis” y que más tarde sería ratificado por la Convención de 1994. Ese extraño texto, que nunca pudo tener siquiera número propio, enuncia la protección de los derechos de los trabajadores. Entre ellos la “participación en las ganancias de las empresas”. Entonces, al advertir que cuando actualmente se propone legislar sobre la participación y gestión de los trabajadores en los propios beneficios y la rentabilidad de las empresas, algunos sectores buscan insertar en los actores políticos y sociales la idea de que esa participación es inconstitucional. En esas circunstancias, tendríamos que preguntarnos por qué reaparece este tema ahora, en el año 2010. Reaparece precisamente por el crecimiento mismo de la actividad económica, del beneficio empresario y la misma lógica del gobierno popular que acompaña estas medidas siempre convencido que hacen a una mayor igualdad y una mejor redistribución de las riquezas. En otras palabras, como el crecimiento de la actividad económica va unida a un aumento de la productividad del trabajo, es decir, cada trabajador produce más en un mismo tiempo laboral, con lo que la empresa aumenta sus beneficios en todos los sentidos, es totalmente lícito exigir un aumento de los beneficios económicos para los trabajadores que son los que finalmente generan las riquezas. Las consecuencias de estas medidas entonces puede ser: a) que esa mayor productividad mejore el provecho y los beneficios de cada trabajador; b) o que se apropie del beneficio otro sector con lo que la distribución de esas riquezas y los excedentes sean desiguales entre los integrantes de la empresa y del régimen político en general. Esta segunda opción es rechazada por las organizaciones de los trabajadores que aumentan su representatividad en la medida que aumenta no solo la ocupación laboral sino la propia importancia del empleo productivo en esta nueva Argentina. Entonces, la justa distribución del beneficio al interior de las diversas empresas que componen el sistema productivo nacional es necesario que sea regulada por el sector público para que el conflicto entre los representantes de los trabajadores y los propios empresarios no conduzca a limitaciones estructurales del régimen político en cuanto a su crecimiento y desarrollo a favor de las mayorías. Así, la justicia en la distribución de la riqueza no solo es buena por ser justa sino que también porque la injusticia afecta la paz y la productividad social. En verdad, cuando hay desajustes y ajustes nadie se beneficia legítimamente. Ni los integrantes del colectivo que llamamos empresa ni los miembros de la comunidad política a la que está destinada la producción de esos bienes y servicios y sólo pueden obtener un beneficio circunstancial los aprovechadores de la plusvalía, esos que siempre especulan con las necesidades de las mayorías. Por el contrario, bajo la presidencia de Néstor y Cristina, los trabajadores vimos como recuperábamos la posibilidad de que el fin del régimen político fuera precisamente el bien común y la legislación vigente así se reordenará hacia ese fin. Esa es la lógica de la discusión sobre la participación de los trabajadores en las ganancias de las más grandes empresas que, además, es una medida ampliamente difundida en los países más desarrollados. Precisamente, de la definición del Estado y del régimen político como instituciones políticas al servicio del bien común puede entenderse la enorme trascendencia de los múltiples cambios que vienen ocurriendo en el país desde el 2003 con Néstor y con Cristina. Y esto solo puede lograrse a partir de un nuevo protagonismo de las ideologías que son parte de un régimen popular, es decir, todas esas maneras de pensar y de actuar, el arte de poder de los trabajadores que así busca reivindicar los intereses de las mayorías consolidando una nueva lógica de los cambios y las transformaciones. Además, este tipo de discusiones, o sea, de la participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas, se debe a una mayor productividad que en este caso está directamente relacionada con el período más sobresaliente, en términos de performance y gobernabilidad general, de la economía argentina.
Esto es central porque en muchas ocasiones se pretende relativizar esa significación, mediante el reduccionismo que imputa el éxito a simples y favorables condiciones relacionadas con la lógica del sistema comercial globalizado. Se trata de un enfoque bastante injusto, de la que se hacen eco los sectores políticos de la oposición, porque no pueden considerar las diversas políticas públicas aplicadas y defendidas por el gobierno popular que hace al fortalecimiento de la economía y de la gobernabilidad y la propia convivencia democrática. En esos términos, de acuerdo a esta visión que hacen propia los sectores de la oposición, nos olvidamos, por ejemplo, que Argentina tuvo que superar una crisis sideral y terminal producto de un par de décadas de políticas neoliberales. Lo concreto, es que Argentina emergió de esa tragedia, prácticamente, con sus propios recursos, desligada de una impronta de dependencia económica y financiera externa que incluyó un importante proceso de reindustrialización y de mayor integración productiva, con una formidable política de creación de empleos que en pocos años terminó con las consecuencias más extremas de la exclusión típica del neoliberalismo. Así, los niveles de pobreza, de indigencia, de exclusión y de marginación cayeron abruptamente. Por su parte, la inversión, aun sin alcanzar los niveles exigentes de sustentabilidad, avanzó a tasas fuertes, extendiendo el producto potencial de la economía. De una manera intuitiva y experimental, el país se encaminó a través de determinados cánones que expresaron las bases de una estrategia alternativa. Además, como dije en otro lugar, todo esto, es decir, el éxito del modelo nacional y popular redundó en una exitosa gobernabilidad y performance general del régimen a partir del 2003. De hecho, a estas alturas, los componentes más frágiles del régimen político se cayeron de bruces mientras, al mismo tiempo, se mantienen en pie los factores centrales del modelo popular que precisamente tienden a la radicalización del proceso de cambios. Esto en el ámbito tanto económico como político. Entonces, la muerte de Néstor Kirchner provocó no solo el mayor desconcierto político conocido hasta ahora por los sectores de la oposición sino que incluso cayeron presos de un estado de dispersión que ahonda la confusión que ya los caracterizaba antes de esta tragedia. No están bien las cosas para esos grupos políticos porque, de cara a la nueva realidad, no tuvieron otra alternativa que reconocerle al propio Kirchner el legado de recuperar el valor de la política, del arte de poder de los trabajadores que busca las transformaciones que el país necesita para dejar atrás más de doscientos años de dependencia estructural en relación con el sistema comercial global. De todas maneras, es necesario decir que no alcanza con ese reconocimiento y antes bien, ya que se consideran los representantes de la institucionalidad, deberían preguntarse para qué se recuperó ese poder sublime de la propia democracia que es la política, como herramienta de transformación de la realidad, o sea, como arte de poder. Ellos finalmente deberían preguntarse también que fue del fin de las ideologías (…)
Kirchner supo que tenía que recuperar el importante rol del régimen para los trabajadores, para que ellos mismos fueran los actores centrales en la gestión de la agenda de gobierno, actuando en varias dimensiones centrales y que se complementan entre ellas. En primer lugar, se recuperó el valor y el protagonismo de las múltiples ideologías que hacen hincapié en la cultura popular enfrentando así a los dueños del poder hegemónico que eran los dueños exclusivos de la agenda pública de los gobiernos anteriores al 2003, representando el pliego de reivindicaciones sociales y unificando fuerzas con todo el continente latinoamericano. La acción política sirve para eso o se transforma apenas en un remedo de ella, es decir, en una política declarativa, vacía, sin alma, sin causas, sin rebeldías, sin voluntad y totalmente formal. Típico neoliberalismo. En segundo lugar, Kirchner entendió antes que nadie que había que juntar todos los fragmentos que habían sobrevivido dispersos después de la catástrofe política y social del 2001 pero no emprendió la tarea apuntando contra los adversarios partidarios que eran y son, en el peor de los casos, gerentes del verdadero poder. En esas circunstancias, Kirchner cubrió su espalda con las organizaciones populares apuntando frontalmente y peleándose con el poder verdadero, el que nos dominó durante toda la historia, el que es dueño de las grandes corporaciones mediáticas, el que quiso imponernos el Tratado de libre comercio de las Américas, el que se robó los sueños de los trabajadores. El caso paradigmático fue así la pelea por la 125. Finalmente, Kirchner fue capaz de crear un poder de fuego democrático que se nutrió del fuego encendido en las jornadas de los días 19 y 20 de diciembre del 2001 y en la masacre del puente Avellaneda, durante la presidencia de Duhalde, que tuvo como víctimas a Kosteki y Santillán. Por lo mismo, los sectores opositores en realidad ya no tienen mucho futuro en el ámbito de plantear un proyecto alternativo, que no aparece por ningún lado, porque en verdad no tienen organizaciones populares, el pueblo peronista sobre el cual apoyarse, al cual interpelar a su favor cuando ese mismo pueblo ya se manifestó por unanimidad, despidiendo a Kirchner y defendiendo a Cristina y su gobierno nacional, soberano y de una impronta fuertemente humanista. Sí es muy posible que haya corrimientos de la dirigencia media de esa y de otra oposición hacia las filas del kirchnerismo. Habrá que ser muy generosos en esta etapa para recibirlos a todos pero sin cometer el pecado de compartir la conducción estratégica con esos advenedizos, en relación a las diversas organizaciones y los sectores políticos que desde un principio estuvimos con el modelo, ni mucho menos descuidar la gestión de gobierno. Es el tiempo del radicalismo, de la política, la militancia y del protagonismo, nunca del fin de las ideologías, precisamente porque éstas son, desde ahora y desde siempre, las grandes protagonistas de todos los cambios. En ese contexto hay que volver a advertir a los gorilas: tengan cuidado porque esta vez el que se fue es Perón y quien quedó en el gobierno es Evita.

Alfredo A. Repetto Saieg.

Buenos Aires, Argentina, noviembre 20 del 2010.


Referencias bibliográficas:

Anguita, Eduardo: “Cristinazo” en diario Miradas al Sur de la edición del 6 de noviembre del 2010.
Russo, Miguel: “Es el sujeto, estúpido” en diario Miradas al Sur de la edición del 6 de noviembre del 2010.
Blaustein, Eduardo: “La deshumanización del kirchnerismo, un fracaso” en diario Miradas al Sur de la edición del 6 de noviembre del 2010.
Yofre, Francisco: “No hay que bajar ninguna bandera” en diario Miradas al Sur de la edición del 6 de noviembre del 2010.
González Arzac, Felipe: “La participación de los trabajadores” en diario Miradas al Sur de la edición del 6 de noviembre del 2010.
Giles, Jorge: “Estados de ánimo” en diario Miradas al Sur de la edición del 6 de noviembre del 2010.
Ferrer, Aldo: “El nuevo desarrollismo” en revista Argentina Económica de la edición del 6 de noviembre del 2010.
Curia, Luis: “La economía de Néstor Kirchner, 2003- 2007” en revista Argentina Económica de la edición del 6 de noviembre del 2010.

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