sábado, 27 de noviembre de 2010

Análisis político de la semana:

El G- 20 y los desafíos a futuro.

A pesar de todo lo que pretenden hacernos creer los grupos y sectores hegemónicos y más concentrados de la economía, las consecuencias de la crisis del sistema comercial globalizado bajo los términos y las condiciones de los neoliberales lejos están de disiparse y a medida que pasa el tiempo, los meses y hasta los años, cobra otras formas y consecuentemente provoca nuevos efectos en las estructuras comerciales globales del sistema mismo. Sin embargo, sus consecuencias siguen impactando de manera muy gradual en el escenario de los países latinoamericanos, por lo menos los que optaron por un régimen más inclusivo y popular, debido precisamente a las políticas anticíclicas aplicadas por los mismos desde el momento en que se desató la crisis. La reciente decisión de la Reserva Federal de Estados Unidos de evitar la apreciación de su moneda, generó a nivel global una guerra de monedas porque la nueva situación del dólar llevó a que los capitales financieros y especulativos salieran desesperados a colocar sus depósitos en los mercados de los países emergentes, que les garantizan rendimientos muy superiores a los de los países centrales. En ese contexto, muchos de los países periféricos, estructuralmente mucho más dependientes, empezaron a sentir una fuerte presión cambiaria frente al ingreso masivo de estos capitales especulativos y a sufrir algunos importantes desajustes en su balanza comercial. Por ejemplo, en el caso de Brasil, su superávit comercial se vio reducido en un 36,9% en lo que va del año 2010 mientras el gobierno de Lula, en esas nuevas condiciones políticas, se vio obligado a reaccionar duplicando el impuesto al ingreso de capitales financieros de manera de reducir el flujo y detener la apreciación del real, lo que me parece una política bastante acertada en la defensa de un régimen político popular que busca producir en beneficio de las mayorías y que combate, en consecuencia, contra la especulación de los grandes conglomerados financieros globales. En cambio, en Chile, a pesar de que la Sociedad Nacional de Agricultura, históricamente muy conservadora y reaccionaria, advirtió sobre los peligros que se ciernen sobre ese sector en particular ante la apreciación del peso chileno mientras, al mismo tiempo, le reclamaba al gobierno de Piñera que abandone la ortodoxia neoliberal en ese caso concreto para evitar que la crisis que sufre el campo se convierta en un problema social. Situaciones similares se viven en otros países de la región que aún apuestan al neoliberalismo militante, países como Perú y Colombia, con economías muy atadas al automatismo de los mercados especulativos y financieros globales. En ese contexto, se entiende la necesidad de accionar contra la llamada enfermedad holandesa que en economía se entiende como el fenómeno producido por un determinado flujo, constante y abundante, de divisas, mayormente del sector financiero y especulativo que por vía directa (accionando en el mercado de cambio) o indirecta en el mercado interno, produce una apreciación cambiara de la moneda que es capaz de perturbar decididamente el tipo de cambio de equilibrio desarrollista y así la dinámica del sector manufacturero y del sistema productivo y económico en general. Sobre todo en relación a la perspectiva de búsqueda de mayor valor agregado de los bienes y servicios industriales nacionales lo que, en fin, atenta contra el mercado interno y la propia generación de empleos primero en ese sector manufacturero particular para después expandirse por el sistema en general. Por lo mismo, la entrada de divisas, según la escala y la modalidad de la misma, plantean importantes desafíos a la política económica a los regímenes nacionales y populares. En ese contexto, la reciente cumbre del G-20 en Seúl, dejó en evidencia que resulta imposible tomar decisiones de política económica, ya sean de corto como de largo plazo, ignorando la nueva realidad del sistema comercial globalizado bajo las directrices neoliberales. Lo mismo ocurrió en la última asamblea anual del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, y en no menos de una decena de encuentros producidos en los últimos años.
En ese escenario global caracterizado por cambios bastante acelerados que tienen que ver con la primacía del neoliberalismo, es decir, con la hegemonía de los aspectos financieros y especulativos por sobre incluso la producción y la economía real, el 17 de julio del 2007 la primera burbuja financiera explotó. Después cayeron las entidades financieras que en 2008 definitivamente colapsó a partir del sistema de hipotecas de baja calidad en Estados Unidos. En octubre de ese año, no lo olvidemos, en los pasillos de las reuniones en el ámbito de los diversos centros del poder global donde se administra el destino y la calidad de vida de los trabajadores de nuestros pueblos, se hablaba de una multiplicidad de medidas de rescate financiero en donde nadie, a excepción de los trabajadores de los países centrales y de los periféricos, tenían que renunciar a sus conquistas y derechos que bajo la óptica neoliberal son meros privilegios. En otras palabras, bajo la óptica del salvamento de los intereses de los dominantes, todos los países buscaban negociar cada uno de sus territorios bien o mal ganados, y de esa manera se produce una guerra solapada entre los países del centro y los de la periferia que se traduce y expresa en el terreno del valor relativo de cada una de esas monedas. Entonces, la propia realidad de la crisis actual nos muestra que el crecimiento y el desarrollo económico, la estabilidad de las cuentas públicas, la acumulación de reservas del banco central y la separación de las corrientes contractivas de las potencias en retroceso hacen que el debate nacional sobre el modelo de desarrollo que buscamos se traduzca en la incorporación de un debate que adquiere características globales. No puede evitarse. Por lo mismo es más o menos insólito políticamente hablando que en un país en vías de desarrollo, con un régimen nacional y popular como Argentina, que además cuenta con varias culturas sofisticadas, con un desarrollo y movilidad social importante e histórica, salvo en el caso del actual gobierno y en especial de la presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, no haya en los otros actores sociales y políticos que forman parte del régimen, en especial los opositores, una incorporación de estos temas globales como parte indisoluble de la agenda pública. Lo grave es que esa agenda la construye el poder en el sentido más puro y no hay cruces entre las posiciones de los partidos locales y los programas que sintonizan con los cambios globales. Así, los sectores políticos opositores hacen un culto de ignorar ese mundo, esa globalidad a la que estamos indisolublemente ligados aún cuando es nuestra realidad altamente dependiente, en última instancia, de los múltiples poderes globales que a través de los intereses de sus transnacionales, ejercen grandes condicionantes políticas, sociales, económicas y comerciales a los cambios en que estamos comprometidos. Por ejemplo, ningún analista de ese sector exhibe y extrapola a lo local el contenido del reciente debate político por la presidencia de Brasil, que lidera Lula da Silva y seguirá gobernando Rousseff, entre la ganadora y su principal oponente José Serra. Aquí como allá, los conservadores estaban con Serra pero, otra vez, aquí como allá ganó la razón, lo más moderno. Serra como Cobos, Carrió, Macri, De Narváez, Alfonsín (…) representan el poder conservador que históricamente mostró todos sus fracasos en diciembre del 2001.
El gobierno nacional y popular de Argentina, conociendo la posición y la opinión política externa de sus dirigentes opositores, vive en un nuevo escenario que plantea grandes desafíos para el futuro pero también para el presente más inmediato. Es decir, si analizamos la actual situación política en que se encuentra el sistema comercial globalizado vemos que los países centrales, los más desarrollados, hoy son mucho más débiles y compiten entre sí. Por otro lado, los países más marginales, los países periféricos entre los que se encuentran los de Latinoamérica, ahora devenidos en economías emergentes, son mucho más relevantes en su peso económico y relativo a partir del mayor grado de compromiso del sector público respecto al manejo de la economía y del crecimiento en general de nuestros países. Esto se traduce en la hegemonía de regímenes nacionales, soberanos y populares que intervienen directamente en el ámbito de la economía, la infraestructura, la generación y defensa del empleo y en mejoras en educación o la salud, una mejor redistribución de la riqueza y el desarrollo de nuestros mercados internos entre tantas otras medidas. Por eso, en el momento de aplicar determinadas políticas de salida ante la crisis, el posicionamiento económico de estas economías en rápido crecimiento fue heterodoxo y el pragmático cuidando el consumo interno, la generación de empleos, el ahorro interno y buscando mejorar la calidad de vida de los trabajadores, siempre. En ese aspecto, China también sobresalió por su fuerte y eficiente impronta estatal. Eso resultó positivo en lo local, porque la crisis no afectó su dinamismo, no interrumpió ninguno de los logros alcanzados como la misma sustentabilidad externa con balanza comercial favorable y equilibrio fiscal y tampoco fue necesario volver a los ajustes con incremento de deuda externa tan comunes en el pasado. Entonces, la tremenda enseñanza que nos deja el fin de la cumbre del G-20 es que las controversias internacionales entre el viejo poder y el nuevo, no cesaron. Existe una fuerte puja de poder y de la lógica que debe regir las relaciones comerciales globales, los múltiples intercambios de productos y las políticas contracíclicas a aplicar en un contexto de extrema vulnerabilidad como el actual. Así, Argentina en particular y Latinoamérica en general tiene mucho que decir al respecto porque la comprensión y fortaleza de los programas recientes fueron más que solventes y eficientes. En esas circunstancias, a pesar de la fuerte fragilidad del sistema comercial global, los diversos enfrentamientos y desafíos actuales que se generaron a partir de la crisis internacional en Argentina no se tradujo, como en otras épocas, en ningún impacto realmente de temer. Por ejemplo, no se revaluó la moneda y mucho menos el contexto externo impactó sobre la economía interior dada la fortaleza y la coherencia de un gobierno gestionado por los sectores populares. Además, se mantuvo y se recuperó el ciclo exportador mientras que, al mismo tiempo, los años venideros auguran una evolución previsible de mayor crecimiento e inclusión.
Por otra parte, en estos momentos, el mundo neoliberal tiene en Estados Unidos y en los países de Europa grandes antagonismos de difícil resolución bajo los parámetros de las políticas anticrisis dominantes. Por un lado, Estados Unidos, con una economía deficitaria y un régimen político donde prima el automatismo de los mercados, no es equivalente a Europa, que aún con gobiernos socialistas o conservadores, mantiene una parte del Estado de bienestar. Sin embargo y visto todo lo anterior, mientras Estados Unidos busca aplicar políticas públicas de tipo keynesianas en un intento por recuperar la producción y el empleo, emite moneda y amplía la oferta de dólares a escala tanto interna como global, por otro lado, Europa busca la resolución de la crisis, que le trajo una fuerte inestabilidad política, económica y social, con soluciones amparadas por la lógica y los parámetros de los organismos de crédito globales, es decir, fuertemente reaccionarias y conservadoras, que tendrán, ahora o más tarde, grandes consecuencias sobre el propio régimen político. Lo concreto es que el enfrentamiento de la disputa macroeconómica con soluciones clásicas a la crisis en las economías centrales, no es una solución solvente y los latinoamericanos tenemos en ese sentido experiencia de primera mano. Por ejemplo, tanto Estados Unidos como Europa no tienen ni equilibrio fiscal ni comercial, de hecho, Estados Unidos es una economía latamente deficitaria. Además, no cumplen con las reglas que ellos le fijaron al mundo de la periferia. Los dos tienen problemas para lograr cerrar esas brechas en un plazo razonable y los dos tienen una interdependencia tan profunda con el mundo emergente que los obligará a calibrar en tiempo y forma sus controversias que llevaron a esta guerra de monedas. Una guerra de monedas desatada porque mientras algunos juegan a apreciar las monedas de sus competidores buscando así transferir la crisis a Europa y a los países periféricos, los otros procuran sobrevivir con un estatus quo que en realidad no modifique los centros globales del poder. En esas circunstancias es viable una Alemania estable y próspera mientras países como España o Grecia no pueden valerse de políticas heterodoxas a la hora de pensar en determinadas salidas de corto alcance para la crisis. Cualquiera sea la consecuencia que los cambios introducidos bajo las directrices del FMI produzcan en el interior de cada uno de esos y otros países europeos, ninguno trabaja para una solución europea totalizadora. El problema es que la guerra de monedas afecta en distintos niveles al resto de las economías del mundo y en esas circunstancias la reciente reunión del G- 20 no tuvo nada que decir al respecto. De hecho, la resolución del complejo y espinoso tema de cómo adecuar las monedas nacionales a través de devaluaciones de las monedas de Estados Unidos y de China (que son los grandes protagonistas de estas escaramuzas) y que les permitan exportar a precios mucho más competitivos sin afectar al mismo tiempo drásticamente la economía de otros países, quedó postergada para la próxima cumbre del G-20.
Lo único que pudo lograrse al respecto es un débil compromiso político, en términos genéricos, para evitar las devaluaciones competitivas y llevar adelante algunos esfuerzos para reducir los desequilibrios comerciales globales, pero sin identificar en concreto a los principales responsables de las distorsiones del sistema comercial global. Mientras la presidente argentina logró colocar en agenda el importante rol que le corresponde al sector público y las diversas medidas por éste implementadas para fortalecer las respuestas que el régimen político puede adoptar en una coyuntura de crisis como la actual, la presidenta electa de Brasil, Dilma Rousseff, advirtió también que la postura de Estados Unidos de debilitar intencionadamente el dólar “significa que otras economías están cargando con los costos del ajuste estadounidense”. Un comentario bastante atinado porque entre los países centrales, una vez más, predomina la idea de que dado que los países menos desarrollados, los emergentes, los nuestros, están sobrellevando mejor la crisis, tienen superiores niveles de crecimiento y superávit comercial, deben de inhibirse de aumentar las exportaciones para no perjudicar a los ricos obligándoles a importar más sus productos. En palabras más simples, buscan trasladar la crisis, desatada por la irresponsabilidad e ineficiencia de sus propios modos de vida y de producción, a los países periféricos. En ese contexto, Cristina Fernández salió al paso de las presiones de los países centrales, al decir que “no se puede pedir a las economías emergentes que frenen su desarrollo”, mientras reivindicaba las políticas públicas que hacen a las estructuras centrales del modelo argentino basado en el crecimiento y desarrollo industrial con creación de empleo que contribuye decisivamente al aumento del consumo interno. El colmo de lo caradura, mientras los países centrales necesitan la ayuda y coordinación con los países periféricos para sortear la crisis, en un contexto de relaciones comerciales cada vez más globalizada, al mismo tiempo, intentan limitar la influencia que las medidas de éstos puedan tener en las decisiones claves de las estructuras globales del poder de gestión y decisión. Los países emergentes, que ya hicieron sentir su fuerza en la anterior cumbre de Toronto, Canadá, cuatro meses atrás, temen que los más ricos intenten delegar aún más competencias en el Fondo Monetario Internacional, con tanta responsabilidad en la actual crisis, al que sin embargo explícitamente se le encargó la responsabilidad de verificar, a través de un examen país por país, si estos se ajustan o no al plan de reducir los desequilibrios externos.
Mientras tanto, Argentina continúa su marcha hacia el crecimiento con la estabilidad y la gobernabilidad que sus políticas públicas supieron conseguir. En esas circunstancias, incluso el ingreso de capitales financieros y especulativos desde el exterior no generó grandes alteraciones en el tipo de cambio de equilibrio desarrollista que precisamente busca un equilibrio entre los diversos sectores productivos y sus bienes y productos transables en el sistema comercial globalizado, ni en el superávit comercial, sino que por el contrario contribuyó a aumentar las reservas del Banco Central y así éste puede continuar con una política de sostener el tipo de cambio a través de ese aumento de las reservas por la disponibilidad de divisas, dólares, que este proceso genera. Lo que pasa es que en el caso argentino sigue primando la entrada de dólares de tipo comerciales, producto de la comercialización de bienes y de servicios nacionales en el sistema comercial global, por sobre los dólares venidos desde las finanzas y especulación. Es de esta manera porque la entrada de divisas desde el sector especulativo cuenta con controles desde el momento en que el país postula un régimen económico y político basado en la producción, en el consumo y la economía más real y tangible. Aunque también será necesario seguir muy de cerca el desempeño de algunas variables para evitar futuros desajustes. Desde que Argentina logró cerrar exitosamente el segundo canje de deuda, comenzó un proceso de ingreso de capitales al país, a lo que se sumó con posterioridad la expectativa de que van a planchar el dólar. Por lo tanto, tenemos dos efectos que estimulan el ingreso de capitales foráneos. Por un lado, el mismo canje que mejora las condiciones objetivas para Argentina y, por otro lado, el hecho de saber que el dólar permanecerá planchado. No hay peligro de que eso pase en la medida de que el gobierno siga con la política de tipo de cambio de equilibrio desarrollista lo que se vuelve muy lógico a partir del momento en que efectivamente tiene los recursos para sostener este tipo de cambio que favorece a la producción de bienes nacionales. En ese aspecto, queda claro que una vez más, y en honor a Néstor Kirchner y sus postulados centrales, se está yendo en contra de las políticas auspiciadas casi hasta la obsesión por el Fondo Monetario Internacional que insiste en que todos los países tienen que dejar flotar la moneda como poco probable medida de protección del sistema económico. Y en realidad, es lo contrario. De hecho, uno puede observar que la mayoría de los empresarios están pidiendo que se incremente el ritmo de la devaluación del peso aunque esto no me parece viable desde el momento en que afecta directamente los salarios y el poder adquisitivo de los trabajadores. En todo caso, me parece mucho más racional incentivar, desde el sector público, la inversión para mejorar aún más la producción, el consumo, la calidad de la producción de bienes y servicios y el ahorro interno. Por su parte, los países centrales critican este tipo de políticas, que por lo demás traen aparejadas grandes satisfacciones para el conjunto de los trabajadores, desde el momento en que nuestros países insisten en políticas relacionadas con la generación de empleo genuino y de calidad, consumo, ahorro e inversión, porque quieren transferir esa guerra de monedas a los países estructuralmente dependientes, es decir, buscan que las consecuencias de la crisis sean pagadas por los países periféricos. En ese contexto, Argentina está cubriendo a través de sus propias políticas, típicas del modelo nacional y popular, el tipo de cambio administrado. Por ahora, no creo que en lo inmediato Argentina esté obligada a tomar algún tipo de recaudos o de medidas que desalienten el ingreso de esos capitales desde el exterior, ya sean especulativos o comerciales, como está haciendo Brasil porque en definitiva termina incrementando las reservas que como vimos ayudan a sostener el tipo de cambio de equilibrio desarrollista. Pero igual hay que tener cuidado con estos capitales fuertemente especulativos, venidos desde las finanzas globales, porque así como entran después se van. En esas circunstancias, para sostener el tipo de cambio o cualquier otra medida política que hace a las centralidades y la lógica del humanismo, siempre hay que apoyarse en la producción, en la tecnología conveniente y en el consumo y mejora de la calidad de vida de los trabajadores. Además, hay que estar atentos porque la crisis financiera global que ya va para los cuatro años está produciendo en los países centrales por lo menos, una crisis política que se manifiesta por ejemplo en las movilizaciones y protestas en países como España, Grecia o Francia. Hay que tener cuidado porque cuando Francia se moviliza es toda Europa la que tiembla. En estos momentos, simplemente la eurozona vive, como consecuencia primera del desmantelamiento de lo que queda del régimen político benefactor o desarrollismo, una tensión social difícil de disipar, y los recuerdos del Mayo Francés están a la orden del día.
El estado de debilidad del euro, dejando en evidencia la posibilidad de disolución de esa moneda, refleja la incapacidad de representar las asimetrías de las economías de la eurozona, pero también la pérdida de competitividad de dicha región, y la tendencia sostenida de la caída del salario real de sus trabajadores como una de las causas primigenias del conflicto europeo. Mientras tanto, del otro lado del Atlántico, en Estados Unidos, la crisis del dólar, como divisa de intercambio global, se manifiesta en su depreciación, como salida cortoplacista del gobierno de Obama, que recientemente sufrió un gran revés electoral, y que permite a Estados Unidos eso que los europeos no pueden lograr, es decir, mejorar su competitividad para exportar bienes y servicios. En definitiva, todos y cada uno de estos temas, reflejan la gravedad de la crisis global que se manifiesta por la caída de la tasa media del capital. Así, la crisis no terminó sino que simplemente se profundizó a expensas de los intereses y de las formas de vida, de las conquistas y derechos de los trabajadores de los países centrales. Mutó y ahora se traslada a la guerra de las monedas. Estas acciones ponen de manifiesto la reducción, cada vez más importante, de los márgenes de maniobra en la búsqueda de la suba de la tasa media de ganancias del capital para salir de la crisis. Representa un intento burdo de exportar la crisis de los países centrales a los países periféricos mucho más débiles estructuralmente hablando. En relación a nuestros países latinoamericanos, el agente encargado de articular esta nueva etapa de la crisis, recae en el FMI, quien advierte la necesidad de apreciar las monedas latinoamericanas. En realidad, lo que se busca es que los países que forman parte el centro del sistema comercial global puedan recuperar competitividad para colocar sus saldos exportables, los cuales por la caída de salario real, alto endeudamiento de sus economías y políticas fiscales restrictivas, no pueden colocar. Mientras tanto, los países que están comprometidos con los regímenes populares en Latinoamérica, habiendo recuperado autonomía, soberanía y gobernabilidad política y económica a través de sus procesos políticos inclusivos y democráticos, ayudados con la acumulación de fuertes sumas de reservas por los altos precios de las materias primas, ostentan una competitividad más o menos aceptable, que tensiona más la crisis de los países centrales que no logran traspasar los efectos y consecuencias de ésta a los países emergentes. Esto es lo que coloca a Latinoamérica en el centro de una importante disputa política y comercial global que, en el más largo plazo, puede hacer variar las estructuras de poder al interior del sistema comercial global. El escenario de conflicto posible y constante que todos estos hechos representan, debería forzar a los diversos líderes latinoamericanos a reforzar la articulación de una estrategia regional que nos encuentre a todos unidos en la defensa de nuestra soberanía y nuestros recursos. Así, por ejemplo, el Banco del Sur, es una imperiosa necesidad política, comercial y económica y el retraso en su implementación es un peligro latente para nuestros regímenes democráticos. Así, el tibio reformismo político, que no puede conducirnos al radicalismo político, en áreas estratégicas de la integración regional tiene pendiente la concreción de medidas fundamentales como el Banco del Sur, único antídoto para el desarrollo productivo de la región y resguardo ante posibles caídas de los precios internacionales de las materias primas.
Por otro lado, al igual que en Argentina como en Brasil, el potencial de concreción de estas alternativas de desarrollo autónomo y soberano, que reivindique nuestra propia capacidad para hacernos responsables de nuestro destino político, está en juego constantemente. La reconfiguración del bloque histórico de la región en sintonía con las múltiples necesidades del capital más concentrado, que milita a favor de los intereses y las necesidades de los países centrales y más desarrollados, es una posibilidad que todavía es real si los neoliberales, producto de nuestra propia desidia o incapacidad política, logran hacerse nuevamente con la gestión del régimen político. El re-ingreso del capital financiero global, la vuelta de las políticas fiscales regresivas, los ajustes y la baja de impuestos para los capitales monopólicos que finalmente buscan la caída de los regímenes populares, todavía se juegan en las diversas elecciones por venir. La cuestión es que en Latinoamérica todavía no se consolida definitivamente el régimen popular. Por eso, tenemos que tener una amplia memoria. Hay que aprender algo de la historia reciente de cada uno de nuestros pueblos. En Brasil en particular como así también en el resto de Latinoamérica en general, la consigna de la campaña política actual es continuar la lucha para continuar con los cambios. En esas circunstancias, es un poco de continuidad pero centralmente es una cuestión de cambios porque en la mayoría de nuestros países los medios masivos de comunicación y de desinformación, el poder judicial y las instituciones más tradicionales del régimen capitalista todavía se mantienen muy fuertes. En ese contexto, países como Brasil tienen un gran desafío con Dilma. Está claro que la reforma política e institucional que el Partido de los Trabajadores buscó no se logró con Lula, no porque éste no tuvo la iniciativa política o el suficiente coraje, sino porque no se pudo obtener los votos suficientes en el Congreso ni se pudo sostener en el tiempo una movilización de los trabajadores suficiente para alcanzarla. De todas formas, en lo económico, en lo cultural y también en lo social, el país sí cambió bastante a partir de la defensa de las diversas empresas que integran el sector público, especialmente en su fortalecimiento, como Petrobras. Para tener una idea de lo que eso significa para Brasil, en los próximos cuatro años el tema del petróleo, hay una proyección de hacer inversiones respecto a las nuevas reservas encontradas en sus costas en torno a 220 billones de dólares. Eso da una pauta del rol que cumple una de las empresas públicas más importantes en el coloso sudamericano. También es fundamental el rol que cumplen los bancos de tipo públicos en las diversas inversiones sociales como la Caja Económica Federal, que es el gran instrumento para la construcción y adquisición de viviendas populares, que tiene como meta para los próximos años construir más de dos millones de casas y de departamentos populares para enfrentar, de la manera más exitosa posible, uno de los grandes problemas de los sectores populares del país carioca que precisamente es el acceso a una vivienda digna, que millones aún no tienen. Del período de Lula, además, podemos rescatar la experiencia de la educación pública y gratuita, que después de prácticamente una década de real parálisis con las políticas neoliberales, de las que Cardoso fue un fiel exponente, se construyen nada menos que 16 nuevas universidades federales junto con un creciente número de nuevas escuelas técnicas, que también el país no conocía desde hace mucho tiempo. A su vez, los recursos federales para los Estados y los municipios también ampliaron los servicios y las posibilidades de políticas sociales relacionadas con el acceso a la vivienda, la escolaridad, la salud o de jubilación pública. Todo eso siempre a contramano de los dictámenes y de las políticas que pretendían los sectores neoliberales. En el contexto de Brasil, entonces, lo que es necesario mejorar con vistas a la consolidación de un régimen humanista es la propia participación popular que debe ampliarse a través de una mejor conjunción entre los movimientos y organizaciones sociales y políticas, de base y las diversas organizaciones y estructuras que son parte del sector público. El rol central del gobierno es así una imperiosa necesidad. Las experiencias de democracia, de participación y de movilización de los trabajadores, hay que decirlo, todavía están muy restringidas a los gobiernos locales y eso es insuficiente en el sentido de que tienen que ampliarse y transferirse a los estamentos estaduales y nacionales del gobierno.
Los desafíos políticos para Dilma son así muy importantes y me parece que ese enfrentamiento político con los sectores y grupos dominantes para lograr una mayor participación popular en todos los ámbitos y a partir de la consolidación de nuevas estructuras políticas que consoliden los parámetros de un régimen popular, tienen que llevarse a cabo durante el primer año del nuevo gobierno. En otras palabras, la reforma política tiene que ser planteada ya frente a las nuevas condiciones que favorecen al nuevo gobierno que desde ahora, y a diferencia de Lula, tendrá mayoría en el congreso para impulsar éstas y otras tantas reformas, porque para el 2012 se vienen las elecciones municipales y en esas circunstancias, a partir de ahora, hay que aprovechar la victoria electoral y mejorar la situación de las elecciones proporcionales y de la democracia participativa a expensas de la lógica de una democracia representativa que por definición es mucho más formal y superflua en relación a los avances en las conquistas y los derechos de los trabajadores. Además, no hay que olvidar los niveles de popularidad de Lula y los suyos quienes en estos años conocieron múltiples y diversas transformaciones que ya son parte de la historia política de Brasil. Estas son la consecuencia de un proyecto político que decidió hacer hincapié en los derechos de los trabajadores colocando en el centro de la acción política, dentro de lo posible y de acuerdo al específico contexto de Brasil,  lo social y lo popular consiguiendo así integrar en el sistema productivo a 30 millones de trabajadores, antes condenados irremediablemente a la exclusión propia del neoliberalismo. El gobierno de Lula definitivamente es un gobierno nacional y popular que busca el camino hacia el radicalismo porque logró cambios y transformaciones capaces de reestructurar la vida de un país de manera adecuada a sus necesidades más generales y profundas, y a las aspiraciones e intereses de la mayoría de los trabajadores. Cada una de esas transformaciones ya es una realidad y es así como el gobierno logró satisfacer las necesidades más básicas de la población, antes insatisfechas, relacionadas con la alimentación, una mejor calidad de vida, el trabajo, los estudios y hasta tener luz y otros servicios como la salud. Este nuevo rumbo político, que busca la mejor forma de expresar el humanismo político militante, entonces confiere al país una dignidad y una soberanía que siempre les fue negada a los trabajadores. Lula, como fiel exponente de los sectores populares, nunca traicionó su promesa de erradicar el hambre y de poner el acento en lo social. Su actuación y sus más diversas acciones políticas fueron tan impactantes que ya es considerado como uno de los grandes líderes mundiales. Por lo mismo, todo este legado no puede ponerse en peligro y la única posibilidad es la radicalización de los procesos de cambios. A pesar de los muchos errores y desviaciones, que siempre las hay, los cambios tienen que consolidarse de la única forma posible, es decir, a través de una mayor y más fundamental participación de los trabajadores. En ese contexto, los cambios tienen que completarse. Éste me parece que es el principal significado de la victoria electoral de Dilma. Para esto es importante derrotar en todos los frentes de batalla a los sectores de la oposición porque ellos representan otro proyecto de país que viene del pasado y que se reviste de bellas palabras y de propuestas ilusorias pero fundamentalmente es de tipo netamente neoliberal. Los portadores del proyecto neoliberal en Brasil, al igual que en países como Argentina, son ciertos sectores estrechamente ligados al agro negocio de exportación, son las élites económicas-financieras, modernas en el estilo de vida pero conservadoras en el pensamiento, son los representantes de las multinacionales con sede en el país y son las diversas fuerzas políticas de la modernización tecnológica sin transformaciones ni contenidos sociales.
Esa es la cuestión.

Referencias bibliográficas:

Pont, Raúl: “La consigna es seguir luchando para cambiar la historia” en Diario Miradas al Sur de la edición del 31 de octubre del 2010.
Boff, Leonardo: “Asegurar conquistas y consolidar avances” en Diario Miradas al Sur de la edición del 31 de octubre del 2010.
Invernizzi, Hernán: “Una lección para aprender” en Diario Miradas al Sur de la edición del 31 de octubre del 2010.
Massaro, Mariano: “El desarrollo autónomo está en juego” en Diario Miradas al Sur de la edición del 31 de octubre del 2010.
Curia, Eduardo Luis: “Precavernos de la enfermedad holandesa” en Diario Miradas al Sur de la edición del 31 de octubre del 2010.
Galand, Pablo: “Muy lejos de la guerra de monedas” en Diario Miradas al Sur de la edición del 31 de octubre del 2010.
Bocco, Arnaldo: “Consolidar lo alcanzado y encarar los desafíos” en Diario Miradas al Sur de la edición del 14 de noviembre del 2010.
Montoya, Roberto: “Sálvese quien pueda” en Diario Miradas al Sur de la edición del 14 de noviembre del 2010.


Alfredo Repetto Saieg.

Buenos Aires, Argentina, noviembre 27 del 2010.


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