sábado, 13 de noviembre de 2010

Análisis político

Análisis político:

El protagonismo de las ideologías (Parte 1)

Ya se naturalizó en la mayor parte de los trabajadores argentinos la idea de que Néstor Kirchner fue un gestor político impresionante que buscó subordinar la economía y sus variables a la lógica de la acción y la estrategia política. Sin embargo, dicho de esa manera puede traer a equívocos en el sentido de que queda la sensación de que las variables económicas se acomodan a la voluntad del colectivo político gobernante o de un líder y dirigente popular, sin embargo, Néstor hizo todo lo contrario, es decir, tenía una idea clara de independizar el sector público, que por definición es el defensor del bien común, de los intereses corporativos y oligopólicos ya fueran nacionales o globales. En esa perspectiva, su acción política como presidente fijó ciertos lineamientos y directrices centrales que incluso hoy nos permiten no depender ni del Fondo Monetario Internacional ni de la banca privada ni de los intereses que defiende y propugna desde los espacios de poder que le corresponden a expensas de los intereses de los trabajadores. Entre estos lineamientos generales, que hacen a la lógica central del régimen nacional y popular, tenemos por ejemplo un tipo de cambio de equilibrio desarrollista auspiciado a través de un dólar competitivo que es monitoreado por el propio Banco Central, tenemos el superávit fiscal y comercial y, sobre todo, generación de empleo en un proceso de inclusión y de democratización. Entonces, a partir de Kirchner la política también era la economía y en ese contexto se entiende la movilización, la participación, la nueva militancia y la representación de los múltiples intereses de los trabajadores a través de diversas organizaciones sociales o movimientos políticos y hasta culturales. La diferencia, o sea, la movilización política de ciertos sectores populares que se habían desmovilizado en la gran noche neoliberal de los años ‘90, es que a partir de la presidencia de Kirchner, por una cuestión de definición, de estrategia y de valores políticos, no se aceptó que fueran los intereses empresariales, los corporativos ni oligopólicos los que fijaran y definieran la agenda pública a partir de las conocidas políticas reaccionarias de ajustes que nos llevaron a la crisis del 2001. Y eso, que en estas páginas suena bastante fácil, es quizás uno de los mayores logros políticos de su mandato como presidente y también como conductor de una fuerza política fuertemente comprometida con los intereses populares. El arte de poder auspiciado por Kirchner y su entorno, es decir, de cómo ir ganando terreno sobre los intereses más concentrados, que siempre militan contra los trabajadores y su calidad de vida, contra la democracia y hasta la gobernabilidad, no es sencilla de expresar porque, hay que decirlo, la mayor parte de las veces Kirchner desarticuló intereses altamente concentrados sin grandes confrontaciones y en ese sentido fue un estratega de primera como todo buen peronista que se apegue a los ideales de la justicia social, de equidad y de soberanía nacional. A veces negociando, otras veces esperando el momento más oportuno pero siempre en lucha constante contra esos intereses. Eso sí, a medida que el propio régimen popular lograba fortalecerse políticamente, las posibilidades de imponer condiciones a los intereses más concentrados, a la propia élite de tecnócratas, fue creciendo. Para eso, contó con un gabinete de ministros y con diversos colaboradores, tanto técnicos como políticos, completamente comprometidos con los intereses y las reivindicaciones de los trabajadores. Es decir, hubo poca estridencia y crispación, a pesar de que desde los grupos de poder busquen hacernos creer lo contrario, hubo mucha gestión y mucho fortalecimiento de las políticas públicas. Lo que lograron Néstor y su compañera Cristina es que, de modo sostenido, se recuperara la autoestima y la memoria de las experiencias populares en una Argentina que siempre buscó el camino del crecimiento, de la inclusión y del desarrollo. En todo caso, y como la historia nos lo plantea de manera constante, la mayoría de esas diversas experiencias populares se expresaron políticamente dentro del peronismo, hay que decirlo. En la historia reciente, también hay que decirlo, Néstor está en lo más alto de la política y de las acciones tendientes a la reivindicación de mejores condiciones de vida para los trabajadores porque logró construir un camino que fue colectivo y que rescató lo mejor de las tradiciones de las batallas y de las luchas populares. Así, muchos de esos actos y acciones políticas, además de tener un gran valor material y simbólico en sí mismo, eran fuertes mensajes para los trabajadores y sus organizaciones, para que quedara claro eso de que no iba a dejar sus propias convicciones políticas una vez que se hiciera con el poder. Esos eran los actos emblemáticos que buscaban la construcción de otra lógica y de una contracultura en el sentido de que militaba contra las razones, los mitos y las irracionalidades de la agenda pública de los sectores neoliberales. Después, cuando esos grupos económicos y políticos, que no aceptan la democracia en su más profunda acepción, simplemente respondieron al gobierno de la única forma que posible, es decir, a través de la prepotencia frente a la impotencia que les produce el hecho de saberse minorías. Lo hicieron a través de los grandes medios masivos de comunicación y desinformación que claramente defienden los intereses más concentrados porque la misma oposición política, expresada a través del Congreso y algunos partidos políticos fuertemente faltos de credibilidad ante los trabajadores argentinos, no están a la altura de las circunstancias. Sin embargo, ante la contundencia del apoyo popular a su mandato y al de Cristina Fernández, a sus ideales y valores con motivo de la muerte de Kirchner, esos mismos grandes medios masivos de comunicación tuvieron que colocar en sus tapas titulares como los de “Masivas muestras de adhesión popular”, es decir, no pudieron ocultar a los cientos de miles de trabajadores, de gente humilde y de clase media inclusive, que llenaron Plaza de Mayo. No pudieron ocultar que esos grupos de personas, los trabajadores y las familias, la gente mayor y los pibes, salieron a manifestar su dolor en Plaza de Mayo, entre otras cosas, por los derechos humanos y las conquistas sociales y políticas restituidas, que es algo que además se mide en beneficios concretos y en dignidad que también es bastante concreta.
De todas formas, los grandes monopolios de la desinformación no se quedaron quietos y a través de sus escribas y voceros al servicio del capital, como representantes de los intereses de los rapaces grupos del establishment mostraron, una vez más, sus afiladas garras. A escasos veinte minutos de la muerte del ex presidente, ciertos periodistas de esos sectores ya tenían subida una columna en la edición digital del grupo Clarín, que estimulaba cierto triunfalismo bastante mal simulado. Es que, como dije en otro lugar, a estos grupos podemos darles con una maza, violentarlos, reírnos de ellos, hasta matarles un hijo y ellos piden justicia y se indignan pero cuando les tocan el bolsillo, sus intereses, ahí realmente se indignan y piden y apoyan golpes de Estado y nos asesinan, nos torturan, nos hacen desaparecer y se apropian de nuestros  hijos. Así de contundente. En concreto, en el impúdico análisis periodístico se puede leer la parte final donde expresa que estamos ante “un país condenado entre la tragedia y el drama”, luego de señalar la incertidumbre sobre el futuro del kirchnerismo ante el incipiente año electoral. Al día siguiente, el columnista continuó con su reacción política:

El deceso de Kirchner obligará a ahora a Cristina a un esfuerzo ingente para manejar la maltrecha maquinaria de poder que le dejó su marido como herencia. El denominador común sería, entonces, la concentración y el personalismo que el peronismo repite como una praxis que no le reditúa previsibilidad a la marcha de la Argentina”.

En otras columnas periodísticas se trató a Cristina Fernández como una esposa más bien sumisa, sin poder de decisión política ni personalidad. Incluso algunos se permitieron plantear las diversas condiciones a las que debería sumirse Cristina para ejercer el poder de ahora en más. La lógica era la siguiente: si la muerte de Kirchner era comparable a la de Perón, Cristina es un equivalente de Isabel, con lo que se la trató de políticamente incapaz, de “dependiente emocional” y de “títere de su marido”. Sin embargo, entre la muerte del general  Perón y la de Néstor Kirchner, hay ciertos fantasmas que se exacerbaron con lo peor de la reacción de los grupos y sectores conservadores, junto con alguna lección que acaso convenga retomar políticamente. En otras palabras, son dos contextos políticos, económicos y sociales radicalmente distintos lo que se traduce, por ejemplo, en que actualmente no existe violencia política directa por parte tanto de algunos grupos políticos de izquierda como de derecha en todas sus diversidades como tampoco existe la amenaza real de un poder militar que condiciona y que en el contexto latinoamericano de entonces iba a llegar al poder sin necesidad de la guerrilla. Entonces, buscar establecer alguna semejanza política entre Cristina e Isabel es un insulto para la trayectoria y la capacidad de la presidenta, y más allá de ella, un insulto a todos los grupos, los sectores, intelectuales y trabajadores en general que estamos a favor de la radicalización del régimen político popular en curso. Que hubo una enorme centralidad del propio Kirchner a la hora de contener la diversidad política del movimiento peronista, es cierto pero, sin lugar a dudas, el peronismo actual y sus artes de poder no es el peronismo que implota el año ’74. Inevitablemente, ahora tenemos una matriz política peronista mucho menos fragmentada ideológicamente que en los ’70 porque la mayor parte de sus cuadros está por la defensa y profundización del modelo popular del cual el mismo peronismo es un gestor central. Es también un peronismo con algo de anómalo, todavía en crisis de representatividad política al que aporta y mucho una transversalidad política auspiciada por Kirchner en su momento, como eterna construcción inacabada pero que también se nutre y se enriquece por nuevos lazos sociales y representaciones políticas. Si el del ’74 era un peronismo con rasgos abyectos, algunas de sus antiguas partes hoy están afuera y no parecen representar una amenaza de importancia. Es decir, no hay en el kirchnerismo ni Triple A ni sectores fascistas, aunque sí algunos pliegues oscuros en sus periferias. Y si más de uno participó activamente de la experiencia que significó el menemato, los actuales conductores políticos que marcan el proyecto popular son otros.
También en estos días, antes del fallecimiento de Néstor Kirchner se publicaron algunas columnas referidas a la supuesta contradicción entre los componentes setentistas de Kirchner y su apoyo político en la CGT como para abrir un frente de conflicto que dificulte el tratamiento y el dialogo en torno al proyecto de participación de las ganancias de los trabajadores. Sin embargo, en su falta de profesionalismo, que los llevan continuamente a defender a cualquier costo los intereses de sus patrones, esos periodistas, para nada independientes, pretenden olvidar la complejidad de la CGT y el lugar que el Movimiento de los Trabajadores Argentinos ocupó durante la época de Menem. Pero, además todo esto podría interpretarse de otra manera, es decir, ¿no podría leerse estas acciones como un avance en términos de convivencia democrática entre los diversos sujetos y actores populares que formando parte del régimen confluyen cuando se trata de determinados proyectos que favorecen a los trabajadores? Los sectores de la derecha siempre piden consenso y diálogo pero ahora, cuando se trata de la búsqueda de diálogos y coincidencias con la CGT para mejorar la calidad de vida y las conquistas laborales de los trabajadores, el diálogo no es posible. Tampoco es posible con los movimientos sociales ni con las Madres de Plaza de Mayo, ni con Morales o Chávez. Además, cuando el gobierno logra consensos con la centroizquierda en temas como el matrimonio igualitario, son esos mismos sectores de la centroizquierda los que traicionan o se venden. Iniciar una nueva etapa de mayor apertura interna o de mejor diálogo y de consensos con la oposición suena muy lindo, suena políticamente correcto pero, dadas las circunstancias actuales, no creo posible confiar en la voluntad de diálogo del grueso de la oposición. Otra vez surge el tema de la democracia que se nos muestra como lucha y no como consenso ni mucho menos como diálogo porque hay profundos intereses, la mayoría profundamente contradictorios, de clases, que intervienen en la definición de esas luchas y en la agenda de gobierno que estamos dispuestos a sostener. Por otro lado, existe una fuerte acumulación de poder y de arte de resistencia de los trabajadores argentinos a partir de la potencia política y estratégica, a través de la gobernabilidad que el kirchnerismo pudo construir a expensas de los sectores opositores que se dicen los grandes defensores de la institucionalidad pero que no solo no son capaces de dialogar ni consensuar sino que incluso buscan y trabajan a favor del desfinanciamiento del régimen político para luego acusar al gobierno de la posible crisis desatada que les favorecería electoralmente en el 2011. Así, al diálogo y al consenso entre los sectores representativos de los trabajadores, que de esa manera buscan avances en la legislación democrática, sutilmente le llaman “poder” o le llaman “billetera”. También es mentira que estábamos condenados al éxito, como solía decir el ex presidente Duhalde. Simplemente veníamos de una tierra que había sido arrasada por las políticas neoliberales, las mismas que hoy causan estragos en los países centrales, veníamos del que se vayan todos y del régimen político destruido y pasamos en tiempo récord de las colas en las diversas embajadas al país de los festejos del Bicentenario, que fue producto del modelo soberano, nacional y popular implementado a partir del 2003 por el kirchnerismo. Después de las primeras reformas fundamentales, después de Kirchner, fue Cristina Fernández la que pudo salir con fuerza de los tormentosos primeros meses de gobierno, del lock-out de los sectores agrarios más reaccionarios que así buscaron un golpe de Estado y de la derrota electoral, con niveles de imagen y de intención de votos en constante avance, esos que tanto enfurecen y preocupan a la derecha política, mediática y corporativa ante la impotencia de sus propios cuadros políticos. Por eso, las diversas columnas periodísticas buscaron reducir la muerte de Kirchner a una patológica ambición de poder. Por ejemplo, uno de esos escribas nos decía:

El caso del ex presidente expone, una vez más, la real magnitud de la enfermedad de poder. Es un mal que afecta a todos aquellos que se ubican en una posición de poder y que luchan por mantenerlo y aumentarlo. Es un mal que tiene un componente psicológico muy marcado, que potencia rasgos patológicos que cada uno de nosotros, como personas, tenemos y manifestamos en nuestra vida diaria”.

A estas alturas, esos sectores históricamente hegemónicos han perdido a su enemigo ideal pero después de un tiempo prudencial y bastante incierto seguirán arremetiendo con sus relatos y sus fábulas para esmerilar a Cristina y su gobierno. De eso no hay dudas, sin embargo, sería bueno que adviertan que las exequias de Kirchner, todos esos trabajadores que coparon Plaza de Mayo se movilizaron para brindar su reconocimiento a Kirchner y su apoyo a Cristina, sería bueno que advirtieran para su propia salud mental y política que, desde ahora, existen grandes sectores críticos de los trabajadores, de una juventud con muchas ganas de militar, politizada y movilizada, que no está para mitos porque en su trayectoria Néstor Kirchner logró lo más importante en un proceso de cambios y transformaciones estructurales, es decir, logró abrir y estimular nuevos canales de participación y de organización política. Canales de participación y de organización que hoy se plasman de múltiples maneras. Por ejemplo, con motivo del funeral de Kirchner en Plaza de Mayo en realidad no hubo gente como tampoco fue gente la que formó ese inmenso río que se metió en la Casa Rosada para despedir al querido compañero en el Salón de los Patriotas Latinoamericanos. En uno y otro lado, en Plaza de Mayo y en la Casa Rosada, hubo y estuvieron los trabajadores, la juventud, todos, el pueblo. Es decir, estuvo ese colectivo político heterogéneo, clasista y apasionado que las diversas dictaduras y el menemismo quisieron hacer desaparecer y al cual hoy los grandes medios concentrados le ningunean la existencia y pretenden transmutarlo en la gente, ese otro colectivo disgregado al que le hacen decir lo que quieren, editándolo con pericia obscena. Entonces, no fue la gente sino que fue todo un pueblo, la fuente más legítima del poder a la que puede aspirar un gobernante, los que despidieron a Néstor Kirchner. Y fue ese mismo pueblo quien le pidió a Cristina, a la presidente de todos los argentinos, la fuerza personal y política necesaria para seguir adelante. La movilización y las muestras de afecto fue el reconocimiento que los trabajadores, siempre agradecidos con los grandes líderes y dirigentes populares, brindaron a su manera al hombre que, con su gestión de gobierno, le devolvió al pueblo una dignidad que le habían arrebatado a fuerza de políticas neoliberales a través de represión, de desocupación, de una constante exclusión, de marginalidad, entrega, hambre y miseria. Entonces, surgen una serie de reflexiones porque el caso de Néstor Kirchner es muy extraño, si no único, en la historia de Argentina. Llegó a la presidencia con sólo el 22% de los votos, con más trabajadores desocupados que votos como él mismo solía decir, pero esa debilidad política inicial quedó potenciada por la huida de Menem en relación a la segunda vuelta. Fue el último atentado político que Menem hacía contra la democracia argentina. Así, Néstor Kirchner llegó a la Casa Rosada casi desnudo de poder, llegó como el chirolita de Duhalde, es decir, como parte de la continuidad de lo peor de esa máquina ideológica de poder del peronismo más reaccionario. Desde ese subsuelo de legitimidad y de credibilidad política, casi tan profundo como el pozo al que fue arrojada la vida de millones de trabajadores argentinos, tuvo que empezar a construir el poder y la autoridad presidencial. En esa tarea, también, tuvo que lidiar con la enorme desconfianza de una sociedad que, con el que se vayan todos, casi había decretado la muerte de la dirigencia política tradicional, a la que él mismo pertenecía. En esa tarea de una envergadura impresionante, siempre a contracorriente, se fue ganando, con palabras, con nuevos gestos pero principalmente con hechos políticos, la confianza de un pueblo que lo despidió con lágrimas y aplausos. El 25 de mayo de 2003, frente a la Asamblea Legislativa y frente a un país todavía devastado en todos los sentidos por el neoliberalismo, Kirchner no pidió confianza, sino que prometió ganársela:

No he pedido ni solicitaré cheques en blanco. Vengo, en cambio, a proponerles un sueño: reconstruir nuestra propia identidad como pueblo y como Nación; vengo a proponerles un sueño que es la construcción de la Verdad y la Justicia; vengo a proponerles un sueño que es el de volver a tener una Argentina con todos y para todos. Les vengo a proponer que recordemos los sueños de nuestros patriotas fundadores y de nuestros abuelos inmigrantes y pioneros, de nuestra generación que puso todo y dejó todo pensando en un país de iguales. Sé y estoy convencido de que en esta simbiosis histórica vamos a encontrar el país que nos merecemos los argentinos”.

Sin duda este era un discurso bastante diferente a los que estábamos acostumbrados pero la situación del momento, la fragilidad política del país, pedía y requería hechos y no tantas palabras. En otros términos, para los trabajadores es muy difícil confiar cuando lo han traicionado, cuando no se tiene trabajo, cuando se es un excluido y cuando se pasa hambre, es decir, cuando la derrota alcanza su potencia máxima. Pero, entonces, al salir del Congreso, Kirchner se zambulló en la multitud reunida en la plaza. Después de las palabras, casi sin transición, el presidente configuró un gesto político muy fuerte, es decir, dio el primer paso en una dialéctica que lo llevaría a construir poder al calor de su relación con los trabajadores y sus intereses.
En su primer año de gobierno, construyó ese poder a ritmo de vértigo, con hechos simbólicos pero también materiales de profundo alcance político. En primer lugar, descabezó a una cúpula de militares que todavía pretendía sostener la impunidad de los crímenes de lesa humanidad cometidos por los genocidas durante la dictadura de seguridad nacional, recibió y les prometió justicia a las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, denunció por la cadena nacional a la Corte Suprema de la mayoría automática de Menem y luego logró desarticulizarla desplazando a los jueces que habían sido cómplices del menemismo mientras, al mismo tiempo, proponía en su lugar a jueces incuestionables desde el punto de vista de su accionar jurídico. En el ámbito de las conquistas sociales y políticas, además recuperó las negociaciones paritarias para los trabajadores de manera que todos los años los salarios eran reajustados de acuerdo a las propias necesidades de esos trabajadores. Logró anular las leyes de impunidad que protegían a los militares genocidas mientras convertía a la ESMA en un espacio para la memoria. En el ámbito internacional, se plantó frente a las presiones de los organismos globales de crédito y logró la renegociación de deuda externa más grande y ventajosa de la historia occidental al tiempo que impulsaba la obra pública como ámbito de generación de nuevas fuentes de trabajo en un país profundamente sumergido en la pobreza, la exclusión y la desocupación. En Mar del Plata defendió políticas públicas que acabarían con el sometimiento que los neoliberales proponían a través del ALCA y que, a la vez, haría nacer y crecer la autodeterminación de la Unasur que tendría un protagonismo y una efectividad digna de los vientos de cambios que sacuden a Latinoamérica y que fue fundamental, por ejemplo, en el logro de la paz entre Venezuela y Colombia en la que Néstor Kirchner tuvo una centralidad indiscutida. Lo mismo con el intento de golpe de Estado en Ecuador. Un año después de las elecciones, ese escaso 22% que lo había llevado a la presidencia del país, el apoyo popular a favor de Kirchner se había transformado en un 75% de aceptación por parte de la sociedad. Entonces, el  kirchnerismo se transformó en el nombre propio de los cambios estructurales que Argentina requiere para transitar al humanismo más excelso. En otras palabras, Kirchner nos señaló el camino a recorrer, no para hacer inevitable algún tropiezo, sino para advertirnos que efectivamente existe un camino alternativo. Por lo mismo, las manifestaciones de apoyo y de congoja por la muerte de Kirchner en Plaza de Mayo, en el Calafate, en toda Argentina, fue la clara demostración de un nuevo nosotros donde una multitud de trabajadores se transformaron en alternativa, en movilización y militancia porque pasado el tiempo, después de siete años de transformaciones, algunas estructurales, y de la construcción de un nuevo modelo popular, estamos realmente cambiados en el mejor sentido de la palabra porque hoy empezamos a sentirnos hermanados, iguales en un punto que antes simplemente desconocíamos. Es bastante cierto que el kirchnerismo no alcanzó a contener todavía la cantidad de jóvenes y de trabajadores que anhela, que se dio cuenta tarde de que la apuesta por las generaciones de jóvenes posteriores a la dictadura es una vía para apostar y crear un futuro de una manera mucho más inteligente que la transversalidad planteada en los inicios del proceso, si n embargo, en realidad, lo que enseñó Kirchner a las generaciones más jóvenes, a los hijos del 2001, es por qué Perón fue tan importante para otra generación, tan lejana como la de los setenta y, en los años del menemismo, tan ajena y extraña a todos los  ideales del peronismo como identidad, como estrategia e ideología política popular que reivindica el humanismo. Actualmente, en esas circunstancias, partimos de una cosmovisión política muy distinta porque estos años, una vez más, nos demostraron que no todo es lo mismo ni da lo mismo. Que no es lo mismo un gobierno dominado por la derecha política que un gobierno que postula el reformismo radicalizado. Que no es lo mismo una democracia formal, del diálogo y del consenso, que una democracia definida en términos de lucha de intereses porque antes que ciudadanos somos trabajadores lo que, en definitiva, significa que tenemos intereses que derivan del hecho que vivimos de un salario, de un trabajo y que, por lo tanto, no es lo mismo un sistema de jubilaciones privadas como de las AFJP que un sistema público de jubilaciones donde se nos garantiza un piso mínimo que busca la dignidad de los trabajadores. De hecho, no es lo mismo porque precisamente son los trabajadores los que no pueden hacer esos fabulosos aportes para asegurarse jubilaciones de privilegio. Además, antes que ciudadanos somos trabajadores con determinadas posiciones e intereses políticos. Somos trabajadores con una historia vital de vida que es única, con relaciones sociales y políticas particulares, con ciertos hábitos militantes, sociales e intelectuales más o menos definidos. Desde ahora, coincidimos en defender ciertas causas con rigurosidad y honestidad intelectual. Tenemos los ojos y las conciencias mucho más abiertas. Gracias a Néstor Kirchner y las posiciones políticas por él defendidas hoy podemos pensar y experimentar el cambio porque Néstor simplemente fue un líder político abismal.
Como consecuencia del gobierno popular de Kirchner, en el mes de octubre del 2007, Cristina Fernández ganó la presidencia en la primera vuelta electoral con el 44,5% de los votos. Desde entonces, los trabajadores argentinos recuperaron el sistema de jubilaciones público, que es solidario y universal, mientras empezamos a gozar del derecho de la asignación universal por hijo para los más necesitados y tenemos una ley de Servicios de Comunicación Audiovisual que puede llegar a ser una herramienta para que todos tengamos derecho a voz y a la palabra más democrática. Hoy, Néstor nos deja otra Argentina, una Argentina mucho más concreta y real. Nos deja la Argentina del pueblo, no la Argentina de la gente. Nos deja una Argentina de los trabajadores no de los ciudadanos formales, estériles y superfluos. Ese es también el desafío político que hoy se nos plantea en el ámbito político: que muchos trabajadores dejen de ser esa nada superflua y formal a la que llaman gente para ser parte del pueblo movilizado. En ese contexto de democracia formal a la que nos tiene acostumbrado el neoliberalismo, la situación límite de los derechos de los trabajadores, que paulatinamente son excluidos de los mercados nacionales, suele precipitar el reconocimiento de una realidad muy distinta del país virtual que quieren mostrarnos los tecnócratas. Ahí se empiezan a movilizar las conciencias que, encauzadas políticamente a favor de los derechos de los trabajadores conllevan un arte de resistencia frente al neoliberalismo primero y un arte de lo posible después. Ahora gravitan otros hechos que son sobresalientes y en ese contexto hay que entender el nuevo protagonismo que adquiere la acción política con la presidencia de Kirchner. En esas circunstancias, también hay que entender la debilidad política del arco opositor, es decir, precisamente esos sectores pierden posiciones de poder porque la política, auspiciada y controlada por pequeños grupos siempre minoritarios, va contra la lógica y la propia democratización, de la participación y de la militancia política. Muy por el contrario, el nuevo protagonismo de la política, de sus acciones y reacciones, está directamente relacionada con la nueva primacía de las organizaciones representativas de los trabajadores y en ese sentido éstos empiezan a definir la agenda pública de gobierno. Mientras tanto, la debilidad política de los sectores y de los grupos opositores se muestra por ejemplo en sus propios diagnósticos que están muy alejados de la realidad actual del país. De hecho, esos grupos perciben el fallecimiento de Kirchner como la terminación definitiva del proyecto político nacional y popular que auspicia el peronismo a través de todos estos años, es decir, sostienen que tanto el kirchnerismo como el anti kirchnerismo murieron con Néstor. Otra de las consecuencias, siempre de acuerdo al arco político opositor, es el surgir de un gobierno de coalición nacional que le permita a Cristina estabilizar su gobierno hasta el fin de su mandato. La falsedad de este segundo argumento se rastrea en que concibe esa tesis a partir de una teoría que es central del neoliberalismo y que como tal fue ampliamente superada por la experiencia histórica de nuestros pueblos a saber, la teoría del fin de las ideologías que en su momento, en los noventa y luego de la caída de los socialismos realmente existentes, nos planteó Fukuyama. Es decir, traducido al momento actual argentino, la muerte de Kirchner significaría el fin de las ideologías en el sentido del fin de la lucha, de la crispación, algo así como muerto el perro se acabó la rabia. Sin embargo, la historia y la realidad es bien distinta porque, en primer lugar, Cristina ya ratificó el rumbo político del gobierno y para que desapareciera la ideología, y por lo tanto se planteara un gobierno de coalición, de consenso y diálogo formal con los sectores de la oposición, tendrían que desaparecer o vaciarse de contenido político todos los movimientos y todas las estructuras que apoyan al gobierno nacional, es decir, tendrían que desaparecer los movimientos políticos nacionales y populares con la muerte de Kirchner. La irracionalidad de este argumento es bastante notable cuando, por ejemplo, vemos que bajo ninguna circunstancia política pasó esto con el radicalismo y con el mismo peronismo después de las muertes de Yrigoyen y de Perón que así se transforman en anomalías que no son para nada excepcionales sino antes bien son la regla más lógica. En el caso del kirchnerismo, se trata de una corriente nacional, soberana y popular con eje en el movimiento nacional justicialista que, lejos de agotarse, está gobernando el país bajo la presidencia de Cristina y que reúne un caudal muy importante de militantes, de votantes, legisladores, de gobernadores, de diversos técnicos y demás funcionarios electivos, mucho mayor que cualquier otro partido o movimiento político. Es un absurdo comunicar su extinción política cuando detrás de todo este trabajo existe un fuerte arte de lo posible que avanza en beneficio de los trabajadores. Por lo mismo, son los trabajadores, esos miles y miles de hombres y mujeres, de jóvenes y ancianos que le expresaron su apoyo y su afecto, las que le dan el soporte popular necesario a su gobierno.
Siempre desde el punto de vista de la teoría de la muerte de las ideologías que los neoliberales están siempre dispuestos a sostener, hay que entender las patéticas sugerencias de la derecha política y mediática, la derecha más conservadora y reaccionaria, que ahora busca regocijarse ante la muerte de su gran enemigo. Por eso, sus paradigmas tienen que ser también motivo de reflexión y de análisis en estos duros momentos. Hemos leído que Cristina Fernández no es la jefa del movimiento peronista porque la conducción política no se hereda. En realidad, coincido con esto último, pero es evidente que no es tarea del periodismo, mucho menos el que representa a los grandes intereses económicos, definir jefaturas, vacancias o criterios de reemplazo y conducción al interior de las organizaciones, movimientos y estructuras políticas que apoyan al gobierno popular. Además, el peronismo es un movimiento político, social y cultural que siempre eligió a sus jefes en función de su legitimidad popular y de la fidelidad que esos líderes tuvieron con sus banderas fundacionales y originarias. Entonces, preguntémosles a los analistas y periodistas al servicio de la oposición, quién en este momento tiene más apoyo popular que Cristina Fernández o quién respetó y radicalizó los principios políticos básicos del movimiento peronista entendido éste como de carácter esencialmente nacional y popular. Los opositores así no solo son reaccionarios sino que hace mucho irremediablemente están fuera de la realidad, es decir, de lo que realmente pasa en el país, en la calle, en las escuelas, los hospitales, en las fábricas y en los despachos públicos y privados. Rechazan las medidas del presente porque no tienen otras para enfrentar y confrontar el porvenir de un régimen popular y entonces solo les queda refugiarse en el pasado pretendiendo restablecer lo abolido que, en definitiva, es la definición que el diccionario da a la palabra reaccionario. Entonces, precisamente son ellos los que se quedaron sin ideología, sin proyecto político, sin un horizonte de reales posibilidades de conducción política. De este modo se plantea el fondo del problema porque la oposición, frente a la caída de sus propios paradigmas, busca desmontar muchos de los artefactos políticos y las conquistas logradas con la instauración del régimen popular a partir del año 2003. Es una táctica coherente con su conducta actual porque si ahora, con obsesión, se oponen a todo lo que provenga de los movimientos sociales, del gobierno popular, es obvio que si tuvieran el poder, la primera intención sería destruir lo realizado por los gobiernos de los presidentes Kirchner. Además, como se trata de un conglomerado político muy heterogéneo, ya sin ideología política o más bien con una ideología fuertemente reaccionaria, es mucho más fácil acordar para destruir que para construir y reivindicar derechos para las mayorías.
Finalmente, hay que decir que en estos días de profundo y de infinito dolor, algo que nos trasciende se terminó de solidificar en el país y que tiene que ver con una idea de un régimen popular más inclusivo y democrático, humanista y de una mirada profundamente solidaria y colectiva, un proyecto y un modelo soberano. Desde la razón y desde el mismo dolor, con la muerte de Néstor nació el kirchnerismo, como etapa más o menos definitiva del movimiento peronista, como punto de unión del campo nacional y popular, como síntesis de lo que está llamado a unirse para sostener y profundizar una idea de nación, más justa, inclusiva, democrática y soberana. Porque es posible que esta honrosa página que escribe Kirchner con su muerte, sea una nueva versión del mismo peronismo que él abrazó en la plenitud de su vida. De todas formas no hay que apurarse porque la construcción de una nueva identidad popular, que va más allá incluso de la transversalidad política planteada en un primer momento, la construyen los propios trabajadores con movilización, con participación y con gestión pública. Es cierto que Kirchner no es Perón pero Cristina Fernández tampoco es Isabel. De todas formas, tiemblen gorilas porque ahora el que se fue es el general Perón y el que se quedó gobernando es Evita.

Alfredo A. Repetto Saieg.


Referencias bibliográficas:

Anguita, Eduardo: “El triunfo de la política” en Miradas al Sur de la edición del 31 de octubre del 2010.
Goobar Walter: ¿Quién le teme al lobo feroz? en Miradas al Sur de la edición del 31 de octubre del 2010.
Blaustein, Eduardo: “Habrá que hamacarse; la base está” en Miradas al Sur de la edición del 31 de octubre del 2010.
Cecchini, Daniel: “Néstor o el poder que otorga el pueblo” en Miradas al Sur de la edición del 31 de octubre del 2010.
Invernizzi, Hernán: “Una lección para aprender” en Miradas al Sur de la edición del 31 de octubre del 2010.
Lang, Silvio: “Una frase suspendida” en Miradas al Sur de la edición del 31 de octubre del 2010.
Trabajadores de Miradas al Sur: “Kirchner y nosotros” en Miradas al Sur de la edición del 31 de octubre del 2010.
Calcagno Eric, Calcagno Alfredo Eric: “Lo que está en juego” en Miradas al Sur de la edición del 31 de octubre del 2010.
Giles, Jorge: “El hombre del Bicentenario” en Miradas al Sur de la edición del 31 de octubre del 2010.
Garré, Nilda: “Cristina, Presidenta coraje” en Miradas al Sur de la edición del 31 de octubre del 2010.

No hay comentarios:

Publicar un comentario