sábado, 6 de noviembre de 2010

Informe:


El futuro es verde y ya llegó.

Entrevista a Gustavo Tito, director del Ipaf. Inta de la región pampeana.

–¿Qué es la agroecología?
–Es una disciplina científica para encarar los sistemas productivos desde un enfoque basado en principios ecológicos y en formas de producción amigables con el ambiente. Lo innovador que estamos planteando desde el Instituto es que a esas pautas ecológicas hay que agregarles principios de otras disciplinas del área social y económica, y a esa integralidad sumarla al saber de los productores familiares. Es decir, incorporar el “saber autóctono” o “popular” al conocimiento científico para resolver problemas productivos.
–¿Qué desarrollo tiene la agroecología en el cinturón verde metropolitano?
–Las primeras experiencias surgieron allí en 1990. Algunas se han mantenido y otras se han fortalecido. En algunos casos, hubo un incremento muy marcado del enfoque agroecológico por cuestiones institucionales o del territorio, como es el caso del Parque Pereyra Iraola, que al ser reserva de biosfera, sus productores han entrado en una transición al sistema agroecológico y otros han encontrado canales de comercialización como la venta domiciliaria, venta en quintas o distribución en algunos comercios específicos. Han aparecido algunas ferias, que digamos es incipiente pero tiene mucha actividad e impacto en algunas organizaciones que están abocadas a esto.
–¿Podría hablar en cifras del fenómeno?
–No hay un censo acabado de la situación. Por ejemplo, en Parque Pereyra hay 160 familias de productores y hay una mayoría que están en la transición agroecológica, pero no todas.
Esto no se repite en forma pareja en todo el cordón hortícola de la región sur. En algunos lugares se encuentran concentrados, y en otros aislados y rodeados de productores convencionales. No hay números, pero sí se puede decir que la Argentina es una gran exportadora de productos de base agroecológica y orgánica.
–¿Podemos hablar de un avance de la agroecología?
–Sí, especialmente después de 2001, que hubo una reactivación de las políticas del Estado para el sector de la agricultura familiar bajo el enfoque agroecológico. Se podría decir que el Estado se lanza, hay un interlocutor que está presente y es válido. Hubo organizaciones de desocupados que hoy son agrupaciones de huerteros que están en la feria verde y ahora venden productos agroecológicos. Esto es una respuesta a la crisis que vino para quedarse. No es que están haciendo huerta y luego harán otra cosa. Esto tiene que ver con que se organizó la agricultura familiar. Ahora bien, es evidente que en el concierto general de todos los sectores productivos o en el enfoque hegemónico de la producción agropecuaria, la agroecología sigue siendo minoritaria. Lo que es cierto, es que soluciona dos problemas clave: la pobreza, por generar alimentos sanos, y el cuidado del ambiente, porque produce amigablemente.
–¿Qué beneficios trae a los productores esta modalidad productiva?
–En primer lugar al bolsillo, porque utiliza los recursos disponibles y pone en valor todos los conocimientos que ya tiene y la mano de obra familiar. Para los productores de agricultura familiar la mano de obra es parte sustantiva del sistema de producción. No es un costo adicional. Es, en realidad, la generación de empleo genuino en el lugar. Entonces, no significa un costo directo, sino al contrario, es la forma de amparar a toda la familia en función de la producción. Además, hay otro beneficio en la posibilidad de producir para mercados próximos, de cercanía al cliente, y tiene el valor agregado que quien compra reconoce el producto. En algunos casos con sobreprecios pero en otros no necesariamente, y los clientes lo compran generando una demanda y la formación de mercados cautivos. Esto ha hecho que muchos productores comiencen a estar tentados hacia una transformación a esta modalidad.
–¿Qué riesgos tiene un productor agroecológico?
–Para minimizar los riesgos que se puede tener ante cualquier eventualidad, la agroecología lo que hace es diversificar mucho la producción, conservar la materia orgánica. Por ejemplo, hacer barreras contra ataque de plagas, entonces si hay algún avatar climático, ellos tienen como amortizar ese problema. Porque de algunas manera, estos productores tienen puestos los huevos en distintas canastas.
La agroecología está muy asociada también con la diversificación de los canales de comercialización, por eso son sistemas estables en el tiempo y esto para una agricultura familiar, de poco capital, es muy importante. La calidad no se logra fácilmente en los sistemas productivos, y en este caso vemos que hay una mayor resiliencia del sistema, porque puede responder a problemas de mercado o factores climáticos con mayor resistencia y esto para los productores es clave.
–¿Qué políticas impulsa el Estado para promover este desarrollo?
–Desde el Inta/Ipaf estamos investigando tecnologías apropiadas de base agroecológica. Tenemos una política de Estado para generar este tipo de tecnologías, para que los productores las tengan a disposición ya sea porque producen de esta manera o porque quieren encarar el proceso de transición desde sistemas convencionales. Lo que constituye una respuesta a nivel tecnológico muy fuerte.
Después, hay otras políticas o instituciones del Estado que están financiando con subsidios o créditos este tipo de producción con enfoque agroecológico porque están específicamente destinados a eso. También hay líneas de apoyo que promueven otros productos que acompañan estos proyectos por su seriedad, ya que se trata de proyectos de mucha coherencia desde el punto de vista del actor social que los presenta y por la estabilidad que tiene el sistema.
Las iniciativas son financiadas por la Subsecretaría de Agricultura Familiar, la Comisión Nacional de Microcréditos que depende del ministerio de Desarrollo Social de la Nación; además de todo el trabajo de extensión que hacemos desde el Inta más el de la subsecretaría y lo que aportan las provincias, lo cual hace que haya cada vez más técnicos especializados en asesoramiento agroecológico desde el Estado.

Fuente: Por  Producción y Trabajo en Diario Miradas al Sur de la edición del 24 de octubre del 2010.

Soluciones agroecológicas.

Por la senda de la “producción verde”, pequeños horticultores encuentran la sustentabilidad de sus emprendimientos. Su impacto social, ambiental y económico. El caso del Parque Pereyra Iraola.
El mal tiempo es uno de los peores fantasmas para los hombres y mujeres del campo. Pero si a eso se suma el problema del cultivo de la tierra, la cosa puede mutar inexorablemente en la peor de las pesadillas posibles. Antes de que eso ocurriera, los agricultores del Parque Pereyra Iraola, unas 160 familias que se dedican a la agricultura y hoy producen entre otras variedades de verdura, zapallitos, tomates y espinacas, se convirtieron a la “agroecología”. Una forma de producción característica de las zonas periurbanas que minimiza el uso de contaminantes, preservando los recursos naturales y haciendo hincapié en la diversificación de los productos y de los canales de comercialización.
El problema de la tierra no es menor en el Pereyra Iraola, un pulmón de algo más de 10.000 hectáreas lindante con los partidos de Berazategui, Florencio Varela, Ensenada y La Plata, convertido en reserva natural provincial por Juan Domingo Perón en 1949 y declarado “reserva de biosfera” en 2008, por la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). La mención, que impone límites a la acción del hombre sobre los recursos naturales en función de la preservación del entorno y el desarrollo sostenible, aceleró el proceso de expulsión de las familias que allí cultivaban a la manera convencional, haciendo uso de agroquímicos y venenos para erradicar las plagas en poco más del 10 por ciento de los terrenos disponibles para su uso productivo.
“Todos los productores que trabajábamos en la zona veníamos de familias de agricultores convencionales. Le poníamos venenos químicos a la verdura como recomendaban los ingenieros en ese tiempo, y de repente, nos encontramos con que íbamos a perderlo todo”, cuenta Elena Senattori, quintera que habita y trabaja su parcela en el Parque, desde hace más de treinta años.
Bety, como la llaman sus vecinos, sostiene que “entonces llegó el Inta (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) y nos propuso cambiar la producción a la agroecología y así empezamos a aprender; al principio no sabíamos nada, pero ahora después de diez años podemos de decir que la cosa cambió”, asegura Senattori, que trabaja alrededor de siete hectáreas y desde 2003 integra junto a productores vecinos el grupo Santa Rosa.
“Nos quisieron echar porque contaminábamos la tierra”, cuenta Mariano Krayeski, de 32 años, productor, hijo de horticultores a quienes un viejo quintero italiano les cedió sus cinco hectáreas del Parque, allá por 1975. “Pedimos ayuda y vino un técnico de Cambio Rural (Programa que depende del ministerio de Asuntos Agrarios de la provincia de Buenos Aires) y nos enseñaron a trabajar de otra manera, porque el método convencional no resolvía nuestros problemas de producción”.
Krayesky es referente de la Cooperativa de Trabajo de Hudson y Pereyra (CoTraHyP), otro grupo de hombres y mujeres que se formó en aquel momento para hacerle frente a la crisis. “Los más jóvenes cambiamos más rápido de idea, pero había gente grande que tenía muchos años en la quinta y se resistía a que le vinieran a enseñar”, recuerda el agricultor y revela la comprobación que los empujó a la transición. “Teníamos mosquita blanca, una plaga que aparece en el tomate y genera una grasitud en la planta que termina matándola. Un quintero nos dijo que le pusiéramos tabaco hervido y fue lo único que resultó eficiente a pesar de todos los agroquímicos que hay. Ahí dijimos, bueno hay que convencerse”. Los pioneros. Para ese entonces los beneficios de las huertas orgánicas ya se conocían en otros puntos del cinturón verde que rodea a La Plata. Según los expertos, los productores hortícolas platenses fueron pioneros en la transición hacia estos sistemas de desarrollo debido mayormente a las dificultades económicas que enfrentaban para seguir produciendo. “La ‘modernización’ del rubro relegó a los productores de hortalizas de la zona para quienes el uso de insumos cada vez más costosos se volvió inaccesible”, explica Mariana Marasas, técnica del Instituto para la Pequeña Agricultura Familiar (Ipaf) de la Región Pampeana del Inta y coordinadora de una de las primeras experiencias agroecológicas participativas en Arana, una pequeña localidad del partido de La Plata.
Marasas explica que “la agroecología es una solución para esa problemática, ya que sienta las bases para la creación de tecnologías que están íntimamente relacionadas con el entorno natural y económico de los productores”. Desde su práctica, los quinteros confirman la teoría: “Producir agroecológicamente implica, entre otras cosas, la rotación de cultivos, es decir, esta temporada siembro un tipo de verdura y la próxima otra, mientras a la vez se deja descansar una parcela de la quinta”, describe Krayesky, quien agrega que en la fertilización del suelo se utilizan materiales orgánicos como abono de gallina y de vaca.
“Con la agroecología aprendimos a plantar el tomate cerca de la cebolla de verdeo y la albahaca, que ahuyentan las plagas porque son aromáticas y mejoran el sabor del tomate”, ejemplifica Bety Senattori. A su vez, afirma que gracias a los aportes de los técnicos, lograron confirmar que el brócoli libera una sustancia que mata otra plaga provocada por un tipo de gusano llamado “nemátodo”, que quita los nutrientes del suelo y se había transformado en uno de los principales perjuicios para sus producciones.
Por su parte, Antonio Maidana, otro experto que trabajó en la zona en el marco del Programa Cambio Rural bonaerense, explica que el proceso de reconversión tuvo un primer momento, donde los productores tomaron una “decisión estratégica” al avanzar en la transformación técnica que implicó “cambios en el uso de los agroquímicos y la posibilidad de biodiversidad de colores, olores y formas”. Y un segundo momento, que están transitando “ligado a la gestión” y comercialización de los productos. Al respecto, agrega: “Estamos contribuyendo a generar una forma de economía social en la que participan activamente el productor y el consumidor. Ambos tiene la certeza de saber qué es lo que se está comerciando, ya que está claro cómo se produce lo que se consume”. De las quintas a las mesas. El hecho de integrar el cinturón verde, y ubicarse en rededor de las ciudades es otra gran ventaja para las huertas orgánicas. “La agroecología tiene una característica interesante: puede estar en las zonas “periurbanas” o cercanas a las grandes ciudades globalizadas, justamente por su característica de ser amigables con el ambiente”, explica el ingeniero agrónomo Gustavo Tito, director del Ipaf.
Esta cercanía, explica, constituye otra potencialidad para el quintero ecológico, que puede establecer un vínculo a veces directo con el cliente. Los productores coinciden, “se trata de trabajar de productor a consumidor, que es la base del comercio justo”.
“Nosotros en La Plata trabajamos con la Red (de Comercio Justo) donde el precio de la canasta básica de verduras se pone entre todos y no se modifica por la demanda”, asegura Senattori y recuerda, “el año pasado la jaula (cajón) de cebolla de verdeo llego a costar 150 pesos y nosotros la mantuvimos a 40, la espinaca llego a costar 10 pesos y nosotros no la movimos de los 4 pesos”.
Según los técnicos, la diversificación de los canales de venta es otra característica de la agroecología y su condición de posibilidad. “El mercado pide sin manchas, por las formas, más que por la calidad o el sabor. Por eso cuando vienen los camiones a las quintas a levantar la producción también son una barrera porque llevan sólo lo que el mercado demanda. Entonces, cuando se plantea una propuesta agroecológica, también tiene que jugar con estas variables”, sostiene Marasas.
Es en esta perspectiva que las ferias comunitarias, las quintas y los mercados, en ese orden, son las bocas de venta de la mayoría de estos productos frescos, que en muchos casos pasan de las manos del productor a la bolsa del consumidor.
Krayesky selecciona la espinaca más verde y la coloca en pequeños atados en cajones de madera, que irán a la Feria de Chacarita o la feria de Hudson; Senattori cruza una carretilla repleta de zapallitos hasta la casa de un productor vecino, donde reúnen los productos que venden en la Feria de Bompland en la Ciudad de Buenos Aires o a la Feria Manos de la Tierra que funciona en las facultades de Agronomía y Veterinaria de Universidad Nacional de La Plata.
Se trata de circuitos comunitarios que surgieron durante la crisis de 2001, que se fueron consolidando con el paso del tiempo y hoy constituyen un ámbito fundamental para quienes viven del trabajo asociativo: trabajadores de emprendimientos autogestionados, artesanos y pequeños agricultores.
Las ferias son el punto de encuentro de la agroecología y la economía social, y un ámbito que “permite volver a generar ciertas redes que estaban perdidas”, explica el titular del Ipaf. “Tanto en la economía social como en la agricultura familiar, la unidad doméstica está imbricada con la unidad productiva. La producción es parte de la vida del productor. Los trabajadores de la economía social no es que van al trabajo y vuelven a su vida particularn sino que comprometen toda su vida social en esto. Entonces, son estas dos institucionalidades, economía social y agricultura familiar, quienes pueden potenciar muchísimo la posibilidad de generar una economía que tiene que ver con la cercanía entre el consumidor y los que producen. Sería una enorme contribución para cerrar un poquito el tejido social que se ha roto en la Argentina”, sostiene Tito.

Fuente: Letoile Yael y Martínez  de Irujo, Sebastián en Diario Miradas al Sur de la edición del 24 de octubre del 2010.

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