sábado, 4 de diciembre de 2010

Opinión.




Néstor Kirchner, el nombre de una Patria más dulce y suave.

Lo que ha sucedido en las calles argentinas de un mes a esta parte lleva el signo indeleble del amor. Corazones doloridos, gargantas aprisionadas, pupilas acuosas y abrazos de cuerpos conmovidos hasta sus cimientos. Todo ello ha ocurrido ante la vista de extraños y propios. De aquellos no podemos esperar más que la reiteración del cliché por más que la figura de un Néstor Kirchner colérico se haya desvanecido desde el mismo momento en que las multitudes fuimos al encuentro, y al resguardo, de sus restos físicos. A lo largo de este mes se han hecho, y se seguirán realizando los más variados análisis y aportes. Personalmente, no dejo de escuchar en mi interior dos de sus frases más persistentes: “los abrazo fuertemente”, y cuando decía que todo lo hacía desde su corazón de pingüino. Después del 2001, ¿quién si no él podía hablarle a sus compatriotas con palabras semejantes? El Flaco lo hacía porque así le nacía -y eso se notaba inclusive a la legua catódica de una transmisión televisiva-, pero también porque cada día se deslomaba para que tengamos más laburo y menos injerencia extranjera, más justicia y menos impunidad, más palabras plenas de sentido reparador y menos discursos vacíos. Con cada familia que nuevamente se reunía en su propia mesa, con cada argentino que por su voz y su acción comprendía las mentiras del entramado cultural neoliberal, con cada compañera que recuperaba el orgullo que siempre tuvieron las dignas hijas de este pueblo, Néstor nos abrazaba fuertemente a su corazón argentino. Kirchner nos estaba devolviendo una patria más dulce y suave, la que muchos de los más jóvenes -y eso, lamentablemente, nos a incluye a muchos cincuentones- nunca tuvimos la dicha de vivir. Esa “realidad efectiva” es la que los medios monopólicos se empeñan en ocultar y… sin embargo ahí están los pibes haciendo que, por primera vez en décadas, los viejos militantes sientan que ahora sí pueden acariciar las delicias de la posta y el recambio. Nadie abandona su puesto de lucha, no, porque a esa patria dulce y suave la sabemos acechada por liberales de derecha y de izquierda. Y ello también es un mérito del Flaco, que puso a “lo nacional” por encima de todas las “verdades relativas” de cada uno y de cada grupo. Y frente a esa fragmentación, frente a esa dispersión de voluntades y de esfuerzos, Néstor llamó de mil modos a construir entre todos la Nación emancipada, el hogar del amor comunitario y del “abrazo hermanador” entre los compatriotas. Nunca falta quien, cínicamente, ve en estas apelaciones una falta de análisis clasista o de rigor ante la ortodoxia ideológica. No comprenden que los cipayos se cortan solos, siempre ciegos y sordos -pero no mudos- ante “lo nacional”. Eso “nacional” que es popular, democrático, rebelde, plebeyo, grasita, estudiantil, laburante, masivo, insolente, machacador y memorioso. Y que hoy levanta una bandera en la que se suma un nuevo nombre a los de nuestros genuinos héroes libertadores. El de un hombre que nos dejó, insisto, una patria más tierna, más amorosa, más nuestra y más humana. Gracias, Flaco. En la sagrada memoria de tu pueblo se venerará cada día tu hermoso nombre de varón: Néstor Carlos Kirchner.

Por Carlos Semorile


 


José Saramago (Enviado por el compañero Mario Funes)

Frecuentemente me preguntan que cuántos años tengo... ¡Qué importa éso!

Tengo la edad que quiero y siento. La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso. Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso, o lo desconocido. Tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la convicción de mis deseos.
¡Qué importa cuántos años tengo!
No quiero pensar en ello.
Unos dicen que ya soy viejo y otros que estoy en el apogeo.
Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice, sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.
Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso, para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos y atesorar éxitos. Ahora no tienen por qué decir: Eres muy joven... no lo lograrás.
Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma, pero con el interés de seguir creciendo. Tengo los años en que los sueños se empiezan a acariciar con los dedos, y las ilusiones se convierten en esperanza.
Tengo los años en que el amor, a veces es una loca llamarada, ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada. Y otras un remanso de paz, como el atardecer en la playa.
¿Qué cuántos años tengo? No necesito con un número marcar, pues mis anhelos alcanzados, mis triunfos obtenidos, las lágrimas que por el camino derramé al ver mis ilusiones rotas... Valen mucho más que eso.
¡Qué importa si cumplo veinte, cuarenta, o sesenta! Lo que importa es la edad que siento.
Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos. Para seguir sin temor por el sendero, pues llevo conmigo la experiencia adquirida y la fuerza de mis anhelos.
¿Qué cuantos años tengo? ¡Eso a quién le importa!
Tengo los años necesarios para perder el miedo y hacer lo que quiero y siento.

José Saramago
Premio Nobel Literatura 1998.

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