viernes, 29 de julio de 2011

Las alternativas de la democracia.

Análisis sobre el concepto de la democracia y sobre el sentido que adquiere para los distintos sectores, grupos y clases sociales que pugnan por imponer sus propios intereses, cultura y formas de vida.

Tanto el Fondo Monetario Internacional como representante primero y central de los organismos globales de crédito, como representante de la especulación y de la economía financiera que reivindica el automatismo de los mercados que es, en fin, el responsable directo de la crisis actual a nivel del sistema comercial globalizado en los términos y bajo la lógica, los intereses y las directrices de los neoliberales, junto con la dictadura cívico-militar, las de la seguridad nacional que tanto error y horror político trajeron a nuestra Latinoamérica y los mismos años noventa con la imposición de las políticas de apertura, desregulación y privatizaciones que también hicieron de las suyas, en la actual coyuntura política de cambios en el sentido de las nuevas democracias de la inclusión social y de los gobiernos tanto nacionales como populares y soberanos, cedieron centralidad ante un actor concreto: las corporaciones. De ahora en más, son las grandes corporaciones quienes, en el diario trajinar que busca defender sus propios intereses, se convierten en actores centrales como sujetos opositores a los cambios auspiciados desde el sector público y los diversos sujetos políticos que representan los intereses de los trabajadores. En esas circunstancias, también los medios masivos de comunicación y de información, en la medida en que son controlados por esas mismas corporaciones, son un terreno que se torna fundamental en la lucha por imponer la hegemonía propia. Entonces, lo que vemos ahí, la característica primera del proceso de lucha actual es precisamente el surgir de una fuerte confrontación entre el poder de las corporaciones y el poder que generan los sectores populares.
Realmente todo esto, el hecho de que se produzca esa confrontación entre intereses que en la práctica son opuestos, que además en el fondo son irreconciliables, no es novedad porque quien se compromete en un proceso de transformaciones, cuando son estructurales, deberá producir, quieralo o no, ciertas polarizaciones que en general no son menores ni superfluas. De hecho, en determinado momento, en la medida en que el proceso avance en favor de la igualdad y en la distribución de las riquezas, todos los actores y todos los sujetos y actores políticos involucrados, como representantes de ciertos sectores, de algunos grupos de interés y clases sociales, se juegan el todo por el todo. Es que los sectores que se beneficiaban de la situación anterior no pueden dejar el poder de manera voluntaria. Nunca pasó de esa manera en la historia del hombre. Todos y cada uno de los grupos de poder luchan, hasta el fin, en defensa de sus modos de vida. Es que están en juego intereses, formas de pensar, una lógica, cierta cultura y determinadas formas de vida que definen la pertenencia social de cada uno. Entonces, así como existe un discurso libertario, del humanismo más excelso, existe también un discurso de lo político que es meramente formal, abstracto e institucionalista. Esa forma de vivir la democracia, formalista, abstracta e intitucionalista, frente a los cambios en favor de la justicia social y en favor de la concreción de los derechos y de las garantías constitucionales, solo le queda insistir en la defensa del momento institucional porque es ese momento la base del estatus quo. El problema para esos grupos, directamente ligados a la ley y al orden de los neoliberales, es que ignoran que las instituciones no son ni pueden ser entidades neutrales. Muy por el contrario, las instituciones políticas, que son parte de las estructuras y de las bases del régimen político, en cuanto tales son la cristalización de una relación de fuerza. Dicho de otro modo: defender puramente el sistema institucional es cerrarse a toda perspectiva de cambio y por ello insisten en la ley, en el orden y en el estatus quo. En realidad, el cambio no tiene porque darse contra las instituciones, pero todo proceso de cambios necesariamente altera el equilibrio político e institucional porque altera la lógica, las verdades, las definiciones y las actuaciones del régimen político. Por eso, si bien es importante la continuidad de las instituciones, en el sentido de militar en favor de la previsibilidad de los conceptos y valores de la democracia, lo fundamental es ser capaces de combinar la continuidad institucional con el proceso de transformación de las instituciones en favor de una gestión más democrática del régimen político.
En relación al proceso de polarización política al que me acabo de referir, lo importante es que ese proceso se efectúe ganando el consenso de otros sectores progresistas. En concreto, para que los sectores democráticos y populares logren primar por sobre los sectores más reaccionarios, por sobre la clase de los patrones, tienen que consensuar con quienes estén dispuestos a defender y luchar por el bien de las mayorías más allá de las condiciones sociales de cada cual. Hasta hoy, en los diversos países latinoamericanos que se han jugado en favor de los trabajadores, por primera vez en la historia, este proceso no se dio en forma autoritaria y por eso los gobiernos populares consiguieron un grado bastante importante de consenso donde si bien, como ya dije, los conflictos son inevitables, el momento de consenso que vivimos es mayor que en cualquier otra etapa de la historia latinoamericana. Es que este nuevo proceso de consenso se basa en una especie de auto conciencia de los trabajadores. Si bien es cierto que no es nada común que un movimiento nacional y popular tenga el acompañamiento de los intelectuales estamos en presencia de una revolución cultural que se basa, ni más ni menos, en la toma de conciencia de las mayorías. Y quien tiene conciencia histórica de lo que pasa puede orientarse y orientar esa realidad a partir de sus propias acciones y militancia. Conocer cuales son las alternativas políticas frente a las diversas encrucijadas históricas, conocer las fuerzas y sectores sociales en pugna por el control del régimen político y conocer la lógica de funcionamiento del mismo, hace la gran diferencia porque nos evita vivir las crisis como meras coyunturas cuando en realidad, la mayor parte de las veces, esas crisis tienen directa relación con las formas y las políticas del propio Estado capitalista que se expresa a través del régimen.
Sin embargo, ese conocimiento de la realidad, esa auto conciencia y esa nueva cultura en términos populares, que defiende el bien común, no es una tarea fácil porque difícilmente encontraremos un concepto más amplio y vago, que se use de tan distintas maneras, como el de la democracia. En verdad, este concepto es usado tanto como sustantivo y adjetivo, lo usamos para hablar de una persona, para decir si es o no democrática, y también al referirnos a una institución. En el ámbito de la política se usa para reivindicar los derechos humanos como también para defender el terrorismo de Estado, se usa para profundizar en la igualdad de oportunidades pero también como excusa para invadir países y apropiarse de sus recursos. Lo usan los sectores dominantes para proteger sus intereses incluso a partir de teorías y formas de acción política que se pretenden progresistas. El caso más emblemático al respecto es el reformismo político como fin mismo que en los países más desarrollados, una vez que logran renegar del radicalismo político, se expresa en la socialdemocracia y en el llamado socialismo. Tanto es así que éste, el socialismo, siempre bajo la forma socialdemócrata, nos plantea como eje rector de su ideología que la decadencia del capitalismo es improbable porque el mismo tiene armas de defensa que le permitirían autorregularse ante la llegada de cualquier crisis. Por supuesto que ellos no ven la crisis como consecuencia de la caída de la tasa media de las ganancias del capital. En todo caso, las armas que el Estado capitalista tiene a su alcance para resguardarse de lo que él mismo considera las utopías igualitarias son, entre otras tantas, la posibilidad de obtener créditos y la capacidad de maniobra de las llamadas patronales, que se organizan políticamente en las cámaras de comercio y de empresarios desde donde defienden los intereses de los dueños del capital para así poder acceder con ventajas comparativas y en términos de dominio, control y monopolio, a los diversos mercados que componen y estructuran las formas de la producción y distribución de bienes y servicios. Es decir, para los socialdemócratas, el Estado en su acepción capitalista se encuentra blindado por lo que, a lo más, simplemente podemos aspirar a la lucha por mejorar la organización y la administración del régimen político donde desde siempre rigen las leyes de la oferta y de la demanda. Por eso, la socialdemocracia en Europa, ante sus propias frustraciones y límites, deriva en el neoliberalismo que radicaliza esa idea de la oferta y de la demanda llevándola a los extremos del automatismo de los mercados que rige en esos países. En esas condiciones, la democracia no tiene mucho que ver con la igualdad y con los derechos y conquistas sociales fundamentales que hacen a la justicia social.
Entonces, desde la perspectiva de los socialdemócratas, ya no importa ni tiene mucho sentido luchar por la igualdad o por la justicia social llegado a determinado punto de desarrollo del Estado capitalista, cuando se consolida el neoliberalismo, cuando se consolida la guerra de civilizaciones, el fin de las ideologías y de la propia historia. Así, y hasta cierto punto, traicionan sus propios ideales, los que alguna vez pretendieron reivindicar en favor de la libertad, de la igualdad y la fraternidad. Sin embargo, de alguna manera, más allá de esa sobrecarga que asume el concepto de democracia en sus diversas acepciones, que tienen que ver con el desarrollo y evolución de la lucha de clases, sigue teniendo y manteniendo una fuerte impronta de lo que fue la idea original del concepto, es decir, como promesa que siempre estuvo ligada directamente a la idea de igualdad de oportunidades y de distribución de la riqueza. Es que la realidad nos muestra que los cambios en términos de la gestión popular como genuina expresión de los intereses, de las necesidades y urgencias de los trabajadores, de una o de otra manera, se hace camino al andar, supera todos los límites y se impone porque, en fin, la (r) evolución es un acto de creación y de acción política, mientras que la legislación, las leyes y el orden que tanto defienden los neoliberales, antes que ser inmutable es la expresión política de la vida de una sociedad que ya existe, es decir, es expresión de la lucha entre los diversos grupos de intereses que representan a ciertos sectores y clases sociales que son antagónicas en sus aspiraciones finales. Muy por el contrario, el reformismo político, que decididamente nos plantea la reforma y la administración, el asistencialismo y las políticas del régimen benefactor antes que la inclusión a partir de la creación de derechos y la defensa de lo ya conquistado por los sectores populares, no posee una fuerza propia, independiente de los cambios en términos estructurales. Es que en cada período histórico de cambios y transformaciones fundamentales, la obra de los reformistas queda supeditada a la dirección que le imprime el ímpetu de la última (r) evolución, y prosigue mientras el impulso de la última (r) evolución se haga sentir. En palabras un poco más simples, la obra de los reformistas de cada período histórico de cambios que son estructurales se realiza únicamente en el marco de la forma social y del contexto político, social, económico, comercial y cultural creado por la misma (r) evolución.
La democracia como proyecto, como idea fuerza y rectora de los intereses populares, en la medida en que se impone una lógica superadora del egoísmo típico del capitalismo, en la medida en que se impone el bien común y en la medida en que se impone a los preceptos ideológicos del reformismo político como fin mismo, donde la socialdemocracia es apenas una de las formas en que se manifiesta, siempre reaparece una y otra vez a lo largo de la historia, aunque muchas veces de forma caótica y diversas. Es que, de una o de otra manera, ha vuelto una y otra vez metiéndose por la ventana de las construcciones políticas que se fueron armando en cada tiempo distinto. El desafío del concepto de democracia es que quienes pensaron las actuales instituciones políticas, Francia, su revolución, el Iluminismo y la Ilustración, Estados Unidos e incluso la mayoría de quienes hablaron y lucharon por la independencia de nuestros países, algunos de nuestros propios libertadores y sus ejércitos, que a veces incluso constituyeron el pueblo en armas, todos, cuando diseñaban nuestras actuales acciones de gobierno y políticas públicas, muchas veces no las entendían como democráticas, precisamente porque ellos no la pensaron en términos de militar en favor de la igualdad de oportunidades o de distribución de la riqueza. Hoy, frente a los cambios en curso, es ineludible referirse a la cuestión de la igualdad de oportunidades, de la generación y distribución de la riqueza, del bien común y de la satisfacción de las necesidades de las mayorías. Ese es el gran cambio del nuevo siglo por lo menos en la mayor parte de Latinoamérica.

Referencias bibliográficas:

Zanini, Carlos: “La clave: el retorno de la película”. Publicado en Miradas al Sur de la edición del 26 de junio del 2011.
Bencivengo, Gabriel y Balázs Francisco: “Defender la pureza institucional es cerrarse al cambio”. Publicado en Miradas al Sur de la edición del 26 de junio del 2011.
Trsitán, Rosa: “El devenir de la socialdemocracia” Publicado en Debate Socialista de la edición del 15 y 17 de octubre del 2010, #117.
Autor: Alfredo A. Repetto Saieg.

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