viernes, 28 de octubre de 2011

Homenaje de Patria Grande a Néstor Kirchner.


Por siempre, Néstor.

En este primer aniversario del paso a la inmortalidad del compañero Néstor Kirchner, podría decir que fue el hombre que entró a la Casa Rosada sin dejar sus convicciones en la puerta; o quien le devolvió a la política su condición de herramienta transformadora de una sociedad. O que el mejor homenaje es “la voluntad del pueblo”, como reza un afiche que por estas horas puebla las calles de Buenos Aires.
Sin embargo, como estas reflexiones las escuchamos reiteradamente desde hace un año, y las volveremos a escuchar en los días que corren, prefiero recordarlo a partir de algunas vivencias personales que refuerzan todo esto que acabo de enunciar. Y es así que se ocurre:
Cómo no recordar que, por esas horas de la mañana, me encontraba realizando el censo en la cuadra de Vidal entre Crisólogo Larralde y Núñez, más precisamente en un edificio donde su encargada, Hortencia, me transmitió como resignada la noticia que nunca hubiera querido escuchar. ¡Quédese tranquilo, que todavía no está confirmado oficialmente!, trataba de calmarme en vano, porque esa confirmación llegaría pocos minutos después.
Cómo no recordar que tomé con furia el celular y escribí “puto día”, como una forma de compartir mi pésimo estado de ánimo con mi familia, compañeros y amigos.
Cómo no recordar que en este instante me invadió una sensación de querer “tirar todo a la mierda” y volverme rápido a mi casa, situación que felizmente superé cuando entendí que el mejor homenaje era garantizar el éxito de un censo que la derecha se había esmerado por hacer fracasar.
Cómo no recordar, ya de regreso a casa, el gesto de dolor de Andrés, el encargado del edificio, y mi posterior crisis nerviosa.
Cómo no recordar que, después de una rápida cena, fui a la Plaza en uno de los últimos subtes que partía de la estación Congreso de Tucumán rumbo a Catedral, sin importarme demasiado que al día siguiente debía madrugar para ir a mi trabajo en Campana.
Cómo no recordar la mirada perdida de tantos obreros que esperaban el colectivo en la parada de Panamericana y Ruta 197 y el ascenso silencioso de muchos de ellos al micro que me transportaba.
Cómo no recordar el apretón de manos que nos dimos con Guillermo, el boletero de la empresa de colectivos, con quien comparto ideales y utopías.
Cómo no recordar que, al llegar a la oficina, le comuniqué a quien entonces era mi jefa, que necesitaba tomarme desde el día siguiente lo poco que me quedaba pendiente de la licencia vieja, para poder estar junto al pueblo en esos momentos tan particulares.
Cómo no recordar que, en la cola que avanzaba por la calle 25 de Mayo, un matrimonio jujeño, acompañado de su pequeña hija, me contó que allí en el norte vieron por primera vez a un Presidente cuando Néstor los visitó. Y que se mezcló entre la gente, como uno más. Y que les preguntó a los pobladores cuáles eran sus necesidades. Y que, tiempo después, llegaron las obras que los propios pobladores pidieron. Y que fue el primero que “hizo algo por el pueblo”.
Cómo no recordar que, en la mañana del viernes, estuve nuevamente en la Plaza, donde una densa lluvia acompañó la congoja popular, de la misma manera que en julio de 1952 y en el mismo mes de 1974.
Cómo no recordar que, una semana antes de ese viernes, Néstor y Cristina visitaron Chivilcoy, mi pago chico, donde participaron de los actos centrales por los 156 años de la fundación de la ciudad. Y que ese acto será recordado como la última aparición pública de Kirchner.
Todas esas vivencias, semanas después, fueron volcadas en los versos de un soneto. Me quedé con esa idea de un tipo de corazón inmenso que, de puro grande que era, se escapó del pecho, estalló “cual volcán en llamas, desafiante” y se fue a vivir al espacio, junto a los astros y galaxias, que “admiran su grandeza”.

Fuente:

La imagen que acompaña a este artículo fue diseñada y enviada por la compañera Mariana Viñas y el texto en cuestión fue escrito y enviado por el compañero José Yappor.

José Yapor

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