sábado, 2 de octubre de 2010

Análisis político de la semana

La lucha entre modelos de desarrollo.

En cuanto a la economía nacional, me parece que en Argentina nada hace suponer que el año próximo será diferente al actual en relación al crecimiento y el desarrollo. De todas maneras, quienes buscan desestabilizar el modelo en curso, los que buscan sembrar cierta incertidumbre, por ejemplo, sobre las decisiones y la gestión pública en materia de inversión, ahorro y de consumo, son los sectores y grupos opositores con sus disparates y su incapacidad política, estratégica y teórica para plantear alternativas que sean superadoras al régimen político actual. Es que, en realidad, no cuentan con un proyecto alternativo desde el momento en que el régimen nacional y popular demostró su eficacia y su eficiencia para superar una crisis terminal como la del 2001 que simplemente nos conducía al abismo por la misma incapacidad de esos mismos sectores y grupos políticos. Así, el modelo nacional y popular hace varios años que sostiene presupuestos equilibrados, es decir, con superávit fiscal y comercial en el marco de una estrategia de desendeudamiento que incluye la acumulación de reservas, la generación de empleo como mejor forma de combatir la exclusión y la marginación de los trabajadores y la reivindicación de la soberanía en todos sus ámbitos. En esas circunstancias, las acciones y reacciones del actual gobierno de Cristina Fernández, refleja la continuidad de una decisión y gestión política que nació en 2003 con la presidencia de Néstor Kirchner y que plantea, entre otras medidas de carácter populares, la expansión del gasto para impulsar el crecimiento de la economía que, ahora sí, busca una mejor distribución de la riqueza generada colectivamente. Además, el modelo en curso inauguró un proceso que nos permitió salir más que airosos de la crisis global que, a partir del impulso de la obra pública, logró proteger los salarios y el empleo. En este aspecto también hay que destacar la asignación universal por hijo, la suba del salario mínimo y el aumento de las jubilaciones. Entonces, cuando la oposición habla de dibujo en relación al presupuesto que el gobierno envía al congreso para su discusión y eventual aprobación, la verdad es que no puedo entender a que se refieren. Puede ser que quieran recortar los gastos sociales o los recursos destinados para educación. Puede ser que quieran aumentar las tarifas de la luz, del gas o del transporte público pero no lo dicen. Por su parte, los trabajadores tenemos que seguir defendiendo un modelo que permita crecer con tasas que, con excepción del año pasado, se ubican entre el 8 y el 9% anual. Se trata de recuperar la tasa de inversión histórica que estuvo ausente durante toda la década de los noventa con el régimen neoliberal. De lo contrario, es decir, sin una recuperación de la inversión pública,  no podría sostenerse el crecimiento, el desarrollo nacional ni el descenso del desempleo. Así, cuando los sectores políticos opositores cuestionan el presupuesto nacional lo que en realidad cuestionan es el modelo económico, político y social. Pero, no pueden hacerlo abiertamente por el costo político que significaría, por ejemplo, cuestionar el gasto social que solventa la asignación universal por hijo o la obra pública que sostiene el empleo de los trabajadores más aún en las actuales condiciones cuando, en el caso concreto del Peronismo Federal, ya respiran aires de campaña electoral con vistas a la interna del año próximo. Sin embargo, por lo bajo, algunos referentes políticos de ese sector dudan de que la elección para definir el candidato a presidente realmente se realice. Mientras algunos apuestan por uno u otro presidenciable del sector como Solá o De Narvaéz otros colocan en duda que esa votación en internas para elegir al candidato llegue algún día a concretarse. Por ejemplo, uno de los motivos por el que podría suspenderse la interna es que finalmente Reutemann decida presentarse como candidato y se convierta de esa manera en la figura del consenso. Sin embargo, por otro lado, quienes apuestan por otros presidenciables plantean que Reutemann, al igual que todos los otros dirigentes, tendría que competir en las internas, es decir, tendría que ganarse el lugar de ser el candidato del consenso. Así, como en todas las fuerzas políticas de trascendencia electoral, lo que señalen las encuestas será clave para definir cada una de las candidaturas al interior del Peronismo Federal que, de todas maneras, paga altos costos políticos como fuerza por tener cuatro precandidatos presidenciales lo que implica que la sociedad en general, por ejemplo, vea a ese peronismo disidente como un espacio político desdibujado y falto de un proyecto y alternativas políticas al gobierno en curso.
Siempre en relación al Peronismo Federal, la cuestión de las posibles candidaturas y consecuentemente el consenso político en torno a uno de los presidenciables, tiene algunos problemas adicionales porque la perspectiva que los trabajadores tienen de esos dirigentes es muy diferente. Por ejemplo, aunque todavía no hay ninguno que por ahora se destaque por sobre los demás, Duhalde es el más complicado de los precandidatos porque tiene el nivel más alto de rechazo entre los trabajadores porque es percibido como de la vieja política, el responsable de la maldita policía y la hecatombe de la Provincia de Buenos Aires en los años neoliberales junto con las muertes de Kosteki y Santillán que le valieron entregar el gobierno antes de tiempo. Por otro lado, la situación del gobierno es bastante distinta a los sectores de la oposición porque, quieran o no reconocerlo, hoy Argentina se desenvuelve cómodamente en un escenario de solvencia fiscal y externa, con una economía en crecimiento, desarrollo y una buena acumulación de reservas, por lo que la presión por la incertidumbre política y económica es bastante menor. En esas circunstancias reaccionan los grupos de poder de los sectores opositores que así militan contra la estabilidad del régimen político. Buscan movilizarse porque el gobierno está muy sólido desde el punto de vista de las variables macroeconómicas pero también sociales. Por ejemplo, esos grupos continuamente se oponen al uso de reservas para el pago de la deuda de modo que el gobierno nacional no pueda cerrar su programa financiero pero, al mismo tiempo, después vienen y se quejan sobre el riesgo país. Reclaman contra la incertidumbre pero buscan dejar al gobierno sin presupuesto. ¿Qué los desespera? Que aunque logren oponerse al pago con reservas del Banco Central este hecho no compromete un esfuerzo fiscal importante que devenga en una posible caída o retroceso del modelo nacional y popular, es decir, les desespera la falta absoluta de eficacia para oponerse a las medidas del gobierno.
Por un momento imaginémonos que harían esos grupos y esos sectores opositores en caso de llegar nuevamente al gobierno. De acuerdo a la experiencia histórica reciente no es difícil entender que a esos grupos este régimen político, siempre nacional, popular y soberano, no les cierra, es decir, apuestan por un país para pocos porque tienen una concepción política y económica especulativa, financiera y rentista. El modelo que plantean así no abarca al conjunto de los trabajadores porque sus políticas y concepciones ideológicas, como quedó demostrado con Menem y con De la Rúa, conducen a la exclusión y marginación de las mayorías a través de la aplicación de políticas neoliberales históricamente fracasadas aunque la racionalidad de esos mismos grupos de poder busque convencernos de lo contrario. En ese sentido, la experiencia política reciente es más que elocuente. Son incapaces en todo sentido porque carecen de propuestas serias en el manejo productivo y en la integración con nuestros vecinos latinoamericanos. La media sanción del 82% móvil para los jubilados o la rebaja indiscriminada que buscan sobre las retenciones para el complejo sojero son dos ejemplos más que elocuentes de sus incapacidades políticas. Digo esto pensando en la recuperación de la soberanía del país que solo fue posible a partir de la recuperación del frente fiscal, del superávit de la balanza de pagos internacionales, a través del desarrollo, del crecimiento, de la generación de empleo y de la defensa de la producción nacional a través de un tipo de cambio de equilibrio desarrollista. En otras palabras, hoy es posible hablar de estrategia y de política económica porque el régimen político logró tomar decisiones políticas que hacen a la gestión y consolidación de un modelo de desarrollo de acuerdo a las circunstancias de los propios trabajadores argentinos. De todas maneras, el tema pendiente es la cuestión del crédito. Es verdad que la inversión crece, pero lo hace en forma autofinanciada, es decir, en las circunstancias actuales, éste es un crecimiento que está muy ligado a la tasa de rentabilidad de cada empresa lo que, en definitiva, implica una dinámica negativa porque tiende a la concentración de los mercados que, a su vez, vuelve mucho más complejo el proceso de redistribución de las riquezas. Entonces, para seguir avanzando en la radicalización del proceso de cambios, a expensas del reformismo político, es necesario profundizar en ciertas políticas económicas, concretas y estructurales, que nos permitan superar la herencia de los neoliberales. Así, el debate que se viene es sobre el crédito para el desarrollo y el reordenamiento del tejido productivo con liderazgos distintos a los que tradicionalmente se expresan socialmente. En esas circunstancias, la cuestión del crédito hay que entenderlo como un proceso más amplio de cambio y de transformaciones de las estructuras económicas más reaccionarias que hacen a la lógica del neoliberalismo. Sin embargo, por un lado están los solapados reclamos de la Unión Industrial Argentina por un tipo de cambio más competitivo para ellos mismos vía devaluación, es decir, que transfiera importantes recursos desde los trabajadores a los sectores más concentrados de la economía, además de sus recurrentes quejas en relación a la supuesta falta de seguridad jurídica. Como ya en otro lugar me referí a la seguridad jurídica simplemente voy a decir que actualmente existe un segmento de empresas medianas que salió muy fortalecida con las diversas políticas aplicadas y defendidas por este modelo y que, por lo tanto, la suba de la productividad vía devaluación es totalmente contraproducente y solo cabe, a la luz de la estabilidad del modelo que incluye seguridad jurídica para las inversiones privadas, una suba de la productividad de esas empresas a través de la inversión de capitales. Son esos empresarios la cara visible de una cúpula industrial que apuesta otra vez por un país para un sector de privilegiados con sindicatos testimoniales y sin ningún tipo de poder de negociación. Son los sectores que buscan negocios rápidos y altamente rentables.
Por otro lado, están tanto las propias organizaciones y los movimientos sociales, las cooperativas de trabajadores y los sindicatos que lograron recuperar un protagonismo y cierto liderazgo que, al calor de la imposición del neoliberalismo, habían perdido desde hace por lo menos dos décadas. En parte, esto fue posible por la misma dinámica del modelo en curso que está basado en el estímulo y generación del empleo, del consumo interno y de la producción nacional. Además, otro componente indiscutible en relación al nuevo protagonismo de los sectores populares es la radicalización de los cambios que necesita del protagonismo, movilización y participación de los trabajadores en la gestión de la agenda pública que hace al régimen político. Existe un nuevo protagonismo de la CGT, que cuenta con una conducción surgida al calor de las luchas de los años noventas a través de la creación del Movimiento de Trabajadores Argentinos, del cual Hugo Moyano fue referente desde su misma gestación. Además, existe un nuevo protagonismo por parte de la Central de Trabajadores Argentinos que acaba de celebrar los comicios para renovar su propia conducción. Es cierto, y no puede escapar a este análisis, que los dirigentes de esta última central de trabajadores tienen ante sí una inmensa responsabilidad de cara a sus afiliados y a la sociedad en relación a los resultados de esas elecciones porque es central, para la salud de las organizaciones sociales y políticas, que el ejercicio de ese acto electoral sea capaz de profundizar en la democracia y en la unidad de los trabajadores.
Nuevamente, el tema de profundizar en un proyecto político nacional y popular no es menor porque nos desafía a plantear, con cada una de nuestras fuerzas, las medidas y las políticas nacionales que hacen a la lógica de ese mismo modelo popular que hoy nos permite combinar airosamente políticas que involucran un crecimiento acelerado y sostenible de nuestra economía con una distribución de la riqueza un poco más aceptable que durante la época del neoliberalismo, superávit externos, alto ahorro interno y un fuerte desendeudamiento de la economía, la recomposición industrial, la creación de nuevos espacios de rentabilidad y una gran generación de empleo. En síntesis, el tipo de cambio de equilibrio desarrollista planteado por el modelo es fundamental en la defensa de nuestra producción nacional y así es una medida política central en la constitución y defensa del régimen nacional, soberano y popular. En ese contexto, el régimen político se basa, en primer lugar, en la relevancia del dólar comercial a expensas de los dólares venidos desde los intercambios financieros. En rigor, corresponde explicar que los dólares, es decir, las divisas que le dan sustento económico al modelo de desarrollo y de crecimiento en el sentido de que financian ese desarrollo volviendo, por ejemplo, la economía mucho más previsible, implica que esos dólares, tanto los que son generados en los diversos intercambios financieros como los que son generados en la producción nacional y en la economía más real, o sea, los dólares de tipo comerciales, no se enfrentan a la manera de antinomias absolutas por lo que existen pequeños espacios para mezclas más o menos ponderadas en esta etapa de transición. De todas maneras, en la esfera de las nuevas prioridades políticas que buscan radicalizar y colocar en marcha la misma (r) evolución permanente, la indiferencia política y la falta de compromiso son francamente inaceptables. En cambio, una vez más son los sectores neoliberales los que nos plantean que como nuestras economías exigen y necesitan dólares para desenvolverse, daría lo mismo el origen de éstos, es decir, ya se trate de dólares que provengan de los conductos financieros o de los conductos comerciales externos sustentado en un tipo de cambio más alto. Sin embargo, tanto los venidos desde las finanzas como los del comercio exterior bajo ningún aspecto son iguales. Es decir, entre ambos priman opciones modélicas irreconciliables entre sí.  La cuestión es simple: de una parte, el modelo nacional, soberano y popular, es decir, el humanismo en su máxima expresión que reivindica como germen político al peronismo quien en apenas una década, entre el 45 y el 55, remodeló definitivamente las instituciones y el propio rol del régimen político desplazando, por ejemplo, de la dirección y gestión de las políticas públicas a los sectores y los grupos dominantes, conservadores, reaccionarios y oligárquicos, legitimando, al mismo tiempo, nuevos actores protagonistas en la escena política nacional, es decir, los propios trabajadores con sus sindicatos, las mujeres y el privilegio más absoluto por los niños. Además, como germen del movimiento popular es necesario reivindicar ese peronismo que fue capaz de nacionalizar las diversas estructuras centrales para poder ejercer el control democrático de la economía, de las finanzas, el comercio exterior y que buscó conducirnos a un tipo de industrialización que superara la etapa netamente de sustitución de importaciones. Ese peronismo en que se empezaron a fabricar maquinarias, autos y aviones y donde, en definitiva, el pleno empleo y la redistribución de ingresos, la jubilación universal, los servicios gratuitos de salud y educación, entre otras conquistas, lograron acortar la distancia entre los sectores más pudientes y los más pobres ensanchando así las oportunidades propias del ascenso social característica de esa Argentina de otra época. En ese contexto histórico, es necesario reivindicar a Perón como líder y dirigente máximo de una (r) evolución nacional y definitivamente equidistante de los extremos a que nos condujo tanto el capitalismo como el comunismo en su defensa de la supremacía del derecho a propiedad de los medios de producción por sobre incluso el derecho a la vida de los trabajadores. Es precisamente en esas circunstancias que Perón nos plantea la tercera posición frente al duelo de las grandes potencias que, al fin y al cabo, conducen a las mismas consecuencias en cuanto a los resultados previstos de las políticas de esos regímenes basados en la primacía de la propiedad como derecho humano central. Por eso, no es posible defender la tesis de que la tercera posición es una farsa porque, en fin, es la única posición política posible, es la reivindicación del humanismo que barre así con todos los remedos de la mera demagogia política. Tampoco es posible seguir defendiendo la tesis de que los cambios en esa época concreta fueron insuficientes como también lo sería en la actualidad con los Kirchner porque, lo acepten o no los sectores de la izquierda tradicional argentina (esa izquierda medio testimonial, asambleísta e intelectual que poco le interesan los auténticos descamisados mientras mira hacia Europa y sus revoluciones) cada una de esas medidas y políticas promovieron la industria nacional y así el desarrollo, el crecimiento y la integración nacional y hasta cierto punto la integración con los otros pueblos latinoamericanos.
Por otro lado, tenemos el modelo de país que apuesta todas sus fichas en favor del neoliberalismo o cualquier otra opción que evite el colapso de sus intereses y así, esos sectores sociales dominantes y reaccionarios que usufructúan los intereses de las mayorías y el bien común, tanto el primer peronismo como el kirchnerismo actual, son regímenes políticos fuertemente autoritarios y actúan en consecuencia. En realidad, para esos grupos la redistribución de la riqueza, que se plantea con políticas como la asignación universal por hijo o el proyecto que busca que las grandes empresas compartan parte de sus ganancias con los trabajadores o la vuelta al sistema de jubilaciones y pensiones administrado por el sector público a través del Anses, es demasiado. En su momento, con Perón, a los terratenientes les indignó el recorte de sus rentas, siempre extraordinarias, o el congelamiento de los contratos de alquiler, se indignaron con el Estatuto del peón y la ingerencia de los sindicatos agrarios. Además, muchos industriales de la época, que no dejaban de aprovechar cada uno de los créditos al fomento de la producción, se alarmaron por las pretensiones y las nuevas conquistas de los trabajadores. Entonces, mientras los comerciantes multiplicaban sus ventas por el mayor despliegue del mercado y del ahorro interno, a su vez, lucharon contra las regulaciones de los precios de los bienes y servicios. También resultaban intolerables los nuevos gestos de independencia y de soberanía política y económica de Argentina bajo la presidencia de Perón para países como Estados Unidos que, en definitiva, se manifestó en la consigna “Braden o Perón” al igual que hoy, bajo la presidencia de Néstor Kirchner primero y de Cristina Fernández después, los sectores neoliberales y los fondos buitres se escandalizan frente a la salida del default del país mientras la oposición interna busca hacer terrorismo económico intentando desfinanciar al gobierno. Lo que pasa actualmente, precisamente en el Bicentenario, y como nunca antes desde la histórica década peronista que va desde el 45 hasta el 55, los dos modelos antagónicos de país vuelven a la máxima fricción, choque e incompatibilidad tanto política como económica y socialmente hablando. Al igual que en esa década, no fue la agudización de las contradicciones entre los dos modelos sino el equilibrio de sus fuerzas objetivas y subjetivas lo que viabiliza las condiciones para la consolidación de un país mucho más íntegro, políticamente más inclusivo, económicamente soberano, diversificado y socialmente justo.[1]
En efecto, desde 2003 a la fecha, el kirchnerismo desanda a su modo esa Argentina oligárquica, reaccionaria y corporativa, reinstalando viejas e instalando nuevas condiciones objetivas y subjetivas para el fortalecer el movimiento popular a través de un país que es más democrático, más soberano, industrial y moderno. Por otro lado, los representantes de esa Argentina que se reivindica como el granero del mundo, como régimen agroexportador donde unos cuantos pool de siembra controlan nuestras vidas, no quieren ni pueden permitir esa Argentina del desarrollo y del crecimiento porque ese país implica transitar por la senda de desarrollo autónomo, cuyo motor central pasa por consolidar un mercado interno en permanente y continua expansión que, a su vez, reivindica el ahorro y la inversión interna porque, en el fondo de la cuestión, esa Argentina productiva implica la participación y la movilización constante de un nuevo actor social, político y cultural de gran envergadura, es decir, los trabajadores que así buscan ejercer la mayoría que les corresponde como grupo social, político y productivo.
Por otro lado, en momentos de grandes e importantes definiciones, donde los argentinos como hijos del glorioso 17 de Octubre donde la lealtad peronista se hizo concreta, hijos del diciembre de 2001 que dijo basta a las consecuencias más extremas del neoliberalismo y, posteriormente, los hijos de los festejos del Bicentenario, reclaman la radicalización del régimen político vigente en beneficio de los intereses de los trabajadores para que, de una vez por todas, eliminemos de cuajo y definitivamente los pilares básicos de la economía de esa Argentina estructuralmente dependiente de los centros globales del poder. En esa perspectiva hay que entender la trascendencia de la lucha electoral que se nos viene para el año próximo en las elecciones presidenciales porque ahí se juegan dos modelos de país. Así, no podemos confundirnos, es decir, aunque, como expresé anteriormente, en el ámbito económico no existen compartimentos absolutamente rígidos y estancos entre los dólares generados por el comercio exterior y los financieros en el sentido de que sí existen algunas combinaciones aceptables entre ambos tipos de divisas, una vez que entramos en el terreno de las opciones políticas y estratégicas fundamentales, no hay combinaciones posibles entre la opción política y estratégica que enfatiza el tipo de cambio competitivo, el ahorro y consumo interno con la correspondiente generación de dólares comerciales, y la opción que privilegia la generación de divisas exclusivamente en el campo financiero y especulativo porque, en fin, las premisas, las tesis e implicancias entre ambas opciones son muy dispares. Así, la bifurcación modélica en juego es tajante y la indiferencia otra vez es inaceptable precisamente porque juega a favor de los sectores más concentrados de la economía. El dilema entre el país agroexportador y el proyecto industrial nacional todavía no está completamente definido y por lo mismo las múltiples tendencias partidarias se polarizan y se crispan en torno de la puja por la distribución de la riqueza y la conquista de otros derechos. Entonces, los neoliberales y su capitalismo nos debe la construcción de nuestro desarrollo como países estructuralmente independientes porque, en fin, ese neoliberalismo es quien nos legó un sistema social, económico, político y cultural hecho de antagonismos, fuertemente violento, reaccionario y mercantil que, en sus objetivos por la apropiación y acumulación privada de los capitales, arrasó con cada una de nuestras culturas y valores populares. Desde esa perspectiva, en la medida en que nuestro propio régimen político no deje de ser un apéndice del neoliberalismo dominante a nivel del sistema comercial global, difícilmente dejaremos de ser una región latinoamericana factoría de productos y materias primas para, desde otra realidad más justa, poder responder a los designios materiales y espirituales de una historia y cultura política capaz de rectificar los múltiples errores del pasado. Errores que, en definitiva, se cobra la calidad de vida de los sectores socialmente más vulnerables. En ese contexto, el sistema comercial global y también los propios actores sociales y políticos nacionales, variaron en sus fundamentos. Por ejemplo, el peronismo ya no es lo que era, pero la lucha continúa a pasos agigantados. La diferencia política, para nada despreciable, es que ahora existe una nueva maduración de las condiciones históricas que hoy nos ofrece la posibilidad de dirimirla por las vías de la confrontación, de la lucha y de la movilización a favor de los intereses de los trabajadores.


Autor: Alfredo Repetto. Buenos Aires 2 de Octubre del 2010.

Referencias bibliográficas

Repetto Saieg, Alfredo Armando: “Más allá de la crisis y la utopía neoliberal” 1ª edición, Buenos Aires, Argentina: el autor, 2010.
Curia, Luis Eduardo: “Los dólares comerciales y los financieros” en Revista Argentina Económica de la edición del 19 de Septiembre del 2010.
Chumbita, Hugo: “A 55 años del ’55” en Miradas al Sur de la edición del 19 de septiembre de 2010.
Anguita, Eduardo: “Odio de clase” en Miradas al Sur de la edición del 26 de septiembre de 2010.
Deslarmes, Felipe: “El reñido resultado opacó una inédita práctica de democracia sindical” en Miradas al Sur de la edición del 26 de septiembre de 2010.
Verduga, Demián: “Cuatro para el baile del sillón” en Miradas al Sur de la edición del 26 de septiembre de 2010.
Bencivengo, Gabriel: “Cuando la oposición cuestiona el Presupuesto, cuestiona el modelo” en Miradas al Sur de la edición del 26 de septiembre de 2010.
Bernal, Federico: “Argentina industrial y moderna” en Tiempo Argentino de la edición del 23 de Septiembre del 2010.
Taborda, Saúl: “Reflexiones sobre el ideal político de América Latina”, 1ª edición, Buenos Aires, Argentina, Grupo Editor Universitario, 2007.


[1] En septiembre del 55 estalló en la ciudad de Córdoba la sublevación del general Lonardi contra el gobierno popular de Perón. Aunque tuvo escaso eco en otras guarniciones del ejército, contaba con el alzamiento de Puerto Belgrano y de la flota al mando del contraalmirante Isaac Rojas. Los marinos volaron los depósitos de YPF en Mar del Plata y apuntaron contra la valiosa refinería del puerto de La Plata mientras numerosas fuerzas leales al gobierno popular cercaban a las tropas rebeldes. Sin embargo, Perón, fiel a sus posturas pacifistas, desistió de atacarlos o de acudir a la movilización de los trabajadores para evitar los costos sociales de una guerra civil entregando su renuncia a una junta de generales. Apenas dos meses duró la presidencia de facto de Lonardi que será sustituido por Aramburu mientras, al mismo tiempo, el vicepresidente Isaac Rojas, como para compensar su anterior obsecuencia peronista, expresaba el más acérrimo gorilismo político. Los insurrectos se abocaron a su tarea política, con la extraña complicidad de grupos y sectores políticos de derecha pero también de una izquierda, muy similar en sus postulados, a esa que actualmente trabaja y milita contra el gobierno popular a través de los escaños que consiguieron en el Congreso. En ese contexto, los sectores de la derecha política pero también los sectores de la izquierda apátrida, se comprometieron en la liberalización de la economía,  en el desmonte de los instrumentos del régimen político regulador y en la transferencia de los ingresos al sector agroexportador. Se iniciaba así una época de inestabilidad y degradación del país y de su régimen político, en la que se iban a alternar las dictaduras militares con diversos gobiernos condicionados por los planteos del generalato que, sin embargo, fueron todos antidemocráticos por estar viciados de origen, es decir, que para consolidarse en el poder tuvieron que prohibir por décadas el acceso a éste del peronismo. En esas circunstancias, el partido militar resguardaba la exclusión política del peronismo por lo menos desde el punto de vista electoral.  Sin embargo, una vez más, los sectores más reaccionarios de la sociedad argentina fracasaron porque, en fin, la expulsión de Perón y el furioso empeño por destruir su obra no hicieron más que agigantar su propia figura política donde se da el caso sin precedentes de un exiliado que siguió convocando cada vez más seguidores que así les demostraban su lealtad.

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