lunes, 21 de junio de 2010

Cultura: "Un hombre llamado Saramago"

La muerte el viernes último de José Saramago, Premio Nobel de Literatura, ha ocasionado una amplia repercusión mundial y Visiones Alternativas publica varios artículos sobre la obra de este prestigioso autor portugués, muy comprometido con el momento en que le tocó vivir.

Luis Sepúlveda (ALAI)

“Caín”, la última novela de José Saramago me llego un día de lluvia y el sobre que contenía el libro venía medio desecho, pero la tinta de bolígrafo es por fortuna resistente y la dedicatoria no había sufrido daños. También llovía hace dieciocho años en Bad Homburg, un lugar cercano a Frankfurt donde, cada año, empezaba realmente la Feria del Libro, la mítica Buchmesse, durante una cena ofrecida por Ray-Güde Mertin, nuestra agente literaria. Y en esa tarde de lluvia , mientras todos bebíamos estupendos vinos alemanes, mientras escritores y editores de todo el mundo nos encontrábamos, tocábamos, narrábamos lo que en ese momento nos ocupaba, nadie se percató de que el timbre de la casa no funcionaba. De pronto, uno de los camareros se acercó a la anfitriona y le susurró: “en la puerta hay un hombre llamado Saramago”.

Entonces entró ese hombre flaco acompañado de un ángel llamado Pilar, ese hombre que miraba a los ahí reunidos con ademanes de estar perdido, hasta que reconoció al novelista uruguayo Mario Delgado Aparaín y ambos se fundieron en un abrazo. A partir de ese momento se formó el rincón de los latinoamericanos que tratábamos de responder a las mil preguntas que nos hacía José Saramago, que sabía de nuestros países más que muchos de nosotros mismos.

José Saramago entendía la solidaridad como un hecho consustancial a vivir, nadie se jugó tanto por tantas causas justas y en tan poco tiempo. Los que alguna vez lo invitamos a Chiapas, a los campamentos del Tinduf, a la Araucanía, a cualquier territorio del continente americano donde se precisara, no un mensajito esperanzador carente de médula, sino un discurso fuerte sobre los derechos humanos, la justicia y la dignidad de los pobres, sabíamos que lo más probable es que aceptara, poniendo en juego su propia salud y su precioso tiempo de escritor enorme.

José Saramago llegó a todos los lugares a los que creyó que tenía que llegar. Supo definir mejor que nadie lo que significaba ser un comunista en el confuso siglo XXI: es una cuestión de actitud, dijo, una cuestión de ética frente a los acontecimientos y la historia.

Y ahora llueve también en Asturias cuando la radio me informa del deceso de ese hombre llamado Saramago, cuyo ejemplo es un icono de la decencia social, y autor de libros que permanecerán en la memoria de los siglos. Será dura y difícil la senda de los preocupados por la ética sin la presencia de José Saramago. Será duro saber que no está cuando precisemos de su voz alentadora en las mil batallas pendientes contra un sistema feroz. Pero sé que una voz en nuestras conciencias, en los momentos de dudas o peligros, nos recordará que con nosotros todavía sigue el ejemplo de ese hombre, de ese hombre llamado Saramago.

- Luis Sepúlveda es escritor y colaborador de Le Monde Diplomatique.
Gijón, 18 de junio de 2010.

Saramago, una página siempre abierta

Lucía Santos (Prensa Latina)

El escritor portugués José Saramago, Premio Nobel de Literatura 1998, dejó tras sí una obra admirable, densa y conceptual, íntimamente comprometida con el mundo del cual formaba y sigue formando parte.
Su muerte, el viernes último, conmovió a los medios artísticos e intelectuales de todo el orbe y a una legión infinita de lectores conectados de manera profunda con la alta literatura que cultivó siempre.
Una literatura sin concesiones, afilada como un bisturí con el que penetraba en lo hondo de la realidad, en la historia del hombre y el devenir del tiempo, tomando como hilo el presente para un viaje al pasado y desde allí desentrañar , con una nueva perspectiva, las complejidades y turbulencias del hoy que habitamos.
Todo eso con una mirada abarcadora y un ejercicio sin tregua de la reflexión, a veces nacida como para sí mismo, pero en la que cada quien sentía latir sus propias inquietudes, sus incertidumbres, interrogantes y certezas, como ocurre con toda legítima obra de arte. Una prosa, la suya, pulida y replandeciente, de una limpieza diamantina, y un lenguaje terso cuya riqueza emana de la ausencia de vanos desbordes.

Saramago murió a los 87 años en su residencia de Lanzarote, Canarias, que compartía con temporadas en su casa de Lisboa, una ciudad de la que nunca quiso prescindir y cuya luz amaba.
Fue una muerte tranquila, poco después de desayunar y conversar con su esposa, Pilar del Río. Hacía poco tiempo había publicado Caín, su última novela, que atrajo sobre el los ataques de la Iglesia católica, que nada pudieron contra su naturaleza transgresora a la que fue siempre fiel. Las últimas fotos suyas que circularon evidenciaban un físico ya menguado por los estragos de una larga pulmonía y su estela de complicaciones cardiorrespiratorias, de la que emergió. Pero casi hasta el final conservó su andar ágil, sus piernas impulsadas por un movimiento que nacía desde la cadera impregnándoles un ritmo dinámico, armonioso, una andadura sorprendentemente juvenil.
Y sobre todo mantuvo incólume una lucidez apasionada, la lozanía del espíritu y un comprometimiento absoluto con sus ideas y sus convicciones políticas. A Cuba siempre la llevó consigo.

Poeta, dramaturgo y periodista, dejó un legado literario que conjuga profundidad y belleza en una síntesis radiante. En el ordenador en el que trabajaba, quedaron las últimas líneas de la nueva en la que trabajaba, Alabardas, alabardas, espingardas, espingardas, título tomado de un verso del gran poeta luso Gil Vicente.
Saramago sólo se marchó físicamente. Para sus lectores, siempre será una presencia cercana, una pagina viva, abierta.

¿Cómo no llorar por Saramago, si además el mundo pierde lucidez con su partida?

Lil Rodríguez (Cubadebate)

A Saramago algunos le llegamos tarde, pero cuando dimos con él fue para no separarnos más de su prosa cargada de memoria y de ritmo, de música del alma hecha vivencia en cada palabra, en cada párrafo escrito sin acomodo, como con urgencia de expresión notada en el agolpe de las sílabas.Fue un golpe duro saber de su muerte. Más duro fue mirar a posteriori las imágenes de sus restos rodeados de libros, como sustituyendo ellos a quienes en todo el mundo no podremos llegar a Lanzarote, y tampoco a Portugal. Llanto de letras en la biblioteca del pueblo, flores asombradas ante el honor no esperado y un pueblo pequeño que no sabe como manejar el hecho de estar dando la vuelta al mundo sin sobrecogerse ante el protagonismo.
Poco le queda ahí, en la biblioteca. Pero es ese el verdadero momento de homenaje. Libros, recogimiento, cero televisoras y llanto silencioso de pobladores que compartieron su cotidianidad.

Tal vez así fue mejor. Cuando llegue a Portugal el flash de las cámaras le hará sentir incómodo, tan incómodo como ya se siente al saber que quienes no fueron capaces de defender la postura de su obra, y respetar sus principios serán los primeros en lanzar un “ay” frente a las cámaras.
Pensándolo bien, se queda Saramago. Solo sus huesos se prestarán un rato al protocolo. Luego todo será cenizas que volverán a la patria chica y al Olivo de Lanzarote, para descansar, esta vez sí, en Paz.
No creyó en Dios, pero no importa. Nosotros creemos a la vez en el Supremo y en su perfección expresada en ese hijo Saramago que seguramente polemizará con él, donde se encuentren.

Fuente: Visiones Alternativas (http://visionesalternativas.com.mx/)

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