miércoles, 14 de julio de 2010

Documentos: "La restricción externa y el modelo de inclusión".



Continuamente escuchamos cómo se habla sobre el régimen político de bienestar o desarrollista, sin embargo, ¿sabemos que se entiende por éste? A grandes rasgos, el régimen político de bienestar o desarrollista consiste en la acción del mismo régimen que busca garantizar, a través de la aplicación y defensa de diversas políticas públicas y de conquistas laborales inclusivas, el bienestar de los trabajadores con determinados niveles, mínimos pero más o menos razonables, de ingresos y salarios que conlleva, además, cierta calidad en relación a la educación y la salud pública, la alimentación y el acceso a la vivienda. Además, este régimen busca consagrar el derecho que tienen todos los trabajadores a no ser excluidos de la sociedad, es decir, a no quedarse fuera del mercado de trabajo porque entiende que es éste la base del consumo y de las expectativas y los proyectos de vida del ciudadano común. En ese sentido, el régimen político busca asignar a todos los trabajadores cierta suma de dinero y un acceso, más o menos digno, a los servicios públicos que le permitan, a esas mayorías, satisfacer sus necesidades fundamentales. No se trata de asistencialismo sino del reconocimiento del derecho a ocupar un lugar normal en el régimen político. De todas maneras, tampoco el régimen de bienestar se trata del humanismo porque, al reivindicar la lógica de la primacía del derecho a propiedad como fundamento último del Estado, no puede presentarse como la solución más radical al neoliberalismo.

En décadas pasadas, en varios países centrales y en menor medida en los periféricos, se practicaron ese tipo de políticas que buscaron salvaguardar ciertos niveles mínimos de vida para los más pobres. El ejemplo moderno más destacado es la legislación social de Bismarck en Alemania, es decir, las leyes de Prusia que se establecieron durante los años 1883 y 1889 y también las nuevas políticas aplicadas, durante y después de la primera gran guerra mundial, durante la depresión de la década del ‘30 y después de la segunda guerra mundial, en la que muchos de los gobiernos de los países centrales decididamente practicaron este tipo de políticas asistencialistas. Pero, luego de la segunda guerra mundial y ante las consecuencias de ésta, se produce la institucionalización del desarrollismo que dejó establecido un principio básico relacionado con la idea de que cualquiera fueran los ingresos del sector público, todos los trabajadores, por el solo hecho de serlo, tenían derecho a estar incluidos en la sociedad, sea con pagos en efectivo, asignaciones, subsidios o con servicios estatales y públicos de calidad como la salud, la educación o las jubilaciones.

Pero, como era de esperarse, el pensamiento reaccionario de la época embistió, con todos los medios, con todos sus recursos y con todas sus fuerzas, en contra del desarrollismo. No obstante, hasta los años ’70, las políticas de progreso social y político típicas del desarrollismo fueron paulatinamente consolidándose y recién ahora, por diversos factores, se las cuestionó en los países más desarrollados quienes, a partir de este momento, están intentando desmantelar el régimen político de bienestar. Todos estos países de la antigua Europa que, en su momento y de la manera más soberbia y etnocentrista, se definieron así mismo como la cuna de la civilización, es decir, a partir de los cuales se origina el renacimiento de los hombres y de la cultura, la ilustración, los derechos del hombre y, en fin, el Siglo de las Luces que abre sus puertas a los valores de la modernidad expresados, por ejemplo, en la igualdad, la libertad y la fraternidad, esos mismos países, en esta otra actualidad de crisis financiera global, que deriva en una crisis en todos los aspectos de la vida y de la producción de los hombres, plantean ni más ni menos que la desregulación de los mercados, los ajustes de los gastos públicos dejando a los trabajadores, el eslabón más débil de la cadena, en la más absoluta indefensión y, desde ahí, plantean la precarización del empleo, la privatización de bienes y los servicios públicos y el desmantelamiento de la seguridad social (…)

El problema es que los países europeos y Estados Unidos enfrentaron una crisis financiera y económica que fue brutal y, en ese sentido, los costos de esa brutalidad tenían que ser pagados por uno o varios actores y agentes políticos y económicos. Por una parte, la opción era que de los costos de la crisis se hicieran responsables los actores económicos que estructuran y definen al propio sistema financiero y su lógica, sus razones y hasta sus verdades o que, por otro lado, se hicieran cargo los regímenes políticos nacionales trasladando esos costos al eslabón más débil de la cadena, es decir, a los trabajadores de esos países. En el caso de Grecia, las alternativas fueron más que evidentes porque los bancos, esos que interactúan a nivel del sistema comercial global, le prestaron a un país insolvente, es decir, que no iba a poder pagar ni los intereses ni el capital adeudados. Entonces, cuando llegaron los vencimientos de esos empréstitos, Grecia se encontró con una tremenda disyuntiva.

En primer lugar, como el país se encuentra dentro de la zona del euro y no puede devaluar, al no contar con moneda propia y nacional, la primera posibilidad, para enfrentar esa crisis, era abandonar la zona del euro para luego devaluar y finalmente reestructurar la deuda contraída con una fuerte quita como, en su momento hizo Argentina después del descalabro del 2001, que primero abandonó la convertibilidad neoliberal, luego devaluó para finalmente reestructurar sus compromisos con los acreedores. No le fue nada mal porque tuvo que empezar a vivir de los recursos propios y, en ese sentido, paulatinamente fue formándose una nueva forma de hacer política y otras maneras de encarar las cuestiones económicas y sociales que derivaron en la imposición de un modelo de desarrollo inclusivo, soberano y popular dentro de las propias posibilidades y límites que le planteó el nuevo contexto histórico. El problema es que este modelo (a pesar de que favorece el mercado y el consumo interno a través de la producción nacional o la fuerte generación de empleo y de consumo a partir de la creación de nuevos espacios de rentabilidad que se habían perdido con la sobrevaluación de la moneda) como factor de resolución de la crisis, como también lo demostró el caso argentino, perjudica a los acreedores pero, en definitiva, habría podido resolver el problema de fondo al plantearse un nuevo modelo de desarrollo y de crecimiento de los países afectados.

La otra alternativa era recibir fuertes empréstitos de parte de los otros países de la zona euro, los países estructuralmente más fuertes y solventes y del mismo Fondo para salvar el sistema financiero, es decir, a los bancos de manera que de acuerdo con esta otra alternativa, que fue la que finalmente se impuso, fue el pueblo griego, el pueblo español y el portugués (…) quienes asumieron los costos reales de la crisis que, en definitiva, no fue más que otra de las grandes injusticias e irracionalidades a que nos tiene acostumbrado el neoliberalismo precisamente porque esa crisis fue desatada, en su momento, por la propia irresponsabilidad y la visión de corto plazo, el negociado y la especulación desenfrenada de la misma banca internacional. Entonces, son esos pueblos los que asumen los costos de la crisis al hacerse cargo del fuerte ajuste implementado por el régimen político para que esos gobiernos, el griego, el español, el portugués y tantos otros puedan saldar sus deudas, los intereses y el capital ahora adeudados al resto de los países europeos y al FMI. Así, no sólo disminuyeron considerablemente los índices de empleo, que afecta directamente a los sectores más postergados, sino que también disminuyeron los salarios y el gasto público lo que, en definitiva, solo pudo acrecentar la gravedad de la deuda social que los países centrales tienen con sus trabajadores. El problema, tal como lo demuestra la experiencia en Latinoamérica, es que esos ajustes, la pérdida de los derechos laborales, el desempleo estructural (…) no son políticas viables para pagar las deudas con el exterior porque, más bien, subordinan la soberanía política y económica de estos países a los dictámenes de los intereses de los acreedores.

La forma de pagar las deudas se logra, en primer lugar, a través del desarrollo y del crecimiento económico y productivo en un contexto de desarrollo tecnológico, de sustitución de importaciones (como primera etapa para la industrialización nacional) y de impulso del consumo, del mercado y del ahorro interno con políticas de inclusión y de defensa del trabajo. El desarrollo, a su vez, se asienta en la generación de los recursos propios que implican soberanía económica y política, es decir, en las decisiones sobre el sistema productivo y de desarrollo de determinadas políticas económicas que busquen el bienestar en los términos de la primacía del derecho a la vida de todos. En cambio, deuda significa subordinación a los dictámenes de los grandes centros de poder globales porque significa déficit en la balanza de pagos internacionales, o sea, que el país en cuestión no puede financiar con recursos propios, con los capitales y el ahorro nacional, su propio desarrollo y busca así ese crecimiento económico amparándose en la inversión y los capitales extranjeros. Esta lógica, en definitiva, es la mejor defensa para implementar un régimen neoliberal y, por lo mismo, no es una opción válida. En este sentido, actúa la restricción externa, por lo tanto, superarla es un recaudo clave y prioritario para encarar una estrategia nacional de desarrollo económico financiado a través de la producción y generación, por parte del régimen político, de divisas propias.

Precisamente, el acierto del régimen político nacional, soberano y popular radica en las respuestas mucho más idóneas y lógicas que puede plantear frente al problema de la restricción externa, es decir, frente a la falta de generación de divisas que implica dependencia de capitales y de créditos foráneos que siempre constituyen una amenaza integral y potencial para nuestro crecimiento cabal desde el momento en que deja librado al azar, a la lógica del mercado, nuestra producción nacional de bienes y de servicios que comparativamente, en relación a la producción de los países centrales, se encuentran en clara desventaja tecnológica, de calidad o de los precios reales. Desde esta perspectiva, en primer lugar, el desarrollo implica la defensa de la producción nacional, es decir, de la producción de nuestros propios bienes y servicios, por ejemplo, a través de aranceles (…)

Superar de manera más o menos definitiva la restricción externa, es decir, la restricción de divisas, supone encarar, de la manera más virtuosa y en simultáneo, tres políticas que me parecen fundamentales:

a) En primer lugar, permitir la expansión continua de la demanda agregada porque es ésta la que incentiva el consumo que, a su vez, es generadora de empleo. Por su parte, el empleo genera recursos, ahorro e inversión y una vez más expansión de esa misma demanda agregada. Es el círculo virtuoso del desarrollo económico y de una mejor distribución de la riqueza.

b) En segundo lugar, es necesario cumplir con las metas y el objetivo estructural de integración y equilibrio productivo entre el sector industrial, de los servicios y de los recursos naturales y materias primas. La industrialización más plena, es decir, una industria también volcada a los mercados externos, contribuye a la complementación productiva como única garantía válida para generar trabajo de calidad. En el esquema de restricción externa o de limitante del balance de pagos, el superar la penuria de divisas habilita la expansión de la demanda agregada.

c) Finalmente, una instancia relacionada con el desarrollo en los términos de inclusión de los trabajadores exige, desde el ámbito particular de la cuestión de la restricción externa, generar los recursos necesarios para lograr el superávit de la balanza de pagos internacional a través del despliegue de la demanda agregada y del desempeño de un nuevo tipo de cambio de equilibrio desarrollista.

Luchar por solucionar los problemas que derivan de esta restricción externa significa, entonces, trabajar contra la falta de divisas necesarias que, en el peor caso, genera trabas insoslayables al crecimiento. En ese sentido, el superávit de la balanza de los pagos internacionales requiere la producción y generación de los propios recursos para así rechazar el ahorro y la deuda externa como proveedor privilegiado de las necesarias divisas que financian ese crecimiento. Por el contrario, el eje central del crecimiento reside en el rol del tipo de cambio de equilibrio desarrollista porque éste protege nuestra industria nacional e integra a los diversos sectores de la economía nacional.

La realidad dictaminó, primero en Argentina, luego en Latinoamérica y finalmente en los países europeos estructuralmente más vulnerables, que la política de conseguir recursos a través del endeudamiento externo, es decir, como palanca principal para financiar el crecimiento de nuestros países es parte de una visión ortodoxa y neoliberal fracasada porque, bajo ninguna perspectiva, el ahorro externo puede ser una solución viable y racional para los países subdesarrollados. Sin embargo, el neoliberalismo insiste en que endeudarse al inicio para luego crecer, consumir y finalmente devolver con la mayor tranquilidad esos préstamos es la clave del crecimiento. Incluso, desde esa perspectiva ideológica, tener déficit corriente y comercial externos daría cierto prestigio. Pero, el hecho de que, como solución a la crisis, se planteara la segunda opción, la del ajuste neoliberal en países como Grecia o España solo significó, una vez más, que fue el sector financiero quien dio sus propias batallas para conservar su hegemonía como viéramos al principio.

Los regímenes políticos nacionales aceptaron, sin dudas y gracias a su visión reaccionaria y conservadora de las relaciones entre los hombres, las relaciones sociales, políticas, comerciales y aún económicas, que sean los mismos trabajadores los que se hagan cargo, a través de su propio sacrificio e inmolación, de las consecuencias de una crisis generada por los bancos. Extrañamente se logró un rápido y amplio consenso político que nos muestra nuevamente la manera de actuar de los reformistas políticos porque, en fin, los partidos socialdemócratas de Europa practican, defienden y apoyan las mismas medidas de ajustes a favor del neoliberalismo que los movimientos conservadores. Además, siempre en el sentido del reformismo europeo, la culminación de la acción política de los diversos operadores políticos, es el fin mismo de la política como determinado y exclusivo espacio de discusión. Entonces, sólo queda la unanimidad, el consenso y el falso diálogo en la decisión de llevar adelante, hasta las últimas consecuencias, las reformas económicas que ya conocimos en los países latinoamericanos.

Por otro lado, la experiencia que vivimos los países latinoamericanos en la etapa neoliberal con su estéril reformismo político nos demuestra, sin más, que el apoliticismo no es otra cosa que una nueva manera de dominio y de control sobre los trabajadores. Por lo mismo, los pueblos que acepten la realidad pesadillesca de la política ausente y de los ajustes son pueblos que de antemano se condenan a repetir cada uno de sus errores y las mismas fórmulas comerciales y económicas del pasado o presente neoliberal aunque, en el pasado, nos hayan precipitado al fracaso y las crisis. Ese apoliticismo, típico de la ideología neoliberal que así busca construir el más falso consenso y diálogo, significa aprobar y apoyar las políticas de la desregulación, de las privatizaciones y, en general, del retiro del régimen político de la mayor parte de sus roles que significa perder la acción de la política como ámbito de transformación. Pero, como este presente nos lo demuestra, pasado el vendaval más fundamentalista del neoliberalismo, en especial en muchos países latinoamericanos, asistimos a la aplicación de esas mismas políticas y reformas, con los mismos argumentos y lógica, en varios de los países centrales, que controlan la lógica del sistema comercial global, como medidas que buscaron superar la crisis especulativa y financiera iniciada, en su momento, en Estados Unidos.

Todo esto a pesar del nuevo rumbo político que recorre Latinoamérica precisamente por las nefastas consecuencias que el neoliberalismo produjo en la región. No solo Argentina sino también Bolivia, Ecuador y Venezuela sufrieron de la peor manera, de la forma más extrema, las consecuencias de las políticas neoliberales y en ese sentido actuaron como correspondía dadas las nuevas circunstancias. En el caso concreto de Argentina, de la crisis del 2001 se salió a través de la negación de los fundamentos de las políticas neoliberales que, en el ámbito económico, se expresaron en primer lugar a través de la convertibilidad de la moneda en relación al dólar. Precisamente por eso, la primera medida para superar los grandes escollos del crecimiento, auspiciados y defendidos por las políticas neoliberales, fue devaluar la moneda para intentar defender y aplicar un tipo de cambio de equilibrio desarrollista. Después, el país empezó a crecer a tasas superiores al 8%, con niveles cada vez más elevados de ahorro, de inversión y de consumo interno auspiciado por la creciente creación de nuevos empleos a partir de que el país, una vez liberado de las trabas impuestas por la convertibilidad, pudo crear nuevos nichos y espacios de rentabilidad para la producción nacional.

A partir de esta nueva realidad de crecimiento, de auge de los índices macroeconómicos, del superávit fiscal y comercial, de la balanza de pagos internacionales, el país pudo empezar a creer en otro régimen político que, en definitiva, es mucho más independiente en lo político, mucho más soberano en lo económico y mucho más popular en relación a la cultura. Mientras tanto, cuando estalló la crisis en los países centrales tanto Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador y Venezuela demostraron la superioridad de la nueva lógica porque defendió el empleo y el consumo interno a través de un mayor gasto público que se convirtió en una importante barrera contra las consecuencias recesivas de la crisis en cuestión. En otras palabras, cuando estalló la crisis global, la respuesta de estos regímenes políticos no fue desmantelar los avances logrados, no fue enfriar o ajustar la economía y el gasto como nos dijeron los sectores de la oposición que así se rasgaron las vestiduras, sino que esos cambios, en primer lugar, profundizaron los cambios defendiendo el empleo y aumentando el gasto social lo que aceleró la salida de la recesión.

De este modo, a partir del 2003 y en los primeros años de aplicación del nuevo modelo nacional y popular, en Argentina, se generaron por lo menos unos cinco millones de nuevos empleos, de calidad, registrados. Por otro lado, se incorporó a por lo menos dos millones de nuevos jubilados que, en general, eran trabajadores que en su momento no pudieron completar sus aportes debido a las propias características nacionales de la estructura del mercado laboral, es decir, porque trabajaron en empleos precarizados, sin aportes previsionales (…) Además, en ese mismo sentido, logró recuperarse para el régimen, como política de Estado, el sistema de jubilaciones con el sistema de reparto, estableciéndose un sistema de aumento automático de sus montos. En relación a la participación de los salarios en el PIB nacional, en el año 2001 era del 34% pero en el 2009 ascendía al 43%. Por su parte, la desocupación cayó del 19,7% al 8,4% en apenas siete años y se implementó la asignación universal por hijo con lo que, nuevamente, Argentina pasó a ser el país más igualitario de Latinoamérica. Se cumplieron importantes planes en relación al acceso de la vivienda y de la salud conjuntamente con la aplicación de múltiples nuevos programas de desarrollo social orientados a la generación de empleo y de capacitación de los trabajadores. Por ejemplo, se desarrollará el Programa Ingreso Social con Trabajo, el Plan Nacional Familias, el Plan Nacional de Seguridad Alimentaria, Plan Nacional de Deporte y el Argentina Trabaja. Estas son, en definitiva, algunas de las acciones del régimen político que nos demostró el carácter inclusivo de los correspondientes gobiernos en el que el rol del mismo régimen político es fundamento primero. Lo importante es que a partir de estas medidas y acciones del correspondiente régimen político, auspiciadas por los gobiernos de turno, el sector público y los diversos y múltiples actores representantes de los trabajadores, fue capaz de crear otro sentido de lo político y lo público donde precisamente se rescata la política, la reflexión y la acción política. Es decir, se recupera a la política como un instrumento real y concreto de cambio. En otras palabras, nosotros, con el modelo nacional, popular y soberano fuimos capaces de construir un exitoso perfil de modelo de crecimiento mucho más sostenible y respetuoso de los intereses de las mayorías apoyados, por ejemplo, en políticas de superávit externo y fiscal como norma referencial.

Entonces, una auténtica superación, sostenida en el tiempo, de la restricción externa se asocia con el tipo de cambio de equilibrio desarrollista y con sus resultados externos positivos empalmando con un proceso de integración productiva y la fuerte creación de empleo. En ese sentido, lo preferible, en el ámbito del crecimiento y el desarrollo auspiciado con los recursos propios, es que la restricción externa, que no existe hoy, no aterrice mañana, es decir, se vuelve urgente espetar el tipo de cambio de equilibrio desarrollista que incluye las respectivas políticas concordantes. Así, por ejemplo, políticas concordantes con el desarrollo y el crecimiento es la reforma bancaria siempre y cuando busque cambiar de raíz la estructura de los bancos aprobada en la peor época del neoliberalismo militante. Esa ley necesariamente tiene que cambiar el eje del sistema para que, de una vez por todas, sea un servicio público y así se convierta en un derecho. El hecho de que la política en relación a los bancos tenga una definición a partir de servicio público significa, por ejemplo, fomentar el crédito para las pequeñas y medianas empresas, contempla topes en las tasas de interés y condiciona la participación de las entidades extranjeras con el objetivo de defender los intereses nacionales. La idea, en definitiva, en el ámbito concreto de la reforma de la ley de entidades financieras, es trabajar en un proyecto de reforma y cambios de la lógica del banco central de nuestros respectivos países. Lo central es que el banco central vuelva a tener el rol productivo que tuvo en el pasado. Por ejemplo, antes del dominio del neoliberalismo, los bancos centrales de nuestros países, además de cumplir con la importante función de defender el valor de la moneda, buscó generar créditos para las empresas nacionales, públicas y privadas, la creación de empleo y generación y distribución de los ingresos.

Por su parte, la oposición, ante la propia inoperancia para detener los cambios auspiciados y protagonizados por los distintos modelos nacionales y populares latinoamericanos, terminan planteando, sin más, golpes de Estado, de mercado, sediciones o el desequilibrio económico y político del gobierno intentando alterar las cuentas fiscales, la autonomía política, financiera y económica del gobierno y aún del régimen político para, en fin, golpear no solo al sector público sino al pueblo mismo, a los más humildes, a los que precisan contar con una gestión que se juegue así de rápido por el carril izquierdo, que meta centro a la olla de los que precisan más verduras, más carne y más pan en la mesa familiar. Es el caso paradigmático de Argentina.

En ese contexto, ¿qué habrían hecho estos sectores opositores, que jamás estuvieron a la altura de las circunstancias, que jamás fueron capaces de plantear una alternativa que vaya más allá del neoliberalismo, si por ejemplo el país hubiera sido castigado con una nueva cepa de gripe o se precisara, de emergencia, un crédito para el sector público que defendiera el empleo y la producción nacional? Sencillamente, era un chiste de mal gusto pretender creer que ese congreso opositor hubiera tenido la sensibilidad y la celeridad para resolver alguna emergencia social porque cuando gobernaron no supieron hacerlo y hoy no dejan que los sectores populares, a través del nuevo modelo, puedan gobernar en propio beneficio.

Como dijo en su momento Néstor Kirchner, cuando gobernaron no supieron hacerlo y ahora que son parte de la oposición, no dejan gobernar. Lo importante es que cuando se producen signos evidentes de un cambio de época, quien sepa interpretar mejor las demandas y las necesidades de la nueva cultura en desarrollo es el que crecerá en la estima colectiva y arraigará su proyecto en la sociedad. Precisamente estamos en ese momento fundamental. El proyecto nacional, soberano y popular lo sabe y así busca afianzar sus fuerzas, amplía su horizonte mientras profundiza sus políticas de transformación estructural desde la propia gestión del gobierno. Por eso, la oposición solo podía celebrar, en su impotencia política, cada obstrucción, reaccionaria y conservadora, contra el proceso en marcha trabajando abiertamente a favor de los intereses del poder monopólico mediático. Pero lo nuevo, el humanismo cuando es consecuente, gana todas las partidas.

De nuestro lado, del lado del cambio y de la transformación está el proyecto de un país gobernado por los sectores populares mientras que del lado de los opositores, de derecha y de la izquierda iluminada y dogmática, no hay más que un enorme desierto de ideas, disimulado apenas por representaciones fugaces, temerosas, repetidoras del discurso que bajaban desde los titulares de los grandes medios de comunicación, sin propuestas ni convicciones. Por eso, en su momento, fue tan fundamental la ley de medios de servicios audiovisuales, es decir, para terminar con la dictadura mediática de los monopolios y sus intereses.

También, en el campo de las comunicaciones y de la información, el modelo nacional y popular nos igualó, como ciudadanos y trabajadores, por vez primera. Por eso mismo, de nada valieron las operaciones políticas que vendían como certeza la peor mentira, o sea, cierto modelo de desarrollo, nunca definido y alternativo a las políticas populares de la inclusión, a la generación de empleo y el humanismo. No se trata de prepotear a los sectores opositores sino que trata de confrontar democráticamente en torno de la verdad que es la verdad que se funda en los logros sociales, políticos, económicos, culturales y comerciales del régimen político. Verdad que se expresa en los mejores índices de empleos, de conquistas sociales y políticas o de participación y de movilización de los trabajadores que simplemente buscan reivindicar los valores populares. La verdad se expresa, en fin, en nuestra mejor manera de hacer un nuevo país y que sea para todos.

Como siempre y una vez más, en la política nacional como en la global, se juega en el tablero mayor de la política donde las alternativas son más ajuste en perjuicio de los trabajadores o más políticas públicas de inclusión y valores humanistas, auspiciadas por el régimen político, a favor de los intereses generales de los trabajadores. En otras palabras, en contra de los trabajadores al estilo de los griegos, los españoles o los portugueses (…) o a favor de los trabajadores como en Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador o Venezuela. No nos olvidemos tampoco de la gesta de la resistencia, siempre heroica, de nuestros hermanos cubanos. Hay que juntar mucha fuerza de los trabajadores, fuerza colectiva y muchos votos para continuar consolidando esta etapa porque sólo así podremos entrar de lleno a la etapa institucional y doctrinaria de una nueva nación que reivindique el humanismo más excelso.

Antes de terminar, una pregunta fundamental en relación a los temas vistos acá: ¿de este mundo y de esta globalidad caótica y neoliberal, crítica y en crisis, pretendemos conseguir el ahorro, los créditos y los capitales que nos son necesarios para financiar nuestro desarrollo y nuestro crecimiento?


Autor: Alfredo Repetto.


Referencias bibliográficas:


Calcagno, Eric y Calcagno, Alfredo: “Recuperar el Estado de Bienestar” En Miradas al Sur edición del 27 de Junio del 2010

Curia, Luis Eduardo: “La restricción externa: una visual dinámica”. En Revista Argentina Económica edición del 27 de Junio del 2010, página 7.

“El libro que relata el despojo de Papel Prensa”, página 4. En Miradas al Sur edición del 27 de Junio del 2010

Giles, Jorge: “la Presidenta, titular en el G- 20” En Miradas al Sur edición del 27 de Junio del 2010.

Heller, Carlos: “Queremos un Banco Central distinto para construir un modelo de país”. En Miradas al Sur edición del 27 de Junio del 2010.

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