domingo, 25 de julio de 2010

Análisis político: "Ansia de mostrar fuerza para fomentar miedo"

Cuando Estados Unidos declaró la guerra a España, e invadió con sus fuerzas militares a Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam para apoderarse de esos territorios, el periódico The Washington Post, el mismo que por estos días cuestiona la eficacia del sistema de espionaje de Estados Unidos, escribió en 1898: “Nos ha llegado una nueva conciencia -la conciencia de fuerza-y, con ella, un nuevo apetito, el ansia de mostrar nuestra fuerza”.

Las intervenciones militares y las guerras han estado desde entonces, en una mayor presencia, en la agenda expansionista del Imperio en su afán de controlar recursos estratégicos, establecer mercados y ejercer dominio hegemónico en lo político, económico, financiero y social en regiones y países donde han desembarcado sus tropas o donde la metralla Made in USA ha arrasado ciudades y causado centenares de millones de muertos, heridos y mutilados.

La historia del siglo XX y de la primera década del XXI registra centenares de acciones de injerencia, amenazas, operaciones encubiertas, invasiones, bombardeos y ocupaciones militares de Estados Unidos en decenas de países, tantas como pretextos inventados que van desde proteger las vidas de ciudadanos norteamericanos hasta mediar en un enfrentamiento civil, lanzar falsedades sobre supuestos ataques hasta restaurar el orden público, insincera ayuda en tareas de reconstrucción tras un desastre natural hasta localizar “armas de destrucción masiva”, mentira que usaron para lanzar la guerra en Iraq y ocupar ese país del Oriente Medio.

No conformes con mantener las guerras en Iraq y Afganistán, en las cuales están empantanados, ahora Estados Unidos esgrime falsedades como el hundimiento por la República Popular Democrática de Corea de una corbeta sudcoreana -episodio que hace recordar la falsedad de 1964, conocida como el “incidente del Golfo de Tonkín”, sobre un supuesto ataque de lanchas torpederas de Viet Nam del Norte contra dos destructores norteamericanos, y que llevó al entonces presidente Lyndon B. Johnson a iniciar los bombardeos aéreos contra ciudades de ese país. Concluida la guerra de Viet Nam, tal mentira yanqui, entre muchas otras, fue reconocida.

Por estos días, precisamente, las provocaciones de la administración de Washington contra Pyongyang crecen. Se han organizado gigantescas maniobras militares de Estados Unidos y Corea del Sur en el Mar de Japón con la participación del portaviones George Washington, 20 buques de guerra y cazas de combate F-22, así como diez mil infantes de marina norteamericanas y decenas de miles de efectivos sudcoreanos. Al mismo tiempo, en Seúl, la secretaria del Departamento de Estado, Hillary Clinton, anunció un grupo de sanciones contra Pyongyang que van desde restricciones a movimientos de sus diplomáticos hasta congelamiento de bienes en entidades bancarias.

Con todo esto, en definitiva, Estados Unidos no hace otra cosa que agravar las tensiones en el Lejano Oriente y hacer peligrar la paz en el mundo.

Y algo igualmente peligroso se maniobra contra Irán. El pretexto: cuestionar la soberana decisión de Irán de proseguir su programa nuclear con fines pacíficos. A partir del 22 de junio pasado empezó a hablarse del traslado de nuevos medios militares y fuerzas de Estados Unidos hacia los mares cercanos a Irán y de inspecciones a barcos iraníes… La campaña mediática contra Irán se intensificó. Han creado una paranoia con la excusa de una bomba nuclear iraní que no existe. El director de la CIA, Leon Panetta, pretendió atemorizar a la población de esa región al declarar a la cadena ABC que Irán podría tener fabricada dos bombas nucleares dentro de dos años. ¿Por qué no mencionó que Israel tiene ya entre 100 y 200 cabezas nucleares en su arsenal? Que el estado sionista, agresor y criminal, tenga tales armas destructivas, aunque jamás lo ha reconocido, no ha preocupado jamás al Imperio que, actuando irresponsablemente, en una demostración de fuerza monstruosa, ha sido el único país que ha lanzado bombas atómicas: una en Hiroshima y la otra en Nagasaki, que provocaron más de 200 mil muertos.

El historiador norteamericano Howard Zinn, recientemente fallecido, escribió en su libro “La otra historia de los Estados Unidos”, sobre la atrocidad cometida en Japón los días 6 y 9 de agosto de 1945 que ello no tenía justificación alguna, pues el gobierno de Truman supo antes de dar la orden de que el gobierno imperial de Tokio había dado instrucciones a sus diplomáticos de negociar una rendición inmediata e incondicional como único camino posible para el restablecimiento de la paz mundial, luego de la caída de la Alemania hitleriana.

Usando la más mortífera de las armas, Hiroshima y Nagasaki han quedado como páginas genocidas y vergonzosas del pensamiento imperial mencionado en el inicio de esta nota: la conciencia de fuerza, el ansia de mostrar fuerza.

Hace pocos días, al quedar desclasificados nuevos documentos “top secret”, el mundo pudo confirmar que el ex presidente Richard Nixon pensó usar bombas nucleares contra la República Popular Democrática de Corea y Viet Nam.

No debe olvidarse que globalmente el capitalismo enfrenta una de sus crisis más profundas. La economía y las finanzas estadounidenses, a pesar de su aparente fortaleza, no andan bien desde hace años. El sitio CounterPunch escribía que en Estados Unidos cien mil negocios se declaran en bancarrota cada mes. Que tres millones de propietarios de casas enfrentan la ejecución hipotecaria este año que se suman a los 2,8 millones que la sufrieron en el 2009. Que cerca de 20 millones andan desempleados totales o parciales. Aún las quiebras de bancos desde el 2008 están presentes en las mentes de todos. Industrias como la automovilística o servicios como los de las líneas de aviación no tienen los ingresos millonarios de antes, pues el poder adquisitivo de la gente ha descendido Y súmese a eso que Estados Unidos es el país más endeudado del mundo.

Todo esto es muy peligroso, pues los ricos y poderosos buscan paliar la situación interna, y a la vez beneficiarse ellos, acudiendo a potenciar la industria armamentista y a las aventuras militares. No puede olvidarse que la guerra es un instrumento político, una continuación de la actividad política por otros medios, como decía el teórico Kart VVon Clausewitz. “Agradecería cualquier guerra, pues creo que este país necesita una”, escribió en 1897 Theodoro Rossevelt. Y ese pensamiento no ha sido abandonado por ese mismo Imperio más de un siglo después.

En fin, el análisis hecho por Fidel Castro, al alertar al mundo sobre lo que podría ocurrir, tanto en la península coreana como en Irán, es completamente lógico. No es descabellado, aunque algunos pretendan presentarlo así. A esos pueblos, como a muchos otros, no los amedrentan las amenazas imperialistas por apocalípticas que puedan ser.

Con Fidel también podríamos decir: ojala que podamos estar equivocados.

Por Juan Marrero








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