jueves, 29 de julio de 2010

Documento: "Las nuevas tendencias globales a propósito de nuestro desarrollo".

El siglo XXI quedó inaugurado, a nivel global, con una conmoción profunda en las relaciones económicas, políticas, comerciales y financieras del sistema comercial globalizado bajo los parámetros neoliberales. Desde esa perspectiva, los hechos determinantes, a ese nivel, son principalmente dos:

a) Por una parte, tenemos el surgimiento, en las últimas décadas, en la zona comprendida entre el continente Asiático y del Pacífico, de un nuevo centro de gravitación política, comercial y económica que comparte la hegemonía que ejercieron, en los últimos cinco siglos, las naciones más avanzadas, las centrales que conforman el área formado por el Atlántico Norte.

b) Por otro lado, tenemos la inviabilidad de las reglas y de las normativas bajo las que funcionó el sistema comercial internacional y luego global, desde fines de la segunda guerra mundial, particularmente a partir del predominio, en las últimas tres décadas, de la ideología y las políticas del neoliberalismo y la consecuente especulación financiera.

En relación al primer hecho determinante a nivel global, es decir, del surgimiento de un nuevo polo de desarrollo y de crecimiento en el espacio de Asia- Pacífico, se destaca el creciente protagonismo de China y otras naciones emergentes de esa zona que implica, entre otros cuantos factores, la incorporación al mercado global, como consumidores y como productores, de centenares de millones de nuevos trabajadores. Este proceso provoca ciertos cambios y alteraciones estructurales profundas en la dinámica del sistema comercial global que voy a definir como “efecto China”. Por una parte, este efecto China provoca la ampliación de la demanda agregada de alimentos y de las materias primas en general, lo que se refleja, por ejemplo, en el aumento constante de los precios y los valores de los commodities y la valorización de los diversos recursos naturales en los que los países latinoamericanos tenemos ventajas comparativas. Por otra parte, produce la incorporación a las cadenas de valor transnacionales, de mano de obra de muy bajos salarios, flexibilizados, casi en los límites de la esclavitud, lo cual también debilita la demanda de empleo genuino y de calidad en las economías industriales más avanzadas y en la capacidad negociadora de los propios sindicatos. Este proceso tiene una particular importancia en áreas productivas intensivas en tecnología.(1)

En las economías industriales más avanzadas, el llamado efecto China influye en la distribución de los ingresos de los trabajadores, a través de la disminución de la participación de los mismos en el ingreso y el consecuente debilitamiento del consumo en la demanda agregada. Contribuye, también, al desequilibrio en la balanza de los pagos internacionales que caracteriza a las economías centrales. Mientras tanto, en las economías emergentes, como en Latinoamérica, la oferta de las diversas manufacturas, que son cada vez más complejas en los sectores de vanguardia, genera una competencia de precios bajos que puede llegar a afectar, si no existe la correspondiente regulación del régimen político, el propio desarrollo y la transformación productiva de esos países. En consecuencia, desde la perspectiva de estas economías periféricas, estructuralmente dependientes, el factor chino proporciona, por una parte, el impulso de la valorización de nuestra producción primaria, lo que conocemos como las materias primas, pero, por la otra, implica cierta amenaza contra nuestro propio desarrollo y transformación industrial en el sentido de vernos tentados, una vez más, a apoyar la generación de nuestros recursos exclusivamente en bienes y productos del sector primario.

Entonces, la realidad más concreta nos muestra cómo las inversiones extranjeras, monopólicas y concentradas en la explotación de los recursos naturales de los países subdesarrollados, en ningún caso, impulsaron, en esos países, la profunda transformación productiva y la formación de economías avanzadas, social y políticamente inclusivas, que lograran superar el flagelo de la dependencia estructural. Esto simplemente se produce porque, en definitiva, el desarrollo y el crecimiento de nuestros pueblos implican nuevas formas de gestionar nuestros conocimientos, otras formas y maneras de tecnología conveniente y la incorporación de constante valor agregado y tecnología a los recursos naturales y materias primas en general, integrando las diversas cadenas de valor dentro de los espacios nacionales y de la región y, consecuentemente, transformando la inserción en la división internacional del trabajo. Cuando nuestros países, muy por el contrario, se resignan a ser proveedores de bienes relacionados esencialmente con las materias primas, delegando además la explotación de éstas en las transnacionales, se condenan al subdesarrollo, por ricos que sean sus yacimientos de petróleo, de minerales o fértiles sus tierras y bosques.

Lo que falta no son las inversiones extranjeras directas sino, más bien, proyectos industriales que agreguen valor a nuestra producción nacional para así enriquecer las redes de producción, el tejido económico y social de nuestros países que, a su vez, se vuelven imprescindibles en el impulso al desarrollo de las empresas nacionales que promuevan nuevas relaciones internas y de integración regional. Sencillamente, no seremos países mucho más avanzados, o sea, con estructuras políticas e institucionales fuertes y eficientes, con bienestar e inclusión social de las mayorías, si se insiste en la explotación de los recursos naturales y materias primas a través de las inversiones esencialmente extranjeras dentro del modelo de centro y periferia defendido por las relaciones comerciales globales.

El camino del desarrollo y del crecimiento es el de la inclusión a través del desarrollo del mercado, del ahorro y del consumo interno, a través de la reivindicación de las necesidades de los trabajadores como lo demostró, durante la crisis del 2008, una buena cantidad de países latinoamericanos con regímenes políticos nacionales y populares. Por ejemplo, Argentina pudo sobrellevar bastante bien las consecuencias de la crisis mientras que Brasil tuvo grandes avances en el gobierno del presidente Lula. En primer lugar, millones de familias fueron liberadas de la pobreza, se abrieron las puertas de la universidad para millones de nuevos jóvenes y se consolidó, además, la estabilidad macroeconómica, se iniciaron algunas importantes obras de infraestructura indispensables para el desarrollo y el crecimiento del país mientras los más pobres, el pueblo, empezó a identificarse con Lula. Sin embargo, a pesar de todo, aún no puede resolverse el problema central del país, que comparte con Argentina y otros países latinoamericanos, que es la falta de oportunidades, de determinada mínima igualdad y de la capacitación para la mayoría de la población. En ese sentido, todos los progresos que enumeré más atrás, crean las condiciones para el proceso de radicalización política por lo que, bajo ningún aspecto, son suficientes en la construcción de un modelo de desarrollo y de crecimiento basado en la ampliación de facilidades para aprender, para trabajar y producir. El gran atributo de Brasil, como también de Argentina y otros países, es su vitalidad que se manifiesta en una tremenda creatividad, en su cultura y su dinamismo. Esta fuerza está encarnada en una nueva clase media que surge al lado de la clase media tradicional y un sinnúmero de personas que luchan para conducir pequeños emprendimientos e inauguran, en el país, un culto al alto valor de la iniciativa y de la generación de riquezas y trabajo. Por lo mismo, es necesario innovar en relación a las diversas instituciones políticas, sociales y económicas que son parte activa del régimen político en la consolidación y generación de nuevos derechos de los trabajadores.

Entonces, la extraordinaria acumulación de reservas internacionales en China y otras naciones emergentes de la zona de Asia influye, asimismo, en la esfera financiera y especulativa global. Quedó demostrado con la crisis del 2008: en la zona que comprende la cuenca de Asia y de las costas del Pacífico, particularmente China, la influencia de las políticas públicas en el comportamiento del sector financiero es mucho mayor y su potencial de recursos está más orientado a servir a los objetivos de la estrategia de desarrollo y proyección global. En consecuencia, desde la perspectiva de las economías emergentes, como las de Latinoamérica, debe administrarse, con el mayor cuidado, la presencia del poder financiero y especulativo asiático en nuestras propias realidades internas porque, en definitiva, esa presencia es una fuente potencial de desarrollo, crecimiento y cooperación, pero que también puede generar un riesgo de subordinación y de sometimiento a los dictados de la potencia asiática.

Además, la desregulación de la actividad financiera y especulativa demostró ser incompatible con el comportamiento ordenado de las relaciones comerciales globales constituyéndose así en un obstáculo fundamental al crecimiento bajo los términos de soberanía y de igualdad. La regulación de los mercados financieros y la represión de sus excesos especulativos son condiciones necesarias de un sistema financiero global suficientemente estable, más sano y predecible. La reducción de las ganancias del sector financiero es también condición necesaria para viabilizar políticas de pleno empleo, la estabilidad de los precios y la eliminación de la brecha entre los salarios y la productividad, preservando en las mayores economías, los márgenes de beneficios en las actividades productoras de bienes y servicios no financieros.

En definitiva, la irrupción de la crisis global del 2007, pero sobre todo el ritmo de su profundización durante el año 2008 en adelante, promovió presiones, significativas y generalizadas, en el reconocimiento del importante aporte de las políticas públicas que hacen hincapié en la demanda agregada dentro de paquetes más amplios que incluían, por ejemplo, el salvamento de los bancos más importantes, la flexibilización de los mecanismos monetarios y una política fiscal expansiva a través del gasto y de la reducción de los impuestos.

Por último, no puedo dejar de mencionar el tema de las asimetrías al interior del sistema comercial global. En este sentido, existen una serie de países, dispersos en toda la geografía del planeta, con ciertos recursos materiales y determinada capacidad para gestionar el saber y el conocimiento que simplemente no cuenta con las herramientas suficientes para resolver su atraso histórico y estructural. Esta debilidad, fue acrecentando las distancias que separa a esos países, estructuralmente dependientes, de los centrales, todos esos que controlan el sistema comercial global a través de leyes mediatizadas por la razón neoliberal. Esta es la principal causa que amenaza la paz de los hombres, es decir, la seguridad global, convirtiéndose así en fuente y caldo de cultivo del terrorismo, del narcotráfico, del comercio y la trata de personas, del tráfico de armamentos, de la aparición del fanatismo y de nuevos tipos de fundamentalismos como los fundamentalismos religiosos, los políticos y hasta económicos y culturales que condicionan decididamente la construcción de un sistema comercial global más justo y bienaventurado.

Es imposible alcanzar un sistema comercial globalizado más justo, más racional, equitativo, seguro y estable, sin resolver los problemas de los países estructuralmente dependientes, los más subdesarrollados, es decir, esos que derivan la naturaleza de clase del Estado y del régimen político de las relaciones políticas, sociales, comerciales y económicas instituidas por los países centrales a través de leyes y normas mediatizadas, que abarcan a alrededor del 25% de la humanidad e incluyen, en la actualidad, las zonas de mayor violencia, fanatismo, fundamentalismo, miseria, pobreza, exclusión y desigualdad. Necesariamente, por sus propias condiciones estructurales, estos países, fuertemente subdesarrollados, se caracterizan por las condiciones de pobreza extrema y por una escasez crónica de ahorro y de divisas. Por lo mismo, sus problemas son objeto de innumerables pronunciamientos y buenas intenciones por parte de organismos como las Naciones Unidas y los múltiples programas de ayuda que, en conjunto, siempre fueron incapaces de resolver los desafíos planteados porque, en realidad, no basta con programas y pronunciamientos de buenas intenciones.

Otro mundo posible reclama acciones conjuntas, concretas y reales donde la comunidad internacional en su globalidad se comprometa en la resolución de los graves problemas que nos afectan a todos lo que implica, además, una transferencia suficiente de recursos y de asistencia científica y técnica, para impulsar el desarrollo económico, político y social de esos países. Sin embargo, en la actualidad, esas cifras involucradas son una ínfima proporción de los recursos comprometidos, al nivel global, en relación a los que se destinan para otros fines, como, en la crisis actual, se usaron por ejemplo recursos para rescatar a los bancos y a los especuladores financieros de la debacle financiera que ellos generaron. Las nuevas circunstancias históricas, derivadas de la crisis del sistema comercial global y la emergencia de nuevos actores en el escenario global, particularmente China y las otras naciones emergentes de Asia y Latinoamérica, además, logran modificar continuamente el rol del dólar como patrón monetario global y demanda así la creación de nuevas fuentes de liquidez para abastecer el aumento de esa demanda de dinero del sistema comercial global, la creación de nuevos recursos para fondear determinados programas que logren enfrentar algunas situaciones de emergencia y la proporción de recursos para financiar el desarrollo de los países estructuralmente dependientes.

Por otro lado, desde los años ‘70, algunos importantes fenómenos como la inflación en Estados Unidos, la integración del continente europeo y el fortalecimiento de otras economías, las emergentes, empiezan a cuestionar la hegemonía monetaria de Estados Unidos. En ese sentido, la participación del dólar como moneda de reserva en los diversos bancos centrales de cada país, en los años ’80, cayó, desplazado por otras divisas como, por ejemplo, el marco alemán, el yen y posteriormente el euro. También cayó el porcentaje de bonos internacionales, denominados en dólares, que pasaron a ser nada más que un tercio en relación a la década anterior. Por eso, la política de ampliación del curso forzoso del dólar estadounidense a los países en transición, es decir, los emergentes y periféricos de Europa del este, Asia o Latinoamérica, a través de la que se buscó contrarrestar esta tendencia sustituyendo las diversas monedas nacionales de esos países, por el dólar. Un sistema que se implementó en unos pocos países como Panamá y luego Ecuador mientras que, en Argentina, se implementaba la convertibilidad del peso impulsado con fuerza en los años noventa bajo el dominio neoliberal.

La introducción del euro como moneda única de circulación de la comunidad europea y el avance en las negociaciones del Área de Libre Comercio de las Américas, luego sepultado en Mar del Plata por los sectores populares latinoamericanos, proveyeron nuevos argumentos a favor de la dolarización plena o, al menos, de la adopción de tipos de cambio totalmente fijos que es vista como la antesala de la dolarización completa. Sin embargo, la crisis argentina del 2001 obligó a dar marcha atrás con la dolarización por varias razones entre las que tenemos, por ejemplo, la desfinanciación del sector público y del mismo régimen político porque un tipo de cambio con moneda sobrevaluada milita contra la producción nacional y busca asentar el desarrollo esencialmente a través del ahorro y las inversiones externas. Esto sucede también en los países más desarrollados, como lo demostró la crisis del 2008 en los países centrales, y con mayor razón en los periféricos donde las consecuencias de ese tipo de políticas, por la misma estructura productiva mucho más dependientes de las leyes del sistema comercial global, potencia aún más el drama de la imposición de un régimen neoliberal.

Por otro lado, las tensiones comerciales y económicas de comienzos del nuevo siglo lograron erosionar la confianza en el valor del dólar como divisa y alteraron la composición de las reservas globales. En este escenario, los bancos centrales de las diferentes naciones diversificaron su cartera de monedas y de metales. Como reflejo del lento, pero constante debilitamiento del dólar, diferentes países tomaron así ciertas medidas económicas para resguardar el valor de sus activos externos. En ese contexto, el problema central del sistema monetario global es que tiene como base una divisa, el dólar, cuyo único respaldo es la cada vez más débil salud de la economía de Estados Unidos. Esto lleva a que el dólar se deprecie constantemente en relación con sus valores históricos y con respecto a otras divisas que se usan en el sistema comercial global. En verdad, la primacía del dólar como divisa de cambio y de ahorro depende, más que de la propia economía de Estados Unidos, del financiamiento de los inversores extranjeros y, en especial, del exceso de ahorro de ciertos países emergentes, como China, que confían hasta ahora en los bonos del tesoro norteamericano o en el uso del dólar como moneda de reserva. Son los chinos los que colocan gran parte de sus exportaciones en Estados Unidos, en una gran variedad de productos, bienes y servicios también en los más diversos rubros, desde los textiles hasta los electrónicos, por las que, a cambio, reciben dólares que destinan en una cierta proporción a comprar bonos del tesoro de ese mismo país. Este endeudamiento le permite a Estados Unidos mantener ciertos niveles de consumo que están muy por encima de sus posibilidades concretas y reales. De hecho, ésta fue una de las consecuencias de la crisis desatada en ese país en el 2007 y que luego se expandiría al resto del comercio global.

Con el déficit fiscal y comercial más alto de su historia, el monto total de la deuda externa de Estados Unidos representa hoy más del 22% de la deuda global, lo que resulta, a su vez, en la más grande e impresionante explosión de endeudamiento en la historia del capitalismo. Paradójicamente, desde la profundización de la crisis en 2008, el dólar continuó funcionando como una moneda de ahorro en la medida en que las otras alternativas financieras se derrumbaron, es decir, esto nos revela que la economía de Estados Unidos y el poderío de su moneda aún gozan de confianza, al menos frente a otras monedas como el euro o el yen. En cambio, la comunidad europeo despertó fuertes y profundas dudas respecto a su voluntad política común y a su unidad cambiaria y monetaria. Por otro lado, la crisis de los cuatro países económicamente más débiles de Europa, o sea, España, Grecia, Portugal e Irlanda terminaron por erosionar el valor del euro y por poner en duda la vigencia de la unidad monetaria.

De todas maneras, el peso de la comunidad europea en el sistema comercial global reclama la resolución de su crisis. En verdad, la creación de la moneda única, el euro, con el correspondiente Banco Central Europeo fueron pasos fundamentales y centrales en el proceso de integración, sin embargo, para hacer realidad esa unidad comunitaria, todos los países tuvieron que renunciar, a nivel nacional, a ciertas políticas e instrumentos claves de su propia política económica como la fiscal con lo que, a su vez, sometieron, a las mismas reglas a países muy distintos por sus niveles de desarrollo y potencial de recursos como, por ejemplo, Grecia y Alemania. En otras palabras, Europa busca la unidad económica sin haber logrado, en primer lugar, la unidad comercial y así continuamente surgen las diversas asimetrías y contradicciones entre los sistemas productivos, comerciales y económicos de cada país miembro que se multiplican en períodos de crisis. Por eso, la comunidad europea hoy enfrenta el desafío de avanzar en la integración plena de las políticas comerciales nacionales para, desde ahí, dar mayor consistencia a la integración económica.

Finalmente, si bien la crisis de la comunidad europea refleja sus propias antinomias y sus problemas internos, también, nos muestra como sobrevive, aún hoy, un sistema financiero y especulativo global altamente reaccionario porque multiplica los ataques y las medidas contra los intereses de los trabajadores, contra la producción nacional, que genera empleo y ahorro, y así solo logra aumentar la incertidumbre y los desequilibrios en los intercambios comerciales globales.

En relación al segundo tema determinante, es decir, de la inoperancia de las políticas neoliberales y, en general, de todas las medidas y estructuras e instituciones construidas a partir del fin de la segunda guerra mundial, que definió determinada lógica, ya superada por la realidad de exclusión neoliberal, a partir del actual escenario de incertidumbre y de crisis, de reacciones y de cambios a nivel global, es improbable la resolución de los problemas globales relativos a las amenazas a la paz, a la seguridad, los problemas que tienen que ver con el narcotráfico o del medio ambiente, que afectan a todo el género humano, sin resolver las asimetrías de poder, de desarrollo y de los intercambios comerciales entre el norte central y el sur periférico. En ese contexto, también parece poco probable el reinicio de una fase prolongada de crecimiento y desarrollo del sistema comercial global y una mejora generalizada de las condiciones de vida de los trabajadores sin resolver, al mismo tiempo, las cuestiones críticas planteadas en la etapa actual de la globalización. Esas cuestiones, conjuntamente con la inoperancia de las estructuras institucionales de ese sistema comercial global como, por ejemplo, las Naciones Unidas o el rol del Fondo Monetario Internacional, son la base de la inoperancia intrínseca del régimen global para buscar soluciones a los grandes dramas que a todos nos afectan. (2)

El problema es que, en los plazos previsibles de la realidad política, no es posible esperar acuerdos y tratados globales de gran alcance para resolver los problemas y las cuestiones actuales del sistema comercial global. Sin embargo, a diferencia de la década de los ‘30, cuando la crisis desató las políticas de sálvese quien pueda y la desorganización del sistema comercial mundial, en la actualidad, la interdependencia política y comercial entre las economías centrales, es tan profunda y paradigmática, que es inconcebible un epílogo semejante. En este escenario del sálvense quien pueda, en realidad es poco probable esperar cambios en la normativa de las finanzas y el comercio internacional a la altura de los desafíos planteados que logren mayor equidad y desarrollo de los países estructuralmente más dependientes para, de esa manera, contribuir a un mejor desarrollo de los hombres. Probablemente, continuarán, por largo tiempo lo retoques y las modificaciones parciales, de coyuntura, postergando, una vez más, acciones más profundas, es decir, de características estructurales.

Para el resto del mundo, donde están incluidos los países de nuestra Latinoamérica y los países de economías emergentes en general, las señales de estos diversos elementos y tendencias del sistema comercial global son más claras. En otras palabra, es indispensable movilizar nuestros recursos internos, mantener la casa ordenada, con bajos y manejables niveles de deuda y la mayor libertad de maniobra y soberanía política y económica en la gestión del régimen político, a través de equilibrios macroeconómicos mucho más sólidos, a través de la gestión del régimen por parte de los trabajadores y la defensa de los intereses y la cultura popular. Solo en ese escenario es posible desarrollar las políticas nacionales de desarrollo y de crecimiento en todos los ámbitos para profundizar la integración de nuestro sistema productivo a través de tecnología conveniente.

Entonces, el funcionamiento mucho más ordenado y lógico del sistema comercial global requiere fortalecer la capacidad de maniobra de los nuestros países para regular el impacto de la globalización sobre las diversas situaciones nacionales que intentamos transformar en nuestro propio beneficio. La expansión del comercio global nos beneficia a todos, sin embargo, los desequilibrios que provoca la globalización desregulada pueden culminar, como en la década de 1930, en el proteccionismo generalizado. Se trata, entonces, de introducir normas y reglas razonables de comercio entre los diversos países que contemplen los problemas de las mayores economías, las centrales, pero también de los países periféricos, en desarrollo y emergentes, en la búsqueda de mejores condiciones de estabilidad y de equidad del sistema global.

En estos momentos, la realidad simplemente nos muestra que hay un largo trecho por recorrer desde el momento en que, por ejemplo, la cooperación global se muestra insuficiente para resolver los problemas globales por lo que, en fin, cada país tiene que asumir las responsabilidades que les compete para resolver sus propios dramas y así llevar mayor bienestar para sus pueblos. Todos estamos afectados por la lógica y el comportamiento, altamente irracional, del sistema comercial global, por ejemplo, a través de las múltiples crisis globales, pero la suerte de cada uno también depende de nuestra capacidad para responder a los desafíos que esta coyuntura nos plantea.

Autor: Alfredo Repetto.

Notas:

(1) Es bastante común decir que el destino de China es el del liderazgo en el mundo porque, en tan sólo 60 años, es decir, desde que la revolución maoísta tomó el poder, lograron transformar considerablemente un país agrario, de muy bajo desarrollo, en la segunda potencia económica del mundo. De todas maneras, esto no implica que las características estructurales de subdesarrollo hayan sido eliminadas, de hecho, quedaron fuera del proceso de modernización política, social, cultural y económica, una importante franja de la población, sin embargo, a nivel global, el constante crecimiento del país, a partir de los últimos 30 años, a tasas cercanas al 10% transformó al sistema comercial global, dadas las nuevas relaciones de fuerzas más cercanas a la multipolaridad, que se instituyeron a pesar de que Estados Unidos y China sean los actores principales.

(2) Un caso paradigmático al respecto es el tema de las drogas. Durante más o menos cuatro décadas, las diversas políticas en relación al consumo y el tráfico de drogas, aplicadas por los diversos regímenes políticos nacionales, se vieron envueltas en leyes del tipo prohibicionistas, es decir, que pusieron el acento en definir al adicto, más o menos, al mismo nivel que el del narcotraficante. Se olvidó, así, un derecho fundamental de los hombres como es el derecho a la salud. Por una parte, la corrupción, es decir, las manifiestas complicidades entre el poder político y el policial demostraron, a partir de los años ’90 en adelante, el daño social que se generó con estas políticas regresivas.

En Argentina, la prohibición para el consumo empezó el año 1926 y, salvo bajo el período de Onganía y de Alfonsín con el fallo Bazterrica, el paradigma fue totalmente prohibicionista a pesar de que, claramente y siempre en el caso argentino, hasta fines de la década de los ‘80 no existía en el país ni consumo problemático de drogas ilegales, que estaban reducidas al ámbito bohemio, ni mucho menos organizaciones del tipo criminales, ni relación entre el narcotráfico y la política, ni redes de corrupción en las fuerzas de la policía y el poder judicial.

Es a partir de fines de la década de los años ’80, cuando aparecen los fenómenos de la desregulación del mercado de medicamentos bajo el auspicio de un decreto de Cavallo, firmado por Menem, que se permitió que medicamentos que estaban bajo las esferas del control político, llegaran a los ciudadanos sin ningún tipo de control. Por un lado, esto provocó la cultura de la automedicación y del auto botiquín. Por otro lado, también indujo a la pérdida de control sobre qué consume la población, como, por ejemplo, ciertos derivados de la efedrina o de las anfetaminas. En tercer lugar, esta nueva política de desregulación del mercado de los medicamentos, con sus consiguientes consecuencias, tuvo incidencia directa en crímenes como, por ejemplo, el aumento de los delitos de robo de los piratas del asfalto, la aparición, en el mercado, de determinadas drogas y medicamentos sin los componentes que debían tener simplemente por falta de control. Finalmente, aparecen delitos muchos más complejos porque logran tener relaciones con el propio régimen político.

Ese paradigma de la prohibición y de la represión, a que nos indujo a esta nueva realidad mucho más compleja en términos sociales y culturales, es una gran falacia al centrar la discusión en la tenencia para consumo personal, como si ése fuera el tema más importante. Y esta obturación de la discusión impide que veamos que el problema de las drogas como una cuestión educativa, sanitaria, social y de construcción de ciudadanía. Además, estas políticas nos esconden el tema del narcotráfico. La violencia y el crimen organizado, asociado al tráfico de drogas ilícitas, son uno de los problemas más graves de nuestro continente. Colombia, Méjico y el Perú son así los casos paradigmáticos y las políticas prohibicionistas no son precisamente la solución porque fracasaron. Lo hicieron porque no descendió el narcotráfico, la producción, el consumo de drogas ni mucho menos pudo terminarse con los nuevos Estados fallidos latinoamericanos. Latinoamérica sigue siendo el mayor exportador de cocaína y de marihuana convirtiéndose, en los últimos años, en un productor de opio y de heroína pero también de drogas sintéticas donde estacan, en su producción, países como Argentina, Brasil y Chile que tienen un rol clave en ese sentido.

Desde esta nueva perspectiva, tendríamos que preguntarnos qué ocurre con la relación política entre el régimen y el narcotráfico. Lo que más nos tiene que preocupar, en ese contexto de leyes prohibicionistas y represivas, son las fuerzas policiales porque precisamente son las encargadas de mantener la ley y no se puede obviar el problema de la corrupción de los funcionarios públicos, las redes de corrupción en el Poder Judicial, en las fuerzas policiales y en el propio régimen político.

En definitiva, todo el tema de las drogas, del narcotráfico, la corrupción y los nuevos regímenes políticos, que por esa misma concepción del problema terminan convirtiéndose en regímenes fallidos, nos demuestran que es inhumano criminalizar al adicto porque, concretamente, lo que se está haciendo es poner en duda los mismos derechos humanos desde el mismo momento en que, en relación al adicto, la cuestión de las drogas es un problema de la salud y así directamente tiene que ver con el derecho a la vida de las personas.


Referencias bibliográficas:

Ferrer, Aldo: “Cada país tiene la globalización que se merece” (Primera y segunda parte) en Revista Argentina Económica de la edición del 4 y del 11 de Julio del 2010.

Ferrer, Aldo: “Desarrollo: el tema ignorado en la pastera de Fray Bentos” en Revista Argentina Económica de la edición del 18 de Julio del 2010.

Curia, Eduardo: “Obstáculos en el reordenamiento mundial” en Revista Argentina Económica de la edición del 4 de Julio del 2010.

Vidal M, Diego: “El tema de una gran elección nacional no es el pasado, es el futuro”. En Diario Miradas al Sur de la edición del 4 de Julio del 2010.

Rapoport, Mario: “El dólar y el sistema monetario internacional: ¿una moneda de transición? en Revista Argentina Económica de la edición del 18 de Julio del 2010.

Juvenal, G y Lofredo, S: “La prohibición resultó un fracaso”. En Miradas al Sur, edición del 20 de junio del 2010, página 25.

Rosli, Jimena: “El narco que juega a las escondidas”. En Miradas al Sur, edición del 20 de junio del 2010, página 26.

Gallota, Nahuel: “La sociedad consume malas noticias”. En Miradas al Sur, edición del 20 de junio del 2010, página 30.

Heyn, Iván: “De China con amor” en Miradas al Sur de la edición del 18 de Julio del 2010.

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