jueves, 29 de julio de 2010

Investigación: “Adopción de niños y desarmaderos”

La lectura de las entrevistas a Eva Giberti y a Felicitas Elías puede hacerse con dos miradas distintas. Una muy emotiva, y quedar automáticamente sin aliento. Otra, de respeto a la autoridad que confieren el conocimiento y la práctica consecuente. Es casi inevitable que el lector deambule por ambas actitudes. No es malo que nos sacuda la realidad, pero mucho mejor si nos permite pensar.

Se me ocurría hacer un juego de palabras: quitarle la identidad a un chico de manera serial es crear un desalmadero . Del mismo modo que tener un local para desguasar autos es un desarmadero. De estos últimos conocemos muy bien, gracias a la extensa crónica policial que nos hace sentir al tope todos nuestros problemas de inseguridad. El mecanismo lo entiende un gurrumín que acceda a cualquier canal de noticias: basta tener jerarcas policiales o fiscales que hagan la vista gorda y un señor que en la puerta del negocio diga: la pieza original cuesta cien, pero tengo unas usadas por veinte. Obvio, dice el comprador, quiero la de veinte. El cliente ni piensa, en ese momento, que está financiando a cuentagotas eso que los medios llaman inseguridad. Desde ya, la recupera cuando gatillando el control remoto busca sangre en la pantalla. Cada tanto, alguna redada le pone coto a esa zona oscura que empieza en despachos públicos y se continúa hasta en adolescentes de mano de obra barata. Si no se logra más es porque, además de negocios, hay todavía una fuerte disociación que lleva a muchos a putear por la corrupción y querer conseguir todo barato. Es fácil escuchar en el bar o en el club esa frase de: antes de que ponga el capó decile al chapista que limpie la sangre del dueño anterior.

Si en vez del circuito del capó, hablamos del de niños adoptables y de sus historias en la Argentina tenemos una gama muy variada. Desde la perversa idea de algunos militares y sus socios civiles de sustraerles hijos –incluso esperando el parto en un centro clandestino– a los que después serían asesinados y tirados al mar o incinerados. En esos casos, hasta ahora se buscó básicamente en los registros de adopción. Queda, a la hora de ver la perversión de los desalmaderos , la idea de que también la inscripción como hijos biológicos pudo haber sido una política sistemática.

Si de inseguridad se trata, debería inquietarnos mucho más vivir con ONG que fabrican pibes a la medida de clientes y de religiosos que pretenden tranquilizar almas vendiéndoles los hijos de mujeres pobres a unos pobres padres adoptantes.

Si el Estado nacional se propone un paso firme en materia de identidad a través del Registro Único de Adoptantes debería dar un debate a fondo. Fíjense, la adopción de hijos por parte de parejas monoparentales levantó una polvareda bárbara. Me cansé de escuchar ese cliché de que “los chicos necesitan un padre y una madre”. Muchos de quienes se amparan en esa frase hecha prefieren no enterarse de que los jueces tienen la potestad –por ley– de entregar a un niño a quien le venga en gana. No importa que haya una lista de espera, con carpetas e informes ambientales y psicológicos. Por eso, Eva Giberti puede ir a Misiones y encontrarse con que los jueces les entregaron –hace unos años, habría que ver ahora si cambió algo– los misioneritos a los porteños en cambio de dejarlos en su territorio y en familias que se anotaron con tanta esperanza como inocencia.

Esa impunidad me hace sentir mucho más inseguro. Lo que me da seguridad es saber que Giberti y Elías están ahí, desde siempre, para que las cosas cambien. Quizá lo vean cuando sean grandes los que mañana o pasado sean parte de esas redes de desalmaderos.

Por Eduardo Anguita

Fuente: Diario “Miradas al Sur” de la edición del 25 de Julio del 2010

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